Un nuevo sacerdote por gracia de Dios
Queridos diocesanos:
El curso recién comenzado nos está regalando con buenas noticias en nuestra Iglesia diocesana que son motivos para la alegría y la esperanza. Entre otras cosas cabe citar la gozosa Jornada de inicio del curso pastoral, la lluvia de gracias a las parroquias de la Llosa y Chilches con motivo de la visita de la ‘Peregrina’ –la Virgen de los Desamparados- o la apertura de una comunidad de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret en Benicasim, que se dedicarán a la pastoral familiar.
Hoy quiero resaltar especialmente que nuestro Seminario Diocesano Mater Dei cuenta con seis nuevos seminaristas: tres en el Seminario Mayor y otros tres en el Seminario Menor. Y, como fruto granado de nuestro Seminario, Dios nos ha regalado un nuevo sacerdote, Servilien Ndagijimana, el pasado día 6 de octubre. Todos ellos son dones de Dios a nuestra Iglesia, ante lo que sólo cabe por nuestra parte dar gracias a Dios y seguir plantando y trabajando en esta pequeña parcela de la viña del Señor, que es nuestra Iglesia diocesana. El aumento de las vocaciones al sacerdocio, su santificación, formación y maduración son don de Dios pero también responsabilidad nuestra y fruto de nuestro trabajo.
Todos los diocesanos deberíamos sentir nuestros Seminarios como algo muy nuestro, conocerlos, quererlos, acercarnos a ellos, y apoyarlos en todos los sentidos. Rara es la comunidad parroquial que no pide sacerdotes. Sabemos, no obstante, que el renuevo se hace cada día más difícil por la escasez de vocaciones sacerdotales. Esta situación nos llama a una implicación activa y gozosa de todos en la pastoral vocacional: el Obispo y los sacerdotes, en primer lugar; pero también los cristianos y las familias, los catequistas y los profesores de religión, las comunidades parroquiales y eclesiales en general deberíamos comprometernos activamente con las vocaciones al sacerdocio ordenado.
La pastoral vocacional en general y al ministerio ordenado en particular necesita de un renovado impulso en nuestra Iglesia diocesana; así lo constatáis también muchos de vosotros. Pero esto no será posible sin la implicación real, no sólo verbal, de parroquias y sus responsables, los sacerdotes, así como del resto de las comunidades cristianas, de las familias, de los catequistas y de los profesores de religión. Dejemos a un lado las justificaciones fáciles, que buscan siempre la responsabilidad en otros, en el pasado o en las circunstancias adversas, y pongamos mano a la obra.
En la iniciación cristiana, en la educación y maduración de la fe de nuestros niños, adolescentes y jóvenes hemos de ayudarles a descubrir y acoger con gratitud, generosidad y entrega el don de la fe y de la nueva vida bautismal, para que se conviertan en discípulos misioneros del Señor. Pero también hemos de ayudarles a ponerse a la escucha del Señor sin miedos para discernir y acoger con gratitud, generosidad y entrega el camino concreto, por el que el Señor les llama a vivir su condición de discípulo. El papa Francisco nos ha recordado que la vocación es la llamada e invitación al amor que Dios hace a todos y a cada uno. Unos lo descubrirán en el sacerdocio ordenado, otros en la vida consagrada y otros muchos en el matrimonio cristiano. De ello está tratando el Sínodo de Obispos que se celebra este mes en Roma.
Quien no se encierra en sí mismo y se abre al amor de Dios, encuentra su llamada al amor que es fuente de alegría y felicidad. Dios nos ha concedido el don de un nuevo sacerdote, que, como la Virgen María, ha acogido con gratitud y humildad la llamada amorosa del Señor al sacerdocio ordenado, le ha respondido con generosidad y se ha comprometido sin condiciones a entregarle su persona, su existencia y todas sus fuerzas en el ministerio ordenado al servicio de nuestra Iglesia diocesana. Una vez más hemos experimentado que Dios sigue llamando al sacerdocio ordenado. Oremos a Dios para que nos envíe nuevas vocaciones. Acompañemos a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a descubrir y acoger la llamada de Dios para cada uno de ellos. Cuando se propone sin miedo el seguimiento del Señor, siguen brotando jóvenes agradecidos, generosos y entregados a la llamada de Dios al sacerdocio ordenado.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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