Vocación: llamada amorosa de Dios
Queridos diocesanos:
En unos días celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. María y José presentan a Jesús en el templo para ofrecerlo y consagrarlo a Dios (cf. Lc 2, 22). Jesús viene a este mundo para cumplir la llamada y el designio del Padre de ser enviado para purificar a la humanidad del pecado y restablecer la alianza definitiva de la comunión de Dios con la humanidad. Jesús acoge la llamada con una oblación total de su persona en obediencia al Padre.
En su presentación en el templo, Jesús nos muestra cuál es el camino de toda vocación y de toda consagración a Dios: este camino es la acogida gozosa del plan personal de Dios sobre cada uno y la entrega total de sí en favor de los demás. Jesús nos muestra, a la vez, el valor de la humildad, de la pobreza y de la obediencia a Dios para que cada uno pueda encontrar la verdad de sí mismo, el propio camino en la vida, la propia felicidad, el bien de sí mismo y de los demás.
La consagración de Jesús en su presentación en el templo es un modelo para los hombres y mujeres que consagran toda su vida al Señor. Por esta razón, en la Fiesta de la Presentación oramos y damos gracias a Dios por todas las personas consagradas: las monjas y los monjes de vida contemplativa, los religiosos y las religiosas de vida activa, y las vírgenes y todas las personas consagradas que viven en el mundo. Todos ellos han escuchado y acogido la llamada amorosa de Dios hacia cada uno de ellos, se han consagrado a Dios para seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, en el carisma propio de su orden o instituto, y han entregado su vida al servicio de la vida y misión de la Iglesia para el bien de la humanidad.
Ahora bien: la llamada o la vocación no son exclusivas de aquellos que siguen al Señor en el camino de la consagración religiosa o en el sacerdocio. Toda persona tiene una llamada de Dios; con el don de la vida recibe una llamada fundamental: somos creados, es decir, llamados a la vida por Dios por amor y para el amor pleno. Cada uno de nosotros es una criatura querida y amada por Dios, para la que Él ha tenido un pensamiento único y especial; y ese plan, que habita en el corazón de todo hombre y de toda mujer, estamos llamados a desarrollarlo en el curso de nuestra vida. Este es nuestro origen y nuestro destino en la mirada amorosa de Dios: Él nos crea para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. Este es el proyecto, el sueño de Dios para cada uno. No hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien de los demás.
Estamos hechos para amar y ser amados; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. Esta gran vocación común se profundiza en el bautismo que nos hace hijos e hijas amados de Dios en su Hijo, Jesucristo, y nos llama a vivir el amor entregado siendo sus discípulos en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio. Todo bautizado ha de estar a la escucha de Dios y preguntarse por qué camino concreto le llama el Señor para vivir su llamada al amor, para abrirnos a la vocación que Dios nos confía. Hemos de escuchar también a los hermanos y a las hermanas en la fe, porque en sus consejos y en su ejemplo puede esconderse la iniciativa de Dios, que nos indica caminos siempre nuevos para recorrer.
Cuando acogemos la mirada personal de Dios nuestra vida cambia. Todo se vuelve un diálogo vocacional, entre nosotros y el Señor, pero también entre nosotros y los demás. Un diálogo que, vivido en profundidad, nos hace ser cada vez más aquello que somos o estamos llamados a ser: En el sacerdocio ordenado, para ser instrumento de la gracia y de la misericordia de Cristo; en la vocación a la vida consagrada, para ser alabanza de Dios y profecía de una humanidad nueva; en la vocación al matrimonio, para ser don recíproco, y procreadores y educadores de la vida.
Hoy no es fácil hablar de vocación. El contexto cultural actual propone un modelo de ‘hombre sin vocación’, totalmente autónomo, señor y dueño de su vida y existencia, sin apertura ni referencia alguna a Dios. El futuro de niños y jóvenes se plantea en la mayoría de los casos sin contar con la mirada amorosa y personal de Dios sobre cada uno.
Ayudemos a todos, y en especial a los niños y jóvenes a ponerse a la escucha de Dios para descubrir el camino concreto por el que Él los llama a vivir su vocación al amor. Esta es la clave para toda existencia verdaderamente humana y cristiana.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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