En el XXV Aniversario de la Coronación de la Virgen de la Cueva Santa
Queridos diocesanos:
Retomamos nuestra cita semanal y lo hacemos recordando la coronación canónica hace veinticinco años de la imagen de la Virgen de la Cueva Santa, Patrona de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Este domingo, festividad de la Natividad del Virgen María, celebraremos una Misa en acción de gracias por este acto de hondo calado para nuestros antepasados en la fe y para nosotros peregrinos en esta vida.
Porque ¿qué significa haber coronado a la Virgen de la Cueva Santa? Con este gesto proclamamos a la Virgen María como nuestra Reina. Y lo hacemos porque reconocemos en ella a la Madre del Rey mesiánico, Jesús, el Hijo de Dios, cuyo reino no tendrá fin (cfr. Lc 1, 33). A María la llamados Reina, porque, ella, la llena de gracia de Dios, fue unida íntimamente a Cristo y asociada a la obra redentora de su Hijo, y así nos lleva a la fuente de la Gracia (cfr. Jn 19, 26-27). Y, finalmente, a María la proclamamos Reina, porque ya participa plenamente de la gloria de su Hijo en cuerpo y alma: ella ha recibido ya la corona merecida (cfr. 2Tm 4,8), la corona de gloria que no se marchita. María se ha convertido así en esperanza nuestra (cfr. 1Pe 5, 4).
María es la Madre de Dios y también Madre nuestra, la Madre de la Iglesia y la Madre de todos los creyentes; ella es la buena Madre, que nos acompaña con su protección maternal a los creyentes de todos los tiempos en nuestro peregrinaje por los caminos de la historia. Generación tras generación, los creyentes experimentamos su protección maternal; por ello la invocamos con confianza, la llamamos bendita entre todas las mujeres y la proclamamos Reina. Pero no podemos separar a María de su Hijo. Su grandeza y realeza radican en ser la criatura elegida por Dios para ser Madre de su Unigénito, el Mesías y Rey: Ella nos da y nos lleva en todo momento a Cristo.
Al proclamar Reina a la Virgen de la Cueva Santa queremos que ella reine en nuestro corazón, en nuestras familias, en nuestras comunidades parroquiales, en nuestra Iglesia diocesana. Y ella nos invita a volver nuestra mirada a Dios, a su Hijo Jesucristo, el Redentor y Salvador de todos los hombres, el único que tiene palabras de vida eterna: él es nuestra Esperanza. Acudimos a María porque ella brilla en nuestro camino, como signo de consuelo y de esperanza. Todo su gozo está en darnos a Cristo, en llevarnos hasta Jesús. En el fondo no acudimos a María si no es para encontrar en Ella a Jesús y su salvación. Quien se acerca a María que nos da a Jesús, fruto bendito de su vientre, se acerca también al Salvador. Es preciso que cada uno de los cristianos demos un gran paso y por medio de Maria nos encontremos con Jesucristo, lo conozcamos, lo acojamos en nuestra vida, lo amemos, lo sigamos y demos testimonio de Él.
Como María, abramos de par en par nuestro corazón a Cristo. El, verdadero Dios y verdadero hombre, es el Señor del universo y de nuestra historia. El camino de la necesaria renovación de nuestra Iglesia, de nuestras comunidades, de nuestras familias y de cada uno de nosotros no puede ser otro que Cristo y nuestra conversión a Él y a su Evangelio. La Virgen de la Cueva Santa será de verdad Reina nuestra si como ella nuestro pensar, sentir y actuar es según Dios. Volvamos nuestra mirada a Aquella que nos entregó como regalo a su propio Hijo. A ella le decimos: Virgen de la Cueva Santa, guárdanos siempre en el camino de la fe.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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