Vivir con alegría nuestro bautismo
Queridos diocesanos:
En la Fiesta del Bautismo de Jesús, este domingo 9 de enero, revivimos su bautismo a orillas del río Jordán de manos de Juan el Bautista. Este hecho se convierte en una solemne manifestación de su divinidad. “Y mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo en forma de paloma, y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco’” (Lc 3, 21-22). Es la voz de Dios-Padre que manifiesta que Jesús es su Hijo Unigénito, su amado y predilecto. Jesús es el enviado por Dios para salvar a la humanidad. Jesús es el Cordero que quita el pecado del mundo, el Mesías enviado para destruir el pecado y la muerte. Por su muerte redentora libera al hombre del dominio del pecado y le reconcilia con Dios, consigo mismo, con el prójimo y con la creación; por su resurrección salva al hombre de la muerte eterna.
En el Jordán se abre una nueva era para toda la humanidad. Jesús, este hombre aparentemente igual a todos los demás, es Dios mismo, que viene liberar a los hombres del pecado y posibilita convertirse “en hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13). El bautismo de Jesús nos remite al bautismo cristiano, a nuestro propio bautismo. En la fuente bautismal renacemos por el agua y por el Espíritu Santo a la vida misma de Dios. Dios nos hace sus hijos en su Hijo unigénito, nos hace cristianos discípulos misioneros de Cristo y nos inserta en la gran familia de los hijos de Dios, en su Iglesia. La gracia de Dios transforma nuestro ser, renacemos a la vida de Dios.
He aquí el prodigio que se repite en cada bautismo. Como Jesús, el bautizado podrá dirigirse a Dios llamándole con plena confianza: “Abba, Padre”. Sobre cada bautizado, adulto o niño, se abre el cielo y Dios dice: este es mi hijo, hijo de mi complacencia. Este es el gran don que Dios nos hace en el bautismo. No hay regalo mayor ni más precioso que podamos recibir o podamos ofrecer a otros. La vida terrenal y el amor humano son un gran regalo, pero tienen un final; la nueva vida del bautismo y el amor de Dios, por el contrario, no tienen fin: perduran para siempre, son eternos.
Ahora bien: en el bautismo, Dios no actúa de modo mágico. Dios interpela nuestra libertad, y nos invita a acoger y vivir su don gratuito. El bautismo seguirá siendo durante toda la vida un regalo de Dios. Pero este don de Dios es a la vez tarea nuestra: requiere nuestra respuesta en libertad para decir “sí” al regalo de Dios. Nuestro primer paso es la fe, con la que confiamos en Él, nos adherimos a Él y su Palabra, y nos abandonamos libremente en sus manos.
En tres meses comenzaremos el Año Jubilar Diocesano para celebrar 775 años de nuestra Iglesia diocesana. Os invito a prepararnos volviendo nuestra mirada a Dios para darle gracias por la fe y el bautismo, por la vocación y los carismas que cada uno hemos recibido en su Iglesia. Recordemos con corazón agradecido la grandeza de los dones recibidos de Dios y así podremos vivir la alegría de ser cristianos. Con frecuencia, los bautizados no valoramos el gozo que produce oír en el hondón de nuestra alma la voz de Dios que nos dice: Tú también eres mi hijo amado en quien me complazco. Esta es la experiencia fundante de nuestro ser cristianos, la experiencia que da consistencia a toda nuestra existencia, que nada ni nadie puede quitar o silenciar.
Quien vive con alegría el saberse hijo amado infinitamente por Dios no se lo puede ocultar ni callar. Lo anuncia a todos y quiere compartirlo con todos, porque todos están llamados a ser amados por Dios. Ciertamente que hoy no es fácil vivir y mostrar a otros la alegría de ser cristiano en un ambiente de exclusión y cancelación de lo cristiano, de indiferencia e increencia religiosa, y de alejamiento de la fe y práctica religiosa. En esta situación hemos de pedir a Dios-Padre que nos conceda a sus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en su amor. Y que escuchando con fe la palabra de su Hijo podamos llamarnos y ser en verdad hijos suyos.
Hoy es un día apropiado para recordar y vivir con gozo nuestro bautismo, dando gracias a Dios y renovando nuestro compromiso bautismal. La riqueza del bautismo es tan grande que pide de todo bautizado caminar según el Espíritu (cf. Ga 5, 16). Es la llamada al seguimiento de Jesús según la propia vocación para ser sus discípulos misioneros, testigos valientes y alegres del Evangelio. Esto es posible gracias al amor indefectible de Dios y a la acción en nosotros del Espíritu Santo.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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