Recuperar a Dios en la vida
Queridos diocesanos:
Al retomar mi cita semanal después de la pausa veraniega me quiero referir a las fiestas patronales de pueblos y ciudades, tan numerosas en este mes de septiembre. Son fiestas en honor de Cristo o de la Virgen bajo distintas advocaciones, o en honor a los santos patronos. Si bien no faltan nunca los actos religiosos y la Eucaristía solemne, para no pocos las fiestas han perdido su sentido original cristiano. Las fiestas patronales se van secularizando; priman los actos populares, culturales y musicales. No faltan incluso voces que piden abiertamente la eliminación de su dimensión cristiana; pero ¿no es un sinsentido querer celebrar las fiestas patronales sin patrono?
Lo dicho es una muestra más del proceso de secularización de una ‘cultura’ que margina y silencia a Dios de la vida de las personas, de las familias y de la sociedad. Somos testigos y víctimas de una mentalidad muy difundida en la que el hombre y la sociedad se quieren entender como si Dios no existiera. El hombre se ha convertido en absoluto, se cree autosuficiente e intenta sobre todo mantener a Dios al margen de su vida.
Pero el silencio de Dios abre el camino a una vida humana sin rumbo y sin sentido, a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses inmediatos y en idolatrías de distinto tipo. El silencio de Dios en nuestra cultura lleva a la muerte del hombre, al ocaso de su dignidad. “El olvido de Dios conduce al abandono del hombre” (Juan Pablo II). Reducido el hombre a su dimensión material, expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del hombre. Recuperar por el contrario a Dios en nuestra vida lleva a la defensa del hombre, de su dignidad y de su verdadero ser.
Las fiestas patronales tienen su raíz, sentido y razón de ser en la fe cristiana, que expresan y celebran. Nos han de ayudar a recuperar a Dios en nuestra vida: es algo decisivo y vital en el momento presente de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad. Cristo, la Virgen o los Santos nos recuerdan la presencia de Dios en la historia de los hombres; y de nuestros pueblos; ellos son signos de la trascendencia de Dios y de su inmanencia, de su absoluto y de su cercanía amorosa. Nada ni nadie está más cerca del hombre y de toda criatura que Dios mismo.
Dios no es enemigo del hombre. Es su Padre y Creador, cercano y providente. No se trata de elegir entre Dios y el hombre; debemos elegir a Dios y al hombre. Quien elige a Dios auténticamente, elige al Padre del hombre y el que elige auténticamente al hombre, está eligiendo a Dios, principio y fin del hombre, fundamento último de su vida, de su dignidad y de su libertad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón