Este mes de octubre, el Pueblo de Dios, la Iglesia Universal hemos sido convocados a uno de esos acontecimientos importantes en la vida de la Iglesia. Dice nuestro obispo D. Casimiro, en su carta de apertura de la fase diocesana: “El Papa Francisco desea que todo el Pueblo de Dios se implique en este sínodo por lo que ha establecido un itinerario inédito hasta ahora”. Por cierto, os animo a leer con detenimiento esta carta de D. Casimiro, no tiene desperdicio. También dice el Papa Francisco: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. Si este es el camino que Dios nos está marcando y utilizamos medios hasta ahora inéditos, yo al menos, no me lo quiero perder, no me quiero quedar al margen.
Reflexionar y caminar juntos
Creo que la gran cuestión por tanto es el cómo, cómo participar, como formar parte de este camino sinodal, qué espera Dios de mí, de todos nosotros en estos momentos. Algunas pistas las encontramos en el documento preparatorio del sínodo. Dice que este camino “es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Por tanto, primera afirmación: la sinodalidad requiere reflexionar juntos, pero también caminar juntos. Hay que hacerla realidad, vivirla, para a la vez reflexionar y aprender sobre el camino recorrido. Y todo con el fin de vivir más intensamente la comunión, la participación y la misión. Algo así como vivir sinodalmente el ser una comunidad evangelizada y evangelizadora, palabras que nos van sonando de nuestra realidad diocesana de estos últimos años.
El discernimiento comunitario
El documento preparatorio del sínodo nos pide a continuación que nos preguntemos cómo se está realizando hoy en nuestros grupos, equipos de vida, comunidades, parroquias, delegaciones, diócesis ese “caminar juntos” (sinodalidad) que nos debe permitir anunciar el Evangelio, y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal. Aquí tenemos pues una segunda afirmación: el discernimiento comunitario. Que cada uno de nosotros, y en comunidad, estemos a la escucha de lo que el Padre nos pide, del camino al que nos dirige la fuerza del Espíritu, estando abiertos a las sorpresas que nos prepare.
Si recorremos desde el principio caminos sinodales, algunos ya existentes y otros nuevos, aún a riesgo de creer que no sabemos, o no estamos preparados, si discernimos y dejamos actuar al Espíritu, si reflexionamos – reconocer, interpretar, elegir- al mismo tiempo que caminamos, los frutos no llegarán al final del sínodo, sino que los tendremos con nosotros desde el principio.
La espiritualidad de la sinodalidad
Si al principio afirmábamos que la sinodalidad es un don y una tarea, el primer aspecto va a ser crucial para que verdaderamente cale en nosotros esta conversión. Todos estamos llamados a educarnos y a vivir en comunión la gracia recibida en el Bautismo y que se cumple en la Eucaristía. Así pasamos del yo individualista al nosotros eclesial, revestidos de Cristo caminando junto con los hermanos y hermanas en la misión del Pueblo de Dios, como sujetos activos y responsables. La espiritualidad de la comunión es el alma de todo lo demás, que de otra forma se convierten en estructuras más o menos participativas. Sin la necesaria conversión del corazón y de la mente, de poco servirá todo lo demás. De cómo vivamos la Eucaristía, la reconciliación, la escucha de la Palabra va a depender muchísimo el enraizamiento de nuevas formas de sinodalidad en nuestras comunidades, y por supuesto de la misión que llevemos a cabo.
Estar abiertos, salir a escuchar
Otro aspecto no menos importante es la actitud con la que acometemos este proceso. Palabras como escucha, respeto, diálogo, encuentro, apertura deben cobrar todo su significado, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Si dentro hemos de crecer en comunión, y aquí tenemos todavía una importante tarea, no podemos dejar de lado a los que están “fuera“, a los más pobres, y a los alejados de la Iglesia. Evidentemente sabemos que la opción por los pobres es uno de los aspectos fundamentales de la Iglesia, pero no estamos hablando de atenderles, de acompañarles, de ayudarles. El sínodo nos pide que escuchemos, que entremos en diálogo con los pobres y con los alejados de la Iglesia. No es el momento de hablar, sino el de escuchar, saber qué piensan de nosotros, de lo que somos y hacemos, del mensaje del Evangelio y de nuestras incoherencias como cristianos. Esa escucha y diálogo, esa cultura del encuentro nos va a marcar inmediatamente los caminos evangelizadores que podemos recorrer, porque descubriremos lo que ellos necesitan de Dios y su Buena noticia.
Podemos correr el riesgo de pensar que nuestras pequeñas comunidades se enfrentan con este camino sinodal a un territorio inmenso, todo por construir y al cuál además nos da miedo salir, porque salir es aventurarse a la intemperie, perder la seguridad de los muros que hemos construido y en los que estamos más o menos a gusto. Es cierto que, si nos abrimos al Espíritu, nos va a remover el suelo y nos va a poner en marcha.
Los frutos ya los tocamos aquí y ahora
Pero también es cierto que llevamos ya un camino recorrido, un camino sinodal. El Padre hace tiempo que nos ha llamado a la puerta, y nuestra Iglesia le ha respondido. El proceso del Congreso de Laicos que convocó la Conferencia Episcopal en 2018, con sus fases parroquiales, diocesanas y nacionales es un verdadero proceso sinodal. Proceso = camino en el que hoy seguimos en marcha. El Congreso que se celebró en febrero de 2020 (justo unas semanas antes de que empezase el confinamiento por el COVID19) fue un gran acontecimiento de la Iglesia en España. Laicos en gran número, pero también religiosos, sacerdotes y más de 70 Obispos nos encontramos durante 3 días en Madrid. Llevábamos en las maletas las reflexiones de las diócesis, y allí pudimos compartirlas, escucharnos, conocernos, dialogar, vivir la comunión dentro de la Iglesia, orar y discernir comunitariamente. Fuimos conscientes de la presencia del Espíritu en medio de todos nosotros, marcando el camino a seguir, y hoy somos testigos de ello.
Bajo la superior dirección de los Obispos desde una pirámide invertida
También me gustaría destacar el papel y la actitud de nuestros obispos durante el Congreso. Dedicaron mucho tiempo a escuchar al Pueblo de Dios, “escuchar” con mayúsculas, pero también participaron como uno más en los grupos de reflexión, en medio de su pueblo. Al mismo tiempo, todos éramos conscientes de su papel, de lo que representan, y digamos que eran “especialmente escuchados”. Los documentos que de allí salieron, han sido plenamente asumidos por la Conferencia Episcopal, pero si hubiesen sido la base sobre la que los obispos hubiesen elaborado luego su magisterio, tampoco hubiese pasado nada. Considero que es un buen ejemplo de cómo se pueden llevar a cabo las relaciones entre sacerdotes, laicos y laicas en las comunidades parroquiales, si queremos avanzar en sinodalidad. Es importante que superemos tanto la actitud de parte del clero que piensa, decide y ordena en exclusividad, como la de parte del laicado que se aparta a un lado y prefiere que sea el sacerdote el que asuma todo el peso de la comunidad, quedándose como meros ejecutores de su voluntad. Dicho de otra manera: “El gran desafío para la conversión pastoral que hoy se le presenta a la vida de la Iglesia es intensificar la mutua colaboración de todos en el testimonio evangelizador a partir de los dones y de los roles de cada uno, sin clericalizar a los laicos y sin secularizar a los clérigos, evitando en todo caso la tentación de un excesivo clericalismo que mantiene a los fieles laicos al margen de las decisiones” (“La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia” Comisión Teológica internacional)
En este mismo documento se indica que la dinámica de la sinodalidad se describe mediante “la circularidad entre el sensus fidei con el que están marcados todos los fieles, el discernimiento obrado en diversos niveles de realización de la sinodalidad y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno.” Así mismo “Esta circularidad promueve la dignidad bautismal y la corresponsabilidad de todos, valoriza la presencia de los carismas infundidos por el Espíritu Santo en el Pueblo de Dios, reconoce el ministerio específico de los Pastores en comunión colegial y jerárquica con el Obispo de Roma, garantizando que los procesos y los actos sinodales se desarrollen con fidelidad al depositum fidei y en actitud de escucha al Espíritu Santo para la renovación de la misión de la Iglesia.”
Aquí entra con fuerza la imagen que nos ofrece el Papa Francisco de una pirámide invertida, en la que los que más responsabilidad tienen, más servicio desempeñan y más bajo están en la pirámide.
Propuesta de sínodo en medio de un proceso sinodal
Volviendo al Congreso de Laicos, ahora estamos en la fase poscongresual en la que destacan dos claves importantes: la sinodalidad y el discernimiento comunitario. Así mismo se pretende articular la acción pastoral en 4 itinerarios o ámbitos: primer anuncio, acompañamiento, formación y presencia pública. Esta tarea vuelve a las diócesis, a las parroquias, a las asociaciones y movimientos. Por tanto, la convocatoria del Sínodo por el Papa Francisco, no sólo encaja en el proceso sinodal que llevan a cabo las diócesis en España, sino que lo va a impulsar enormemente. Evidentemente es un marco superior por tratarse de la Iglesia universal, pero en el sentido del proceso que llevamos a cabo, coincide en el tiempo y en el espacio justo cuando hacía falta. El Espíritu sigue actuando en medio de su pueblo.
Nuestra diócesis y su camino: la reflexión del 775 aniversario
Algo similar sucede en nuestra diócesis. Nuestro Obispo D. Casimiro nos convocó a un proceso de reflexión con motivo del 775 aniversario de la creación de la Diócesis. Esta reflexión busca hacer un alto tras el anterior Plan Pastoral Diocesano, para ver cómo estamos en cada aspecto de la pastoral y desde ahí marcarnos los objetivos para los próximos años. El esquema base de cada tema promueve un discernimiento personal y comunitario. Se va a trabajar en el primer tema, la carta pastoral de D. Casimiro, que aborda de forma conjunta la situación pastoral de la diócesis, la necesaria diocesaneidad en la que hemos de crecer, y por tanto en sinodalidad. En los otros 4 temas, se asume la estructura de los 4 itinerarios del Poscongreso de laicos. Por tanto, nos encontramos también en el ámbito diocesano inmersos en un proceso sinodal.
Quizás, la propuesta no prevista del Sínodo de los Obispos nos haya podido descolocar un poco, y pensar que nos cae otro cuestionario al que hemos de responder, además de lo que ya teníamos. Pero también lo podemos leer desde el punto de vista de la oportunidad, de dejarnos llevar por el Espíritu. Justamente el Sínodo, como decía al principio busca vivir caminos sinodales y reflexionar sobre ellos, caminar a la vez que se reflexiona. En este sentido, estar llevando a cabo la reflexión diocesana, “nuestro pequeño o gran sínodo” nos permite que podamos revisar cómo lo estamos haciendo, si nos alejamos o nos acercamos al Plan de Dios para su Iglesia del tercer milenio. Por tanto, podemos no hacer la reflexión que plantea el sínodo en abstracto, sino revisar a partir de nuestro propio proceso.
Y las comunidades parroquiales, haciendo realidad el Sueño de Dios
Lo mismo sucede en las parroquias. Quizás muchas, tras la pandemia están todavía despertando, pero me consta que otras están caminando sinodalmente, buscando renovar su acción pastoral. En ese caso, el camino del Sínodo les plantea una oportunidad única de revisar las actitudes de los miembros de su comunidad, el proceso que están llevando y si deben modificar en algo la ruta que se han planteado. Dejarse interpelar una vez más, por el Sueño de Dios para su comunidad parroquial.
Para las otras parroquias, las que estaban más débiles y la pandemia les ha pasado factura, puede ser un momento de Gracia para emprender con nuevas fuerzas el camino de la renovación pastoral.
He destacado estos procesos porque entiendo que son muy significativos en la vida de nuestra Iglesia, pero no podemos olvidar que, junto con los procesos sinodales, también tenemos estructuras sinodales, como el Consejo Diocesano de Pastoral, los Consejos Pastorales Parroquiales, los Arciprestales, de Economía, etc… En estos espacios es donde de forma cotidiana vivimos o no la sinodalidad. Su presencia o ausencia ya es un indicador de cómo estamos en cada comunidad, pero su funcionamiento y la forma en que se adoptan las decisiones o se participa y consulta, también nos deben ocupar en este proceso Sinodal.
Ojalá, nos dejemos llevar, dejemos de oponer resistencias, de buscar los intereses personales o de grupo y apostemos por la vía que el Padre nos pone delante tan claramente, y estemos dispuestos a crecer en comunión, participación y misión.