Jornadas Nacionales de los Centros de Preparación al Matrimonio
HOMILIA EN LAS 41 JORNADAS NACIONALES DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE LOS CENTROS DE PREPARACIÓN AL MATRIMONIO
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Capilla del Seminario ‘Mater Dei’, 18 de octubre de 2009
29º Domingo del Tiempo Ordinario
(Is 53,10-11; Sal 32; Hb 4,14-16; Mc 10,35-45)
Hermanas y hermanos en el Señor!
- Toda la vida de la Iglesia, toda la vida de un cristiano y de todo movimiento o asociación cristiana tiene su cima y su fuente en la Eucaristía. A ella hemos de tender y de ella hemos de partir en nuestra vida y misión. En toda Eucaristía, actualizamos el misterio pascual de Cristo, la manifestación suprema del amor de Dios a la humanidad en Cristo Jesús. En la Eucaristía, el Señor mismo nos ofrece su amistad y su vida: Él quiere unirse a cada uno para establecer y fortalecer nuestra comunión con Dios y nuestra comunión fraterna; una comunión que nos envía a la misión, para que el amor de Dios anunciado, celebrado y compartido llegue a todos, y genere comunión.
- También las tres lecturas de este Domingo nos llevan a centrar nuestra atención en Jesucristo y en lo que Él significa para todo hombre. Cristo ha venido a servir y dar su vida por todos.
La primera lectura, del cuarto cántico del siervo de Yahvé, nos hace vivir el dramatismo de la pasión y muerte de Jesús, consecuencia última de toda su vida: Él fue fiel a la misión del Padre, al amor de Dios y al amor de los hombres; Él no se arredró ni buscó escapatorias; Él aceptó vivir ese amor entregado hasta la muerte. De esa muerte dramática, dice la propia lectura, nace luz, justificación, vida para todos: el amor rompió el maleficio del mal y de la muerte, y abrió un camino nuevo para la humanidad entera; el amor vivido por el Dios hecho hombre abrió para todos los hombres la vida del amor de Dios.
Y en esa misma línea se sitúan la segunda lectura y el evangelio. En el evangelio, es el propio Jesús quien manifiesta el sentido de su vida y de su muerte. Su vida entera fue un servicio, una entrega personal de amor y por amor. Y por esa fidelidad absoluta al amor, por esa entrega plena (sólo el propio Dios es capaz de amar tanto!), los hombres hemos sido arrebatados del poder del mal: uniéndonos a él, dejando que su vida llegue a nosotros y siguiendo su camino, nosotros también alcanzaremos la Vida en plenitud.
- En Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, Dios mismo nos muestra su rostro amoroso; y, a la vez, nos muestra al hombre, su verdadero rostro, nuestro verdadero origen y destino, según el plan de Dios. En Jesús queda renovada la creación entera; el ser humano, el hombre y la mujer, y todas las dimensiones de la vida humana han sido desveladas e iluminadas en su sentido más profundo por el Hijo de Dios, y, a la vez, han quedado sanadas y elevadas. En el Hijo de Dios han adquirido también su verdadero sentido el amor, el matrimonio y la familia, y el valor inalienable toda vida humana, que es don y criatura de Dios, llamada a participar sin fin de su amor.
Al finalizar vuestro encuentro, a esa contemplación de la persona de Jesús se le añaden inevitablemente preguntas: ¿no son Jesucristo y el Evangelio un gran don que todo hombre merece poder conocer y vivir? ¿cómo podríamos nosotros permanecer insensibles ante el hecho de que esa Buena Noticia aún no es conocida y vivida por muchos? ¿cómo podemos hacer llegar a los novios, a los esposos y a las familias a Cristo, el evangelio del matrimonio, de la familia, del amor y de la vida?
- El Evangelio de hoy nos muestra el camino. La presentación que Jesús hace hoy del sentido de su misión aparece como respuesta a una discusión con Santiago y Juan y el resto de los apóstoles. Y esa discusión ofrece también un elemento importante de reflexión sobre la tarea de la Iglesia, de la tarea de los Centros de Preparación al matrimonio.
Los apóstoles están muy marcados por lo que podríamos llamar “el estilo del mundo”: buscan los primeros puestos, las situaciones de influencia, los espacios de poder, el quedar bien ante los demás, es decir siguen lo criterios del mundo. Jesús es muy claro y radical: “El que quiera ser gran grande, sea vuestro servidor”. Sí: los discípulos de Jesús han de encontrar en el servicio a los demás como enviados y mediadores de Jesús, la clave de su misión. Juan y Santiago y los demás apóstoles lo vivieron así, y la tarea de la Iglesia también es así: la entrega personal, constante, al servicio de Cristo y de su Evangelio, y de todo lo que sea vida para el hombre.
También, vosotros habréis de entender vuestra tarea como servicio entregado a novios, esposos y familias para ofrecer el Evangelio del amor, del matrimonio, de la familia y de la vida. Y esto sólo será posible si se ofrece tal como nos llega en la tradición viva de la Iglesia, en comunión afectiva y efectiva con los Pastores y con el Magisterio. “Mantengamos la confesión en la fe” nos dice hoy el autor de la carta a los Hebreos.
La acogida y el servicio que hemos de prestar a novios, esposos y familias habrán de hacerse con entrañas de misericordia. Pero esta acogida merece tal nombre si se hace desde la verdad. ‘Caritas in veritate’, así nos ha indicado el Papa, Benedicto XVI, en su última encíclica ha de ser nuestra caridad, nuestra acogida, nuestra misericordia
- En nombre de Jesús hemos de ofrecer la verdad y la belleza del amor, del matrimonio y de la familia, según el plan de Dios. Las raíces más hondas del matrimonio, de la familia y de la vida se encuentran en Dios, en su amor creador. Dios crea por amor al hombre y a la mujer a su imagen. Dios los llama al amor y a la comunión mutua, fiel y para siempre en el matrimonio. Dios mismo hace fecunda su unión amorosa en los hijos. “Los creó hombre y mujer y los bendijo diciendo: creced y multiplicaos, llenad la tierra” (Gn 1,27-28). En todo hombre y en toda mujer hay una llamada de Dios al amor y a la comunión. El amor conyugal nace de la admiración mutua de un hombre y de una mujer ante la belleza y la bondad del otro e incluye una llamada a la comunión y a la transmisión de la vida. Es una llamada de Dios al amor esponsal que les lleva a la entrega para ser padre y madre responsables y amorosos. De la comunión del hombre y de la mujer en el matrimonio surge la familia.
En una sociedad que vive de espaldas a Dios, todo esto es cuestionado. Se cuestiona que el matrimonio sea la unión de un hombre y de una mujer, que ésta unión mutua lo sea para siempre, que la familia se base en el matrimonio, que la unión de los esposos para ser verdadera manifestación del amor matrimonial ha de estar abierta a la nueva vida, que la vida humana no se fabrica sino que se procrea como fruto del amor entre los esposos, que toda vida humana desde el momento mismo de su concepción hasta su muerte natural ha de ser querida, respetada y defendida.
- La familia, comunidad de vida y amor, que se funda en el matrimonio, es una realidad insustituible para el verdadero desarrollo de los esposos y de los hijos. “En la familia, el amor se hace gratuidad, acogida y entrega. En la familia cada uno es reconocido, respetado y valorado por sí mismo, por el hecho de ser persona, de ser esposa, esposo, padre, madre, hijo o abuelo. El ser humano necesita una ‘morada’ donde vivir. Una de las tareas fundamentales de su vida es saberla construir. Todo hombre y toda mujer necesitan un hogar donde sentirse acogidos y comprendidos. El hogar es para la persona humana un espacio de libertad, la primera escuela de humanidad.
El amor de los esposos es la primera relación que conforma la familia. Luego, viene la relación paterno-filial, cuya falta, por los más variados motivos, es siempre un primer drama en la vida de las personas. También las relaciones de fraternidad tienen una riqueza singular que no se encuentra en otras relaciones humanas; es la riqueza de compartir en igualdad un único amor: el amor de los padres. La familia tampoco puede olvidar la atención y el cariño especial que debe prestar a los ancianos y a otros miembros débiles, porque la familia, pequeña iglesia, está llamada al servicio de todos los que la forman, y especialmente de los más necesitados; de este modo vive “el amor preferencial por los pobres”: recién nacidos, deficientes, enfermos y ancianos. La convivencia familiar se convierte, así, en escuela de fraternidad y solidaridad, que nos abre igualmente a la solidaridad con otras familias para la construcción de un mundo mejor.
Hemos de anunciar el Evangelio del matrimonio y de la familia, basada en él, ante la falacia de los denominados ‘nuevos y alternativos modelos de familia’, tan pobres y raquíticos. Para la sociedad es más perniciosa todavía la equiparación de las uniones de hecho al verdadero matrimonio y a la verdadera familia o la difusión de la mentalidad divorcista, que oculta el drama humano y social que supone el fracaso del matrimonio.
Servir al evangelio de la vida, por su parte, supone que las familias acojan en su seno y eduquen para acoger con amor, gratitud y alegría toda nueva vida humana; pero también que se impliquen activamente en asociaciones familiares y trabajen para que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo sino que defiendan y promuevan los derechos humanos, entre los cuales está en primer lugar el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural,
Tomemos conciencia de nuestra responsabilidad como creyentes: la familia sana es el fundamento de una sociedad libre y justa. En cambio, la familia enferma descompone el tejido humano de la sociedad.
Los matrimonios y las familias cristianas pueden ofrecer un ejemplo convincente de que es posible vivir un matrimonio de manera plenamente conforme con el proyecto de Dios y las verdaderas exigencias de los cónyuges y de los hijos. Éste es el mejor modo de anunciar y proponer la Buena Nueva del matrimonio y de la familia.
- No corremos tiempos fáciles para el matrimonio, la familia y la vida humana. El Evangelio de hoy nos llama a perseverar en el camino de Dios. Acojamos, vivamos y anunciemos la Buena nueva del matrimonio, la familia y la vida en comunión con la Iglesia. A María, la Mater Dei, le pido esta mañana que cuantos formáis los CPM sepáis responder a la tarea urgente de acoger, vivir y proponer la Buena nueva del amor, del matrimonio, de la familia y de la vida. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón