“Es viva y eficaz”
En el inicio de este nuevo año, nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, dirigió una carta a todos los sacerdotes de la Diócesis en la que recordaba la importancia de celebrar el Domingo de la Palabra, a pesar de las dificultades en las que nos encontramos, Jornada establecida para toda la Iglesia por el Papa Francisco en el III Domingo del Tiempo Ordinario, y que este año celebramos hoy, 24 de enero, por segunda vez.
Como «un domingo completamente dedicado a la Palabra de Dios para comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo», esta Jornada fue instituida el 30 de septiembre del 2019 con la Carta Apostólica Aperuit illis, palabras tomadas del Evangelio de Lucas: «Les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc. 24,45). Apareciéndose a los discípulos, este fue uno de los últimos gestos realizados por el Señor resucitado antes de su Ascensión.
Al dedicar un Domingo del Año Litúrgico a la Palabra de Dios, se daba un paso muy importante en la necesaria tarea de la Iglesia de darla a conocer, un camino abierto por el Concilio Vaticano II gracias a la constitución dogmática Dei Verbum, promulgada por el Papa Pablo VI en 1965: las Sagradas Escrituras «inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles».
Y por ello es necesario «que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual».
Pero esta Jornada no ha de ser una vez al año, tal y como explicaba la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en una Nota publicada el pasado 17 de diciembre, «sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera».
Este esfuerzo también se ha visto fuertemente impulsado en estos últimos años tras la celebración del Sínodo sobre la Palabra de Dios (2008) y que concluyó con la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, del Papa Benedicto XVI. En ella remarcaba que la Palabra de Dios, sobre todo durante la celebración litúrgica, no se limita a decirnos algo, sino que también lo hace: «en la historia de la salvación no hay separación entre lo que Dios dice y lo que hace», porque la Palabra de Dios es viva y eficaz (Hb. 4,12).
El delegado diocesano de Liturgia, Antonio Sanfélix, ha enviado a los párrocos los Materiales y el Subsidio Litúrgico de la Misa, para que pueda ser celebrado y vivido, tanto en las parroquias como en las casas, como una ayuda a la vida cristiana.
San Jerónimo
En el S. IV, las traducciones de la Biblia que existían tenían muchas imperfecciones, y San Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, la tradujo a este idioma, fue la llamada “Vulgata”, la Biblia auténtica y oficial para la Iglesia durante 15 siglos, hasta la promulgación de la “Nova Vulgata” en 1979.
La Iglesia ha reconocido siempre a este santo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la Biblia, por lo que es Patrono de los traductores y de todos los que se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras.
En junio del 2015, en un discurso a los miembros de la Federación Bíblica Católica, el Papa Francisco decía que “debemos asegurarnos de que en las actividades habituales de todas las comunidades cristianas, en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, haya una preocupación real por el encuentro personal con Cristo que se comunica con nosotros en su Palabra, porque, como enseña San Jerónimo, ‘el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo’”.
En este curso, centrado en la caridad y la justicia, le pedimos a San Jerónimo que interceda por nosotros, para que podamos recibir el don de la caridad: “Oh san Jerónimo, que reconocías el rostro del Señor en los pequeños y los últimos, y en ellos lo amabas y servías, intercede para que también nosotros sepamos descubrir las necesidades y sufrimientos de nuestros hermanos y sirvamos lealmente a los pobres. Y así, algún día seremos dignos de contemplar el rostro de nuestro dulcísimo Jesús en la gloria eterna del cielo. Amén”.
La Biblia Regia de Amberes
Procedente de la antigua Biblioteca del Cabildo de la Catedral de Segorbe se localiza en la Biblioteca del Seminario de Segorbe la Biblia Políglota de Amberes, también conocida como Biblia Regia, en hebreo, latín y griego, tutelada por Benito Arias Montano por orden del rey Felipe II, que la financió en parte, y en cuyo trabajo fue ayudado por Andrés Maes, Francisco Lucas de Brujas, Guido y Nicolás Lefèvre de la Boderie, Francisco y Nicolás Guido Ravlenghein y el jesuita Johann Willem.
La impresión de la obra, en los talleres de Christophe Plantin de Amberes, se inició en julio de 1568 y finalizó en mayo de 1572. Consta de ocho volúmenes y una tirada inicial de 1213 ejemplares. Los cuatro primeros volúmenes contienen el Antiguo Testamento, el quinto el Nuevo testamento, el sexto una gramática hebrea, otra caldea, otra siríaca, un diccionario siriacocaldeico y otro griego, un Thesaurus de Pagnino y un vocabulario titulado Peculium syrorum. Mientras que el volumen séptimo contiene disertaciones bíblicas, colecciones de variantes, notas filológicas, etc. y, el octavo, abarca la versión latina de los libros de la Biblia hebrea y el texto griego del Nuevo Testamento.
La obra debió llegar a la Catedral, a través de un préstamo de la librería de la vecina Cartuja de Valldecrist, hacia 1589, en tiempos de los canónigos Jerónimo Decho, tesorero, y Melchor de Ocaña, arcediano.