DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 9 de abril de 2023
(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)
Cristo ha resucitado
1. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, Aleluya! Es la Pascua de resurrección: “el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Hoy el Señor resucitado nos invita a salir de nuestras dudas, a superar nuestros miedos y a confiar en Dios y creer de verdad que Jesús ha resucitado. Dejémonos encontrar por el Resucitado para que avive nuestra fe, esperanza y caridad, para que nuestra alegría pascual sea completa.
En el Credo confesamos que Jesús, después de su crucifixión, muerte y sepultura, “al tercer día resucitó de entre los muertos”. Pero¿lo creemos de verdad? Y ¿qué incidencia tiene en nuestra vida? El evangelio de hoy nos invita, en primer lugar, a dejarnos llevar por la luz de la fe ante el sepulcro vacío de Jesús. Este hecho desconcertó en un primer momento a María Magdalena y a los mismos Apóstoles, Pedro y Juan. María Magdalena quedó sorprendida al ver retirada la losa del sepulcro, y corrió enseguida a comunicar la noticia a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,1-2). Los dos van corriendo hacia el sepulcro y Pedro, entrando en la tumba, vio “las vendas en el suelo y el sudario… en un sitio aparte”. Después entró Juan, y “vio y creyó” (Jn 20, 6-7). Sólo Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, “vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos» (Jn 20,8-9). El cuerpo de Jesús ya no estaba en el sepulcro; no porque hubiera sido robado o puesto en otro lugar, sino porque había resucitado. Aquel Jesús a quien habían seguido, vive, porque ha resucitado; en Él ha triunfado la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, el amor de Dios sobre el odio del mundo.
Dios Padre ha librado de la muerte a su Hijo Jesús y lo ha glorificado, resucitándolo de entre los muertos a una vida gloriosa. Su resurrección no es una vuelta a esta vida mortal; su cuerpo pasa a la Vida inmortal y gloriosa de Dios. Su resurrección es el paso -la Pascua- a la Vida de Dios. Y no sólo para sí, sino para todos los que creen en Él. En Cristo resucitado se alumbra la Vida de Dios para toda la humanidad, para cada uno de nosotros. La resurrección de Cristo cambia la historia, es el centro mismo de la historia: en Cristo resucitado queda restaurada toda la creación, toda la humanidad y la misma historia. Cuantos la acogen con fe participan ya de su gloria.
La Resurrección de Cristo: hecho real, sucedido en la historia
2. ¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran verdad de nuestra fe cristiana, es la Buena Noticia por antonomasia. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente. Ante quienes niegan la resurrección de Cristo o la ponen en duda hay que afirmar sin titubeos que Jesús ha resucitado verdaderamente. Su resurrección es un acontecimiento que ha sucedido en nuestra historia, aunque supera las coordenadas del tiempo y espacio. El que murió bajo Poncio Pilatos, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre.
La resurrección de Jesús no es fruto de una experiencia mística; no es una historia piadosa o la invención de unos discípulos fracasados. María Magdalena encuentra el sepulcro vacío y piensa que han trasladado a otro lugar el cuerpo inerte de Jesús. Los discípulos de Jesús, salvo el discípulo amado, tuvieron que encontrarse con el Resucitado, comer y beber con Él, para creer. Tomás tuvo que tocar las llagas de sus manos para creer.
¡Cristo ha resucitado! Esta Buena noticia resuena hoy en medio de nosotros con nueva fuerza. Y nos invita a creer en Dios, que es Amor y Vida; nos invita a creer a Dios, a fiarnos de su Palabra, que nos llega en la cadena ininterrumpida de la tradición de los apóstoles y de los creyentes, en la tradición viva de la fe de la Iglesia; esta día nos exhorta a aceptar la Palabra de Dios y creer personalmente que Jesús de Nazaret, el hijo de Santa María Virgen, muerto y sepultado, ha resucitado de entre los muertos, por cada uno de nosotros. Dejémonos encontrar personalmente por el Resucitado, como los apóstoles. Él sale a nuestro encuentro hoy para que se avive en nosotros la alegria que de sabernos amados siempre por Dios en su Hijo resucitado y así se renueve nuestra esperanza.
Los bautizados: partícipes ya de la resurrección por el Bautismo
3. Los bautizados participamos ya de la resurrección del Señor. “Habéis resucitado con Cristo” (Col 3, l), nos recuerda San Pablo en su carta a los fieles de Colosas. Por el bautismo renacimos un día a la nueva Vida de los Hijos de Dios: lavados de todo vínculo de pecado, Dios Padre nos acogió amorosamente como a su Hijo y nos hizo partícipes de la nueva Vida resucitada de Jesús. Así hemos quedado para siempre unidos a Dios, y, a la vez, unidos a la familia de Dios. Los bautizados hemos quedado unidos a Cristo, y, por ello, debemos vivir las realidades de arriba (Col 3, l), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.
Para el cristiano, la vida no puede ser un deambular por este mundo sin saber hacia dónde va. “Somos ciudadanos del cielo” (Ef 2, 6); caminemos hacia el cielo. Aspiraremos “a los bienes de arriba no a los de la tierra” (Col 3, 2).
Por todo ello: Es verdadero cristiano quien se deja encontrar por Cristo, se deja transformar por la Vida nueva del Resucitado y pasa a ser un hombre nuevo. Porque por el bautismo toda nuestra persona y nuestra existencia queda afectada y comprometida. Nuestro bautismo pide una respuesta total de nuestra persona, que implica fe y conversión, es decir, un cambio radical en la forma de pensar, de sentir y de actuar: nuestro bautismo implica seguir a Jesucristo, a su persona y sus caminos, y dejar los caminos de un mundo alejado de Dios.
Creer y celebrar que Cristo ha resucitado implica vivir como Jesús vivió, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10,38); implica vivir como Jesús nos enseñó a vivir. “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). De la fe en la resurrección del Señor surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para él.
Testimoniar la Resurrección del Señor
4. El bautizado se convierte así en testigo de la resurrección. La fe en la resurrección ilumina y transforma su vida, como a los Doce y a Pablo. La fe en la resurrección le hace su testigo para proclamarla con audacia, firmeza y perseverancia. Al verdadero creyente, nada ni nadie le podrá impedir el anuncio de la resurrección de Cristo, Vida para el mundo, pues a todos está destinado. Nada ni nadie lo podrán impedir: ni las amenazas o castigos de las autoridades, ni la increencia o la indiferencia ambiental, ni el desdén de algunos ni la vergüenza de muchos de confesarse cristianos. Es preciso dar testimonio a todos de la fe que ha llegado a nosotros desde los Apóstoles. No tengamos miedo, no nos avergoncemos de ser cristianos. Cristo ha resucitado y ha sido constituido Señor de la vida: todos estamos llamados a resucitar.
Pascua es el triunfo de la Vida sobre la muerte, del perdón y la reconciliación sobre el odio y la crispación, de la justicia de Dios sobre las injusticias humanas, de la paz sobre la violencia y la guerra. Cristo resucitado es la luz para el mundo y la humanidad (cf. Jn 1,9; 3, 19). Cristo abre horizontes de esperanza y de eternidad al ser humano. Porque Cristo Jesús ha resucitado sabemos que nuestro destino no es la tumba: Si Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos, nos recuerda S. Pablo (1 Cor 6, 14; 2 Cor 4, 14; cf Rom 8,11) y ello fundamenta nuestra esperanza, de modo que podamos vivir con el gozo del Espíritu.
El cristiano orienta hacia Dios las realidades terrenas, con alegría y con esperanza. La caridad de Cristo nos apremia a los bautizados a dar testimonio del Resucitado, Vida para el mundo, ante un ambiente social y político cada vez más crispado y ante una cultura de la muerte que se extiende como una mancha de aceite en nuestra sociedad. Demos testimonio alegre y esperanzado de la dignidad sagrada de toda persona, desde su inicio hasta su muerte natural. Demos testimonio con una vida honesta y honrada. Los santos han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua. Vivamos también hoy los cristianos con alegría y fidelidad el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora en todas partes.
Vivamos fielmente nuestra fe en la resurrección; caminemos por el mundo dando a los hombres ‘razón de nuestra fe y de nuestra esperanza’. Con nuestra actitud, con nuestras palabras y con nuestro obrar. Así podremos ser testigos de la resurrección de Jesucristo.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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