Fiesta de Santo Tomás de Aquino
Castellón – Capilla del Seminario Diocesano ‘Mater Dei’ – 28 de enero de 2.009
Queridos Sres. Rectores, Formadores y profesores, sacerdotes concelebrantes, diáconos y seminaristas, hermanos todos en el Señor Jesús. Un año más celebramos la Festividad de Santo Tomás en este nuestro Seminario Diocesano con esta Eucaristía, que centra nuestra mirada en Jesucristo.
Acabamos de proclamar en el Evangelio las palabras de Jesús a sus discípulos “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14); unas palabras que Mateo coloca inmediatamente después de las bienaventuranzas. Los discípulos son sal de la tierra y luz del mundo, si son, en verdad, pobres y mansos, misericordiosos y puros, justos y veraces, pacíficos y serenos, más aún, si son gozosos en medio de las persecuciones a causa de su nombre. Sólo en la medida en que hacen suyo el espíritu de las bienaventuranzas y viven conforme a él, adquieren los discípulos esa sabiduría sobrenatural que los hace “sal de la tierra”. Los discípulos están llamados a transformar un mundo insulso por estar fundado sobre la vanidad de las cosas caducas, en un mundo sensato e inspirado en los valores eternos. Pero si el discípulo no tiene el espíritu evangélico, no es ‘sal’, no sirve para nada, sino sólo para ser ‘tirado afuera’ (ib 13).
En cambio, cuando el discípulo es ‘sal’ es también ‘luz’, ‘luz del mundo’. “La luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9), es solamente Jesucristo, el Hijo de Dios, el resplandor del Padre; pero da parte en esa su luminosidad a los que viven según su Evangelio. De este modo cada discípulo, cada cristiano auténtico se convierte en un portador de la luz de Cristo, y su conducta ha de ser tan limpia que deje transparentar la luminosidad de Jesucristo y la de su doctrina: “Brille así vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). Las obras hechas en la verdad y en la caridad de Cristo son luz encendida sobre el candelero para alumbrar “a todos los que están en la casa” y atraerles al encuentro con Cristo, para creer en él, conocerle y amarle. Ya el Antiguo Testamento presentaba las obras de caridad como portadoras de luz: “si repartes al hambriento tu pan y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu Luz” (Is 58, 10). La caridad disipa las tinieblas del pecado e ilumina incluso a los más alejados de la fe. Más aún, la caridad del cristiano es reflejo y prolongación del amor de Cristo, que se inclina sobre la humanidad doliente.
Un ejemplo espléndido del discípulo de Cristo, sal y luz del mundo, es Tomás de Aquino, que según los datos que aportan sus biógrafos supo vivir el espíritu de la bienaventuranzas, supo vivir la perfección del amor, supo ser santo. La importancia de su figura no está sólo ni principalmente en el prestigio de sus escritos, de su palabra sabia, sino en una vida inspirada plenamente en el Evangelio y conformada con Cristo Crucificado.
Santo Tomás hizo suyas las palabras de san Pablo: “No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2, 1-2). Tomás de Aquino solía decir que había aprendido más a los pies del Crucifijo que en los libros; al escuchar, al menos dos veces, al Crucificado: “Has escrito bien de mi ¿qué esperas? Tomás respondió: ‘Sólo a ti, Señor’.” Así es cómo se hace el discípulo de Jesús sal que transforma al mundo en profundidad y luz que lo ilumina ampliamente.
Y Tomás de Aquino (1224-1274) lo fue por su vida religiosa y por su obra teológica. Como religioso de la orden dominicana, se distinguió por el seguimiento de Cristo en la pobreza, la humildad, la obediencia, la castidad y el amor a Dios y a los hermanos. Como teólogo, su inmensa obra de reflexión sobre la Palabra de Dios, su armoniosa sistematización y la fundamentación del saber teológico sobre sólidas bases filosóficas, han justificado su doctorado en la Iglesia durante siglos.
Hoy honramos su memoria y pedimos al santo patrono de las escuelas católicas, que nos ayude a vivir con entusiasmo creciente la hora que nos ha tocado vivir, caracterizada por el profundo cambio cultural, que obliga a la Iglesia, a los pastores y a los cristianos a afrontar nuestra vida y nuestra misión evangelizadora con espíritu misionero.
El tiempo, que nos toca vivir, es para los discípulos de Jesús un nuevo reto, que hemos de afrontar desde la confianza en Dios y en su Hijo Jesús, Señor de la Historia. La tarea es ingente y en apariencia superior a nuestras fuerzas; pero no olvidemos que nosotros somos colaboradores de la evangelización, que es siempre la Obra de nuestro Señor.
Para ser sal de la tierra y luz de nuestro mundo, necesitamos ante todo convertirnos más al Señor, vivir en unión permanente con Él y, en Él, la comunión con la Trinidad Santa, el Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así nuestra vida y nuestro ministerio estarán anclados en Cristo y seremos fieles a la llamada del Espíritu Santo, que nos mueve a ser imágenes vivas de Jesús. La santidad es la primera y necesaria lección, que hemos de aprender en la escuela de Cristo todos sus discípulos. La evangelización necesita hoy ante todo de testigos, como recordó el Papa Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi.
Que todos nosotros, sacerdotes y laicos, formadores y profesores, educadores y seminaristas, que participamos en la actividad de nuestro Seminario, sigamos el ejemplo de santo Tomás. Que nuestro primer objetivo sea responder a la llamada que nos hace Jesús a ser santos, para poder dar hoy en Segorbe-Castellón un testimonio claro y significativo de la vida nueva en Cristo, que la Iglesia alimenta en nosotros.
Santo Tomás, el Doctor Angélico, es también luz del mundo y sal de la tierra por sus enseñanzas teológicas y filosóficas, que tanto han contribuido a hacer avanzar las ciencias sagradas a partir del siglo XIII hasta nuestros días. En sus numerosos escritos santo Tomás manifiesta un estilo teológico, que es modelo de rigor en el pensamiento y en la articulación racional de su saber. Han sido muchos los Papas que se refirieron a él como a lumbrera y maestro, proponiéndole como modelo indiscutible de las Escuelas Cristianas. Ensalzaron su método y su sistema, como un sugerente camino de diálogo con otras culturas y, sobre todo, como modelo en saber cimentar la reflexión teológica sobre bases firmes de filosofía, que algunos con razón han denominado ‘filosofía natural’ y, por su estrecha relación con la teología, ‘filosofia cristiana’.
Juan Pablo II en dos de sus cartas encíclicas ratificó el valor de Santo Tomás como modelo del bien hacer teológico. En la encíclica Veritatis splendor (1993), sobre el valor de la verdad, cita repetidamente al santo doctor (nn. 12, 24, 36, 40, 42-44, 51, 53, 63, 64, etc.) y explícitamente en su encíclica Fides et Ratio (1998) sobre la relación entre la fe y la razón, renueva los elogios de santo Tomás abriendo un sugerente camino para el trabajo teológico en nuestro tiempo: “Un puesto singular, dice Juan Pablo II, en este camino corresponde a santo Tomás no sólo por el contenido de su doctrina, sino también por la relación dialogal que supo establecer con el pensamiento árabe y hebreo de su tiempo… Más radicalmente, Tomás reconoce que la naturaleza, objeto propio de la filosofía, puede contribuir a la comprensión de la revelación divina… Aun señalando con fuerza el carácter sobrenatural de la fe, el Doctor Angélico no ha olvidado el valor de su carácter racional; sino que ha sabido profundizar y precisar este sentido. En efecto, la fe es de algún modo ‘ejercicio del pensamiento; la razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente….Precisamente por este motivo la Iglesia ha propuesto siempre a santo Tomás como maestro del pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología” (n 43).
Los nuevos tiempos nos ofrecen un vasto campo de diálogo al que hemos de concurrir, no desde la duda o desde la aceptación irreflexiva de todo cuanto circula por nuestro ambiente, sino sabiendo discernir y reflexionar desde la fe para acertar en el camino de Cristo, que hemos de seguir y hemos de proponer a otros humildemente, pero con la ‘parresía’, de los hijos de Dios.
Pidamos al Señor que nos ilumine con la sabiduría de santo Tomás para saber cimentar la reflexión de nuestra fe sobre los principios sólidos de la razón humana y de la filosofía, que es garantía humana racional de la solidez del edificio de la teología.
Que la Virgen, Mater Dei y Madre nuestra, nos ayude con su maternal intercesión y santo Tomás nos ilustre siempre con su palabra a seguir el camino de Jesús como sal que es capaz de sazonar la tierra y luz que ilumina las dudas e inseguridades de tantos hermanos en nuestro mundo. Así sea.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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