Jubileo diocesano de los jóvenes
Queridos diocesanos, y especialmente, queridos jóvenes:
El próximo día 5 de abril celebraremos el VIII Encuentro diocesano de jóvenes y adolescentes. La experiencia nos dice que es un día muy hermoso para todos. Es una ocasión para conocernos, para reflexionar juntos y, sobre todo, para encontrarnos con Cristo vivo, que está en el centro de nuestro encuentro. Es un día para orar y celebrar juntos nuestra fe y compartir la alegría de ser cristianos; un día para comprobar que somos muchos los que seguimos a Jesús y queremos ser sus discípulos misioneros. Para mí, como vuestro Obispo, es una alegria compartir este día con vosotros para conoceros, para escuchar vuestros anhelos y esperanzas, y también –claro está- vuestras dificultades y decepciones en la vida, y vuestras peticiones a nuestra Iglesia para poder ser y vivir como cristianos hoy y caminar juntos como la Iglesia de Jesús.
Al estar celebrando con toda la Iglesia el Jubileo Ordinario 2025, centrado en la esperanza, aprovechamos el encuentro para celebrarlo con los jóvenes. Queremos facilitar así a quienes no puedan peregrinar a Roma recibir los dones que Dios nos ofrece en todo año santo. Un Jubileo es, en efecto, un tiempo especial de gracia que Dios nos ofrece para encontrarnos o reencontrarnos con Cristo vivo, para renovar y fortalecer nuestra vida cristiana personal y comunitaria, para recibir el perdón de nuestras faltas y pecados en el sacramento de la Reconciliación, para ser sanados de las huellas de nuestros pecados en la Indulgencia plenaria, para reconciliarnos con Dios y los hermanos y recuperar o fortalecer la alegría del Evangelio. El Jubileo es, pues, un tiempo propicio para la conversión y la renovación personal y comunitaria para ser peregrinos y sembradores de esperanza.
Este año jubilar nos ofrece a todos, también a los jóvenes, la gracia de reavivar la esperanza y nos llama a ser signos tangibles de esperanza para tantas personas, que miran el presente y el futuro con escepticismo y pesimismo. No se trata de cualquier esperanza, sino de la esperanza cristiana, que se basa y vive de la fe y del encuentro personal con Cristo, nuestra esperanza. Todos los humanos tenemos la tendencia a esperar conseguir algo que se desea como un bien. Estos deseos a veces se cumplen y otras no, generando desaliento y desasosiego. Y aun cuando se cumplan, no colmarán totalmente nuestros anhelos. En cambio la esperanza cristiana indica el deseo de conseguir no esto o lo otro, sino el bien total, la perfección del amor, la santidad, el Cielo, como indica el lema del Encuentro Autopista hacia el Cielo.
A esta esperanza se refiere San Pablo cuando escribe que “la esperanza no defrauda, porque al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5). No defrauda porque no se basa en la debilidad humana ni en la incertidumbre de los acontecimientos, sino que está garantizada por el amor de Dios, que es eternamente fiel. Por eso no puede fallar. Colma plenamente los anhelos del corazón humano y es tan segura como Dios mismo. Por ella “aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (Catecismo 1817). Esta esperanza “corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna” (Catecismo 1818).
Nuestros jóvenes, que en sí mismos la representan, necesitan signos de esperanza, dice el Papa en la bula de convocación del Jubileo (n. 12). Porque los jóvenes ven con frecuencia cómo se derrumban sus sueños. Con harta frecuencia se enfrentan a un futuro incierto, sus estudios no les ofrecen oportunidades y la falta de trabajo o de una ocupación suficientemente estable amenaza con destruir sus planes. No es extraño que entonces caigan en la tristeza y del desánimo. El peligro de caer en las drogas o en la delincuencia o de limitarse a la búsqueda de lo efímero genera en ellos confusión y oscurecen la belleza y el sentido de la vida.
El Jubileo diocesano de los jóvenes es una ocasión propicia para ayudarlos al encuentro personal con Cristo vivo, nuestra única esperanza, que da un nuevo horizonte a la vida y una orientación decisiva.
¡Acompañemos a nuestros jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo!
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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