“La oración del pobre sube hasta Dios” (cf. Si 21,5)
Queridos diocesanos:
Este Domingo celebramos la octava Jornada Mundial de los Pobres, convocada y promovida por el papa Francisco, para que, en la Iglesia, en cada comunidad eclesial y en la vida de cada cristiano, pongamos en el centro a los preferidos de Dios; es decir, a los “pequeños”, los últimos, los descartados, los más pobres de la sociedad.
En este año dedicado a la oración para prepararnos al Jubileo de 2025 como “peregrinos de esperanza”, el Papa ha escogido como lema, “la oración del pobre sube hasta Dios”. Porque “la esperanza cristiana abraza también la certeza de que nuestra oración llega hasta la presencia de Dios; pero no cualquier oración: ¡la oración del pobre!”. Francisco nos invita a reflexionar sobre esta frase del libro del Eclesiástico a la luz de los rostros e historias de los pobres que encontramos a diario “de modo que la oración sea camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento”. Orar es “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”, como dice Teresa de Jesús; es un medio privilegiado para encontrarnos con Dios también a través de los pobres.
La Palabra de Dios revela que los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante su sufrimiento, Dios está “impaciente” hasta no haberles hecho justicia (cf. Si 35,21-22). Como Padre atento y solícito hacia todos, Dios conoce los sufrimientos de sus hijos; cuida de todos y, en especial, de los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren, los olvidados. Pero nadie está excluido de su corazón, ya que, ante Él, todos somos pobres y necesitados. Sin Dios no seríamos nada.
Necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y rezar por los pobres. Como nos dijo el Papa “la inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos… y nuestra atención pastoral privilegiada y prioritaria” (EG 200). Hemos de rezar con ellos para que confíen en Dios en su necesidad. Pero hemos de rezar por ellos, hacer nuestra su oración y también sus necesidades.
Ante Dios todos somos pobres. Reconocerse pobre y necesitado de Dios, requiere un corazón humilde. La humildad es la virtud indispensable para abrir el corazón a Dios. Dirá Santa Teresa: “La humildad es vivir en la verdad; y la verdad es que [sin Dios] no somos nada”. Lo más grande de nuestra vida es que Dios nos ama y nunca nos abandona. Quien se reconoce pobre, pone toda su confianza en Dios. De hecho, la humildad genera la confianza de que Dios nunca nos abandonará ni nos dejará sin respuesta.
Esta Jornada nos llama a todos los creyentes a escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y de sus necesidades. Es una ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres. La oración por los pobres será auténtica si se traduce en obras de cercanía, de encuentro y de caridad. “La fe si no tiene obras, está muerta por dentro” (St 2,17). A su vez, la caridad sin oración corre el riesgo de convertirse en filantropía que pronto se agota.
Las personas más pobres suelen quedar al margen de nuestras comunidades y de nuestra existencia diaria. El sufrimiento, el dolor, la pobreza, incomodan y desajustan nuestro orden personal y social. Tendemos a mirar hacia otro lado, como el que quiere no saber para no tener que responder de nada. Sin embargo, la petición de Jesús a sus discípulos, la comunidad cristiana, es que estemos cerca, conozcamos y salgamos al encuentro con las personas que viven estas situaciones. Como Jesús, el buen Samaritano, no podemos pasar de largo, sino acercarnos y dejarnos conmover por el sufrimiento de quienes necesitan ser escuchados, acogidos, vestidos o sanados. Dios Padre cuida y conoce lo que necesitamos cada uno de sus hijos, porque nadie está excluido de su corazón.
Celebremos esta Jornada en nuestras comunidades y parroquias no como un día más, sino como camino de conversión para crecer en oración, fraternidad y caridad. En camino hacia el Año Santo, el Papa nos exhorta a cada uno a hacerse peregrino de la esperanza y a ser amigos de los pobres en toda circunstancia, siguiendo las huellas de Jesús; Él fue el primero en hacerse solidario con los últimos.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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