Este mes de febrero se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención por las parroquias: “Oremos para que las parroquias, poniendo la comunión en el centro, sean cada vez más comunidades de fe, fraternidad y acogida a los más necesitados”.
En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Santo Padre dice lo siguiente:
«28. La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión».
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los pobres, los marginados, los migrantes, los desplazados por las guerras y conflictos, los que pasan hambre o cualquier otro tipo de necesidad, para que no seamos indiferentes ante su sufrimiento y puedan encontrar siempre en la Iglesia una mirada compasiva y una mano tendida”.
En su carta del 17 de noviembre del 2018, titulada “Escuchar y responder al grito de los pobres”, nuestro Obispo, D. Casimiro, nos decía:
«Con frecuencia se crea una distancia social en torno a los pobres, que sufren el rechazo, la marginación y la indiferencia de quienes pasan a su lado ignorando su presencia. Actuando así, sin darnos cuenta nos alejamos también del Señor Jesús, quien jamás los rechaza sino que los llama, los consuela y los atiende. Es más: El Señor, como Él mismo nos dijo, se identifica y sale a nuestro encuentro en los pobres y en los necesitados, en el que pasa hambre y sed, en que sufre injusticia y exclusión».
El papa Francisco invita a “compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra”
Con motivo de la celebración, el domingo 13 de noviembre, de la VI Jornada Mundial de los Pobres, la Conferencia Episcopal Española y Cáritas suman de nuevo sus esfuerzos para movilizar a las comunidades cristianas y a toda la sociedad en los objetivos de esta cita anual convocada por el papa Francisco.
La idea de impulsar esta Jornada surgió el 13 de noviembre de 2016, durante el cierre del Año de la Misericordia y cuando en la Basílica de San Pedro el Santo Padre celebraba el Jubileo dedicado a las personas marginadas. Al finalizar la homilía, y de manera espontánea, Francisco expresó un deseo: «quisiera que hoy fuera la Jornada de los Pobres».
En esta sexta edición, bajo el lema “Jesucristo se hizo pobre por vosotros”, Francisco lanza un llamamiento a la solidaridad en medio de un mundo herido por la violencia y la guerra. Frente a los millones de refugiados de los diferentes conflictos en Oriente Medio, África Central y ahora Ucrania, el Santo Padre invita a “compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra”.
El patrimonio de seguridad y estabilidad alcanzado por algunos países gracias a la iniciativa privada y a leyes que han apoyado el crecimiento económico puede ahora, según Francisco, “ser compartido con aquellos que se han visto obligados a abandonar su hogar y su país para salvarse y sobrevivir”. “Como miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad”, añade.
El papa recuerda que la caridad “no es una obligación sino un signo del amor, tal como lo ha testimoniado el mismo Jesús”. “La generosidad hacia los pobres encuentra su motivación más fuerte en la elección del Hijo de Dios que quiso hacerse pobre Él mismo”, señala.
Francisco subraya que la “experiencia de debilidad y limitación que hemos vivido en los últimos años y ahora la tragedia de la guerra” nos debe “enseñar que no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita tener una vida digna y feliz”. “El mensaje de Jesús nos muestra el camino y nos hace descubrir que hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices”.
Por ello, Francisco recuerda en esta VI Jornada Mundial que es necesario “hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario”. “No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído”.
Con objeto de animar la celebración de esta Jornada, la CEE y Cáritas han preparado diversos materiales, que están disponibles en un espacio digital creado ad hoc, para su utilización por parte de todas las Diócesis, parroquias, comunidades, movimientos, asociaciones e instituciones de la Iglesia.
Esta convocatoria es una nueva oportunidad para reflexionar sobre cómo dar una respuesta adecuada que lleve alivio y paz a tantas personas, dejadas a merced de la incertidumbre y la precariedad. Con ese objetivo, los promotores de la Jornada proponen como gesto “concretar en un manifiesto o credo cómo podemos hacernos pobres en comunidad para llevar vida en abundancia a otros”.
Como se explica en los materiales de animación de la Jornada, la respuesta al lema de esta edición – “Jesucristo se hizo pobre por ustedes”- implica:
dar una respuesta personal y comunitaria, pues «mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad».
ser comunidad de vida y de bienes, en la que «el amor recíproco nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido», compartiendo lo que tenemos con los que no tienen nada, pero acogiendo, al mismo tiempo, lo que nos puedan aportar: su trabajo, su pensamiento, su forma de hacer y de entender la vida.
ser comunidad de acción porque “la preocupación por los pobres y por la justicia social» es “un compromiso que nos afecta a todos” y, por tanto, “nadie puede sentirse exceptuado”.
Cáritas Diocesana de Segorbe-Castellón colabora en el proyecto de Cáritas Española de contribuir al cumplimiento del derecho al acceso sostenible a agua potable, higiene y saneamiento en ocho comunidades rurales de Kaya, en Burkina Faso.
¿Antecedentes?
Desde el año 2016, Burkina Faso está inmerso en una ola de violencia perpetrada por distintos grupos armados no estatales, creando un clima de miedo e inseguridad en todo el país. Los ataques se han cebado con las instituciones y la población civil, azotada por la pobreza, la inseguridad alimentaria y sin acceso a los servicios básicos. Hace un año eran 220.000, por lo que actualmente Burkina Faso es el país con la crisis humanitaria y de protección que más rápidamente está creciendo en el mundo.
En las comunidades de acogida de la población desplazada se detectan necesidades críticas y que requieren de actuaciones urgentes: más del 75% de las personas desplazadas no tiene acceso a un refugio adecuado (740.000) 1 , no hay disponibilidad de alimentos y agua potable para todos y los centros sanitarios de atención primaria escasean o están desbordados. La llegada de población desplazada crea una presión sobre los ya escasos recursos de las comunidades de acogida, creando tensiones y desatando en ocasiones conflictos al interior de las mismas.
¿Qué es?
Proyecto de apoyo a la localidad de Kaya en Burkina Faso cuya finalidad es la mejora de las condiciones de vida de las personas desplazadas internas (PDI,s) acogidas en la diócesis de Kaya en materia de agua potable, higiene y saneamiento.
¿Qué queremos conseguir?
El objetivo de este proyecto es contribuir a la construcción de pozos de agua potable en poblaciones vulnerables con escasa disponibilidad de agua.
¿A quien va dirigido?
A 2000 desplazados internos instalados en la ciudad de Kaya y alrededores que tengan acceso a agua potable gracias a la construcción y rehabilitación de pozos.
¿Cómo pueden colaborar realizando un donativo a nuestras cuentas destinadas para emergencias ?
CAIXABANK: ES22 2100 8929 9313 0165 1954
CAJAMAR:ES93 3058 7300 8027 2001 5030
Indicando el nombre del proyecto : “PROYECTO DE ACCESO SOSTENIBLE A AGUA POTABLE, HIGIENE Y SANEAMIENTO EN LA COMUNIDAD DE KAYA EN BURKINA FASO”.
Al final del Jubileo de la Misericordia en 2016, el Papa Francisco estableció que en toda la Iglesia se celebrara anualmente la Jornada Mundial de los Pobres. Era deseo del Santo Padre que “en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados”. Nos llama a volver la mirada a la esencia del Evangelio y a mostrar nuestra caridad con las personas más pobres como reflejo de nuestra fe en Cristo.
El lema de la Jornada de este año, el domingo 14 de noviembre, son las palabras de Jesús: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros” (Mc 14,7). Jesús las pronunció en el contexto de una comida en Betania, en casa de un tal Simón, llamado “el leproso”, unos días antes de la Pascua. Una mujer entró con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Alguno de los presentes, -Judas, según el evangelio de Juan (Jn 12,4)-, afeó este gesto como un derroche y dijo: “Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres”. El propio Jesús responde con unas palabras que permiten captar el sentido profundo del gesto de esta mujer. Él dijo: “¡Dejadla! ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo” (Mc 14,6).
“Jesús sabía que su muerte estaba cercana y vio en ese gesto la anticipación de la unción de su cuerpo sin vida antes de ser depuesto en el sepulcro. Esta visión va más allá de cualquier expectativa de los comensales. Jesús les recuerda que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y es también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, que el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer. En la expresión final, Jesús asoció a esta mujer a la gran misión evangelizadora: «“En verdad os digo que en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio se hablará de lo que esta acaba de hacer conmigo»” (Mc 14,9) (Francisco, Mensaje para la Jornada de 2021).
Hay un vínculo inseparable entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio. El rostro de Dios que Jesús revela es el de un Padre para los pobres y cercano a ellos: un Padre misericordioso, inagotable en su bondad y amor, que ofrece esperanza sobre todo a los más pobres y privados de futuro. Los pobres son además un signo concreto de la presencia de Jesús entre nosotros. Él mismo se identificó con cada uno de los pobres: con los hambrientos y los sedientos, con los forasteros y los enfermos, con los sin techo y los encarcelados. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”, nos dice Jesús (Mt 25,40). Olvidarlo equivale a falsificar el Evangelio.
Por ello mismo podemos decir que los pobres de cualquier condición nos evangelizan, porque nos permiten redescubrir de manera siempre nueva los rasgos más genuinos del rostro del Padre. Ellos tienen mucho que enseñarnos. En sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos y en ellos nos dejemos encontrar por Jesús. La nueva evangelización es una invitación a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a compartir la vida con ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus hermanos y amigos, a escucharlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.
También hoy los pobres están entre nosotros. Todos los días vemos sus caras marcadas por el hambre, el dolor, la marginación, la violencia, la droga, la soledad, la privación de la libertad y de la dignidad, la ignorancia y el analfabetismo, la falta de trabajo, el tráfico de personas, el exilio y la migración forzada. La pobreza tiene el rostro concreto de mujeres, hombres y niños explotados por la lógica perversa del poder y el dinero, por el egoísmo, por la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.
En el actual proceso de oración y de reflexión de nuestra Iglesia diocesana para discernir los caminos que Dios nos señala para anunciar hoy el Evangelio hemos de escuchar a quienes viven en situación de pobreza. Los pobres están y viven a nuestro lado. Jesús sale a nuestro encuentro en los pobres, y nos habla con su situación, sus palabras y sus sufrimientos. La opción por los pobres es prioritaria para los discípulos de Cristo. En ellos, la caridad cristiana encuentra su verificación, porque quien los ama con el amor de Cristo recibe fuerza para el anuncio del Evangelio.
El ejercicio cuaresmal abarca el ayuno, la oración y la limosna. Los tres están interrelacionados. La privación del ayuno nos dispone al diálogo filial con el Padre en la oración y ambos llevan a volver la mirada y tener gestos de amor hacia el hombre herido, mediante la limosna. La auténtica conversión aviva no sólo nuestro amor a Dios sino también nuestra caridad al prójimo necesitado. El amor al hermano es la prueba de nuestro amor a Dios. Porque como dice san Juan: “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4,20-21).
La llamada de Jesús a la conversión, “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15), incluye la conversión de corazón al amor, sobre todo, para con los pobres de su tiempo. Para ser hoy buena noticia para los pobres llevándoles el Evangelio del amor de Dios, los cristianos hemos de entrar en un proceso de conversión personal y comunitaria, pastoral y misionera, “que no puede dejar las cosas como están” (EG 25). Esto pide un cambio profundo de mente y de corazón y salir a las periferias para acoger, proteger, promover e integrar a los excluidos.
Acoger la llamada de Jesús a la conversión nos lleva al encuentro del necesitado, como Él. Jesús anunció y practicó hasta la entrega de la propia vida, el amor a los pobres y el compromiso con los problemas sociales de su tiempo. Jesús se presenta ante el pueblo como enviado para anunciar el Reino de Dios, para evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista, para liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (cf. Lc 4,16-19). Él se acerca a los marginados, a los niños (Mc 10,1-16) y las prostitutas (Lc 7, 37-38), a los extranjeros y a los diferentes (Lc 10,30-37), a los pecadores públicos (Lc 19,1-10), a los leprosos y a los enfermos en general (Lc 13,10-13).
Jesús dicta sus propios principios y marca el camino a sus discípulos. Los que quieran ocupar puestos de honor, han de servir y vivir con sencillez, en una sociedad que discrimina y humilla a los pobres (Mc 10, 35-37; 42-43). Frente a un mundo de desigualdades y de miseria, solo cabe desacralizar las riquezas (Lc 18,18-23), compartir con el pobre (Mc 8,1-9), apasionarse por la justicia y la solidaridad: dar pan al hambriento, trabajo al inmigrante y al parado, condiciones de vida digna al enfermo, visitar al olvidado en la soledad de la cárcel, de una familia rota, de una sociedad individualista (Mt 25,34-46). Con su acción, Jesús también educa política y socialmente al pueblo; una educación para participar en el destino propio y de los demás desde la fe en Él.
Así lo entendió y vivió la primera comunidad cristiana, y la Iglesia a lo largo de los siglos. Los Padres de la Iglesia, con sus cartas y sermones, nos prepararon un rico patrimonio de principios y criterios para unir la fe con el servicio a los pobres. En la Edad Media asistimos a la creación de numerosas iniciativas sociales y organizaciones de caridad. En los tiempos modernos, hay una Iglesia que va a seguir manteniendo su distintivo de caridad y amor a los pobres y a los débiles. Toda esta experiencia acumulada y enriquecida constantemente por el Magisterio de la Iglesia ha ido cimentado la enseñanza moral que empezó a organizarse, sistemáticamente, desde finales del s. XIX, bajo el nombre de Doctrina Social de la Iglesia.
Para muchos entre nosotros, esta rica doctrina es la gran desconocida. En este curso, dedicado a la caridad y la justicia, queremos darla a conocer en las parroquias y en las Jornadas de formación para laicos y sacerdotes, que, previstas para finales de enero, han quedado aplazadas a causa de la pandemia. A este fin se dirige también la Semana Social que celebraremos los próximos días, del 1 al 4 de marzo.
Siempre y también en la actual situación de crisis sanitaria, económica, laboral, social y política, nos apremia el amor de Cristo. La pandemia nos ha mostrado las graves carencias nuestro estilo de vida. El Señor nos llama a vivir el mandamiento del amor y el compromiso por la justicia como servicio a los más necesitados para cooperar en la construcción de una sociedad y un mundo más justo, fraterno y solidario. La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece los principios siempre válidos, criterios de juicio y directrices para la acción en las relaciones personales, familiares, laborales, sociales, políticas e internacionales. Acojamos esta formación en nuestro proceso de conversión hacia los más pobres y necesitados.
En 2007 la Asamblea General de la ONU declaró que el 20 de febrero de cada año se celebrará el Día Mundial de la Justicia Social, con el objetivo de apoyar la labor de la comunidad internacional encaminada a erradicar la pobreza y promover el empleo pleno y el trabajo decente, la igualdad entre el hombre y la mujer y el acceso al bienestar social y la justicia social para todos.
A los católicos nos es imposible hablar de caridad, de justicia y de amor al prójimo sino acudimos a nuestro origen, a nuestra raíz, que es Cristo y nuestra experiencia de Dios, del inmenso amor que nos tiene, y que nos alimenta, por medio del Espíritu Santo, con su Palabra y con los Sacramentos.
Tal y como indica el Vicario de Pastoral, Miguel Abril, en una carta publicada en la sección “Colaboraciones” de la web diocesana, “la justicia consiste, según Santo Tomás de Aquino, en la voluntad constante de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido (CCE 1807). Esta virtud moral cardinal se traduce en la actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona, un reconocimiento que, a pesar de las proclamaciones de propósitos y derechos humanos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener”.
Benedicto XVI nos dice, en la encíclica Deus Caritas Est, que “toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, […] y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres”.
Pero también podemos caer en el error de pensar que Dios no interviene ante la injusticia, ante el sufrimiento y las necesidades del hombre, y que éstas le son indiferentes, sin tener en cuenta que Dios es nuestro Padre, que nos ama y que tiene poder. En el libro del Apocalipsis Juan escribe: «¿Hasta cuándo, tú, el maestro, el santo, el veraz, vas a esperar a hacer justicia y a vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra?» (Ap. 6, 10). Ante ello, Benedicto XVI nos invita a “gritar como Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27, 46). Deberíamos permanecer con esta pregunta ante su rostro, en diálogo orante”.
El cuarto objetivo especifico de la PPD es la caridad y la justicia. Con ello, el Señor nos llama y nos anima a “vivir el mandamiento del amor y el compromiso por la justicia como servicio a los más necesitados y testimonio de fe”, en nuestra Iglesia diocesana, en nuestras comunidades y personalmente: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn. 13, 34).
En la carta que nos escribe el Obispo, D. Casimiro, en la PPD, expresa el deseo y la necesidad de llevar “a cabo un discernimiento personal y comunitario para ver cómo es nuestro amor, cómo vivimos la fraternidad, cómo vivimos la comunión de bienes personal y comunitariamente, cómo nos hacemos prójimos de los otros, o cómo vivimos nuestro compromiso por la justicia, para llevar a cabo el mandamiento nuevo del amor”.
Algunos puntos a poner en práctica
Amar y servir a los enfermos y sus familias: en estos tiempos de pandemia que estamos viviendo, la Iglesia nos invita a seguir el ejemplo de Jesús, el buen Samaritano, aportando nuestra oración, nuestra cercanía y nuestro consuelo a aquellos hermanos nuestros que sufren en la enfermedad y a sus familiares, sirviéndoles con amor. Cabe recordar que en todos los hospitales de la Diócesis existe el servicio religioso católico, y que aquellos enfermos o familiares que lo necesiten deben pedirlo.
Defender la vida y la familia: podemos ver cómo la familia está siendo constantemente atacada con leyes, que en vez de fortalecerla la debilitan. Lo mismo ocurre con la vida, con leyes que atentan contra los derechos y la dignidad de las personas por parte de aquellos que deberían velar por su integridad. Pero no solo las leyes están socavando los cimientos de la familia y de la vida, pues son muchos los canales y los líderes de opinión, junto a la sociedad de consumo, los que están minando la fe en Dios y reemplazando a los valores espirituales. En las familias ya no hay tiempo para escuchar, para relacionarse, para comunicarse y para rezar juntos, tampoco lo hay para Dios, pero sí para ver más televisión, para aumentar la carga laboral o para salir con los amigos.
Amar a los pobres, desfavorecidos y excluidos: la Conferencia Episcopal Española, con la instrucción pastoral `Iglesia, servidora de los pobres´, nos invita a mostrarnos solidarios con los necesitados, y a perseverar sin desmayo en la tarea de ayudarles y acompañarles. En ella, la Iglesia nos llama un compromiso social “que sea transformador de las personas y de las causas de las pobrezas, que denuncie la injusticia, que alivie el dolor y el sufrimiento y sea capaz también de ofrecer propuestas concretas que ayuden a poner en práctica el mensaje transformador del Evangelio y asumir las implicaciones políticas de la fe y de la caridad”.
La Fundación FOESSA, en el “Análisis y Perspectiva 2020”, ha lanzado una propuesta de retos para mejorar nuestro modelo de desarrollo social: aislar el debate sobre la salud pública de la crispación del clima político, revisar la atención a la dependencia, visibilizar el pilar de los cuidados sacándolo del debate de círculos reducidos, consolidar el Ingreso Mínimo Vital en el sistema de Garantía de Ingresos en España, reducir la brecha digital con una estrategia coordinada, incrementar la pedagogía fiscal para acometer una reforma en profundidad, y construir puentes en un contexto de fuerte enfrentamiento político-social.
Amar y cuidar la casa común: el Papa Francisco, con la encíclica Laudato si´ nos invita a una “conversión ecológica” y a “renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación”. Nos recuerda que “merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo”. No es posible construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del medio ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
Este año, a causa de la emergencia sanitaria, la tradicional colecta para el Óbolo de San Pedro se celebrará mañana, domingo 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís. Normalmente se celebra el 29 de junio, festividad de San Pedro y de San Pablo.
Álex Díaz es sacerdote de nuestra diócesis de Segorbe-Castellón, ordenado hace diez años. En su ministerio ha servido como vicario en las parroquias de Santa María y de El Carmen de Castellón, y su último nombramiento en la diócesis fue párroco de Nuestra Señora de los Ángeles de Betxí.
Desde hace tres años está acompañando a las Misioneras de la Caridad -conocidas por su fundadora, Madre Teresa de Calcuta- en su servicio a los más pobres de los pobres en Calcuta (India).
Esta ciudad es la capital del estado indio de Bengala Occidental, donde la población mayoritaria es bengalí, tanto de lengua como de origen. Además, hay gente de Bangladesh, Nepal, y otras procedencias y tribus. Calcuta es un icono de la pobreza en el mundo por las dificultades que sufrió la ciudad durante la guerra de Independencia. Pero también es conocida por ser la ciudad de la alegría, por lo que se juntan en ella estas dos realidades, pobreza y alegría.
Actualmente, Álex se encuentra confinado en una casa con más de trescientos pacientes de diferentes procedencias y confesiones religiosas. Está situada en el “slum” -barriada de chabolas- de Tijhala y se llama Prem Dan, que significa, Don de Amor.
¿Cómo vives las noticias que te llegan desde España?
Al tener familiares afectados que han estado en la UCI, incluso desde antes del confinamiento, he vivido con mucha intensidad todo lo que llegaba de la familia, sacerdotes, amigos, feligreses y de la gente desde allí. La oración me ha permitido acortar distancias y estar cerca de familiares y amigos.
Asimismo, aquí, al haber voluntarios y hermanas procedentes de todo el mundo llegan noticias de muchos lugares. Mi corazón se apena con la gente al descubrir rostros de dolor de tan diversos procedencias y condiciones.
También he vivido mucha gratitud al sentir la cercanía de la Iglesia, desde nuestro obispo, D. Casimiro, a tantos hermanos sacerdotes, tantos feligreses amigos y religiosas.
Una sensación también de extrañeza se ha despertado en mi corazón, el hecho de tener que estar lejos de la familia en los momentos de dolor, el sufrimiento de los fieles al no poder participar de las celebraciones litúrgicas, tanta incertidumbre, tantas noticias dolorosas…
¿Cómo es la situación actual en India?
Es difícil hacerse una idea general de la situación de India en esta pandemia, por su extensión y complejidad. Las noticias que llegan por la prensa e internet son confusas y contradictorias, algo que también percibo en las noticias que llegan de España.
Llevamos ya un mes de confinamiento. Con la suspensión de los transportes regulares se ha vaciado la ciudad y un gran silencio ha inundado todo. Las avenidas y calles de Calcuta han estado vacías gran parte del tiempo, aunque los últimos días empieza a haber algo más de movimiento. En los slums, llenos de callejuelas y chabolas de no más de dos metros cuadrados, la gente ha seguido haciendo vida en la calle, algo muy propio de nuestra gente.
Por otro lado, hay algo muy conmovedor de estos días en nuestra India: la religiosidad de la gente. Hindúes, cristianos, musulmanes… todos rezan. Aunque los templos, mezquitas e iglesias permanecen cerradas, nuestra gente no deja de rezar y confiar en el auxilio divino.
¿Cómo estás viviendo tu fe durante este tiempo? ¿cómo estás viviendo este tiempo pascual?
Justo antes del confinamiento por la cuarentena estuve atendiendo un curso de formación y unos ejercicios espirituales en Uzbekistán; donde pude ver una Iglesia pequeña, con solo cinco parroquias en todo un país, y prácticamente el mismo número de sacerdotes.
Me conmovió, pues pude descubrir la grandeza de la misión de la Iglesia, tan insignificante a los ojos del mundo. Ver al único obispo del país hacer varias horas de viaje para atender una Misa dominical de unos pocos fieles me ayudó a reconocer la llamada a la fidelidad, más allá del número de personas o actividades. Es la Iglesia que hace presente el Reino de Dios, el pequeño grano de mostaza. Esta experiencia me ayuda a entender este tiempo de confinamiento con todos sus condicionantes. La Iglesia sigue vive y presente.
Asimismo, la tensión oculta que se percibe en los corazones ante esta situación tan extraña me invita a la comprensión, a saber descubrir a Cristo en una humanidad herida, llagada, frágil y débil. Doy gracias a Dios por la Cruz, por ese padecer que nos abre a la gloria de Dios.
¿Cómo está viviendo esta situación la Iglesia en India?
La Iglesia ha querido manifestar su disponibilidad ante las decisiones sanitarias del gobierno y ha acogido con prontitud las indicaciones. Asimismo, nos hemos unido a nuestros hermanos musulmanes e hindúes en volver la mirada al Cielo e invocar la protección divina.
Respecto a la vida de fe, vivir la Semana Santa sin poder acudir a las celebraciones litúrgicas y manifestar la alegría pascual en comunidad nos ha desgarrado interiormente.
Respecto a las necesidades de nuestros pobres, la situación de la pandemia está suponiendo otras dificultades, especialmente el acceso a la comida de nuestra gente, pero la Iglesia se ha puesto a la cabeza en muchas iniciativas para salir al encuentro de nuestros hermanos y vecinos, independientemente de su raza, credo y condición.
¿Un mensaje de esperanza?
La Resurrección de Cristo nos llena el corazón de esperanza y alegría. La oración de Cristo al Padre en su Pasión fue escuchada -dice la Epístola a los Hebreos-, porque Cristo venció la muerte y el pecado.
Ese Misterio -del grano de trigo que muere para dar fruto- se hace presente hoy en nuestra historia y la traspasa, la transfigura, la transforma. Decía el Papa en estos días, que Cristo no elimina el sufrimiento, sino que su amor traspasa todo dolor.
El fundamento de la esperanza no es una victoria donde seamos capaces de eliminar el dolor o anestesiarlo -aunque sea necesario mitigarlo en la medida de nuestras capacidades- sino dejar que el Señor lo unja y transforme en fuente de paz y perdón.
El 28 de septiembre se estrenó la película “El Papa Francisco: Un hombre de palabra”, en un formato documental, dirigida por Wim Wenders y cuyo reparto es, sencillamente, Jorge Mario Bergoglio. Todavía se puede ver en los cines. Leer más
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