Lámparas en el camino
Queridos diocesanos:
Este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada ‘Pro Orantibus’, es decir, la Jornada por los que oran. Es un día para recordar con cariño a los monjes y monjas de vida contemplativa y para orar especialmente por ellos, que a diario rezan por nosotros en sus monasterios y conventos. Les queremos mostrar de este modo nuestra estima y gratitud. Y pedimos a Dios que suscite en nuestros jóvenes y en nuestras jóvenes vocaciones a la vida consagrada contemplativa, para que nuestros monasterios no se vean abocados a cerrar. Por falta de vocaciones, en nuestra Diócesis se han tenido que cerrar cinco monasterios de monjas en los últimos años.
Ante esta realidad hay que afirmar una vez más que los monasterios de vida contemplativa son y siguen siendo necesarios; y hoy, si cabe, lo son más que nunca. Cierto que hay quien no entiende su razón de ser ni el modo de vida de los monjes y monjas de clausura. Pero nuestra sociedad y también nuestra Iglesia necesitan lámparas en el camino que nos remitan a Dios y que nos ayuden a volver la mirada a Dios, al Dios Uno y Trino, que es Amor, la fuente y el manantial inagotable del amor.
Somos testigos y –muchas veces- víctimas de un contexto secularizado, que está marcando profundamente el corazón del hombre y de la mujer de hoy. Vivimos inmersos en un contexto que pretende entender el hombre, la sociedad y la historia como si Dios no existiera. Se propugna que la persona humana, su vida y su dignidad, su trabajo y sus relaciones, la educación, el matrimonio y la familia, la cultura, la economía y la organización de la sociedad se conciban sin referencia alguna a Dios. El hombre se ha convertido en absoluto y se ha creado sus propios dioses: el poder y el tener, el prestigio y el disfrute, el progreso sin meta. Dios es ignorado, cuando no rechazado, como Señor de la existencia humana, como su origen, su guía y su meta. Marginar a Dios es la tentación permanente del hombre que pretende ser dios al margen de Dios. Lo religioso y, especialmente, lo cristiano son silenciados o ridiculizados. Con frecuencia se hostiga a los católicos o se los combate abiertamente, cuando Dios, Cristo Jesús y su Evangelio incomodan las posiciones y cuestionan las libertades sin verdad y sin ética que defienden un estilo de vida sin Dios.
Pero el silenciamiento de Dios, de su voz y de su providencia sabia y amorosa abre el camino a una vida humana y a una sociedad sin rumbo y sin sentido; poco a poco se abre el camino a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses al servicio de ideologías de distinto tipo. El silenciamiento de Dios en nuestra cultura está llevando al ocaso de la dignidad humana. Reducido el hombre a su dimensión material e intramundana, expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del hombre.
En este contexto, los monasterios y conventos dedicados a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la sociedad y la Iglesia faros luminosos, y para la Iglesia motivo de acción de gracias a Dios y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y su misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen al crecimiento de la comunión y de la misión del Pueblo de Dios.
Los pilares básicos de su existencia son la escucha, la conversión y la comunión. Los monjes y monjas de clausura lo han dejado todo para contemplar al Señor se convierten en testigos de la Luz en medio del mundo y del Pueblo de Dios. Son como lámparas en el camino que llevan a lo más importante, a lo único decisivo, a la realidad por excelencia, a Dios mismo. Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como la consideración de que Dios es el único bien (Sal 16, 2).
La vida contemplativa tiene mucho que decir hoy. Es una forma de vida que dirige nuestra mirada al manantial del ser y de la vida, a la comunión con Dios y los hermanos, al núcleo de la misión de la Iglesia. Y es también un servicio sagrado a los hombres, porque todo hombre lleva en lo más íntimo de su corazón la nostalgia de la máxima felicidad, la nostalgia de Dios.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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