Daniel Tortosa y Ana Rubert, junto a sus nueve hijos (Daniel, María, Pablo, Andrés, Lucas, Miguel, Ana, Isabel y Ester), son una de las familias que forman la Missio ad gentes en Budapest (Hungría), donde están en misión desde el año 2012. Él es arquitecto técnico y ella es pedagoga, y pertenecen a una comunidad neocatecumenal de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced de Burriana.
El próximo domingo, día 24 de octubre, celebraremos el Domund con el lema “Cuenta lo que has visto y oído”. Por ello, la familia Tortosa Rubert nos hace llegar, a través de la Delegación diocesana de Misiones, un video en el que nos cuentan su experiencia en la misión.
Daniel explica como “el Señor en la misión me ha ayudado a conocerme”. Aquí tenían dos buenos trabajos, pero ha sido la misión lo que “me ha hecho ver como realmente soy, ver que necesito de Jesucristo todos los días y acogerme a Él”. También se siente agradecido al Señor porque “ha provisto siempre con nosotros, material y espiritualmente”.
Ana dice que la precariedad “te hace estar pendiente del Señor, te hace unirte a Él, y no porque nosotros seamos mejores ni peores, pero eso la gente de nuestro alrededor lo percibe” y se cuestiona.
Un caso concreto que explica Daniel es el de varias compañeras de trabajo. “No están bautizadas, de familia totalmente alejada de la Iglesia”, y “sin yo hacer nada, el Señor también les habla” por “el simple hecho de ver a una familia que intenta ser una familia cristiana”. Esto les cuestiona y les acerca a Dios. “El Señor va por delante y llega a tanta gente”.
Bajo el título «El amor da color al gris del mundo» se presenta este sexto vídeo que, con motivo del «Año de la Familia», promueve el diálogo online entre el Santo Padre y las Familias. En esta ocasión, el Papa Francisco nos presenta a Enrico y Francesca, un matrimonio de Venecia con siete hijos y que en este momento se encuentran en misión en Bridgeport (Connecticut, EE.UU).
El Papa se sirve de la experiencia de esta familia para exponer que «el amor conyugal no se agota al interior de la pareja, sino que genera una familia» porque es dador de vida. Cada nueva vida, asegura Francisco, “nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos pues los hijos son amados antes de que lleguen lo que refleja el primado del amor de Dios que siempre toma la iniciativa».
Enrico y Francesca
Son el matrimonio protagonista de esta sexta entrega. Están casados desde hace 28 años y tienen 7 hijos. Tras el sufrimiento de los primeros años en los que, tras dos abortos espontáneos y dos operaciones de útero, los médicos les aseguraron que Francesca era estéril, sintieron el apoyo de la iglesia y de su comunidad neocatecumenal. Gracias a estos siete años de sufrimiento, afirma Francesca, «sentimos que Dios nos llamaba a ser fecundos, a abrirnos a la vida, a su plan para nosotros, y en Rusia adoptamos a nuestro primer hijo, Emmanuel». En el diálogo con las familias, el Papa Francisco pone de relieve que «la adopción es una opción cristiana, pues adoptar es dar una familia a quien no la tiene y es el acto de amor por el que un hombre y una mujer se convierten en mediadores del amor de Dios».
La acogida de su primer hijo permitió a Enrico y Francesca sanar heridas y sentirse amados y perdonados por Dios, y después, dice Francesca, «llegó la gracia y unos meses después de la adopción quedé embarazada y nació Josué, luego Miriam, Benedetta, Israel, Simón Pedro y Natanael, junto con otros cinco abortos espontáneos que son los ángeles que nos esperan en el cielo. En 2005, llenos de gratitud y alegría, nos ofrecimos y fuimos enviados por el Santo Padre Benedicto XVI como familia en misión».
Junto con este vídeo, el Dicasterio para los laicos la familia y la vida, ha publicado el correspondiente subsidio que invita a la reflexión y a trabajar en familia pues como asegura Enrico, «la misión, junto con nuestros hijos es dar testimonio del amor de Dios a las personas que encontramos en nuestro camino, anunciando con nuestra vida que Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte».
Hoy hace justo un año que entrevistamos a la familia Rubio Millán, una familia de nuestra Diócesis que está en misión en Ucrania desde hace 10 años. Ahora hemos vuelto a hablar con ellos para que nos cuenten como están y como han vivido este año de misión allí.
Son el castellonense David Rubio (36 años) y la vallera María Millán (34 años), de la parroquia de Santo Tomás de Villanueva, Castellón, en la que desde hace 23 años forman parte de la 4ª comunidad del Camino Neocatecumenal, “donde estamos siendo formados en un itinerario de formación cristiana”, explican, y donde “hemos descubierto a Jesucristo y el amor de Dios, viviendo la fe en comunidad”. Eso es “lo que nos ha hecho partir, abandonar todo e ir a anunciar este amor”.
David y María tienen ocho hijos: Israel (14), Josué (13), David (10), Juan (9), Pablo (7), Francisco Javier (5), que es el único nacido en la misión, en Odesa, María (3) y Cecilia (1). Además, están de enhorabuena, pues están esperando a su novena hija, “que se llama Gloria, y que está previsto que nazca en dos semanas”.
Explican que estaban “dispuestos a ir a cualquier parte del mundo”, y en el año 2010 la Iglesia les envió y les dio como destino Ucrania. Allí fueron enviados en el 2011 por el Papa Benedicto XVI, y posteriormente por el Papa Francisco. Desde entonces, 9 años, han estado en la diócesis de Odesa-Simferópol, aunque este año han cambiado de diócesis, concretamente a la de Kiev-Zhytómyr.
La última vez que hablamos, hace justo un año, nos contabais que habían fallecido 1500 personas por coronavirus en Ucrania. ¿Cómo está actualmente el país?
Ha habido un cambio, porque ahora los datos dicen que hay más de 2 millones de contagios, y cerca de los 50.000 fallecidos. También hay que tener en cuenta que Ucrania no está dentro de la Unión Europea, y a diferencia de otros países europeos tienen dificultades en la contabilización de los contagios y en la gestión de la vacunación.
Realmente, los contagios y las muertes se han empezado a contabilizar bien más tarde, y seguramente hay mucha gente que ha muerto de Covid sin saberlo, en sus casas, sobre todo gente mayor, sabemos de algún caso. Y es que Ucrania tiene un sistema sanitario más precario y la sanidad cuesta dinero. A diferencia de España, por ejemplo, allí no se ha comenzado a vacunar en masa.
La Diócesis de Kiev, donde estamos nosotros, ha estado en zona roja en dos ocasiones en este año, lo que ha supuesto el cierre de los comercios, las clases para los mayores han sido online, los colegios han estado cerrados, con el uso obligatorio de la mascarilla… Y esta ha sido un poco nuestra realidad en este curso. Gracias a Dios no han cerrado las iglesias, puesto que la ley permitía la asistencia de una persona cada 5 m2, por lo que las iglesias grandes no han tenido problema, pero sí que se ha acudido un número menor de fieles a la parroquia por temor.
Rusia y Ucrania están en guerra desde el año 2014, ¿cómo vivís este hecho?, ¿os afecta?
Ahora la situación no es la que era en el año 2014. La guerra está muy localizada en la zona del Dombás, donde están las ciudades de Donetsk y Lugansk, que hacen frontera con Rusia. Ahí sí que hay conflicto, que en estos momentos está controlado gracias a la intervención de países como Francia y Alemania. De momento es un conflicto con cese al fuego, y es una guerra más política que otra cosa.
Al final, detrás de todas las guerras están los intereses económicos, y para Ucrania este conflicto supone una crisis económica, no puede prosperar y no puede entrar en la Unión Europea, como quieren los ucranianos.
En nuestro día a día no nos afecta para nada. El país sí que está preparándose por si tuviera que entrar en combate, hay una tensión política y ves muchos tanques por la calle, pero la realidad es que en el día a día no nos afecta. Gracias a Dios no es la misma situación que en el año 2014.
En la última entrevista nos hablasteis de vuestra misión allí, ¿sigue siendo la misma?, ¿ha habido cambios?
Sí que ha habido cambios. Este año hemos cambiado de diócesis. Hemos estado en la diócesis de Odesa-Simferópol durante 9 años, y este año hemos pasado a la de Kiev-Zhytómyr, donde hay una aceptación mucho mayor a los católicos.
Nuestra misión consiste en anunciar a Jesucristo resucitado. Somos parte de la missio ad gentes, una comunidad formada por varias familias, que en este caso son dos ucranianas, una polaca, otra española, de Valencia, tres chicas, y nosotros, que somos los responsables junto a un sacerdote y un seminarista. Formamos una comunidad cristiana y vivimos allí como lo hacían las primeras comunidades cristianas, encontrándonos para celebrar la Palabra, la Eucaristía y anunciar que Cristo ha resucitado. Este año, en la medida que hemos podido, hemos salido a la calle a anunciar que Cristo ha resucitado, y que ama a los ucranianos, un pueblo que ha sufrido mucho en su ser, en su alma, a causa del comunismo.
Otra parte de nuestra misión consiste en apoyar a la parroquia, que es la catedral, como catequistas, en la formación de comunidades cristianas. Durante este año hemos hecho catequesis y ha nacido una nueva comunidad cristiana. Ha sido un regalo de Dios poder participar de esta catequización. También nos hemos dedicado a acompañar a los jóvenes de la parroquia, realizando convivencias con ellos.
Y otra parte de la misión ha sido participar de un proyecto que se está realizando en la ciudad en la que vivimos ahora, Zhytomir, con la construcción de una casa en la que poder celebrar convivencias a nivel nacional, y en la que aquellas personas que vayan puedan sentirse amadas y queridas, encontrándose con Cristo, con el amor de Dios. Cuando esté terminada podrán alojarse hasta 500 personas, pero ahora mismo ya hay una parte que está habitada por seminaristas en formación, y también por chicos que tienen problemas de adicciones (drogas, pornografía, juego…).
Allí siempre hay un presbítero y un matrimonio en misión, y nosotros, que también participamos, ayudándoles a que tengan una estructura desde la oración, con las Laudes por la mañana, desde la celebración de la Eucaristía, y después trabajan en aquellas cosas en las que pueden ayudar, acabando el día con las Vísperas. Todo este ritmo de oración y de trabajo, y de mantener un contacto diario con seminaristas y con las familias en misión, les ayuda muchísimo. En este curso hemos visto milagros con chicos que tenían problemas muy serios, y en los que ahora ha habido un cambio, recuperando la dignidad de ser hijos de Dios.
¿Cómo viven vuestros hijos la misión?
D- Cada uno la vive de una forma. Nuestros hijos más mayores son más conscientes de lo que es la misión y son más participativos. Ellos la viven de una forma en la que, al igual que el matrimonio, se sienten llamados. Viven la misión con mucha fe, creyéndose de verdad los motivos por los que estamos allí, y forman parte de ella en el mismo grado que los padres, porque el carisma es `familia en misión´, no padres en misión o hijos en misión. También la viven con sufrimiento, por la adolescencia, por la persecución de este mundo, en el que ser cristiano es muy difícil, y tienen sus combates, pero saben y tienen grabado a fuego que son parte de esta misión. Por otra parte, es una maravilla ver a los niños más pequeños, que han crecido en misión y forman parte de ella. Ellos ya saben que nosotros estamos llamados a la misión y a anunciar a Jesucristo.
M- Mi opinión como madre es que viven la misión con alegría. Hay momentos difíciles, pero están contentos cuando están en la misión. Les ayuda muchísimo el contacto con la Palabra de Dios, el poder formar parte de su comunidad, el poder formar parte de un prevocacional en el que se escruta la Palabra, en el que celebran la Eucaristía, en el que tienen contacto con otros jóvenes que también se preguntan por su vocación. Los pequeños lo asocian todo con Dios y con su providencia, y todo esto es gracias a la misión. A veces hay gente que nos pregunta por los sufrimientos de los hijos en la misión, como si fuese algo que a ellos les coarte la libertad, o les haga vivir de una forma más precaria que otros niños, cuando ellos lo viven al revés, como una riqueza, en obediencia a sus padres, con alegría y sin rebeldía.
¿Cuáles son los pilares de vuestra convivencia familiar?
La oración, sin lugar a dudas. Nosotros dos rezamos juntos todos los días, las Laudes, a primera hora de la mañana, y esto es un pilar fundamental en el que nos apoyamos. Sin esta oración no podríamos ni siquiera estar juntos como matrimonio cristiano, ni estar en misión. Con ella lo que hacemos es poner a Dios lo primero cada día, y decir que `yo no soy Dios´, que `hay Otro que es Dios, que es el que me ama y que provee´.
Otro pilar es la sinceridad, el hablar el uno con el otro y contarnos nuestros sufrimientos, apoyándonos y pidiéndonos perdón cada vez que discutimos. Otro pilar es la mesa. En ella comemos juntos todos los días, con nuestros hijos, y la bendecimos antes de comer. Este momento es muy importante, porque es ahí donde hablamos con los niños y les preguntamos como están, y ellos nos cuentas como ha ido el día, los problemas que han tenido en el colegio…, y muchos días, cuando el Señor me lo inspira sacamos la Biblia y leemos alguna lectura durante la comida, y les explicamos la Palabra. Todo esto nos lo ha transmitido nuestra madre la Iglesia a través del Camino Neocatecumenal.
Creo que para que una familia pueda manifestarse cristiana tiene que habitar Cristo en ella. Para que Cristo pueda habitar en la familia primero tiene que habitar en sus miembros, de tal forma que alguien que no es creyente, viendo a una familia cristiana pueda ver a Cristo.
Mi experiencia es que Cristo puede habitar en mí si yo no me separo de la Iglesia, si voy de su mano y vivo en comunión con ella, si voy de la mano de mis catequistas, si obedezco al Obispo, en la apertura a la vida, en tener los hijos que Dios quiera, en no vivir egoístamente el acto conyugal, en la forma de vestirse, en la forma de educar a los hijos, en la relación con las redes sociales…, Ahí el mundo puede ver que existe Cristo, cuando lo primero que se pone en la familia es a Él.
La transmisión de la fe a los hijos es un reto para todos, ¿cómo lo hacéis vosotros?
D- Es verdad que es un reto, pero es fundamental para la Iglesia, porque su futuro son los hijos, y si a ellos no les transmitimos la fe el futuro de la Iglesia está en riesgo. ¿Cómo lo hacemos nosotros?, como nos ha enseñado la Iglesia a través del Camino Neocatecumenal. A través de la oración, rezando con ellos las Laudes todos los domingos. Eso ha sido muy importante en mi vida, porque es como mis padres me transmitieron a mí la fe desde pequeño, y así es como ahora María y yo se la transmitimos a nuestros hijos. Todos los domingos nos reunimos alrededor de la mesa y rezamos todos juntos, y después elegimos un personaje de la Biblia o un evangelio y lo leemos, y les damos una catequesis haciéndoles ver que en la Sagrada Escritura está su vida y la sabiduría de Dios, la riqueza del cristianismo, y les preguntamos cómo les ayuda esta palabra que les damos en su vida. Es una celebración preciosa, en la que los niños participan cantando, leyendo, nos cuentan como están, los sufrimientos que tienen, le piden aquello que necesitan al Señor, nos damos la paz, también los padres nos pedimos perdón delante de ellos, les hablamos de nuestra historia y de los milagros que ha hecho Dios en nuestra vida. Vivimos el domingo de una forma distinta. Es el día del Señor, el día que nos ha dado para descansar y para transmitir la fe a los niños, poniéndole a Él lo primero y haciendo una comida especial.
M- También los hijos ven como el domingo es el día del descanso, no de la pereza y de no hacer nada, sino al contrario. Nos levantamos temprano, nos vestimos de una forma elegante para ponernos de cara a Dios en la oración de las Laudes, y lo hacemos todo en familia. La transmisión de la fe no solo son momentos concretos como estos, sino que es algo diario, que tiene mucho que ver con el modo en el que vivimos nosotros, con el ejemplo que les damos a nuestros hijos. Creemos que una forma de transmitirles la fe es que vean que vamos a la celebración de la Palabra, a la Eucaristía, a las convivencias, poniendo siempre a Dios lo primero en nuestra vida. Eso es lo que ven y reciben, aun con precariedad y debilidad, pero poniéndole a Él lo primero todos los días. También es muy importante que ellos puedan conocer nuestra historia, porque en la historia se manifiesta Cristo resucitado, y en cada acontecimiento de muerte Él ha sacado vida.
D- Los hijos son muy inteligentes. Los padres les podemos contar, nos podemos saber muy bien la Biblia de memoria, podemos contarles la vida de los santos…, pero si ellos no ven en nosotros una coherencia y una sinceridad de lo que decimos con lo que hacemos, la fe no se transmite. Pero si ellos ven una concordancia entre lo que decimos y nuestra forma de vivir, la fe se pasa, se transmite.
Los castellonenses David Rubio (35 años) y María Millán (34 años) pertenecen a la parroquia de Santo Tomás de Villanueva, llevan 14 años casados y tienen 8 hijos: Israel, Josué, David, Juan, Pablo, Francisco Javier, María y Cecilia. Son una familia misionera en Ucrania, destinados desde el año 2010, y enviados por el Papa Benedicto XVI y por el Obispo, D. Casimiro, a la ciudad de Odessa.
Son los responsables de la misión ad gentes, en la que junto a cuatro familias más, a tres chicas misioneras, a un seminarista y a un sacerdote, viven y forman una comunidad cristiana. En total son 25 adultos y 20 niños viviendo en medio de una sociedad y un ambiente sin presencia de cristianismo.
Cada sábado salen a la calle a evangelizar, realizan catequesis para adultos, también para los niños en preparación para recibir el sacramento de la Comunión, así como encuentros para jóvenes, manteniendo un contacto diario con las personas. Hacen presente a la Iglesia en una zona de Ucrania secularizada y destruida, en este caso por el comunismo.
¿Cómo habéis vivido las noticias que os iban llegando desde España?
Con preocupación, sobre todo por la gente mayor, que son las personas que más han sido y están siendo afectados. Son personas que en general aún mantienen una moral y ética cristiana, con raíces y valores. Vemos que son los que más están falleciendo, y también, en muchos caso en soledad. Hemos rezado muchísimo por España.
Pero también lo hemos vivido sabiendo que Dios es Padre, y que ante esta situación, en la que un virus que no podemos ver nos pone en jaque, se nos hace presente que no somos dioses y que la vida no depende de nosotros. Ante esto es necesario volver a Él y reencontrarnos con Él, reconociéndolo como Dios.
¿Cómo ha sido y como es la situación actual en Ucrania?
Cuando en Ucrania empezó a escucharse noticias sobre el virus, ya había avanzado bastante en muchas partes de Europa, por lo que la gente no se lo tomaba en serio porque no se creían que un virus podía hacer tanto daño.
Pero poco a poco, viendo cómo iba creciendo, el gobierno ucraniano cerró las fronteras, los colegios, ciudades enteras…, y se fue tomando más en serio, por lo que los fallecidos y contagiados han sido bastantes menos que aquí. Oficialmente, a día de hoy hay alrededor de 1500 fallecidos en un país de unos 40 millones de habitantes, cifra demoledora, pero nada que ver con las datos europeos.
¿Cómo ha vivido esta situación la Iglesia ucraniana?
Al no tener el virus la misma incidencia que en otros países, como en Italia o España, no se llegaron a cerrar los templos, aunque al principio sí que se limitó la asistencia a una persona cada 10m² y con un máximo de diez personas. Por otra parte, y debido al importante temor al contagio de la gente, realmente acudían muy pocas personas a las iglesias.
¿Cómo habéis vivido vuestra fe durante todo este tiempo?
Nosotros hicimos una cuarentena en casa, igual que si hubiéramos estado en España, y por la crisis sanitaria y otras circunstancias vivimos una Cuaresma y una Pascua con dificultades pero con un encuentro mucho más personal que en otras ocasiones, donde nos pudimos encontrar unos con otros, tuvimos más tiempo para hablar con nuestro hijos, sobre todo con los adolescentes.
También pudimos preparar y celebrar el Triduo Pascual en familia, rezamos el Rosario todos los días, y los niños han sido partícipes en todo, han estado contentísimos, con transmisión de fe viva, y esperando el paso de Jesucristo Resucitado. Ésta ha sido una de las mejores pascuas de nuestra vida y hemos visto la providencia de Dios en todo.
A pesar de toda esta situación de enfermedad, de muerte y de sufrimiento, como cristianos no podemos perder de vista que esta vida no se acaba con la muerte, porque existe la vida eterna y la resurrección, que hay un Dios que es Padre, que nos cuida y que provee.
Daniel Tortosa y Ana Rubert, junto a sus nueve hijos (Daniel, María, Pablo, Andrés, Lucas, Miguel, Ana, Isabel y Ester), son una familia en misión ad gentes en Budapest (Hungría) desde hace 8 años. Él tiene 38 años y es arquitecto técnico, ella tiene 40 años y es pedagoga. Pertenecen a una comunidad neocatecumenal de la parroquia de Nuestra Señora de la Merced de Burriana.
¿Cómo vivís las noticias que os llegan desde España?
Por una parte con mucha preocupación, sobre todo por las personas mayores, y la distancia siempre nos hace vivir con incertidumbre, además hemos sufrido por familiares ingresados por coronavirus, que lo han pasado mal. Pero por otro lado sabemos que Dios es nuestro Padre, y que como tal nos cuida y ayuda, estamos en sus manos.
¿Cómo es la situación actual en Hungría?
Es bastante más tranquila que en España. Supongo que es porque se actuó con mucha antelación, en parte por la forma que tienen los húngaros de enfrentarse a la enfermedad, por ejemplo, si un niño en el colegio tiene un poco de fiebre, enseguida el médico le da la baja y le envía una semana a casa.
Aquí, ante los primeros casos se cerraron los colegios, y a mi -contesta Daniel- me dieron la oportunidad de realizar teletrabajo. Actualmente hay alrededor de 3000 contagiados y 350 fallecidos.
¿Cómo está viviendo esta situación la Iglesia húngara?
La Iglesia húngara ha obedecido en todo momento a las autoridades. En el momento que el presidente de Hungría prohibió las reuniones, el cardenal de Budapest tomó las medidas oportunas y la dolorosa decisión de cerrar los templos.
Nosotros, como misión ad gentes, suspendimos inmediatamente todas las celebraciones y reuniones. La comunidad comenzamos a reunirnos virtualmente para rezar juntos. La fortuna que tenemos es poder vivir toda esta situación perteneciendo a la Iglesia, lo que nos permite y ayuda a vivir este acontecimiento con esperanza.
¿Cómo estáis viviendo vuestra fe durante este tiempo?
Evidentemente, nuestro deseo y oraciones se dirigen, sobre todo, por el fin de la enfermedad y los que sufren, pero este tiempo de convivencia y de vida en familia lo estamos viviendo como una gracia. Los niños se están portando muy bien y pueden ir haciendo las clases online. Para el matrimonio está siendo un tiempo maravilloso, y el Señor nos está regalando el poder disfrutar de la familia, estar juntos, comer todos juntos.
Nos están ayudando mucho las misas online de varios sacerdotes que conocemos, a través de Youtube, Instagram, de la televisión… Las vemos todos los días, participamos junto a nuestros hijos y hacemos la comunión espiritual, lo que nos reconforta a todos. Tenemos muchísimo tiempo para hablar, sobre todo de esta situación que estamos viviendo desde la visión cristiana, y sabemos que no es casualidad que nos haya tocado vivirla en medio de la Cuaresma y de la Pascua.
La Pascua la hemos preparado en casa con mucha ilusión. Preparamos un Vía Crucis con los niños, en el que cada estación tenía un dibujo que colorearon ellos, y se las explicamos. Además, todos los días sobre las 12h realizamos una videollamada con la familia, rezamos el Ángelus y el Rosario, oraciones a las que se unieron nuestros hijos sin tener que animarles a ello. Estoy muy agradecido y el Señor nos ayuda a vivir este tiempo en familia como un regalo.
¿Un mensaje de esperanza?
La Iglesia es la única que puede dar esperanza a todas las personas ante este sufrimiento, que vivido con el Señor tiene un sentido, permitiendo descansar y esperar en Él, siendo testigos de su amor, que nos perdona los pecados y que quiere ser uno con nosotros. La muerte ha sido vencida. Este es el mensaje de esperanza que nos ha transmitido la Iglesia a nosotros y es lo que podemos transmitir a los demás.
Juan Albiol y María Amparo Enrique, junto a sus hijos de 15 años, Miguel y Saray, son una familia castellonense que pertenece al Camino Neocatecumenal, y que se encuentra en misión en la ciudad chilena de Concepción desde el año 2007.
La familia ha sido intermediaria para hacer llegar a Chile una ayuda de 3.600€ que ha aportado la Delegación Diocesana de Misiones, la parroquia La Asunción de Benassal, y los alumnos de religión del Instituto Francesc Tárrega de Vila-real.
Dicha cantidad se ha destinado a la Parroquia La Ascensión del Señor de Concepción, situada en un barrio con muchos ancianos, allí se les llama “adultos mayores”, y con muchos inmigrantes haitianos y venezolanos en situación de desempleo y necesidad.
«En Chile hay un grave problema con la situación en la que se encuentran las persona mayores, pues viven muy solos y tienen una pensión insignificante, por lo que muchos se dedican a pedir por la calle o a seguir trabajando para poder comer, tengan la edad que tengan», explica María Amparo, «por lo que la importantísima ayuda que se les ha hecho llegar desde aquí se ha destinado al comedor de la parroquia».
Juan dice que «se han optimizado muy bien estos recursos, que se han empleado sobre todo para acondicionar y reparar el comedor, pues presentaba unas condiciones muy deficitarias», pero también, «han sido destinados, por una parte, a dar de comer a las personas mayores los fines de semana, gracias a la labor de las voluntarias, y por otra a los inmigrantes, a los que también se les ayuda a buscar trabajo y se les da clases de español», continuaba.
María Amparo ha contado como le han impactado los testimonios de los ancianos que decían estar muy agradecidos, «una señora me decía: a muchos nos quedan pocos años de vida, y nos sentimos muy solos y despreciados, pero se nos está devolviendo la dignidad porque nos sirven con amor».
El matrimonio también ha explicado cual es su misión allí, «vivir con los chilenos, en la misma realidad que ellos, experimentando y anunciando el perdón y el amor de Dios como familia cristiana».
«Con esta pastoral social hemos sido simples intermediarios» añadían, «pero dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a la acogida pastoral de los novios que se preparan para el matrimonio, a las catequesis de iniciación cristiana para adultos, a la catequesis familiar, y todos los sábados los dedicamos a la pastoral penitenciaria, una experiencia bastante fuerte, hablando del amor de Dios a unos 25 internos de una cárcel de alta seguridad», concluyen.
La familia en misión Juan Albiol y María Amparo Enrique, con sus hijos Miguel y Saray, han remitido a la Delegación de Misiones un testimonio de la reciente visita del Papa a Chile la segunda de un Pontífice después de la que hiciera Juan Pablo II en 1987. Ellos participaron en el encuentro de Temuco, al sur del país, junto con 200 jóvenes del Camino Neocatecumenal.
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