Homilía en la Ordenación de tres presbíteros: Álvaro González, José Salas y Pablo Durán
Álvaro González, José Salas y Pablo Durán
S.I. Concatedral de Sta. María en Castellón, 22 de junio de 2024
(Is 61,1-3a; Sal 88; 2 Cor 5,14-20; Jn 15,9-17)
Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor,
Estimados Cabildos Concatedral y Catedral, Vicarios General, Judicial y episcopales, Rectores y formadores de los Seminarios Mater Dei y Redemptoris Mater
Queridos sacerdotes, diáconos asistentes y seminaristas.
Saludo con especial afecto a los padres y demás familiares de nuestros tres diáconos, que hoy serán ordenados presbíteros.
Acción de gracias
1. Esta mañana nos unimos a vuestra alegría, queridos Álvaro, José y Pablo, y con vosotros alabamos a Dios por su gran amor hacia vosotros, vuestras familias y nuestra Iglesia diocesana. Demos gracias de Dios, porque en estos tiempos de escasez vocacional, nos vemos agraciados en vuestras personas. Sí, hermanos, cantemos eternamente las misericordias del Señor y démosle gracias: Dios muestra de nuevo su benevolencia para con nosotros, para con esta Iglesia suya, que peregrina en Segorbe-Castellón y, en ella, para toda la Iglesia.
Damos gracias y felicitamos también a todos cuantos han cuidado de vuestra formación: rectores, formadores, profesores y padres espirituales; nuestra gratitud y felicitación vale también para vuestros padres, catequistas, familiares, amigos, a cuantos os han ayudado en el camino hasta el sacerdocio, y a los párrocos y comunidades parroquiales que os han acompañado en este último año de pastoral. Estoy seguro de que seguirán estando cerca de vosotros, con la oración y el apoyo humano y espiritual necesario para que perseveréis con alegría, fidelidad y generosidad en el ministerio sacerdotal.
Elegidos por el Señor
2. “No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino yo quien os ha elegido a vosotros”, os recuerda Jesús (Jn 15,16). Vuestra elección para ser presbíteros es una iniciativa amorosa del Señor, totalmente gratuita por su parte e inmerecida por la vuestra. Él es quien os ha elegido a cada uno de vosotros porque os ama y quiere haceros sus sacerdotes. Él toma la iniciativa, él va siempre por delante. Vuestra respuesta -ciertamente generosa, alegre y confiada- ha sido la acogida de su iniciativa de amor.
Nos lo recuerda la liturgia de la ordenación: la llamada de cada uno en la presentación, vuestra respuesta con las palabras ‘aquí estoy’, y, sobre todo, el gesto de la imposición de las manos. Cuando os imponga las manos, es el Señor mismo quien lo hace. Él tomará posesión de cada uno de vosotros diciéndoos: Tú me perteneces. Pero de este modo os dice también: Tú estás bajo la protección de mis manos. Tú te encuentras en la inmensidad de mi amor.
Por ello, Jesús os dice: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15). El Señor os hace sus amigos: se os confía a sí mismo y os confía todo para que podáis hablar y actuar en su nombre, en persona de Cristo, Cabeza de su rebaño. Si estáis abiertos a la amistad que Cristo os ofrece, esta será la fuente permanente de vuestra alegría sacerdotal para una entrega total de vuestras personas al orden que hoy recibís.
Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo de ser sacerdote: ser amigo de Jesucristo. Esto implica conocer a Jesús de una manera cada vez más personal, escuchándole, viviendo junto a Él, estando con Él, dejándoos encontrar y configurar personalmente por Él. Debéis contemplar sus palabras, su manera de ser y de actuar para moldeen vuestro corazón hasta identificaros con Él. Sólo así podréis desempeñar vuestro servicio sacerdotal, sólo así podréis llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres de hoy, sólo así será plenamente eficaz vuestro ministerio.
Mantened vivo en vuestro corazón este hecho de la elección de Jesús y de la imposición de sus manos. El Señor siempre estará en vosotros y junto a vosotros, para protegeros, alentaros, para cuidaros en la inmensidad de su amor y de su misericordia. Él será vuestra fuerza y sustento. Dirigid siempre vuestra mirada hacia Él y dadle la mano. Dejad que os tome su mano, fiaros de él; entonces no os perderéis en la obscuridad de la niebla ni os hundiréis ante la mar alborotada. La amistad con Jesús vivo os llevará a coger su mano en los momentos de cansancio apostólico, de debilidad personal, de dificultad y desaliento pastoral.
Y ungidos por el Espíritu Santo
3. “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado” hemos escuchado en la primera lectura, tomada del profeta Isaías (61,1). Estas palabras, que en Jesús se cumplen con toda propiedad (cf. Lc 4, 21), son aplicables a vosotros por participación de la unción de Cristo. Vais a ser ‘ungidos’ por los dones del Espíritu Santo para ser presencia sacramental de Cristo, el Ungido. Esta unción está llamada a impregnar todos los días de vuestra vida sacerdotal y todos los ámbitos de vuestra existencia. El sacerdote no lo es a tiempo parcial, sino siempre y en cada momento de su vida.
La unción sacerdotal no os hará hombres perfectos, ni os librará de vuestra condición de pecadores, ni de la necesidad de acudir una y otra vez a la misericordia del Señor. Vuestra unción pide una conversión constante para que se mantenga fresca, y evitéis que, como el aceite, se vuelva rancia y se seque. La unción se mantiene fresca en una relación viva con Jesucristo y en la entrega alegre y amorosa al ministerio pastoral en el seno de la fraternidad del presbiterio diocesano, al que hoy os incorporáis por la ordenación sacerdotal. Esto os salvará de la tentación de la amargura, de la mundanidad, de la ideología, de la mediocridad, de la vanidad y del dinero, del individualismo y del aislamiento, tan presentes entre nosotros.
Cuidad diariamente el encuentro personal con Cristo vivo. Este encuentro habitual con Cristo irá transformando todas las dimensiones de vuestra existencia. Este encuentro os movilizará e impulsará a contar lo que habéis vivido y experimentado, y hacerlo con temple y aguante, sabiendo que como discípulos del Señor estáis llamados a compartir su destino, su cruz. El encuentro con el Señor os llevará a la comunidad, que se os encomiende, y a los hermanos presbíteros, a vivir la fraternidad y a salir juntos a la misión.
Para ser enviados como pastores del Pueblo de Dios
4. Vais a ser ungidos para ser enviados como pastores del Pueblo de Dios y sus comunidades. Sed siempre mediadores generosos de la gracia de Dios, estad siempre disponibles para ofrecer vuestro servicio pastoral a quien lo reclame. Acoged en vuestro corazón el programa esbozado Isaías, y que hizo suyo Jesús en la sinagoga de Nazaret. Amad a todos, especialmente a los más pobres, a los cautivos por tantas cadenas, a los enfermos y a los marginados y desgarrados por la soledad y el abandono, a los parados y a los que han pedido toda esperanza.
Por vuestra ordenación seréis presencia sacramental, visible y eficaz de Cristo, el Ungido, Maestro, Sacerdote y Pastor.
Como maestros os corresponderá enseñar en nombre de Cristo y de su Iglesia. Como Pablo deberéis proclamar una y otra vez a Cristo recordando que “no nos predicamos a nosotros mismos” (2 Cor 4,5). Anunciar a Cristo Jesús vivo, la Buena Nueva de la Salvación, a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella ésta será vuestra tarea. Hacedlo con gran sentido de responsabilidad, con verdadero celo apostólico y siempre en plena sintonía y comunión con la fe de la Iglesia y con sus Pastores.
Como sacerdotes estáis llamados a santificar al Pueblo de Dios por los sacramentos en nombre de Cristo. Sed hombres de la Eucaristía, mediante la cual entréis cada vez más en el corazón del misterio pascual. Mediante la celebración diaria de la santa Misa sentiréis la exigencia de una configuración cada vez más íntima con Jesús, el Buen Pastor, haciendo vuestros los sentimientos y las disposiciones del Señor para vivir, como El, como don para los hermanos. Por eso dialogad todos los días con Cristo realmente presente en el Sacramento del altar. Dejaos conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolongad la adoración eucarística en los momentos importantes de vuestra vida, en las decisiones personales y pastorales difíciles, al inicio y al final de vuestra jornada. En ella encontraréis fuerza, consuelo y apoyo.
Queridos diáconos: sed ministros de la misericordia divina. Ofreced el sacramento de la Reconciliación, cumpliendo así el mandato que el Señor transmitió a los Apóstoles después de su resurrección: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23). Pero, para ser dignamente ministros de la reconciliación experimentad vosotros mismos el amor misericordioso de Dios mediante una práctica frecuente de la confesión.
Vais a ser ungidos, consagrados y enviados para ser pastores, en nombre y en representación de Cristo Jesús, el Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia. Él, que da la vida por sus ovejas, será el ejemplo sublime de vuestra entrega amorosa; él invita y llama ‘a quienes el constituye pastores, según su corazón’ a seguir sus huellas. La primera y principal característica del buen pastor es dar, gastar y desgastar su vida por las ovejas. Esta es la suprema muestra del amor, del celo apostólico, de la caridad pastoral. No busquéis nunca vuestro propio interés, sino el de Jesucristo y el de los fieles que os sean encomendados. Ser buen pastor exige entrega incondicional y amor entrañable a los hermanos de presbiterio, a la comunidad que se os encomiende y a todas las personas “para atraerlas al redil de Jesucristo”. La motivación de un buen pastor, a ejemplo del Buen Pastor, sólo puede ser el servicio de una entrega total y desinteresada a la comunidad y a los hermanos: vuestro único interés ha de ser Jesucristo y llevar a las personas al encuentro transformador y salvador con Cristo. Para ello deberéis salir al encuentro de todos –los cercanos y los alejados- para llevarlos al encuentro con el Señor.
Practicad la pastoral de la escucha, del acompañamiento y de la cercanía a todos. Por ello, no podéis quedaros en casa ni en los despachos. Habéis de salir a las encrucijadas de los caminos y a las periferias existenciales. El Espíritu os unge y envía a proclamar el año de gracia del Señor, la Buena Noticia del amor de Dios a los hombres de hoy; a esa humanidad que se considera rica y autosuficiente, pero que padece, la mayor de las pobrezas y de las orfandades, el olvido de Dios.
5. Queridos hermanos, oremos por estos hermanos que hoy reciben la gracia del Orden sacerdotal. Oremos por los sacerdotes, para que sean pastores según el corazón de Jesús. Oremos por las vocaciones al sacerdocio ordenado, para que los jóvenes sean generosos en la respuesta a la llamada de Dios. Y no olvidemos las palabras de San Agustín: “si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores.”
¡Que la Virgen María, madre de los sacerdotes, os mantenga siempre en el amor a su Hijo, el Ungido y el Buen Pastor, os proteja y os aliente en la nueva etapa de vuestra vida, que ahora va a comenzar con vuestra ordenación sacerdotal¡ Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón