Queridos diocesanos:
El ejercicio cuaresmal abarca el ayuno, la oración y la limosna. Los tres están interrelacionados. La privación del ayuno nos dispone al diálogo filial con el Padre en la oración y ambos llevan a volver la mirada y tener gestos de amor hacia el hombre herido, mediante la limosna. La auténtica conversión aviva no sólo nuestro amor a Dios sino también nuestra caridad al prójimo necesitado. El amor al hermano es la prueba de nuestro amor a Dios. Porque como dice san Juan: “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn 4,20-21).
La llamada de Jesús a la conversión, “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15), incluye la conversión de corazón al amor, sobre todo, para con los pobres de su tiempo. Para ser hoy buena noticia para los pobres llevándoles el Evangelio del amor de Dios, los cristianos hemos de entrar en un proceso de conversión personal y comunitaria, pastoral y misionera, “que no puede dejar las cosas como están” (EG 25). Esto pide un cambio profundo de mente y de corazón y salir a las periferias para acoger, proteger, promover e integrar a los excluidos.
Acoger la llamada de Jesús a la conversión nos lleva al encuentro del necesitado, como Él. Jesús anunció y practicó hasta la entrega de la propia vida, el amor a los pobres y el compromiso con los problemas sociales de su tiempo. Jesús se presenta ante el pueblo como enviado para anunciar el Reino de Dios, para evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos, la vista, para liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (cf. Lc 4,16-19). Él se acerca a los marginados, a los niños (Mc 10,1-16) y las prostitutas (Lc 7, 37-38), a los extranjeros y a los diferentes (Lc 10,30-37), a los pecadores públicos (Lc 19,1-10), a los leprosos y a los enfermos en general (Lc 13,10-13).
Jesús dicta sus propios principios y marca el camino a sus discípulos. Los que quieran ocupar puestos de honor, han de servir y vivir con sencillez, en una sociedad que discrimina y humilla a los pobres (Mc 10, 35-37; 42-43). Frente a un mundo de desigualdades y de miseria, solo cabe desacralizar las riquezas (Lc 18,18-23), compartir con el pobre (Mc 8,1-9), apasionarse por la justicia y la solidaridad: dar pan al hambriento, trabajo al inmigrante y al parado, condiciones de vida digna al enfermo, visitar al olvidado en la soledad de la cárcel, de una familia rota, de una sociedad individualista (Mt 25,34-46). Con su acción, Jesús también educa política y socialmente al pueblo; una educación para participar en el destino propio y de los demás desde la fe en Él.
Así lo entendió y vivió la primera comunidad cristiana, y la Iglesia a lo largo de los siglos. Los Padres de la Iglesia, con sus cartas y sermones, nos prepararon un rico patrimonio de principios y criterios para unir la fe con el servicio a los pobres. En la Edad Media asistimos a la creación de numerosas iniciativas sociales y organizaciones de caridad. En los tiempos modernos, hay una Iglesia que va a seguir manteniendo su distintivo de caridad y amor a los pobres y a los débiles. Toda esta experiencia acumulada y enriquecida constantemente por el Magisterio de la Iglesia ha ido cimentado la enseñanza moral que empezó a organizarse, sistemáticamente, desde finales del s. XIX, bajo el nombre de Doctrina Social de la Iglesia.
Para muchos entre nosotros, esta rica doctrina es la gran desconocida. En este curso, dedicado a la caridad y la justicia, queremos darla a conocer en las parroquias y en las Jornadas de formación para laicos y sacerdotes, que, previstas para finales de enero, han quedado aplazadas a causa de la pandemia. A este fin se dirige también la Semana Social que celebraremos los próximos días, del 1 al 4 de marzo.
Siempre y también en la actual situación de crisis sanitaria, económica, laboral, social y política, nos apremia el amor de Cristo. La pandemia nos ha mostrado las graves carencias nuestro estilo de vida. El Señor nos llama a vivir el mandamiento del amor y el compromiso por la justicia como servicio a los más necesitados para cooperar en la construcción de una sociedad y un mundo más justo, fraterno y solidario. La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece los principios siempre válidos, criterios de juicio y directrices para la acción en las relaciones personales, familiares, laborales, sociales, políticas e internacionales. Acojamos esta formación en nuestro proceso de conversión hacia los más pobres y necesitados.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón