Tiempo de reconciliación con Dios y con el prójimo
Queridos diocesanos:
En la Cuaresma, la Palabra de Dios nos exhorta a la conversión de mente, de corazón y de vida, al arrepentimiento de nuestros pecados y a la reconciliación con Dios y los hermanos en el sacramento de la penitencia.
La lectura orante de la Palabra de Dios, la lectio divina, nos puede ayudar en este proceso. Una vez leída, meditada y hecha oración la Palabra de Dios, viene su contemplación y la aplicación a nuestra vida. En la contemplación la Palabra de Dios ponemos nuestro pensamiento y nuestros afectos en Dios y dejamos que Dios mismo ilumine nuestra realidad personal. La Palabra de Dios “es viva y eficaz; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu…; juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hb 4,12). La Palabra de Dios nos ayuda a descubrir si nuestros pensamientos y deseos, si nuestras acciones y omisiones han sido o son los que nos pide el Señor.
La contemplación de la Palabra de Dios encarnada, Cristo Jesús, de sus palabras, de sus acciones y de su muerte en la Cruz, nos muestra que el amor de Dios es más fuerte que nuestro pecado. Quien contempla y experimenta la grandeza y profundidad del amor de Cristo, siente profundo dolor por su falta de respuesta al amor de Dios. El amor infinito de Dios que se entrega por cada uno de nosotros hasta la muerte, nos desvela sobre todo, la misericordia infinita de Dios, que está siempre dispuesto al darnos el abrazo del perdón. Pues como nos dice San Pablo, “en la Cruz, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados” (2 Cor, 5, 19). Por ello el mismo apóstol nos exhorta: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Cor 5, 20). Y es en el sacramento de la penitencia donde podemos experimentar de un modo muy personal ese amor misericordioso y reconciliador de Dios.
Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos (cf. 1 Jn 1,8). El mismo Jesús nos enseñó a sus discípulos a pedir perdón cada día por sus nuestros pecados. En nuestro peregrinaje hacia la casa del Padre, nos vemos con frecuencia tentados a abandonar los caminos que Dios nos ofrece para llegar a la Vida plena, eterna y feliz. Cuando transgredimos por acción u omisión los mandamientos de la ley de Dios y el mandamiento nuevo del amor, nos alejamos de Dios y de los hermanos, de su amistad y de la casa paterna. Dejamos de permanecer en Dios y Él en nosotros (cf. 1 Jn 3,23-24). Como hijos pródigos tenemos la necesidad de repetir con frecuencia: “Padre, he pecado contra el cielo y contra Ti. No soy ya digno de llamarme hijo tuyo” (Lc 15,21). Para que no nos sintamos abandonados en nuestro alejamiento y en nuestra soledad, Cristo nos ha dejado en su Iglesia el sacramento del perdón. Como al hijo pródigo, Dios nos espera siempre para darnos el abrazo del perdón.
Necesitamos recuperar el sacramento de penitencia y celebrarlo asiduamente. Su recuperación comienza por reconocer con humildad nuestra condición de pecadores y la realidad del pecado en nuestra vida en relación con Dios, con el prójimo y con la creación. Todo pecado es un rechazo del amor de Dios. En nuestros pecados descubrimos siempre la voluntad de construir nuestra vida sin Dios o al margen de Dios, de anteponer nuestros intereses personales a su voluntad. Así nos lo desvelara un buen examen de conciencia, dejando que la Palabra de Dios ilumine nuestra realidad. Dios nos llama a la perfección del amor. Cuando el examen de conciencia es sincero, surge la el dolor por nuestros pecados, que lleva a un rechazo claro y decidido de los pecados cometidos junto con el propósito de no volver a cometerlos por amor a Dios. Todo ello nos llevará a la confesión íntegra de nuestros pecados para dejarnos abrazar por el amor misericordioso de Dios que nos perdona en la absolución del sacerdote y a cumplir la satisfacción por nuestros pecados.
Para recuperar este sacramento de la Penitencia es preciso también que sea ofrecido en todas las parroquias, en horarios concretos, y que los sacerdotes estén siempre dispuestos a administrarlo si se les pide oportunamente. A los sacerdotes, como a Pablo, el Señor nos ha encargado el ministerio de la reconciliación. Y para el cristiano el sacramento de la penitencia “es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del Bautismo”.
Recordemos las palabras de San Pablo: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. La cuaresma es tiempo de salvación; tiempo favorable para dejarse perdonar y reconciliar con Dios y con el prójimo.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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