Un nuevo curso pastoral a la vista
Queridos diocesanos:
Después de la pausa del verano os saludo a todos en el Señor. En breve comenzaremos un nuevo curso pastoral en nuestra Iglesia diocesana. Jesús, el Señor resucitado, nos llama a todos los diocesanos a ponernos de nuevo al servicio de la misión que Él nos ha confiado. “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20).
Dóciles a la Palabra de Jesús, con la mirada puesta en el cielo y los pies en la tierra, acogemos alegres y esperanzados su mandato. Nos ponemos manos a la obra, sabiendo que Él está siempre con nosotros y el Espíritu Santo sigue actuando a pesar de la aparente falta de frutos. Como a Simón Pedro Jesús nos dice. “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca” (Lc 5, 1-11). Jesús nos pide que confiemos en su Palabra en la misión que ha puesto en nuestras manos.
La acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana el próximo curso va a girar en torno a tres ejes: la aplicación del Plan Diocesano de Pastoral, la preparación y celebración del Jubileo ordinario en 2025, convocado por el papa Francisco bajo el lema “Testigos de la esperanza” así como del Congreso Nacional sobre vocaciones en febrero de 2025. Tres palabras lo resumen: acompañamiento, vocación y esperanza. No son cosas superpuestas, sino que están entrelazadas entre sí e implicadas unas en otras.
En primer lugar y siguiendo nuestro Plan Diocesano de Pastoral, este curso nos vamos a fijar de modo especial en el acompañamiento espiritual y pastoral de las personas y de las comunidades. El curso pasado nos fijábamos en el Primer Anuncio, cuyo objetivo es propiciar el encuentro o reencuentro de cada persona con el amor de Dios en Cristo vivo, que la ama, libera, salva y colma su deseo innato de vida, verdad, libertad, plenitud y felicidad. Este encuentro no puede ser algo superficial o reducirse a un sentimiento pasajero, sino que ha de llevar a cada persona a creer de corazón en Cristo vivo, a adherirse a Él, a entrar en una relación personal con Él, a dejar transformar y orientar toda su vida según el Evangelio en el seno de la comunidad de los creyentes. Este encuentro con Cristo vivo no es algo puntual, sino que debe ser actualizado y alimentado día a día en la escucha orante de la Palabra, en los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, en las obras de caridad y en la vida de la comunidad cristiana.
El encuentro personal con el Señor pide a su vez un camino de crecimiento y maduración en la fe y en la vida cristiana. En este camino es muy importante el acompañamiento espiritual personal y comunitario. Esto implica tomarse muy en serio a cada persona en la realidad concreta de su vida así como el proyecto amoroso que Dios tiene sobre ella para llegar a la perfección del amor, a la santidad. Por ello, el acompañamiento espiritual ha de ayudar a cada persona a discernir el proyecto de Dios para cada una de ellas y animarlas a acoger con generosidad la llamada de Dios.
Todo ser humano es vocación. Todos somos llamados por Dios a la vida por puro amor suyo para que viviendo el amor lleguemos a su plenitud. Dios es amor y crea al ser humano a su imagen y semejanza; por ello la identidad de todo ser humano es su vocación al amor. El hombre y la mujer están hechos para amar; su vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. En el bautismo, el bautizado renace a la vida nueva de los hijos de Dios, es convertido en su hijo amado. La vocación al amor de un cristiano toma formas diferentes según la llamada específica de Dios: el sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio cristiano o la vida laical en la Iglesia y en el mundo. Ayudar a discernir el camino por el que Dios llama a cada bautizado a vivir su vocación al amor, al don de sí, en el seguimiento de Jesús no puede faltar en todo acompañamiento espiritual. Es urgente ir creando una cultura vocacional en nuestra Iglesia y en sus comunidades. Hemos de animar a todos, especialmente a niños y jóvenes, para que busquen con todo el corazón su vocación al amor, como personas y como bautizados. Esta es la clave de toda la existencia.
En un contexto cultural secularizado, cerrado a Dios y a su llamada al amor, necesitamos avivar la esperanza cristiana ante las dificultades en la misión. Que el próximo Jubileo pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, nuestra esperanza, que nos aliente cada día en la misión.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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