Al encuentro con la Pascua del Señor
Queridos diocesanos:
Con la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza el próximo miércoles comienza el tiempo litúrgico de la Cuaresma, que nos prepara a la celebración de la Pascua del Señor. Los cuarenta días de la Cuaresma recuerdan los cuarenta años que el pueblo de Israel peregrinó por el desierto hacia la tierra prometida. Cuarenta días fue el tiempo que Jesús pasó en el desierto antes de iniciar su vida pública y donde fue tentado por el diablo.
La Cuaresma es tiempo de particular empeño en nuestro camino espiritual, de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna.
El signo que identifica el inicio de la Cuaresma es la imposición de la ceniza sobre la cabeza. Con este gesto reconocemos la propia caducidad y fragilidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud interior que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. La imposición de la ceniza nos llama a abrirnos a la conversión a la gracia de Dios y al esfuerzo de renovación pascual. Por eso cuando el sacerdote nos impone la ceniza nos dice: «Convertíos y creed el Evangelio» (Mc 1,15), o «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». La llamada a la conversión y el recuerdo de nuestra caducidad están íntimamente unidas: en esta vida breve hay que ir consumiendo el hombre viejo mediante la conversión a Dios, la fe en el Evangelio y las buenas obras para alcanzar la vida del hombre nuevo en la Pascua.
Convertirse es volver nuestra mirada y nuestro corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Dios se ha convertido con mucha frecuencia en el gran ausente en la vida de muchas personas, incluso de muchos bautizados. La Cuaresma es tiempo propicio para recuperar a Dios en nuestra vida, para acrecentar nuestra adhesión de mente y corazón a Dios en Jesucristo y al Evangelio, para volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Para dejar que Dios ocupe el centro en nuestras vidas, hemos de escuchar su Palabra, abrirnos a su amor y a su gracia, dejarnos cambiar y renovar la mente, los deseos, las actitudes, los sentimientos, las obras, toda nuestra vida. Convertirse es dejarse encontrar por el amor misericordioso de Dios, siempre dispuesto a perdonar, en el sacramento de la Reconciliación, para vivir o reemprender el camino que Dios mismo nos muestra en Jesucristo, su Hijo.
Para el camino cuaresmal de este año, el Papa Francisco nos propone una frase del evangelio de san Mateo. Dice así: «Al crecer la maldad, en enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12). El Papa nos dice que Jesús describe aquí «la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio». Por ello, el Papa nos invita a preguntarnos por las formas que asumen hoy los falsos profetas que se aprovechan de las emociones humanas para llevarnos a donde ellos quieren mediante la ilusión del placer momentáneo que no da la felicidad prometida, del dinero que esclaviza o de la autosuficiencia que lleva a la soledad. Falsos profetas son también los que ofrecen soluciones inmediatas para los sufrimientos, como la droga, las relaciones de «usar y tirar», las ganancias fáciles pero deshonestas o la vida virtual; son ofertas de cosas sin valor, «que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar». El papa Francisco nos invita a preguntarnos si estas falsas ofertas han atrapado nuestro corazón y lo han cerrado para el amor a Dios y a los hermanos. Hemos de preguntarnos por la temperatura de nuestra caridad y por las señales de su enfriamiento. La raíz de todos los males que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, a la que sigue el rechazo de Dios y el no querer buscar consuelo en Él, quedándonos en nuestra desolación, en lugar de sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. El enfriamiento de nuestra caridad genera indiferencia y violencia hacia los demás, especialmente hacía los más débiles y necesitados, provoca el abuso de la tierra, del mar y del aire y está afectando seriamente la vida y la dimensión misionera de nuestras comunidades cristianas. Vivamos este tiempo cuaresmal como tiempo de gracia y de salvación a través de la oración, la limosna y el ayuno.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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