Anunciar el Evangelio de la familia
Queridos diocesanos:
Este Domingo, dentro de la octava de la Navidad, celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia y la Jornada de la Familia. La Navidad es la fiesta del Amor de Dios por toda la humanidad. Jesús, el Hijo de Dios, se hace hombre para traer al mundo la bondad y el amor de Dios; Jesús nos muestra y ofrece a Dios, que es amor, y, a la vez, nos muestra quién es el ser humano, su origen y su destino, que no son otros sino el amor. El Hijo de Dios eligió para hacerse hombre una familia, allí donde el ser humano está más dispuesto a desear lo mejor para el otro a desvivirse por él y a anteponer el amor por encima de cualquier otro interés y pretensión. Con ello, Jesús nos enseña, sin palabras, la dignidad y el valor primordial de la familia. Con su vida y sus palabras, Jesús ha devuelto su verdadero sentido al amor, al matrimonio y a la familia.
Fiel al Evangelio de Jesús, la Iglesia proclama que somos creados por amor, para amar y ser amados, y que nuestra vida se realiza plenamente si se vive en el amor de Dios. En fidelidad a los gestos y palabras de Cristo, sus discípulos anunciamos la alegría del amor, y la grandeza y belleza del matrimonio y de la familia: pues la relación entre el hombre y la mujer en el matrimonio refleja el amor divino de manera completamente especial; por ello el vínculo conyugal asume una dignidad inmensa. En el plan de Dios, la familia se funda en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, quienes, en su mutua y total entrega en el amor, han de estar responsablemente y siempre abiertos a la vida y a la tarea de educar a sus hijos. Mediante el sacramento del matrimonio, los esposos quedan unidos por Dios y con su relación de esposos son signo eficaz del amor de Cristo, que ha entregado su vida por la salvación del mundo.
Acoger y anunciar hoy el Evangelio del matrimonio y de la familia no es fácil. Vivimos en contexto ‘cultural’ de lo provisorio y del descarte, en palabras del Papa. Nos toca vivir en una sociedad desvinculada en la que prima el individualismo y el sentimiento, que hacen muy difíciles los compromisos estables. Cada vez son más quienes viven juntos sin unir sus vidas en matrimonio. Falta, de otro lado, el aprecio por la fidelidad entre los esposos, la estabilidad matrimonial o la natalidad. Aunque la familia siga siendo una de las instituciones más valoradas socialmente, no tiene el apoyo legislativo, económico y mediático que se merece. Muchas familias no pueden encontrar una vivienda digna o adecuada, conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos.
Estos y otros muchos desafíos lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva; la propia familia puede encontrar en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y amor que engendra vida y esperanza en la sociedad. En un contexto cultural social, mediático y legislativo poco favorable al verdadero matrimonio y a la familia, fundada en él, es vital ayudar a los jóvenes y a los esposos a descubrir la grandeza y la belleza del matrimonio y a comprender que el verdadero amor es un ‘sí’ fiel, una donación definitiva de sí al otro, firmemente fundada en el plan de Dios. El amor de Dios en Jesús es su ‘sí’ a toda la creación y al corazón de la misma, el ser humano. Es el ‘sí’ de Dios al amor entre el hombre y la mujer, abierto a la vida y al servicio de ella en todas sus fases. El matrimonio y la familia, por tanto, es el ‘sí’ del Dios-Amor. Para quienes abren su corazón a Dios, a su amor y a su gracia, es posible vivir el Evangelio del matrimonio y de la familia.
En la exhortación apostólica, Amoris laetitia, el Papa Francisco nos invita a todos los cristianos a cuidar del matrimonio y de la familia. Y nos impulsa a proponer de un modo renovado e ilusionante la vocación al matrimonio y a mostrar la belleza, la verdad y el bien de la familia.
Necesitamos generar una cultura favorable al matrimonio entre un hombre y una mujer y a la familia, fundada en él. Las familias cristianas podéis ofrecer un ejemplo convincente de que es posible vivir un matrimonio de manera plenamente conforme con el proyecto de Dios y las verdaderas exigencias de los cónyuges y de los hijos. El testimonio de vida es el mejor modo de anunciar la Buena nueva de la familia. La alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia. La fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia y es fuente de alegría para el ser humano y para la sociedad.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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