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D. Casimiro anima a la participación en la Jornada de Inicio de Curso

6 de septiembre de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Curso Pastoral 2024-25/por obsegorbecastellon

En una carta dirigida a sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y seglares, el Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón, anima a la participación de la Jornada de Inicio de Curso que se celebrará, D. M. el próximo 21 de septiembre, a partir de las 10h de la mañana, en el Seminario Diocesano Mater Dei.

D. Casimiro invita a «retomar con esperanza y con fuerzas renovadas la misión evangelizadora, que Él nos ha confiado», aplicando así el Plan Diocesano de Pastoral 23-27 que este curso tiene como objetivo «el acompañamiento espiritual y pastoral de las personas y de las comunidades».

El Obispo advierte de la importancia de «escuchar, cuidar y acompañar espiritualmente a las personas, a las familias y a cada comunidad». Del mismo modo anuncia la ponencia del profesor de filosofía D. Xosé Manuel Domínguez Prieto que bajo el título: “El acompañamiento personal, familiar y comunitario. Proponer la cultura vocacional”, ofrecerá las claves que nos ayudarán en el cumplimiento del objetivo pastoral de este curso.

Puedes leer la CARTA íntegra AQUÍ

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JORNADA DIOCESANA DE INICIO DEL CURSO PASTORAL

6 de septiembre de 2024/0 Comentarios/en Cartas, Cartas 2024, Curso Pastoral 2024-25/por obsegorbecastellon

 A todo el Pueblo de Dios de Segorbe-Castellón:

sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y seglares

Queridos todos en el Señor Jesús:

Después de la pausa del verano nos disponemos a comenzar un nuevo curso pastoral en nuestra Iglesia diocesana: parroquias y comunidades eclesiales, movimientos, asociaciones y grupos, arciprestazgos y servicios diocesanos. El Señor nos llama a retomar con esperanza y con fuerzas renovadas la misión evangelizadora, que Él nos ha confiado.

Siguiendo la aplicación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, este curso nos vamos a fijar de modo especial en su segundo objetivo específico; a saber, el acompañamiento espiritual y pastoral de las personas y de las comunidades. El encuentro personal con el Señor, al que ha de ir dirigido el Primer Anuncio, como vimos el pasado curso, pide un proceso posterior de crecimiento y maduración en la fe y en la vida cristiana de las personas, unidas a la comunidad eclesial. Esto implica tomarse muy en serio a cada persona en la realidad concreta de su vida y el proyecto que Dios tiene sobre ella. Para ello es muy importante y fundamental escuchar, cuidar y acompañar espiritualmente a las personas, a las familias y a cada comunidad.

Como es ya habitual, comenzamos el curso con una Jornada Diocesana de Inicio del Curso Pastoral. Será el sábado, 21 de septiembre, en el Seminario Diocesano ‘Mater Dei’ de Castellón, a partir de las 10:00 de la mañana. A las 10:30 celebraremos juntos la Eucaristía, fuente y cima de la vida y misión de la Iglesia, de toda comunidad y familia cristiana y de todo cristiano. A continuación, D. Xosé Manuel Domínguez Prieto nos ofrecerá una ponencia sobre “El acompañamiento personal, familiar y comunitario. Proponer la cultura vocacional”. D. Xosé Manuel es profesor de filosofía, y ha puesto en marcha y dirige el Centro de Acompañamiento familiar ‘Edith Stein’ de Ourense, el Instituto da Familia de Ourense y el Instituto Internacional de Acompañamiento, en los que ofrece acompañamiento personal, además de formar a otras personas en esta tarea. Terminaremos con una comida fraterna, a la que está invitado todo el que lo desee, con una módica colaboración.

Todos estamos invitados y convocados a esta Jornada: sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas de vida activa, y seglares, en especial los colaboradores en delegaciones diocesanas y en parroquias, los miembros de los Consejos, los catequistas, lectores y voluntarios, los miembros de movimientos, asociaciones, cofradías y grupos, los profesores cristianos y de religión. A las monjas contemplativas os pido vuestra oración. Ruego que esta convocatoria se anuncie en las parroquias, comunidades, movimientos y grupos y que se anime a participar. El Señor nos convoca a todos a trabajar en esta parcela de su Viña, nuestra Iglesia diocesana.

Hasta ese día, recibid mi saludo afectuoso y la bendición del Señor,

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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CARTA PASTORAL del Obispo D. Casimiro para el curso 2024-25

28 de agosto de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Curso Pastoral 2024-25/por obsegorbecastellon

Puedes descargar AQUÍ la CARTA PASTORAL del Obispo D. Casimiro para el curso 2024-25

EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL Y PASTORAL

Escuchar, cuidar y acompañar a las personas

A todo el Pueblo de Dios de Segorbe-Castellón: seglares, religiosos y religiosas, diáconos permanentes y sacerdotes.

Amados todos en el Señor Jesús.  

Con la mirada puesta en el Señor Resucitado, vivo y presente entre nosotros, y abiertos a la acción del Espíritu Santo nos disponemos a comenzar con esperanza un nuevo curso pastoral. Es el segundo en la aplicación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, y estará centrado en el acompañamiento pastoral y espiritual. 

Nuestra Iglesia diocesana, en sus miembros y en sus comunidades, está llamada a ser una comunidad que acoge, escucha, cuida y acompaña a las personas. Por lo tanto, hemos de favorecer el acompañamiento de la personas para que, en sus anhelos y necesidades, puedan alcanzar una vida más plena y evangélica vinculándose más fuertemente a Cristo y a su Iglesia. 

El pasado curso, la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana estuvo centrada en el Primer Anuncio. Recordemos que su contenido es anunciar de forma explícita a Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado, para que todo el que crea en Él tenga vida en plenitud, la vida eterna. O, con palabras del papa Francisco, consiste en anunciar que “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte”[1] (EG 164). Su objetivo es facilitar el encuentro o reencuentro de cada persona con el amor de Dios en Cristo vivo, que la ama, libera, salva y colma su deseo innato de vida, verdad, libertad, plenitud y felicidad: un encuentro que mueva a cada persona a creer de corazón en Cristo vivo, a adherirse a Él, a entrar en una relación personal con Él y a orientar toda su vida según el Evangelio en el seno de la comunidad de los creyentes, la Iglesia. 

El encuentro personal con el Señor pide, a su vez, un camino de crecimiento y maduración en la fe y en la vida cristiana personal unidos a la comunidad eclesial. Esto implica tomarse muy en serio a cada persona en la realidad concreta de su vida y el proyecto que Dios tiene sobre ella. Dios nos crea por puro amor, para que viviendo el mandamiento nuevo del amor, lleguemos a la perfección del amor. Este es el designio, el proyecto, la voluntad, la llamada o la vocación de Dios para todos. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). El camino es Jesucristo, verdad y vida para el mundo. Cada ser humano necesita dejarse encontrar por Cristo vivo, amarle y seguirle más y más, para irse configurando con Él hasta poder decir con Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2, 20; cf. EG, n. 160). En este camino hacia la santidad es muy conveniente, e incluso necesario, el acompañamiento espiritual y pastoral, al que vamos a dedicar el próximo curso pastoral.

En los objetivos específicos de este curso pastoral se nos anima a “promover y generar una cultura de la acogida y del acompañamiento, una cultura vocacional potenciando espacios de acogida y experiencias de acompañamiento personal y comunitario en nuestras comunidades”.

El papa Francisco pide que iniciemos a sacerdotes, religiosos y laicos en el ‘arte del acompañamiento’ para que todos aprendamos siempre a quitarnos las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Hemos de dar a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana (cf. EG n.169). Y en otro lugar nos dice: “Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño.” (EG n.171).

Os ofrezco unas breves notas sobre el acompañamiento, que nos ayuden a aproximarnos a esta realidad rica y compleja, con el fin de entender y profundizar en el objetivo de este año[2].

1. ¿Qué entendemos por acompañamiento espiritual y pastoral?

Acompañar viene etimológicamente del latín “ad cum pane”, “el que come pan con”. Acompañar es estar o ir en compañía de otra u otras personas; no de una forma pasiva, sino consciente y cercana, activa y comprometida. Esta definición nos habla de la relación entre personas (dos o más) que están o van en movimiento, acompañándose unas a otras. Porque acompañar es ir a alguna parte con alguien, con un rumbo, elevando su nivel de conciencia y aumentando su nivel de responsabilidad.

Cuando hablamos de acompañamiento desde la fe, también partimos de una idea muy similar, pero añadimos un elemento básico. En el acompañamiento cristiano no son dos sino tres los que intervienen: el acompañante, el acompañado y Dios. Es el Espíritu Santo, quien mueve y cambia el corazón, quien sana e ilumina la mente, quien santifica. El modelo es Jesucristo; el modelador, el Espíritu Santo, por medio de la gracia. Quien acompaña es un ‘instrumento’ de Dios, que es quien da el crecimiento (cfr. 1 Co 3,7-9). Hay que dejar a la gracia de Dios que haga su obra y respeta siempre la libertad de la persona, para que aparezca la imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo. Esa gracia es una participación en la vida de Jesucristo, que en la Eucaristía nos hace, un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4, 32); y nos convierte en familia, en Iglesia.

En un primer acercamiento podríamos decir que acompañar “consiste en ayudar a las personas en su proceso de crecimiento en la fe y en orden a clarificar y discernir la voluntad de Dios, y llegar a un compromiso y una opción vocacional mediante la Palabra de Dios, los sacramentos y la oración. Habrá que cuidar el compromiso apostólico, la escucha, el diálogo, el testimonio y otras muchas claves, respetando el desarrollo de cada persona que camina hacia la configuración con Cristo”[3].

1.1. El acompañamiento de Jesús en el Evangelio.

Para entender mejor y, sobre todo, poner en práctica la tarea de acompañar, siempre tenemos como referente a Jesús en el evangelio, porque nuestro acompañamiento debe ser “como Cristo y con Cristo”. Él es el gran acompañante. Vamos a detallar algunos pasajes del evangelio en los que observamos el comportamiento de Jesús, sus opciones y el modo cómo Él acompañaba a las personas. Os invito a releer y meditar los textos y orar con ellos; la lectio divina nos permitirá llevarlos a nuestra vida.

En la parábola del sembrador (Mt 13, 3-9), Jesús esparce la semilla por todos los lados; parte cae al borde del camino, parte entre piedras o entre hierbas y parte en tierra buena. Podemos decir que este labrador derrocha la semilla; para nuestra mentalidad no sería un buen agricultor. Pero Jesús lo hace conscientemente, porque Él solo ve tierra buena. Da igual cómo estemos, da igual la mochila que arrastremos, Él va a estar a nuestro lado; y así reconoce la dignidad de hijos e hijas de Dios a todas las personas; a todos está dirigida la Palabra de Dios, todos están invitados al Reino de Dios. Esta es la primera lección para nuestro acompañamiento: reconocer la dignidad de toda persona. Y justo por esto, Jesús se acerca a todos, con preferencia a las personas que la sociedad tiene excluidas, porque ellas necesitan más que nadie su apoyo, su palabra (personas con lepra, gente que vivía en los sepulcros, mujeres que ejercían la prostitución…).

Jesús no espera en casa ni en la sinagoga. Sale a los caminos a encontrarse con la gente. En muchas ocasiones no espera a que acudan a Él, es Él quien se adelanta, es quien sale al encuentro de los que están en las orillas del camino. “¿Qué quieres que haga por ti?” (Lc 18, 41), pregunta Jesús al ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna.

Y así lo sigue haciendo con nosotros. Al igual que hizo con la mujer samaritana. Jesús se hace el encontradizo, entabla un diálogo con ella, la escucha atentamente y mantiene una relación de reciprocidad con ella (cf. Jn 4, 7-15). Podemos decir que Jesús toma la iniciativa, sale al encuentro, nos mira y escucha. El diálogo forma parte del método de Jesús; lo mismo que aceptar incondicionalmente a la persona que tiene delante, sin juzgarla: “Ni él ni sus padres pecaron” (Jn 9, 3).

Jesús muestra el camino de la salvación, y lo hace dando protagonismo a la persona en la acción de curarse. “Ve a la piscina y lávate” (Jn 9, 7), porque cree firmemente en sus capacidades para salir de la situación. “Levántate, toma tu camilla y anda” (Jn 5, 8). En los momentos de crisis y de dificultad, Jesús se hace presente y acompaña; pero no hace a las personas dependientes de él, sino que permanece a su lado el tiempo necesario y luego desaparece. Así acontece en el camino de Emaús (cf. Lc 24, 13-24). Porque lo que ofrece es un camino a un encuentro con el Padre, como aliento y estímulo para la vida. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

El acompañamiento de Jesús no es intimista ni individualista. Una vez han descubierto el tesoro de la Buena Nueva, invita a la transformación y a la participación social. “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). Así contesta al maestro de la ley que le pregunta qué ha de hacer para alcanzar la vida eterna: actuar e implicarse como el buen Samaritano.

Por último, el Señor Jesús eligió a un grupo de discípulos, los acompañó y les explicó los detalles del Reino con mucha paciencia y durante todo el tiempo que estuvo con ellos, Los acompañó en su proceso de crecimiento en la fe. Ellos vivieron la fe en la comunidad de discípulos. Como refiere el libro de los Hechos de los apóstoles, todos “perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones…  Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2, 42-45). Jesucristo nos invita a todos a seguir sus pasos en la Iglesia, en la comunidad.

1.2. El acompañamiento forma parte del proyecto evangelizador de la Iglesia.

Junto a la Palabra de Dios otra referencia para acercarnos al acompañamiento es el magisterio de la Iglesia. Os recuerdo algunas de las aportaciones más recientes. 

San Juan Pablo II definía el discernimiento evangélico con estas palabras: “es la interpretación que nace a la luz y bajo la fuerza del Evangelio, del Evangelio vivo y personal que es Jesucristo, y con el don del Espíritu Santo. De este modo el discernimiento evangélico toma de la situación histórica y de sus vicisitudes y circunstancias no un simple “dato”, que hay que registrar con precisión y frente al cual se puede permanecer indiferentes o pasivos, sino un “deber”, un  reto a la libertad responsable, tanto de la persona individual como de la comunidad”[4].

Hablando de la actividad caritativa de la Iglesia, el papa Benedicto XVI describe, de una manera profunda y hermosa, la atención cordial que necesitan vivir los agentes de pastoral con los pobres: “dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una “formación del corazón”: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Gál 5,6)”[5] (DCE n.31a).

En la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos pide a la Iglesia, a todas sus comunidades, que procuremos “los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no sirve una “simple administración”. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un “estado permanente de misión” (EG n.25). Esta es nuestra misión y no otra: evangelizar. Y para caminar hacia ella, nos propone cinco verbos: “Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar”. Iglesia en salida es “la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”. Sobre el acompañar nos dice: “Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límite” (EG n.24).

En la Exhortación Postsinodal Christus Vivit, el Papa habla del acompañamiento y su finalidad: acompañar para discernir. En este sentido la Iglesia es vista como “casa del acompañamiento y ambiente de discernimiento”. El objetivo del acompañamiento es el discernimiento, y este se presenta como una necesidad imperiosa en este momento de la historia. Afirma en el número 244: “En el Sínodo muchos han hecho notar la carencia de personas expertas y dedicadas al acompañamiento. Creer en el valor teológico y pastoral de la escucha implica una reflexión para renovar las formas con las que se ejerce habitualmente el ministerio presbiteral y revisar sus prioridades. Además, el Sínodo reconoce la necesidad de preparar consagrados y laicos, hombres y mujeres, que estén cualificados para el acompañamiento a jóvenes”.

Volviendo a la Exhortación Evangelii Gaudium afirma: “Sin disminuir el valor ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las posibles etapas de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día” (EG n.44).

Son de destacar, los números 169 a 173 de Evangelii Gaudium en los que el Papa Francisco reflexiona sobre el acompañamiento en un sentido personal, siguiendo el enfoque de la teología espiritual. Más adelante nos centraremos en ellos con mayor detalle.

Por último, en la Exhortación pastoral de la Conferencia Episcopal Española Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes, se nos llama a una profunda conversión personal y comunitaria: “Practicar la cultura de la acogida mutua tiene un valor transformador en las personas, las instituciones y las estructuras” (n. 30). La cultura del encuentro “comienza a tejerse en los encuentros cotidianos de nuestra familia, en nuestra vecindad, en nuestras comunidades parroquiales” (n, 24). 

2. Algunas claves para acompañar

A continuación, os expongo algunas claves que nos pueden ayudar, educar e iluminar en el acompañamiento personal y comunitario. Las primeras podemos decir que son de metodología, de cómo hacer o no hacer. Las segundas son actitudes y cualidades que debe cuidar el acompañante. En ambos casos, se pretende concretar todo lo que hemos visto desde el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia.

2.1. Claves metodológicas.

Ofrezco algunas claves para el acompañante sobre el modo de acompañar:

· Estate o ve al lado de la persona para compartir un camino común. En el camino somos todos compañeros y nos ayudamos y transformamos mutuamente. Cuando acompañes no es empujes, arrastres o impongas.

· Reconoce, potencia y ayuda a descubrir las capacidades de la persona acompañada. Hazle sentirse como la persona única que es, con un montón de cosas que ofrecer, a sí misma y a los demás. No seas paternalista, salvador o protector.

· Respeta la toma de decisiones de la persona acompañada, aunque no te gusten. No seas impositivo ni manipulador.

· Da tiempo al camino que hay que recorrer. Se trata de procesos. No quieras tener logros y resultados inmediatos. Evita las prisas.

· Admite que el acompañamiento tiene avances y retrocesos. No les juzgues, ni fiscalices, intimides o inspecciones.

· Pon a la persona como protagonista y centro de su camino. No decidas por ella, ni tampoco te centres en sus problemas.

· Deja que las personas tomen sus propias decisiones. Dales protagonismo y participación en la creación de este proyecto común. No tomes decisiones por ellas.

· Sé guía en su camino. Ayúdale para que vea la realidad con más profundidad.

· Celebrad la fe y la vida juntos. Festejad y reíd juntos. Los momentos de celebración genuina unen y construyen lazos. No trates de organizar celebraciones e invitar.

· Deriva hacia la ayuda adecuada. En los procesos de acompañamiento aparecen situaciones que requieren la colaboración de algún acompañamiento especializado. No trates de abarcar todo el proceso.

· Acoge. Con este verbo se quiere indicar que no elegimos nosotros a los acompañados. Son ellos los que nos eligen.

· Ora personalmente y con las personas a quienes acompañas. La oración es indispensable para abrirse a la acción del Espíritu Santo. Una oración con y por el que ha iniciado su camino el acompañante y que sostiene en la tarea y en el resto de la vida cristiana.

· Contempla. Se trata de sentirse instrumento de Dios.

· Cada persona/comunidad requiere por su situación una “intensidad” distinta de acompañamiento, teniendo en cuenta:

– Que quieren ser acompañados, ofreciendo un acompañamiento respetuoso. Y sabiendo retirarse cuando sea necesario.

– Que se requiere compromiso y implicación por ambas partes.

– Que es necesario un clima de confianza, incluso de vínculo.

2.2. Cualidades y actitudes específicas para el acompañamiento.

Para iniciar un camino conjunto, necesitamos primero conocer nuestro propio caminar y tener la experiencia de ser acompañado. Es preciso conocerse para comprender, para poder acoger y amar, evitando protagonismos y paternalismos. Se trata de acompañar con cercanía y amor.

El acompañamiento pide una actitud de auténtica escucha. Hay que escuchar en profundidad, sin juicios ni prejuicios. Muchas personas desean ser escuchadas. Pero escuchar no es tan sencillo. No es lo mismo que oír. En ocasiones es más fácil decir palabras sensatas y dar buenos consejos que escuchar. Todos tenemos palabras sensatas y nos vienen a la mente mil consejos. Pero, ¡qué suerte encontrar a alguien que escuche! Este talante debe ayudar a descubrir cada realidad y profundizar en ella, en el convencimiento que es posible salir de la situación y de moverse, la superación y la transformación personal/comunitaria. Hemos de reconocer nuestros límites y aceptarlos. Y saber cuándo podemos estar y cuándo no. En el acompañamiento son necesarias las virtudes de la humildad, la fortaleza y la paciencia.

En el acompañamiento ha de reinar la corresponsabilidad, es decir, una responsabilidad compartida, confidencial y sincera, que mira la realidad soñando que puede ser de otra manera. Necesitamos ser utópicos, llenos de la virtud de la esperanza.

El acompañante ha de estar formado y dotado de habilidades prácticas sociales y conocimientos específicos. Somos conscientes que necesitamos formación permanente, puesto que todo acompañamiento ha de partir de la experiencia de fe y de vida cristiana y comunitaria. El acompañante necesita también ser acompañado, abarcando todas las dimensiones de la vida, a sabiendas que el acompañamiento no puede entenderse limitado a la dirección o al acompañamiento espiritual.

El acompañamiento ha de ser preventivo, sanador y misericordioso, prestando una especial atención a las personas vulnerables. Se necesitan, también, espacios de apertura, de amistad y de fraternidad, que favorezcan el encuentro con Cristo vivo.

Los laicos, junto a los presbíteros y diáconos, debéis descubrir también la llamada a acompañar a otros laicos. Ello responde a vuestra identidad bautismal para el acompañamiento evangelizador. 

3. Las formas de acompañamiento en la Iglesia

Según la Exhortación Apostólica del papa Francisco Evangelii Gaudium existen, al menos, tres formas de acompañamiento, que se complementan y contribuyen al mismo fin de la Iglesia:

· El acompañamiento que realizamos cada uno de nosotros, y la Iglesia en su conjunto, a todos y cada uno de nuestros hermanos y hermanas, a la humanidad entera, en orden a instaurar aquí y ahora el Reino de Dios y su justicia, optando prioritariamente por las personas más pobres.

· El que desarrollamos como comunidad cristiana al interior de la Iglesia, mediante nuestros grupos y estructuras pastorales, por el que acompañamos y somos acompañamos, personalmente y como comunidad.

· El acompañamiento personal y espiritual a cada uno de los hermanos.

3.1. Acompañar a la humanidad.

En Evangelii Gaudium, el papa Francisco nos dice que toda comunidad evangelizadora tiene el encargo de acompañar a la humanidad en todos sus procesos. Si en la tradición de la Iglesia el acompañamiento ha estado vinculado con la dirección espiritual, mayormente llevada a cabo por sacerdotes, el Papa nos hace caer en la cuenta de que, junto a este acompañamiento espiritual, hemos de cuidar el acompañamiento que damos y recibimos como comunidad. Su objeto no será otro que la misión de la Iglesia y sus destinatarios son cada uno de nuestros hermanos y la humanidad entera.

Para el Papa, el acompañamiento pastoral abarca toda la existencia, todos los pueblos, todos los ambientes de convivencia y a todas las personas en todos los ámbitos de la vida (cf. EG 179, 181). Esta es posiblemente la razón por la que el Santo Padre se refiere en su magisterio normalmente al acompañamiento sin los adjetivos pastoral y espiritual. Puesto que para él, el acompañamiento pastoral no tiene límites precisos, toca acciones muy variadas del ser humano; acciones que se realizan en el campo de las obras de misericordia, en el trabajo y la lucha por los derechos y la dignidad de las personas, en el crecimiento y la maduración de la persona, en los proyectos educativos y en el cuidado de la comunidad cristiana o el acompañamiento espiritual. 

«En su forma más básica el acompañamiento pastoral es cualquier ayuda, estímulo o apoyo prestado por un cristiano a otra u otras personas a las que considera sus prójimos»[6]. En este sentido nos dice el papa Francisco: “¡Una Iglesia que acompaña en el camino, sabe ponerse en el camino con todos! Y hay una antigua regla de los peregrinos, que San Ignacio asume, por eso yo la conozco. En una de sus reglas dice que aquel que acompaña a un peregrino y que va con él, debe ir al paso del peregrino, sin adelantarse ni retrasarse. Y esto es lo que quiero decir: una Iglesia que acompaña en el camino y que sepa ponerse en camino, como camina hoy» [7].

3.2. Acompañamiento pastoral/comunitario.

a) El acompañamiento comunitario como medio de renovación pastoral

A la hora de entender el acompañamiento tanto de los jóvenes como de la totalidad del Pueblo de Dios nos puede servir de luz el punto de vista, expresado en el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, de 2018. Partiendo de la reflexión y el discernimiento sobre el término hubo una verdadera conversión: “Durante la Asamblea sinodal fue criticada una tendencia individualista en el pensar y practicar tanto el acompañamiento como el discernimiento. En cambio, surgió con gran fuerza la presencia y la acción de la comunidad y esto nos hace dar cuenta del enfoque del Documento Final sobre estos temas: mientras que en el Instrumentum Laboris el acompañamiento partía desde lo personal y llegaba al nivel comunitario y eclesial, en el Documento Final se parte de la Iglesia como sujeto de acompañamiento y luego se llega al nivel personal. Este cambio fue importante, y creo que durante la Asamblea sinodal hubo una verdadera «conversión»”[8].

El acompañamiento se convierte así en una forma de ser Iglesia, de ser comunidad eclesial y de ser parroquia. Es la comunidad eclesial la que se ha de sentir llamada a acompañar a niños, jóvenes, novios, matrimonios y familia, adultos y mayores en el crecimiento y maduración de la fe y de la vida cristiana. Se trata de ser y sentirse responsables los unos de los otros, de un estilo de camino compartido. Porque es, precisamente, caminando juntos cuando sanamos, nos convertimos, crecemos y maduramos en la fe, la esperanza y la caridad, cuando se genera una comunidad cristiana de discípulos misioneros, presencia de Dios en medio del mundo.

Si nos acercamos a la Exhortación apostólica Amoris Laetitia vemos que el acompañamiento pastoral de la comunidad es también una de las propuestas que el Santo Padre hace para poder atender pastoralmente a los matrimonios y las familias. Utiliza la palabra acompañamiento en un sentido amplio: “La Iglesia quiere llegar a las familias con humilde comprensión, y su deseo es acompañar a cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su camino”[9].

b) Con un modelo de comunidad para la Iglesia del Tercer Milenio

Nuestra Iglesia diocesana necesita comunidades que pongan en el centro a Cristo vivo, que se reúnan en torno a la Palabra de Dios y la Eucaristía compartida, en la que todos se sientan miembros igualmente importantes y necesarios: sacerdotes, consagrados y laicos de cualquier edad. Juntos recorremos el camino de la fe, podemos decir que nos acompañamos mutuamente, abiertos siempre a la acción del Espíritu en nuestras vidas y asumiendo nuestra misión de evangelizar en medio del mundo.

Una comunidad que acompaña es aquella en la que nadie se siente extraño, en la que sus miembros se conocen y se cuidan, comparten su fe y su vida, en la que los unos se preocupan y ocupan de los otros, tanto los que llevan tiempo, como los recién llegados. Nos debemos preguntar por el modelo de Iglesia que les estamos ofreciendo, especialmente en nuestras parroquias, y en qué medida se sienten acogidos, integrados y acompañados por la comunidad de creyentes.

El curso pasado vimos que el Primer Anuncio es en estos momentos la prioridad de nuestra Iglesia, para cada uno de los cristianos, personalmente y como comunidad. En el presente curso pastoral nos proponemos como objetivo específico “desarrollar el Primer Anuncio despertando procesos de conversión, de iniciación o revivificación de la fe, acompañando las personas en los procesos hacia la inserción eclesial mediante el catecumenado y el discipulado misionero”. Ya desde ahora nos hemos de plantear qué podemos y debemos ofrecer a las personas que han vivido una experiencia fundante de encuentro son Cristo vivo mediante el Primer Anuncio; porque si no cuidamos y alimentamos ese fuego que se ha avivado o encendido, normalmente acabará apagándose.

Una forma concreta de posibilitar esta vivencia de fe en comunidad son los grupos o equipos de vida, que también pueden tener otras muchas denominaciones. En la práctica son equipos formados por varias personas que deciden libremente iniciar juntos un proceso de maduración en la fe. “Son pequeñas comunidades que transmiten la fe, la oración y la liturgia de la Iglesia, con un estilo de vida y de compromiso apostólico peculiar que facilita la constante interacción entre fe y vida, según las edades y circunstancias”[10]. Necesitamos pequeñas comunidades en las que nos dejemos a acompañar de otros que caminan en la misma dirección, y que en determinados momentos del camino nos sirvan de apoyo, impulso o, simplemente, alguien con quien compartir los avatares del peregrinar. Se hace necesaria la compañía de otros creyentes que ayuden a tener y descubrir la peculiar experiencia de Dios en la profundidad de la existencia. Porque compartir vida y fe es compartir, tanto las alegrías como el dolor, los momentos de crecimiento y también los momentos de dudas y sin respuestas. Todo esto puede y es acompañado por los miembros de la comunidad, que se saben en terreno sagrado.

Esta manera de acompañar, en el ver y escuchar con otros lo concreto de los acontecimientos, es lo que va permitiendo adentrarse en el corazón de los hombres y mujeres para sentir la huella que deja la vida, intuir lo que está aconteciendo y percibir que Dios mismo habla al corazón y llama. En estos grupos se acompañan unos a otros, crecen juntos y se interpelan fraternalmente. En muchas ocasiones contarán con la figura de un acompañante, una persona de la comunidad, formada para ello y que ayuda al grupo a encontrarse con Jesucristo y vivir la comunión con Él en su Iglesia.

La parroquia pasa a ser una comunidad de comunidades. La parroquia no debe limitarse a ser una forma de organización, una estructura, ni un territorio, ni siquiera un templo donde celebrar los sacramentos. Debe asumir un papel clave en la renovación pastoral, en la que se encuentren los grupos, los movimientos, las asociaciones de fieles y las cofradías que la forman, así como los fieles habituales de la parroquia. Como comunidad deberá recorrer el camino que le toca en un tiempo y espacio concreto, con unas personas concretas, abierta a todas las personas que formen parte o no de la comunidad parroquial.

Los movimientos y asociaciones eclesiales son también en sí mismos espacios de este acompañamiento, tanto en los grupos que lo forman como en su conjunto. Justamente llevan mucho recorrido hecho en acompañar y ser acompañados comunitaria y personalmente. Son verdaderas escuelas en las que nos podemos y debemos fijar, también para avanzar y no quedarnos con modelos que responden a tiempos pasados.

Partiendo de que la Iglesia es la comunidad de los fieles, es donde cobra sentido el acompañamiento espiritual personal. En la actualidad esta tarea no se encomienda exclusivamente a los sacerdotes, sino que laicos, religiosos y religiosas, diáconos, debidamente formados, entran también a realizar este acompañamiento.

Sin embargo, hemos de destacar el papel del sacerdote, que es insustituible, como maestro de la Palabra, ministro de los Sacramentos y pastor y guía de la comunidad que se le encomienda. Llevamos tiempo hablando de la renovación pastoral, también de nuestras comunidades parroquiales, y esta renovación debe tener efectos claros en las parroquias, movimientos y asociaciones, tanto en la tarea asumida por el laicado como por los sacerdotes. Necesitamos laicos que asuman el papel y compromiso en la Iglesia y en el mundo, que les viene dado por su bautismo. Igualmente necesitamos sacerdotes que asuman, con actitud de servicio, la tarea de acompañar a la comunidad que les es encomendada. Y que acompañen espiritualmente a cada uno de sus miembros que libremente se lo pida.

3.3. Acompañamiento personal y espiritual

Por acompañamiento espiritual se entiende una relación continuada entre dos personas en la que una de ellas, mediante frecuentes conversaciones, ayuda a la otra a buscar y realizar la voluntad de Dios según su vocación particular, buscada mediante el discernimiento espiritual, con el empleo de distintos recursos verbales y de otros instrumentos pastorales. El acompañamiento debe estar orientado hacia la madurez de la persona, hacia la experiencia cristiana de Dios, hacia la santidad, que es la perfección del amor.

Sacerdotes, consagrados y laicos debidamente formados, están llamados a realizar esta tarea, desde el respeto y la reverencia hacia el otro, y cuyo fin no es otro que llevar al acompañado más y más a Dios en Cristo, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad y  la vida eterna. El acompañante deberá ponerse a un lado para dejar que el Espíritu Santo actúe.

El papa Francisco dedica cinco números en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium al acompañamiento personal, siguiendo el enfoque de la teología espiritual, bajo el título: «El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento» (EG 169-173). Resulta significativo que estén situados dentro del capítulo del Anuncio del Evangelio.

A continuación, detallamos un decálogo para el acompañamiento personal que nos sugiere la lectura de estos números y pueden ser de utilidad para todos:

1. Acompañar con una mirada cercana. Es aquella que pasa de ser una mirada conmovida a ser una mirada comprometida con el otro. Se trata de estar junto a la persona partiendo del contexto en el que vive, para que ella alcance su propia plenitud gracias al encuentro con quien acompaña, quien le proporcionará un acompañamiento que contiene tres tiempos: Reconocer-Interpretar-Elegir (Ver-Juzgar-Actuar), y que en todo momento le conduzca al encuentro personal con Cristo.

    2. Acompañamiento integral.  Que no sea solo intelectual o afectivo, sino que posibilite el desarrollo de todas las dimensiones de la persona. Es decir, que haga posible la experiencia del discernimiento de qué está haciendo Dios o qué espera Dios del acompañado (acompañamiento espiritual); y la experiencia de cuál es tu sitio en la Iglesia y en el mundo (acompañamiento pastoral); pero además todo esto en clave de crecimiento, que es la dimensión educativa.

    3. Acercarse a la persona con respeto y reverencia. Esto supone que el acompañante al iniciarse en el arte de acompañar comienza a experimentar la alegría de ver cómo otros van dando pasos en el camino del Señor, y se acerca a ellos con proximidad y respeto. Es la realización de la vocación de aquellos que consideran este servicio como una gracia, como algo que nace del corazón de quien es capaz de contemplar, como el Samaritano, la necesidad del hermano y no pasar de largo, ya seamos sacerdotes, religiosos o laicos.

    4. Llevar a la persona más y más a Dios en Cristo. Acompañar espiritualmente es guiar a los demás en su peregrinación con Cristo hacia al Padre. Haciéndoles cada vez más conscientes de la presencia de hermanos y hermanas que junto a ellos caminan en la misma dirección, y la cercanía de Aquel que será su sostén a lo largo de su peregrinar: Jesús, su camino, su verdad y su vida.

“Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen   libres cuando caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería contraproducente si se convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las personas en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre” (EG 170).

    5. Acompañantes acompañados. Un buen acompañante no nace, se hace. Es un camino de crecimiento donde gustar “el arte de acompañar”, pero no de manera teórica únicamente, aprendiendo, conociendo o estudiando técnicas referentes a esta tarea, sino de manera experiencial principalmente, viviendo en primera persona el ser acompañado por otro.

    6. Acompañantes que conozcan los procesos. Esto es:

· Capaces de salir de sí mismos y ponerse en el lugar del otro.

· Prudentes, para ayudar a la persona a saber discernir y elegir el plan de Dios en su vida.

· Sabiendo comprender y aprender a escuchar sin moralizar, sin juzgar, aguardando el momento en el que puedan proponer cambios constructivos para la persona acompañada.

· Con paciencia, calma y templanza. La experiencia de haber sido acompañados en momentos duros les hará tener una sensibilidad especial para acoger incondicionalmente al acompañado, venga como venga, valorando todo lo positivo.

· Con sigilo absoluto, pues comprenderán que el interior de las personas es un lugar sagrado.

· Para evangelizar, para llevar al encuentro con el Señor.

“Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida”. (EG, 171)

    7. Acompañantes con sentido comunitario. Esto ayudará en dos direcciones. De un lado, nos ayudará a vivir en comunión una pastoral de conjunto, porque sabemos que todos somos necesarios y necesitados unos de otros, y porque el otro, quizá por su vocación o carisma, puede ofrecer un mejor servicio que yo. Y de otra parte, para saber despertar en la persona la necesidad de la comunidad en su vida cristiana, como el lugar donde encontrar el calor que le anime a formarse, a crecer en su vida espiritual (oración y celebración), a integrarse en la comunidad y a responder desde la luz del Evangelio a las situaciones que en cada momento le toque vivir.

    8. Acompañantes con “capacidad del corazón”. Lo más importante no es tener muchos conocimientos, sino la capacidad de emocionarte con el otro, dejando de ser meros espectadores de su vida y siendo capaces de transmitirles, desde el corazón, el anhelo y la sed de Dios. Esto nos facilitará una proximidad, que posibilitará la transparencia de Dios, es decir, en palabras del Papa: “despertará el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (EG 171).

    9. El acompañante ha de saber proponer, corregir y ayudar. El acompañamiento es un camino que animamos a recorrer a alguien, pero que es él quien debe ir avanzando paso a paso, haciendo frente al cansancio, al desánimo y a los obstáculos que pretendan impedirle avanzar (el “mal espíritu” que llamaba S. Ignacio de Loyola). Pero sobre todo, también, haciéndolo consciente de todo el camino recorrido y de todo lo positivo que en su andadura ha ido descubriendo y viviendo.

“El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer” (EG 172).

    10. Un acompañamiento que suscite apóstoles para la misión. Hombres y mujeres que sean discípulos misioneros, que busquen la unidad de fe y vida, de vida personal y acción evangélica, y anuncien con alegría la Buena Noticia que, a ellos, un día, les fue anunciada.

4. Necesidad de una buena formación

En el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes se habló de la necesidad de una buena formación para el acompañamiento.

“Para poder desempeñar el propio servicio, el acompañante sentirá la necesidad de cultivar su propia vida espiritual, alimentando la relación que lo vincula a Aquel que le ha confiado la misión. Al mismo tiempo necesitará sentir el apoyo de la comunidad eclesial de la que forma parte. Será importante que reciba una formación específica para este particular ministerio y que a su vez él también se beneficie de acompañamiento y de supervisión” [11].

En este sentido la formación para el acompañamiento debe atender los aspectos vocacionales y motivacionales del acompañante, los fundamentos y la espiritualidad del acompañamiento, así como los aspectos prácticos sobre la manera de proceder en el acompañamiento. Dos criterios nos orientan: la formación tiene que llegar a lo profundo de la persona y solo será buen acompañante quien tenga la experiencia de haber sido acompañado.

De esta manera queda claro que la metodología, que siempre pregunta qué hacer y cómo hacer, debe situarse en un mapa más amplio: profundizar en la espiritualidad, dar densidad a los procesos pastorales y ver las huellas que deja la acción pastoral en el propio educador. Como puede verse esta formación no se improvisa sino que necesita planes consistentes y bien estructurados; lo que se forma es el corazón, la mente y la acción del acompañante.

5. Estructuras y procesos que facilitan el acompañamiento

Si estamos en proceso de renovación pastoral y misionera a nivel personal y comunitario, nos hemos de plantear también en qué medida nuestras acciones y estructuras están favoreciendo esta renovación que pasa por poner el Primer Anuncio en el centro de nuestra actividad pastoral, acompañar a las personas en su proceso de crecimiento en el discipulado, favorecer la presencia pública de la Iglesia y su misión en el mundo. Dicho así, en conjunto parece una tarea inabarcable. Pero leído como proceso, en el que no importa correr mucho sino saber qué camino estamos recorriendo paso a paso, confiando en la acción del Espíritu que es quien marca los tiempos, la tarea se vuelve ligera.

Hemos de potenciar una cultura vocacional del acompañamiento propiciando el acercamiento de las personas a la fe y poniendo en marcha planes de formación para el acompañamiento y experiencias de acompañamiento a acompañantes. Ello exige, al mismo tiempo, crear espacios y tiempos para transformar paulatinamente la tarea de acompañar en un auténtico proceso que abarque todas las etapas de la vida. Me limitaré a algunos sectores.

· En relación con los jóvenes estamos llamados a favorecer procesos que den respuesta a los problemas reales que sienten y viven los jóvenes, generen confianza recíproca, susciten el diálogo y ayuden a su formación y crecimiento integral, incluida la dimensión espiritual. Para ello hemos de acercarnos a los jóvenes, escucharles y hablar ellos con un lenguaje adecuado.

· En relación con la familia hemos de impulsar procesos que ayuden al diálogo dentro de la familia, que refuercen la formación prematrimonial (itinerario) y el seguimiento y acompañamiento de los matrimonios. Ello requiere de la coordinación entre nosotros, particularmente entre los movimientos familiares específicos, las parroquias y los grupos diocesanos dedicados a este ámbito pastoral así como de la integración y coordinación con otros espacios fundamentales directamente vinculados con la familia como son la escuela y la parroquia.

· En relación con las personas en situación de vulnerabilidad, debemos potenciar procesos que nos conduzcan a un cambio de mentalidad a nivel familiar, eclesial y social para sensibilizarnos con las concretas situaciones de especial vulnerabilidad y/o riesgo de exclusión o discriminación –soledad, pobreza, discapacidad, inmigración–.

· En relación con quienes no creen, nos sentimos llamados a impulsar procesos que exploren caminos de diálogo y apertura a la dimensión trascendente de la persona, particularmente en ámbitos como el diálogo fe-cultura, el arte, la naturaleza, el deporte o el mundo virtual.

Será cada comunidad la que deberá discernir sinodalmente cuál es su camino y qué pasos dar en cada momento. 

6. Conclusión

Queridos diocesanos: Dispongámonos al nuevo curso pastoral centrado en el acompañamiento pastoral y espiritual. Como os digo más arriba, no olvidemos que también en el acompañamiento espiritual, el protagonista es el Espíritu Santo. El modelo de acompañamiento es Jesús; el modelador, el Espíritu Santo, por medio de la gracia. El acompañante es un ‘instrumento’ de Dios, que es quien da el crecimiento (cfr. 1 Co 3,7-9). Sin la gracia de Dios, sin la unión a Cristo Jesús y sin la fuerza del Espíritu nada podemos hacer.

Acometamos la tarea, unidos al Señor, que nos envía de nuevo a todos a su misión. El Señor Jesús es nuestro compañero de camino y su Espíritu nos ilumina, alienta y fortalece para emprender este nuevo curso con ánimo y esperanza renovados.

Pido a la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de la Cueva Santa, que aliente a nuestra Iglesia diocesana en esta nueva etapa pastoral. ¡Que ella nos enseñe a ser fieles a su Hijo, a las necesidades de los hombres y mujeres del presente y a nuestra Iglesia diocesana!

Con mi afecto y la bendición del Señor,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

Puedes descargar AQUÍ la CARTA PASTORAL del Obispo D. Casimiro para el curso 2024-25

Bibliografía

● SAGRADA BIBLIA, CEE, BAC, Madrid, 2010.

● Magisterio:

Papa San Juan Pablo II:

  • Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis

Papa Benedicto XVI:

  • Encíclica Deus Caritas Est

Papa Francisco:

○ Encíclica Gaudete et Exultate

○ Exhortación Amoris Laetitia

○ Exhortación Evangelii Gaudium

○ Exhortación Postsinodal Chistus Vivit

○ “Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales”, consultado el 6 de noviembre de 2019.

Sínodo de los Obispos sobre los Jóvenes:

  • Documento Final del Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (DF). Octubre de 2018.

CEE:

  • “La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones”. Madrid. 1998
  • Exhortación Pastoral “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes”. Madrid. 2024.
  • Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida: “Hacia un renovado Pentecostés. Guía de trabajo para el poscongreso de laicos”. EDICEP. 2020. Madrid.

● ACCIÓN CATÓLICA GENERAL, “Llamados a acompañar”.

● ÁVILA A., Acompañamiento espiritual, Madrid, PPC, 1998, pp. 189-190.

● Cáritas Diocesana de Getafe, “Criterios para el acompañamiento” (2017)

● Cáritas Española, “Modelo de Acción Social” (Documentos institucionales)

● Consejo Diocesano de Pastoral, 24 de febrero de 2024: El Acompañamiento. 

  Definición, claves fundamentales y concreción de propuestas de cara al próximo curso 

  pastoral. Aportaciones. 

● GARCÍA DOMÍNGUEZ, Luis Mª: “El libro del discípulo”. Sal Terrae.

● GARCÍA SAN EMETERIO, S.A., “El acompañamiento. Un ministerio de ayuda”,     

   ed. Paulinas, 2001.

● KOLDO GUTIERREZ SDB “Experiencia formativa en el acompañamiento espiritual de jóvenes”.

● Reflexión Diocesana en el proceso sinodal: “Sesión 3: El Acompañamiento”. Curso  

   2021-22. Vicaría de Pastoral.

● ROSSANO SALA, “El acompañamiento. La evolución del concepto durante el 

   sínodo sobre los jóvenes”.

● SÁNCHEZ CASTRO, L.S.: “El acompañamiento en el magisterio del Papa 

   Francisco” (2013-2019).


[1] Francisco, Exhortación  apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, de  24 de noviembre de 2013, n. 164. Se citará con la abreviatura: EG.

[2] Agradezco de corazón a la Comisión sobre el Acompañamiento de la Delegación para los Laicos, su reflexión y trabajo sobre el “arte de acompañar” que ha servido de base para esta Carta pastoral.

[3] GARCÍA SAN EMETERIO, S., El acompañamiento. Un ministerio de ayuda. Ed. Paulinas, 2001, p. 21.

[4]  San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, de 25 de marzo de 1992, n.10.

[5]  Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est sobre el amor cristiano, de 25 de diciembre de 2005, n. 31a.

[6]  Antonio Ávila, Acompañamiento pastoral (Madrid: PPC, 2018), p. 15.

[7]  Francisco, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, de 21 de septiembre de 2013.

[8]  Rosano Sala, El acompañamiento. La evolución del concepto durante el Sínodo sobre los jóvenes: Sinite, 61. 2021, p. 237.

[9]  Francisco, Exhortación Apostólica postsinodal Amoris laetitia sobre el amor en la familia, de 19 de marzo de 2016, n.200.

[10]  Acción Católica General. Llamados a acompañar.

[11] Documento Final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional,  n, 103.

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No abandonemos a los abuelos y los mayores

20 de julio de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos, y muy queridos abuelos y personas mayores:

En torno a la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, los abuelos de Jesús, el día 26 de julio, celebramos en toda la Iglesia la Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores. El papa Francisco dispuso en 2021 que esta Jornada se celebre cada año el cuarto domingo de julio; este año será el domingo 28 de julio.

Con esta Jornada, el Santo Padre nos invita a tomar conciencia de la relevancia de los ancianos en la vida de la sociedad, de la Iglesia y de sus comunidades y a tenerlos presentes no de forma episódica y puntual, sino de un modo permanente, también en la pastoral ordinaria de nuestra Iglesia para esta época de la vida.

Hoy y siempre damos a Dios por cada uno de vosotros, queridos abuelos y mayores. Gracias os damos por tantos esfuerzos y sacrificios, por tantas cosas buenas como habéis hecho por vuestros hijos y ahora hacéis por vuestros nietos: sois un apoyo imprescindible y seguro para muchos padres, abocados al trabajo fuera del hogar. Gracias os damos por vuestro trabajo y testimonio, quizá sencillos, pero muy valiosos, para nuestra Iglesia y nuestra sociedad. Los abuelos sois custodios de sabiduría, de valores y de bondad; por ello, “un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria” (Francisco). Los abuelos y mayores atesoráis la “riqueza de los años”, de la experiencia y de la historia. Cuando la vida es larga es una bendición de Dios para uno mismo y para los demás. Las personas mayores os merecéis el afecto, el reconocimiento y el agradecimiento de todos: de los hijos y de las familias, de la sociedad y de nuestra Iglesia. La Jornada es una ocasión propicia para mostraros nuestra sincera gratitud.

Nuestros mayores deben sentirse y ser protagonistas en las familias, en la Iglesia y en la sociedad. No representan solo el pasado; forman parte de nuestro presente y con ellos hemos de contar para construir el futuro. Los mayores, sin embargo, son a menudo marginados. Muchas veces no cuentan, son aparcados y vistos como una carga. En una sociedad que valora sólo la utilidad, la eficacia, la juventud y la rentabilidad económica, en una sociedad egoísta se olvida la “sabiduría del corazón” que representan los años. Y esta sociedad se vuelve desagradecida precisamente con aquellos que más se lo merecen porque han contribuido con su trabajo a su construcción. El agradecimiento a nuestros mayores es un acto de justicia: debemos reconocerles su dedicación, sus sacrificios y sus cuidados para los hijos, la sociedad y la Iglesia. El respeto y el cariño hacia nuestros mayores debería ser algo connatural a nuestra sociedad. Nuestros mayores no pueden ser arrinconados, olvidados, abandonados o descartados.

Con mucha frecuencia la soledad es la amarga compañera de la vida de los mayores y abuelos. En esta triste realidad se fija la Jornada de este año, bajo el lema “En la vejez no me abandones” (cf. Sal 71,9). Como indica el Santo Padre en su mensaje, esta súplica “habla de una conspiración que ciñe la vida de los ancianos. Parecen palabras excesivas, pero comprensibles si se considera que la soledad y el descarte de los mayores no son casuales ni inevitables, son más bien fruto de decisiones -políticas, económicas, sociales y personales- que no reconocen la dignidad infinita de toda persona «más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre» (Decl. Dignitas infinita, 1). Esto sucede cuando se pierde el valor de cada uno y las personas se convierten en una mera carga onerosa, en algunos casos, demasiado elevada. Lo peor es que, a menudo, los mismos ancianos terminan por someterse a esta mentalidad y llegan a considerarse como un peso, deseando ser los primeros en hacerse a un lado”.

Queridos abuelos y personas mayores: ¡no estáis solos!. Dios nunca os abandona. Ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, o cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil; Él no se fija en las apariencias. La Iglesia tampoco os abandona; os tiene presentes y sigue contando con vosotros. Nunca se deja de ser cristiano, hijo o hija de la gran familia de los creyentes. La sociedad tampoco os debe abandonar; ha de contar también con vosotros, con vuestra experiencia y sabiduría acumulada; rehabilitar esta sociedad herida es cosa de todos, también vuestra.

En esta Jornada Mundial, no dejemos de mostrar nuestra ternura a los abuelos y a los mayores. Visitemos y acompañemos a los que están solos o desanimados. El Señor

y la Iglesia cuidan de voso­tros y cuentan con vosotros.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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El cuidado de los mares y de la gente del mar

13 de julio de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Secretariado Stella Maris/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En unos días celebramos la Fiesta de la Virgen del Carmen, patrona de la gente del mar. Su devoción está muy extendida entre nosotros. El origen de esta advocación de la Virgen está en la nubecilla blanca divisada desde el monte Carmelo cuando el profeta Elías suplicaba a Dios que pusiese fin a una larga sequía. Su criado, después de observar varias veces el mar, divisó a lo lejos una nubecilla, pequeña como la palma de la mano de un hombre que subía del mar; en poco tiempo el cielo se cubrió de nubes y cayó una gran lluvia (cf. 1 Re 18, 44). En esa nubecilla cargada de lluvia se reconoció la figura de la Virgen. María es como la nube que da al mundo al Salvador, el amor encarnado de Dios para todos, que da vida, cura, sana y salva.  

María, madre de Dios y madre nuestra, es la estrella del mar, que guía el rumbo de nuestra existencia y nos cuida por las difíciles aguas de la vida. Como los marineros de antaño, que leían la posición de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano, así la Virgen María es como la estrella que nos guía hacia el puerto seguro: Cristo. María es la estrella que nos lleva al encuentro con Cristo Jesús, que nos reconcilia con Dios, el prójimo y la creación.

Ante los graves problemas medioambientales y las necesidades de la gente del mar, María nos llama a cuidar de los mares y de su gente. La contaminación de los mares es un problema acuciante y la atención a la gente del mar es una demanda constante. En el Ángelus del domingo 11 de julio de 2021, el papa Francisco se dirigió de manera especial “a todos los que dependen del mar para su trabajo y sustento” y dijo: “Rezo por ellos y exhorto a todos a cuidar los océanos y los mares. Cuidad la salud de los mares: ¡nada de plástico en el mar!”.

Según datos de la ONU, cada año acaban en los mares ocho millones de toneladas de plástico, que matan la vida marina y amenazan la cadena alimentaria humana. El papa Francisco nos urge con frecuencia a cuidar los mares. Por ejemplo, en el n. 40 de su encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de nuestra casa común, nos dice: Los océanos no solo contienen la mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor parte de la vasta variedad de seres vivientes. La vida en los ríos, lagos, mares y océanos, que alimenta a gran parte de la población mundial, se ve afectada por el descontrol en la extracción de los recursos pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Es, pues, de suma urgencia que todos seamos conscientes de que debemos cuidar de los mares, tan importantes para nuestra economía y nuestra subsistencia.

No podemos olvidar tampoco el cuidado de la gente del mar, de todos aquellos que con su trabajo hacen posible tanto la pesca como el transporte de la mayor parte de mercancías en todo el mundo. Jesús acompañaba a sus discípulos en los viajes en barca, les ayudaba en sus afanes y calmaba las tempestades. Como Jesús, también la Iglesia está llamada a acompañar a la gente del mar, a los hombres y mujeres que trabajan en el comercio marítimo o en la pesca, a sus familias, al personal de los puertos y a todos los que emprenden un viaje por mar, preocupándose de sus necesidades humanas, espirituales y materiales. En nuestra Diócesis este servicio lo presta el Secretariado diocesano Stella Maris para el Apostolado del Mar, que cuenta con un local en el distrito marítimo de la capital de La Plana, cedido generosamente por la Autoridad Portuaria.

‘Stella Maris-Castellón’ es como “el hogar, lejos del hogar” que acoge, acompaña y ayuda a los marineros necesitados y a sus familias. Los puertos han sido diseñados para operaciones de carga y descarga, embarque y desembarque, pero con frecuencia se ignoran las necesidades de los tripulantes de los barcos. El marino necesita sentirse persona, comunicarse con su familia, realizar compras, disfrutar de un mínimo tiempo de ocio o tal vez conversar con alguien o recibir asistencia, social, legal o espiritual. Además este apostolado debe ser también la voz de los sin voz, haciendo oír sus necesidades a la sociedad. Agradecemos a su Director y a los voluntarios su compromiso y trabajo encomiables en favor de la gente del mar y de sus familias. Quien acoge y vive el Evangelio de Jesús cuida, proclama y defiende con valentía la dignidad humana que con frecuencia es descuidada y conculcada en el mundo del mar.

Miremos y recemos a la Virgen del Carmen: ella nos protege y nos guía a todos.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Responsabilidad y prudencia en el tráfico

6 de julio de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Secretariado para Movilidad humana/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El primer domingo de julio y cercana la fiesta de San Cristóbal, el 11 de julio, celebramos en la Iglesia en España la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. La Iglesia nos invita a tomar conciencia del significado del tráfico y de la urgente necesidad de esmerar nuestra responsabilidad y prudencia en la carretera y en la calle. No podemos, en efecto, ignorar que nuestras imprudencias pueden causar desgracias.

En estos días, muchas personas se desplazan de un lugar a otro para iniciar sus vacaciones o regresar de ellas; y miles de personas lo siguen haciendo diariamente por motivos laborales y sociales. Cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así. Es cierto que el número total de accidentes y de víctimas mortales ha descendido en los últimos años. Con todo es preciso redoblar los esfuerzos por parte de conductores y peatones así como desde todas las instancias públicas y privadas para seguir reduciendo los accidentes. No está de más recordar las consecuencias graves de los accidentes viales, sean de tipo personal y familiar (heridos y muertos) o de tipo económico y social (daños materiales, hospitales, medicamentos, incapacidad laboral). 

El lema para la Jornada de este año son las palabras de Jesús en el discurso de despedida de sus discípulos: “Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). De estas palabras se derivan consecuencias para nuestro comportamiento en el tráfico, como explican en su mensaje los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad humana.

Jesús se presenta como ‘el camino’. No es un camino cualquiera, sino el único camino que nos lleva al Padre (cf. Jn 14,6) y que nos conduce también a la relación y convivencia fraterna y responsable con nuestros semejantes. Caminar con Jesús obliga a ser buen conductor o peatón; es decir, a ser responsables, cumplidores de las normas de tráfico y respetuosos con los demás no por miedo a la multa sino por amor a Dios y al prójimo. Caminar con Jesús obliga también a no pasar de largo ante una necesidad de mi prójimo y hacer agradable el viaje de los que comparten el vehículo.

Jesús es ‘la verdad’. Caminar con Jesús pide amar la verdad y la sinceridad cuando se trata de averiguar quién y cómo se produjo un siniestro. En casos así, donde parece que la verdad o la mentira tienen el mismo valor, no podemos olvidar las palabras de Jesús: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32).

“Yo soy la vida”, dice Jesús. El mayor tesoro que hemos recibido de parte de Dios es la vida, llamada a la plenitud. Pero somos muy frágiles. Al menor descuido podemos perder la vida o la salud. Por eso debemos cuidarlas y tratarlas con mucho respeto y dedicación. Cuando conducimos un vehículo, solos o en compañía, o cuando somos peatones, no podemos olvidar en ningún momento la grave responsabilidad que tenemos de cuidar la vida propia y la de los demás. Amar y respetar la vida propia y la ajena, para un conductor o peatón, equivale a permanecer atento a la conducción y al tráfico, respetando en todo momento las normas de tráfico sin ser un peligro para nadie.

Conducir y transitar bien implica saber ‘convivir’, saber vivir con otros. Esto pide de todos hacer que la carretera y la calle sean más humanas. El automovilista o el peatón nunca están solos. Conducir un vehículo o transitar son, en el fondo, una manera de relacionarse, de acercarse y de integrarse en una comunidad de personas. Esto pide de todos, respeto, prudencia, espíritu de servicio, conocimiento de las normas del código de circulación y estar dispuesto a prestar una ayuda desinteresada a quien la necesita.

Conducir quiere decir también no dejarse llevar por los impulsos. Hemos de cultivar el autocontrol y dominio de sí para evitar los daños que se pueden causar a la vida y a la integridad de las personas y de las cosas. Nuestra actitud en el tráfico debería ser mantener en todo momento prudencia y atención. La mayor parte de los accidentes es provocada por falta de atención o por imprudencias. La prudencia es una de las virtudes más necesarias e importantes en relación con el tráfico. Desde luego, no se comporta con prudencia el que se distrae con el móvil, el que conduce a una velocidad excesiva, o el que conduce bajo los efectos del alcohol u otras sustancias.

Aprovecho la ocasión para desear a todos los conductores y personas relacionadas con el tráfico una feliz fiesta de San Cristóbal.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Tiempo de descanso y renovación espiritual

29 de junio de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En estos meses de verano, muchos podrán disfrutar de vacaciones. Unos lo harán en la playa o en la montaña; otros visitarán otros pueblos y culturas; y otros muchos se quedarán en casa o regresarán a nuestros pueblos. No olvidemos a quienes no podrán tener vacaciones por razones económicas o laborales o porque están enfermos.

En vacaciones se dispone de mucho tiempo. Se puede simplemente dejar pasar el tiempo, o, por el contrario, aprovecharlo de forma enriquecedora. En estos días se busca ante todo descansar, que no es lo mismo que no hacer nada. Las vacaciones son un tiempo privilegiado para favorecer el descanso físico y psíquico; ofrecen mucho tiempo para la lectura, para la reflexión, para la convivencia y para el encuentro con nosotros mismos, con la familia, con los amigos, con otras culturas, con la naturaleza y con Dios.

Los días de vacaciones son una oportunidad para encontrarse consigo mismo. Las ocupaciones y las prisas a lo largo del año dejan poco espacio para el silencio y para la reflexión. No sólo necesitamos el descanso físico; también nuestro espíritu pide una renovación permanente. No puede haber verdadero descanso sin cuidar el espíritu, sin cuidar nuestro interior.

No hay duda que el vacío interior atenaza hoy a muchas personas. La sociedad moderna dispone de tal cantidad de medios de publicidad, que pueden cautivar y esclavizar a las personas. Con frecuencia, muchos quedan absorbidos por proyectos y expectativas, que no surgen de sí mismos ni elevan a una vida más humana, noble y digna. El estilo de vida que se propone aparta de lo esencial, e impide descubrir y cultivar lo que somos y podemos llegar a ser; no nos deja llegar a ser nosotros mismos, bloquea el desarrollo libre y pleno de nuestro ser desde la verdad, el bien y la belleza del ser humano.

El hombre contemporáneo parece cada vez más indiferente a ‘lo importante’ de la vida, a las grandes cuestiones de la existencia. Poco a poco se va convirtiendo en un ser superficial e individualista, cerrado en sí mismo y movido por la moda y el sentimiento del momento. Lo que se lleva es disfrutar de la vida y sacarle el máximo jugo. Es bueno –así se dice- lo que me gusta y apetece, y malo lo que no me gusta. Los grandes objetivos y los ideales mayores pertenecerían al pasado. Lo importante sería tener, pasárselo bien y vivir el momento presente.  

Surge así un ser humano perfectamente adaptado a los patrones de vida impuestos desde fuera, pero incapaz de enfrentarse a su propia existencia desde dentro, desde su raíz, desde su libertad responsable: un ‘hombre pasivo’ que participa dócilmente en un plan de vida que le trazan otros; un individuo productor, consumidor, espectador televisivo y esclavo de las redes sociales, que sobrevive sin saber lo que es vivir desde la raíz. La vida se va vaciando de su verdadero contenido. El individuo se queda sin horizonte, sin metas, sin referencias, sin vida interior, sin Dios y sin más allá. Las personas tienen cada vez más fachada exterior y menos consistencia interior. Los valores humanos y el bien común son sustituidos por los intereses de cada cual. Pero este tipo de ser humano se siente insatisfecho en su interior y víctima de su propio vacío. Es un ser sin rumbo, que corre el riesgo de caer en el tedio y perder hasta el gusto mismo de vivir; surge la amargura, el aislamiento y la falta de esperanza.

Las vacaciones ofrecen una oportunidad preciosa para mirar a nuestro interior. Es un tiempo propicio para la reflexión y la búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes de nuestra existencia: ¿quién soy, de dónde vengo, por qué existo y para qué estoy en esta vida? Para ello hemos de propiciar los momentos de silencio exterior e interior, y buscar momentos para la reflexión y la oración. Es ahí donde uno se encuentra consigo mismo y se llega a percibir la voz de Dios, capaz de orientar nuestra vida. La oración nos centra en el ‘recuerdo de Dios’ como dicen los maestros del espíritu. Nuestro corazón está inquieto y no puede descansar hasta que descubre a Dios y descansa en Él. Todos buscamos la felicidad. Pero esta no se puede conseguir si no se va a la fuente de donde mana, que no es otra sino Dios mismo. Dios es Amor, nos ama y nos invita a dejarnos amar por Él para siempre.

¿Por qué no dedicar en vacaciones algún tiempo para reflexionar sobre los grandes interrogantes de la existencia, sobre nuestro rumbo en la vida, sobre nuestra vida interior, sobre nuestra relación con Dios y con los demás?

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Orar por el Papa

22 de junio de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Papa Francisco/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Con motivo de la festividad de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio, se celebra en toda la Iglesia el Día del Papa y se realiza la colecta llamada ‘Óbolo de San Pedro’. Por ser el día 29 laborable en nuestra comunidad autónoma, en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón celebraremos ambas cosas el día siguiente, el domingo, 30 de junio.

En este Día estamos invitados a reflexionar sobre el ministerio del Papa y a rezar por su persona e intenciones, especialmente en unos momentos en que se ve sometido a intentos por debilitar o romper la unidad en la fe de la Iglesia. También estamos llamados a contribuir con nuestros donativos a las muchas obras de caridad del Papa en la Iglesia universal.

El Papa es el sucesor de san Pedro. Los Apóstoles, testigos directos de las palabras, vida y obras de Jesús, fueron elegidos y enviados por Él mismo para enseñar y actuar en su nombre, y para ser testigos de su resurrección. Entre los Apóstoles, Pedro tiene un puesto especial por voluntad expresa de Jesús. Pedro fue elegido por Jesús para ser el apoyo firme de la fe de sus discípulos y el fundamento de su Iglesia. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18) y “yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32), le dice Jesús a Pedro. Los Apóstoles reconocieron a Pedro la función de presidencia y de primacía. Después de ascender Jesús al Cielo, Pedro presidía la vida y las actividades de los Doce. Pedro es la piedra firme de la fe de todos los creyentes, sobre la que Jesús construye su Iglesia. El ministerio de Pedro es signo visible de la unidad de la Iglesia y de la verdad evangélica.

Después de anunciar el evangelio en Jerusalén, Pedro va primero a Antioquia y luego a Roma, siendo su primer Obispo. Roma era el centro del mundo conocido. Situarse en Roma era una manera de manifestar la universalidad del Evangelio de Jesús y de impulsar la difusión de la fe cristiana por todo el mundo. Hay testimonios muy antiguos de que todos los Obispos de entonces se sentían vinculados a la tradición apostólica de Roma. La huella de Pedro ha dado a la Iglesia de Roma y a su Obispo el papel de referencia para todas las demás Iglesias, y de ser garantía de la autenticidad de la fe y principio de la unidad católica de la fe y de la vida de todos los cristianos. 

El ministerio de Pedro se perpetúa en el Obispo de Roma, hoy en el Papa Francisco. El Santo Padre garantiza la unidad en la fe, en los sacramentos, en la disciplina y en la misión de todos los Obispos y de todas las Iglesias diocesanas. Los cristianos católicos sabemos que nos encontramos dentro de la corriente viva de la fe de los Apóstoles, que arranca del mismo Cristo, si estamos en comunión en la fe con el sucesor de Pedro, con su persona y su doctrina. Esta es la garantía para saber que nuestra fe es auténtica y que pertenecemos a la Iglesia de Jesucristo. Acojamos de corazón y vivamos con fidelidad las enseñanzas del Papa y caminemos por los senderos que él nos va marcando. Nuestra fe ha de ser personal, sí; pero también eclesial, apostólica y en comunión afectiva y efectiva con el Papa.

Como sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, sus palabras nos confirman en la fe y renuevan nuestra esperanza. Hoy le damos gracias por su ejemplo claro de entrega desinteresada al servicio de la Iglesia y de la humanidad, en especial de los más pobres y desfavorecidos de la tierra. Acojamos cordialmente su llamada insistente a una ‘conversión  pastoral y misionera’ de toda nuestra Iglesia, basada en la alegría del encuentro personal y transformador con Cristo vivo.

Oremos por la persona y por el ministerio del Santo Padre, siempre y en especial en este día del Papa. Su misión se ha hecho hoy particularmente difícil. En la primera hora de la Iglesia, cuando Pedro estaba en la cárcel, toda la comunidad oraba por él. Oremos especialmente para que el Señor le conceda el don de sabiduría y el discernimiento necesario para conducir a su Iglesia en estos tiempos de cambio de época; oremos para que el Señor le conceda el don de la fortaleza para que su fe no decaiga y pueda confirmarnos en la fe a todos los creyentes, como encomendó Jesús a Pedro, ante los claros intentos de cisma en la Iglesia. 

Seamos generosos en la colecta de este día, llamada ya desde los primeros siglos ‘Óbolo de San Pedro’, para ayudar al Papa en el cumplimiento de su misión universal y en su compromiso con los más pobres de la tierra. Muchísimas gracias.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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El Día del Papa y la Colecta del Óbolo de San Pedro

20 de junio de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Papa Francisco/por obsegorbecastellon

A todo el Pueblo de Dios, que peregrina en Segorbe-Castellón

Queridos sacerdotes y diocesanos todos:

El día 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo, se celebra en toda la Iglesia el Día del Papa y se lleva a cabo la colecta llamada ‘Óbolo de San Pedro’. Por ser el día 29 laborable en nuestra comunidad autónoma, en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón celebraremos el Día del Papa y la colecta del Óbolo de San Pedro-, el domingo, 30 de junio, a partir de la víspera.   

En esta Jornada estamos llamados a tener un especial recuerdo del Papa Francisco. Es un día para dar gracias a Dios por la persona y el ministerio del Santo Padre, sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo en la tierra, para orar por él y por sus intenciones así como para reforzar nuestra conciencia del papel insustituible que tiene el Papa para la comunión en la fe y en la misión de toda la Iglesia.

 El ministerio, que Jesús confió a Pedro, se perpetúa en el Obispo de Roma, hoy en el Papa Francisco. El Santo Padre garantiza la unidad en la fe y en la misión de todas las Iglesias diocesanas, de todos los Obispos y de todos los cristianos. Los católicos sabemos que nos encontramos dentro de la corriente viva de la fe de los Apóstoles, que arranca del mismo Cristo, si estamos en comunión con el sucesor de Pedro, con su persona y con su magisterio, y con sus directrices pastorales. Esta es la garantía para saber que nuestra fe es auténtica, que somos verdaderos discípulos de Jesús y que pertenecemos a la Iglesia fundada por el mismo Jesucristo. Acojamos de corazón y vivamos con fidelidad lo que el Papa enseña en cuestiones de fe y de moral, y caminemos por los senderos que él nos va marcando. Nuestra fe ha de ser personal, sí, pero también eclesial, apostólica y en comunión afectiva y efectiva con el Papa. Él nos llama una y otra ver a la renovación pastoral, para salir a la misión; una renovación que supone una verdadera conversión personal en el encuentro con Cristo para ser evangelizadores con Espíritu.

Por todo ello, dispongo que el domingo 30 de junio, XIII del Tiempo Ordinario, a partir de las vísperas, en todos los templos -parroquiales y no parroquiales– de nuestra Diócesis, se eleven oraciones especiales por el Papa Francisco, por su ministerio y por sus intenciones. Además, en todos estos templos y en todas las Eucaristías ha de llevarse a cabo la colecta del Óbolo de San Pedro, de la que hay testimonios desde muy pronto en la Iglesia. Con nuestra aportación colaboramos la ayuda y compromiso del Papa con los más necesitados del mundo. Por favor, seamos generosos en la colecta; el Papa tiene muchas necesidades que atender; ayudémosle entre todos. ¡Que Dios os lo pague!

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Tres nuevos sacerdotes en nuestra Iglesia diocesana

15 de junio de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Cartas, Cartas 2024, Pastoral Vocacional, Seminarios/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

El próximo día 22 de junio, Dios mediante, nuestra Iglesia diocesana contará con tres nuevos sacerdotes. Su ordenación es un regalo de Dios: un motivo de gran alegría para toda nuestra Iglesia, pero, sobre todo, para la acción de gracias a Dios por su benevolencia y grandeza para con nosotros. En momentos de invierno vocacional, Dios nos sigue enriqueciendo con nuevos sacerdotes. Demos gracias a Dios     

Cada uno de estos tres jóvenes tiene su propia historia personal, familiar, cristiana y vocacional. Sin embargo, los tres tienen en común haber sentido la llamada de Jesús, el Buen Pastor, a entregarle su vida en el sacerdocio ordenado al servicio de la Iglesia y de nuestras comunidades. Como aquellos pescadores de Galilea, también estos jóvenes se han encontrado con Jesús, se han dejado cautivar por su mirada y su voz, y han acogido su apremiante invitación: “Seguidme, os haré pescadores de hombres”. Jesús les ha llamado a estar con él y a compartir su misión. Los tres han acogido con generosidad y alegría la llamada, que han ido madurando en la oración, en la vida de comunidad, en el estudio y en diálogo abierto con el Señor y sus formadores. Todo un proceso de años, no exento de dudas y dificultades al comprobar su pequeñez ante la grandeza de la llamada de Dios y ante los retos de la misión de la Iglesia hoy entre nosotros y en la misión ad gentes.

Sabedores de su fragilidad, se preguntan cómo podrán acometer esta nueva etapa de su vida cristiana y ser fieles a la tarea que el Señor les encomienda. Nuestros nuevos sacerdotes son muy conscientes de que su ordenación es, antes de nada, un gran regalo de Dios, inmerecido por su parte, y un profundo misterio, porque sólo Dios conoce la razón por la que Él los ha elegido. Por ello la reciben con profunda gratitud y con humilde admiración. Saben muy bien que no son ellos quienes se hacen sacerdotes, sino que es Cristo mismo, Maestro, Sacerdote y Pastor, quien por la ordenación los incorpora al orden de los presbíteros para que hagan las veces de Jesús anunciando la Palabra de Dios, celebrando los Sacramentos y guiando al Pueblo de Dios. Es Cristo mismo quien los configura consigo, Cabeza y Pastor invisible de su Iglesia, y les capacita para representarle y actuar en su nombre, como alguien que está presente en ellos.

Los nuevos sacerdotes saben bien que sin Jesucristo y la acción permanente del Espíritu Santo, nada son y nada podrán hacer. En consecuencia desean vivir su sacerdocio anclados en Cristo, que se alimenta en el encuentro personal con Él en la oración diaria, en la meditación y escrute de la Palabra de Dios, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y en su vida pastoral. Saben que el motor de su vida ha de ser un amor apasionado por Cristo, Maestro que enseña, Sacerdote que ofrece y se ofrece hasta el extremo, y Pastor que guía y acompaña con misericordia. Saben que esto les llevará a la verdadera caridad pastoral; es decir, a amar a los hermanos con los mismos sentimientos y la misma entrega de Jesús, el Buen Pastor. De su identificación existencial con Cristo y de su unión vital con Él brotará un amor apasionado por todos los hombres, especialmente por aquellos que Jesús a través de su Iglesia ponga en su camino, para llevarlos a Cristo, el único que puede curar, sanar, cambiar y salvar al ser humano.

Para ser fieles al don del ministerio ordenado deberán estar llenos de Dios, de Jesucristo y de la alegría del Evangelio, y tener una fe viva en Cristo Jesús, muerto y resucitado para la vida del mundo. Es decir, deberán ser sacerdotes enteramente ganados por Cristo vivo que es el Evangelio perenne de Dios a los hombres, tal como se anuncia en la Iglesia católica y apostólica. Por ello deberán ser sacerdotes con un claro sentido eclesial, y vivir en comunión efectiva con la Iglesia en la fe y en la moral, en la disciplina y en la misión. De ellos se espera que crean en la necesidad de su ministerio ordenado para la Iglesia y la sociedad, y lo vivan con verdadera alegría; que en el ejercicio de su ministerio partan siempre del anuncio del kerig­ma cristiano que lleve al encuentro sanador, transformador y salvador con Cristo; que sean servidores de todas las vocaciones y carismas; que trabajen por generar verdaderas comunidades cristianas, fraternas, corresponsables y misioneras; que cuiden su formación ante la necesidad de revitalizar nuestras comunidades y de evangelizar la cultura; y que sean testigos de Cristo, la esperanza que no defrauda, en un mundo falto de esperanza.

Demos gracias a Dios y oremos por estos tres nuevos sacerdotes, para sean pastores según el corazón de Jesús y fieles al don recibido.

Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente

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Castellón ha vivido un fin de semana repleto de fervor y tradición en honor a su patrona, la Mare de Déu del Lledó, con motivo de su fiesta principal. Los actos litúrgicos y festivos han contado con una alta participación de fieles, entidades sociales, culturales y representantes institucionales de la ciudad, en un ambiente marcado por la devoción mariana y la alegría pascual.
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📄✍️ Hoy se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «#InteligenciaArtificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone @Pontifex_es 💻❤️

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12 May 2024

#CartaDelObispo #MayoMesDeMaria

💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️

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📬 El Papa Francisco felicitó a D. Casimiro por sus bodas de oro sacerdotales en una carta fechada el 31 de marzo y recibida el 6 de mayo. En ella, el Santo Padre expresaba su gratitud por “su ministerio de servicio a la comunión en el pueblo santo de Dios” y le impartía su bendición⛪🙏 ... Ver másVer menos

El Papa Francisco felicitó a D. Casimiro por sus bodas de oro sacerdotales: "Con gratitud por su ministerio de servicio a la comunión" - Obispado Segorbe-Castellón

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