«Dar esperanza en la tristeza» es el lema que propone el departamento de Pastoral de la Salud para la Campaña del Enfermo 2024. Una Campaña que la Iglesia en España inició ayer, festividad de la Virgen de Lourdes, con la Jornada del Enfermo a nivel mundial y se cierra el 5 de mayo, con la Pascua del Enfermo.
El Delegado diocesano de Pastoral de la Salud, D. David Escoín, envió los distintos materiales a todas las parroquias, elaborados por la Conferencia Episcopal Española y por la propia Delegación, y muchas han sido las comunidades parroquiales que durante este fin de semana se han sumado con distintas celebraciones.
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, Puerto de Burriana
Organizada por la Hospitalidad de Lourdes en Burriana, el pasado sábado 10 de febrero, en la parroquia se celebró la fiesta de Nuestra Señora la Virgen de Lourdes con una Misa solemne, presidida por el párroco, D. Antonio Losas, y concelebrada por D. José Navarro, Capellán del Hospital de la Plana. Asistieron los diáconos permanentes Manuel Zarzo y Abrahám Saera.
Durante la celebración se administró el sacramento de la Unción de Enfermos, y se expuso el Santísimo Sacramento pidiendo para todos los enfermos su salud corporal y espiritual, y cuyas peticiones se depositaron a los pies de la imagen de la Virgen de Lourdes de los Hospitalarios de Burriana. Tras unos momentos de oración personal se dio la bendición con la Custodia Sacramental.
Se cantaron cánticos de invocación al Espíritu Santo durante la Unción de Enfermos, y cánticos marianos de entrada y a la salida de la celebración, como el Ave de Lourdes. Al término de la celebración se obsequió a todos los asistentes con un chocolate caliente y unos churros.
Arciprestal San Jaime, Vila-real
Los fieles de la parroquia celebraron, el domingo 11 de febrero, la festividad de la Virgen de Lourdes con la participación de la Congregación de Hijas de María Inmaculada. Durante la Eucaristía, presidida por el párroco D. Javier Aparici, se administró el sacramento de la Unción de Enfermos. La celebración finalizó con el rosario de antorchas.
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Concatedral de Santa María, Castellón
También en la Concatedral de Santa María de Castellón se celebró a la Virgen de Lourdes, con una Eucaristía que presidió D. Juan Manuel Enrich, y concelebró el Delegado diocesano de Pastoral de la Salud, D. David Escoín. La parte musical corrió a cargo del coro de la Hospitalidad.
D. Juan Manuel recalcó la importancia de cuidar a los enfermos, siendo la comunidad cristiana portadora de esperanza, y de cómo la Virgen nos llama, con compasión y ternura, a estar cerca de quienes sufren y están solos. Tras la celebración tuvo lugar la procesión de antorchas por el interior del templo.
El día 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema “No conviene que el hombre esté solo”. Y en España comenzamos la Campaña del Enfermo 2024, que terminará el día 5 de mayo con la Pascua del Enfermo.
La Jornada es un día para renovar la cercanía y compromiso de toda la comunidad cristiana hacia los enfermos, llamada este año a cuidar de ellos en su soledad. Dice el papa Francisco en su mensaje que “cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás -familiares, amigos, personal sanitario-, con la creación y consigo mismo”. Recordemos que todos hemos venido a este mundo porque alguien nos ha acogido; hemos sido creados por amor y para el amor, estamos llamados a la comunión con Dios y a la fraternidad con los hermanos. Esta dimensión relacional de nuestro ser humano nos sostiene de manera particular en tiempos de enfermedad y fragilidad; es la primera terapia que debemos adoptar todos juntos ante la soledad de los enfermos.
La Campaña, por su parte, quiere promover la reflexión sobre el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional. Es una tema particularmente urgente entre nosotros, ya que España encabeza la lista de países que más ansiolíticos consumen. Muchas son, en efecto, las personas que sufren ansiedad, depresión, trastornos del sueño y de adaptación, u otras alteraciones mentales como trastornos de personalidad y psicosis afectiva. En edades avanzadas nos encontramos con la enfermedad de Alzheimer y la demencia senil. Son todo un mundo de sufrimiento para los enfermos y especialmente para los que los cuidan con gran paciencia y sufrimiento. También muchos niños, adolescentes y jóvenes sufren problemas de soledad, de aprendizaje, de comportamiento, de enuresis, anorexia y la bulimia. La Campaña quiere ayudarnos a tomar conciencia de que, aunque no siempre se trate de una enfermedad mental en el sentido habitual del término, hemos de cuidar y acompañar a las personas que padecen este tipo de sufrimiento que se manifiesta en la tristeza, la amargura, la pena, el desánimo o la ansiedad. Estamos llamados a anunciar con el profeta Jeremías: “Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas” (Jer 31, 13)
Cuidar a los enfermos en la soledad y dar esperanza en la tristeza a los que sufren psicológica y emocionalmente es posible. Todos estamos llamados a comprometernos para que así sea. Fijémonos en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37), en su capacidad hacerse prójimo y en la ternura con que alivia las heridas del hermano que sufre. El Buen Samaritano es un referente permanente y siempre actual para toda la Iglesia y, de forma especial, en su servicio en el campo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento. En esta parábola, Jesús manifiesta con sus gestos y palabras el amor tierno y compasivo de Dios por cada ser humano, en especial por los enfermos y los que sufren. Al final de la parábola, Jesús concluye con un mandato apremiante: “Anda, y haz tú lo mismo”. Se trata de un mandato incisivo: Jesús nos indica cuáles deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos con los que necesitan de sus cuidados. El samaritano, comentan muchos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor compasivo de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos, y a manifestarlo con nuestra cercanía, empatía, compasión y ternura a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.
Pero esta capacidad para amar no viene de nuestras fuerzas, sino más bien de haber experimentado el amor de Dios en una relación personal y vivificante con Cristo. De ahí derivan la llamada y la capacidad de cada cristiano de ser un “buen samaritano”, que se detiene ante el sufrimiento del otro, porque quiere ser “las manos de Dios”.
La Iglesia lo ha hecho y lo sigue haciendo hoy por medio de sacerdotes, religiosos y seglares que han sentido de modo particular la vocación de trabajar en el campo de la salud. El amor a los enfermos y su cuidado no puede faltar nunca en la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana, de cada parroquia y de las familias. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas, de los visitadores de enfermos y de los hospitalarios de Lourdes.
Con el inicio del mes de febrero se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los enfermos terminales: “Oremos para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como humano”.
Cuando la enfermedad llama a la puerta de nuestra vida, aflora siempre en nosotros la necesidad de tener cerca a alguien que nos mire a los ojos, que nos tome de la mano, que manifieste su ternura y nos cuide, como el Buen Samaritano de la parábola evangélica. (cf. Mensaje para la XXVIII Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 2020).
El tema del cuidado de los enfermos, en las fases críticas y terminales de la vida, invoca la tarea de la Iglesia de reescribir la “gramática” de hacerse cargo y de cuidar de la persona que sufre. El ejemplo del Buen Samaritano enseña que es necesario convertir la mirada del corazón, porque muchas veces los que miran no ven. ¿Por qué? Porque falta compasión. Se me ocurre que, muchas veces, el Evangelio, al hablar de Jesús frente a una persona que sufre, dice: “se compadeció”, “se compadeció”… Un estribillo de la persona de Jesús. Sin compasión, el que mira no se involucra en lo que observa y pasa de largo; en cambio, el que tiene un corazón compasivo se conmueve y se involucra, se detiene y se ocupa de lo que sucede.
Alrededor de la persona enferma es necesario crear una verdadera plataforma humana de relaciones que, al tiempo que fomentan la atención médica, se abran a la esperanza, especialmente en aquellas situaciones límite en las que el dolor físico va acompañado de desamparo emotivo y angustia espiritual.
El enfoque relacional ―y no meramente clínico― con el enfermo, considerado en la singularidad e integridad de su persona, impone el deber de no abandonar nunca a nadie en presencia de males incurables. La vida humana, por su destino eterno, conserva todo su valor y dignidad en cualquier condición, incluso de precariedad y fragilidad, y como tal es siempre digna de la más alta consideración.
Santa Teresa de Calcuta, que vivió el estilo de la cercanía y del compartir, preservando hasta el final el reconocimiento y el respeto de la dignidad humana, y haciendo más humano el morir, decía: «Quien en el camino de la vida ha encendido incluso solo una luz en la hora oscura de alguien no ha vivido en vano».
A este respecto, pienso en lo bien que funcionan los hospices para los cuidados paliativos, en los que los enfermos terminales son acompañados con un apoyo médico, psicológico y espiritual cualificado, para que puedan vivir con dignidad, confortados por la cercanía de sus seres queridos, la fase final de su vida terrenal. Espero que estos centros continúen siendo lugares donde se practique con compromiso la “terapia de la dignidad”, alimentando así el amor y el respeto por la vida. […]
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los religiosos y religiosas de vida contemplativa, para que el Señor los enriquezca con nuevas vocaciones que puedan sostener la misión de la Iglesia siguiendo el ideal de la oración constante y la vivencia de los consejos evangélicos.”
Nuestro Obispo D. Casimiro, en su carta del 3 de junio del 2007 en el que hablaba del “valor de la vida contemplativa”, nos decía lo siguiente:
Los monasterios son ‘faros luminosos’ en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios; nos hacen presente a Aquel que siempre nos acompaña, y, a su vez, acompañan con amor a Quien se ha hecho nuestra mejor compañía.
Los monjes y monjas nos recuerdan que hay una Palabra por antonomasia –la de Dios- que es preciso escuchar, y que hay una presencia por excelencia –la de Dios-con-nosotros, sobre todo en la Eucaristía-, que debemos siempre acoger, contemplar y adorar. Esa Palabra ha llenado su silencio con una voz inconfundible, y esa Presencia ha colmado su soledad con una plenitud inmerecida.
Los monjes y monjas no se desentienden ni de la Iglesia ni del mundo. Aunque separados de todo están unidos a todo porque nada humano ni eclesial les es ajeno. En nuestras evasiones nos dan el más precioso testimonio de su encuentro con Dios en Cristo Jesús, para que nos sea devuelta la luz a los ojos y nos vuelva a latir el corazón con el fuego de Dios. Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como considerar que Dios es el único bien. Porque la vida tiene sentido cuando Dios es reconocido como Bien supremo.
El pasado sábado día 27 de enero tuvo lugar, en el Seminario Mater Dei, la Asamblea Diocesana de la Hospitalidad de Ntra. Sra. de Lourdes de Segorbe-Castellón, que estuvo presidida por el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril.
Entre los puntos del orden del día, presentaron el tema pastoral de este año, y que corresponde al final de una de las diez palabras de Nuestra Señora de Lourdes transmitidas a la Iglesia por santa Bernardita: “Vaya a decir a los sacerdotes (2022) que se construya aquí una capilla (2023) y que se venga en procesión (2024)”.
De este modo, esta meditación se abre sobre la procesión; el vínculo que existe entre la procesión y la capilla; lo que une a los sacerdotes, la capilla y la procesión; y, finalmente, el lugar que ocupa el «Vaya a decir» inicial. Todo con la particularidad de que la meditación se centra en el término procesión, que también significa peregrinación.
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A continuación, se informó sobre la 66 peregrinación diocesana al Santuario, con la presentación del cartel y la ruta del viaje que tendrá lugar del 27 de junio al 1 de julio, junto a nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente. Las inscripciones se podrán formalizar del 15 al 27 de abril, en el Palacio Episcopal de Castellón (C/ Gobernador, 8) de lunes a viernes de 19:00 a 20:30 horas. Para más información en el teléfono 964 231 334.
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La jornada concluyó con la celebración de la Eucaristía en la capilla del Seminario.
La Delegación diocesana para la Pastoral de la Salud ha organizado unas jornadas de formación destinadas a todo el personal sanitario, a los estudiantes de medicina o enfermería, a los visitadores de enfermos, y a todos los agentes de pastoral que estén vinculados al acompañamiento de los enfermos, así como a todos los sacerdotes y capellanes.
Se trata de cinco ponencias que se celebrarán en los salones parroquiales de la Concatedral de Santa María de Castellón, a las 11:00 de la mañana, los siguientes días: 16 de diciembre, 20 de enero, 16 de marzo, 20 de abril y 18 de mayo.
Estas jornadas tienen como fin, “darnos cuenta de que los cristianos que trabajan en este servicio no están solos, y cuentan con el respaldo de la Diócesis en el crecimiento formativo y en la evangelización de sus ambientes”, explica el Delegado diocesano, D. David Escoín. También “poder conocernos mucho más y crear comunidad viva, que quiere mirar por el bien de los hermanos”.
El sexto Domingo de Pascua, el 14 de mayo, la Iglesia en España celebra la Pascua del Enfermo, con la que concluye la Campaña que comenzó el 11 de febrero, festividad de Ntra. Sra. de Lourdes, Jornada Mundial del Enfermo. Este domingo nuestra Iglesia se acerca a los enfermos, a sus familias y a los profesionales sanitarios mostrándoles el rostro de Cristo Resucitado que acompaña y cuida a los enfermos. Es un día en el que la Iglesia diocesana en sus comunidades parroquiales ora con y por los enfermos, se acerca a ellos y les administra el sacramento de la Unción. No hace muchos años, en este día se llevaba en procesión la Comunión a los enfermos en sus casas; una hermosa costumbre en la que la comunidad parroquial mostraba su cercanía a los enfermos e impedidos de salir de casa haciéndoles partícipes de la celebración de la Pascua del Señor.
La muerte y resurrección de Cristo nos muestran el amor infinito de Dios por cada ser humano. Un amor que nunca nos abandona. Nada ni nadie nos separarán del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, muerto y resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Este amor de Dios ilumina toda nuestra existencia, también en el dolor, en la enfermedad y ante la muerte. Este amor es la fuente de la alegría cristiana que en la Pascua del enfermo queremos mostrar y llevar a los enfermos y a sus familias. Sólo en Cristo resucitado encuentra reposo nuestro corazón turbado. Cristo es la verdadera paz que sólo Él puede ofrecer. Él es la esperanza, que no defrauda.
Los enfermos no pueden ser indiferentes a ningún cristiano ni comunidad cristiana: no podemos olvidarlos o marginarlos. Jesús siempre se acercaba y atendía a los enfermos, especialmente a los que habían quedado abandonados y arrinconados por la sociedad. La cercanía y compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36). Acompañar, visitar y llevar la alegria pascual a nuestros hermanos, que pasan por el valle del dolor, de la enfermedad, de la soledad o de la muerte, es una de las obras de misericordia más hermosas de toda comunidad parroquial. La Pascua del Enfermo nos ofrece una gran oportunidad para mostrarlo.
El cuidado cercano y fraterno de los enfermos, hecho con compasión y gratuidad, no puede faltar nunca en nuestra Iglesia diocesana y en cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas, siguiendo las palabras de Jesús y su ejemplo al modo del buen samaritano. Contamos con un buen número de visitadores de enfermos en muchas parroquias y de voluntarios en los hospitales: junto con los sacerdotes y los capellanes de los hospitales, se acercan y atienden a los enfermos y a sus familias, humana y espiritualmente. Hoy doy gracias a Dios por todos ellos: por su entrega y disponibilidad para que nunca falte a los enfermos la cercanía del amor de Dios y el acompañamiento humano y espiritual. Doy gracias a Dios también por el buen hacer de los sanitarios y por cuantos de un modo u otro están implicados en la pastoral de la salud.
Cada vez hay más personas enfermas y solas en sus casas a las que acercarse y cuidar. Ante los enfermos, que siempre tienen un rostro concreto, Jesús nos pide acercarnos y detenernos, escucharles y establecer una relación directa y personal con el enfermo, sentir empatía y conmoción, y dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él o de ella por medio del servicio, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10, 30-35). En la atención gratuita y en la acogida afectuosa de cada vida humana, sobre todo de la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante el que sufre cualquier tipo de mal para curarlo.
La fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado, da paz, aliento y esperanza en la enfermedad al enfermo y a la familia. Miremos a la Santísima Virgen, Salud de los enfermos. Ella es garante de la ternura del amor de Dios y modelo de abandono a su voluntad.
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