Sacerdotes servidores de una Iglesia misionera
Queridos diocesanos:
Cada año en torno a la fiesta de san José celebramos el Día del Seminario. Este año lo haremos el sábado, día 19, y el domingo, día 20 de marzo. San José es patrono de la Iglesia universal y de los seminarios. Él es el hombre justo, que Dios puso al frente de la familia de Nazaret para cuidar de María y de Jesús. Allí se fue educando y formando el corazón sacerdotal de Jesús. Hoy san José sigue cuidando de los que se preparan para ser pastores al servicio de los hermanos.
El Día del Seminario es una ocasión muy propicia para que todo el pueblo de Dios le demos gracias por las vocaciones sacerdotales, nos preocupemos de su formación y pidamos al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. En sintonía con el proceso sinodal a que nos ha convocado el Papa Francisco y con la preparación del Año Jubilar diocesano pedimos especialmente a Dios que nos conceda el don de Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino. Así reza el lema de este año.
El seminario es la comunidad educativa en que se forman juntos aquellos que han sentido la llamada al sacerdocio. La tarea fundamental del seminario es acompañar a estos jóvenes ayudándoles en el discernimiento y maduración de su vocación y formándoles para servir al pueblo de Dios. Del mismo modo que Jesús llamó a los apóstoles para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (cf. Mc 3, 14-15), el seminario es la comunidad de los llamados por Jesús, para estar con él, que escuchan su palabra, la interiorizan y se ponen en camino para seguir sus pasos. La vocación es siempre personal, pero no madura ni se vive en solitario sino en comunidad. A semejanza del Señor, que reunió al grupo de los apóstoles, en el seminario se vive en comunidad para establecer relaciones de fraternidad y lazos de amistad sincera. Así se preparan para un estilo de ser sacerdote junto con otros sacerdotes y de estar presente en medio de la Iglesia y del mundo.
El seminario ha de cuidar las dimensiones humana, comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral de la formación; todas son importantes. Junto a la espiritual, hoy es especialmente urgente ayudar a los seminaristas a crecer en verdadera amistad y en fraternidad. Los sacerdotes no hemos sido llamados para estar ni trabajar solos. Y esto se aprende en el seminario. Así los seminaristas, una vez ordenados sacerdotes, se sabrán unidos a un presbiterio, llamados a trabajar juntos y a vivir la fraternidad sacerdotal. Los responsables de acompañar este proceso son el obispo y los formadores; lo son también la propia familia, el presbiterio y la comunidad diocesana; pero lo es sobre todo el propio seminarista. Cada uno, desde su lugar, ora y trabaja, para que aquellos que son llamados por el Señor a ocuparse de su viña respondan con generosidad y se preparen debidamente para el ministerio sacerdotal.
Jesús nos dijo además que él “está en medio de nosotros como el que sirve”. Todos los discípulos de Jesús estamos llamados a imitarle. Por eso el sacerdocio solo puede entenderse desde el servicio. El sacerdote es para los demás y toda vocación auténtica es para servir a Jesucristo, a la Iglesia, a la comunidad y a los hermanos. En el seminario, los seminaristas han de aprender a vivir el servicio y a servir a los hermanos. Los intereses egoístas y el provecho propio han de desterrarse y deben dejar lugar al desarrollo de una vocación recibida para ser entregada.
El seminario es el corazón de nuestra Iglesia diocesana, que hoy está llamada dejarse purificar para crecer en comunión y salir a la misión. De nuestros seminarios depende en gran medida el futuro de nuestras comunidades cristianas; en ellos se forman sus futuros pastores. Nuestra Iglesia necesita sacerdotes que sean servidores de las comunidades y del resto de los cristianos para que cada uno viva según su propia vocación y carisma, y para que toda nuestra Iglesia sea misionera.
Todos los diocesanos deberíamos sentir nuestros seminarios como algo muy nuestro, conocerlos, amarlos y apoyarlos humana, espiritual y económicamente, para que los futuros pastores reciban la mejor formación.
Además y ante la enorme escasez de vocaciones al sacerdocio entre nosotros, todos debemos comprometernos en la pastoral vocacional y en la promoción de nuevas vocaciones. Ante todo es necesaria una oración personal y comunitaria más intensa al Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies. Toda vocación es una gracia de Dios para su Iglesia; un don que hemos de pedir con humildad pero con insistencia. Nuestra oración por las vocaciones se hace más intensa en torno al Día del Seminario; pero no puede faltar todos los días a lo largo del año.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón