Queridos diocesanos:
En la fiesta de las Candelas, el 2 de febrero, celebramos la presentación y consagración de Jesús a Dios-Padre en el templo de manos de María y José. Recordando este acontecimiento celebramos en este día la Jornada mundial de la vida consagrada. Junto con toda la Iglesia, damos gracias a Dios por todas las personas consagradas, por sus dones y carismas: por las monjas y monjes de vida contemplativa, por los religiosos y religiosas de vida activa, y por las vírgenes y todas las personas consagradas que viven en el mundo. Todos ellos se han consagrado a Dios para seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, en el carisma propio de su orden o instituto, y entregar su vida al servicio de la vida y misión de la Iglesia para el bien de la humanidad.
Recogiendo la llamada del papa Francisco a toda la Iglesia a caminar juntos, a vivir en modo sinodal, la Jornada de este año tiene como lema La vida consagrada, caminando juntos. La palabra caminar nos remite al mismo Jesús que se proclamó “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6), recorrió el camino de subida a Jerusalén hasta la cruz (Lc 9, 51) y, una vez resucitado, y “se puso a caminar con ellos” , (Lc 24, 15), los discípulos de Emaús, que, desalentados y tristes, se alejaban de la comunidad; Jesús les explicó las Escrituras, que hablaban de Él, y lo reconocieron en la “fracción del pan”; este encuentro con Jesús les impulsó a volver a prisa a la comunidad de Jerusalén para anunciar con alegría a los Apóstoles su encuentro con Jesús resucitado. Como Jesús, nuestra Iglesia es una Iglesia peregrina que camina unida por los caminos de este mundo para llevar a todos la buena Noticia del Evangelio, que es Jesucristo mismo. El lema de este año es una invitación a todos los consagrados a caminar juntos con el resto del Pueblo de Dios en la consagración, la escucha, la comunión y la misión.
Caminar juntos como consagrados pide, en primer lugar, que sean conscientes de que su llamada a la vida consagrada es un don Dios, y la comparten la consagración con otros hermanos y hermanas. Esto les pide poner a Dios en el centro de su vida. A Él están consagrados y a Dios solo se le encuentra buscando su rostro día a día en la oración y en y en el rostro de los hermanos. El actual momento sinodal es un tiempo de gracia para que los consagrados fortalezcan su consagración; y es una oportunidad de encuentro con Dios y los hermanos.
A Dios sólo se le puede encontrar en la escucha atenta y orante de su Palabra, siendo dóciles a la acción del Espíritu Santo, y escuchando, a la vez, a los hermanos o hermanas de comunidad y a los hombres y mujeres de hoy con sus gozos y tristezas, con sus anhelos y decepciones. La verdadera escucha de los demás ha de ser paciente, humilde, recíproca, respetuosa y compasiva. Así los consagrados pueden encontrar los caminos para crecer y convertirse en testimonio interpelante en medio de la Iglesia y de la sociedad, que a veces cierran sus oídos a la voz de Dios y al grito de los más débiles.
Los consagrados están llamados a ser en la Iglesia y en el mundo “expertos en comunión”, testigos y artífices del “proyecto de comunión” que Dios tiene para toda la humanidad. Esta comunión es, en primer lugar, unión con Dios, al que han de amar sobre todas las cosas; y es comunión con los hermanos o hermanas de comunidad, siendo signo claro de verdadera fraternidad, así como con el resto de personas consagradas, con la Iglesia diocesana y con toda la humanidad, tan necesitada de superar odios y confrontaciones, y de restañar heridas y de curar llagas.
Y, finalmente, el lema de este año invita a todos los consagrados a caminar juntos con el resto del Pueblo de Dios en la misión, es decir a reforzar su corresponsabilidad y compromiso en la Iglesia diocesana aportando sus dones y carismas. Esto tiene muchas formas y ámbitos: la oración del claustro, la vida de las parroquias, los hospitales, los colegios, la atención a ancianos y necesitados o el encuentro a pie de calle. Así contribuyen a enriquecer la misión de nuestra Iglesia.
Siempre y en particular en esta Jornada damos gracias a Dios por la vida consagrada, un gran don de Dios a nuestra Iglesia y a la sociedad. Pidamos a Dios por los consagrados para que sean fieles a su vocación y consagración, lo vivan con alegría y sean faros luminosos que nos remitan a Dios y a los hermanos. Roguemos también para que Dios siga suscitando vocaciones a la vida consagrada tan escasas en nuestra Iglesia diocesana. En los últimos meses dos monasterios de clausura han tenido que cerrar por falta de vocaciones, y el resto de comunidades religiosas van envejeciendo y disminuyendo en número. Oremos a Dos: Los consagrados -mujeres y hombres- siguen siendo necesarios para la santidad, la vida y la misión de nuestra Iglesia diocesana.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón