En la Pascua del Enfermo
Queridos diocesanos:
El VI Domingo de Pascua celebramos la Pascua del Enfermo. Es el final de un itinerario que iniciamos el 11 de febrero, Jornada Mundial del Enfermo, que este año, marcado por la pandemia del Covid-19, ha girado en torno al lema “Cuidémonos mutuamente”. Este domingo nuestra Iglesia se acerca a los enfermos, a sus familias y a los profesionales sanitarios mostrándoles el rostro de Cristo Resucitado que acompaña y cuida a los enfermos. Es un día en el que la Iglesia diocesana en sus comunidades parroquiales ora con y por los enfermos y se administra el sacramento de la Unción de los enfermos. Como Iglesia diocesana lo haremos en la Santa Misa con Unción de enfermos en la S.I. Concatedral de Sta. María en Castellón el sábado 8 de mayo a las 18:00 de la tarde.
El amor infinito, compasivo y misericordioso hacia la humanidad que Dios Padre nos ha manifestado en la muerte y la resurrección de su Hijo es la razón de nuestra alegría. Este amor de Dios transforma e ilumina nuestra existencia, también en el dolor, en la enfermedad y en la muerte; un amor que es fuente de esperanza.
El dolor, la enfermedad y la muerte forman parte del misterio del ser humano; son propios de nuestra condición vulnerable y mortal. Todos debemos cuidar de la salud, propia y ajena, y combatir la enfermedad con todos los medios a nuestro alcance. La vida es un don de Dios, que hemos de cuidar. Pero, sobre todo, hemos de saber ver el plan de Dios cuando la ancianidad, la enfermedad y el dolor se hacen presentes en nuestra vida. Dios nunca nos abandona. Nada ni nadie, ni tan siquiera la muerte, podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo, muerto y resucitado. Por ello es propio del cristiano dirigirse a Dios en la enfermedad para pedirle la salud del cuerpo y del espíritu y esperar siempre en la vida eterna, cuyo camino ha abierto Jesús con su muerte y resurrección para los que creen y confían en Él.
La muerte y la resurrección del Señor son la clave para entender y vivir nuestra propia existencia también en la enfermedad y en la muerte. El Hijo de Dios, por su encarnación asumió nuestra naturaleza humana, frágil y mortal. Y la asumió hasta el final sufriendo y muriendo como nosotros y haciendo de su muerte en la cruz el paso a la resurrección. Desde entonces, el sufrimiento tiene un sentido, que lo hace singularmente valioso. Como a su Hijo, Dios nos ama y nunca nos abandona. Quien sabe acoger este amor de Dios en su vida, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se transforma en fuente de gracia, de esperanza y de salvación.
Ante las preguntas más profundas y personales del ser humano, ante la enfermedad y la muerte, ¿podemos confiar en algo o en alguien? La Pascua del Enfermo nos invita a mirar a Cristo, muerto y resucitado para la Vida del mundo. De la paradoja de la cruz brota la respuesta a nuestros interrogantes más inquietantes. Cristo sufre por nosotros: toma sobre sí el sufrimiento de todos y lo redime. Cristo sufre con nosotros, dándonos la posibilidad de compartir con El nuestros padecimientos. Unido al sufrimiento de Cristo, el sufrimiento humano se transforma en medio de salvación. El dolor y la muerte, si son acogidos con fe, se convierten en puerta para entrar en el misterio del sufrimiento redentor del Señor. Un sufrimiento que no puede quitar la paz y la felicidad, porque está iluminado por el fulgor de la resurrección.
En el sacramento de la Unción de enfermos, el mismo Señor Resucitado, en la persona del sacerdote, se acerca a quien sufre, está gravemente enfermo o es anciano. El buen Samaritano –Jesús- se hace cargo del hombre malherido por los salteadores, derramando sobre sus heridas aceite y vino. Y lo confía al posadero para que siga cuidando de él. Este posadero es hoy la Iglesia, el sacerdote y la comunidad cristiana, a quienes el Señor Jesús, confía a los que sufren, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos y en su nombre su misericordia y salvación.
Es hermoso saber que en el dolor y la enfermedad no estamos solos, sino acompañados por la familia, los sanitarios y la comunidad cristiana. Pero sobre todo nos acompaña Jesús mismo, que nos toma de la mano como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada podrá jamás separarnos de Él.
La Pascua del Enfermo nos invita a acoger la presencia de Cristo en su Iglesia para que llegue a todos los enfermos, a los moribundos y a los ancianos. La fe en Cristo Jesús resucitado nos dará fuerza, paz y esperanza en la enfermedad y en la ancianidad.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón