Fiesta de San Pascual Baylon
Patrono de la Diócesis y de la Ciudad de Villarreal
Iglesia Basílica de San Pascual, Villarreal – 17.05.2015
(Hech 1,1-11; Sal 46,2-3. 6-7. 8-9; Ef 1,17-23; Mc 16,15-20)
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Queridos hermanos y hermanas en el Señor
Saludo y exhortación
El Señor Jesús nos ha convocado en este día de la Solemnidad de la Ascensión del Señor para honrar y venerar a san Pascual, nuestro santo patrono, Patrono de Villarreal y Patrono de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Os saludo de todo corazón a todos cuantos os habéis unido a esta celebración de la Eucaristía, aquí en la Basílica o desde vuestros hogares a través de la televisión.
Al celebrar la Fiesta de San Pascual vienen a nuestra memoria su vida sencilla de pastor y hermano lego; vienen también a nuestro recuerdo sus virtudes de humildad y de confianza en Dios, de entrega y servicio a los hermanos, a los pobres y a los más necesitados; y, sobre todo, recordamos su gran amor a la Eucaristía y su profunda devoción a la Virgen.
Al mirar a Pascual se aviva en nosotros la historia de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia diocesana; es una historia entretejida por tantas personas sencillas, que, como Pascual, supieron acoger a Dios en su vida y confiar en él, que se dejaron transformar por el amor Dios y lo hicieron vida en el amor y el servicio a los hermanos; personas que, unidas a Cristo, fueron en su vida ordinaria testigos elocuentes del Evangelio de Jesucristo.
No nos limitemos a mirar con nostalgia el pasado, ni a quedarnos en el recuerdo frío de la tradición. Celebremos con verdadera fe y devoción a San Pascual. Hacerlo así implica mirar el presente y dejarnos interpelar por nuestro Patrono en nuestra condición de cristianos de hoy; significa preguntarnos por el grado de nuestro seguimiento de Jesucristo, de nuestra fe y vida cristiana, por el testimonio de nuestra fe a niños y jóvenes, por la vida cristiana de nuestras familias y por la fuerza evangelizadora de nuestras comunidades cristianas. Mirando el ejemplo de santidad de Pascual en su vida ordinaria pidamos por su intercesión que se avive nuestra fe y nuestra condición de discípulos misioneros del Señor, para que se fortalezca nuestra esperanza y se acreciente nuestra caridad.
La Palabra de Dios en este día de la Ascensión del Señor fija nuestra mirada ante todo y antes de nada en Jesucristo que hoy asciende al cielo. «El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios», acabamos de escuchar en el Evangelio (Mc 16, 19). La vida terrena de Jesús culmina con el acontecimiento de la Ascensión, es decir, cuando Él pasa de este mundo al Padre y es elevado a su derecha. Durante el tiempo pascual celebramos la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés: son aspectos diversos del único misterio pascual. Juntos ponen de relieve el rico contenido que hay en el hecho de pasar Cristo de este mundo al Padre. La Resurrección subraya el paso de la humanidad de Jesús a la vida gloriosa y su victoria sobre el pecado y la muerte; la Ascensión, su retorno al Padre y la toma de posesión del Reino; y Pentecostés, su nueva forma de presencia en la historia. La Ascensión no es más que una consecuencia de la Resurrección, hasta tal punto que la Resurrección es la verdadera y real entrada de Jesús en la gloria. Mediante la Resurrección, Cristo entra definitivamente en la gloria del Padre.
Con el acontecimiento de la Ascensión se termina una serie de apariciones del Resucitado, que «se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios» (Hech 1, 2). Jesús estaba ya «junto al Padre» y «desde allí» se hacía visible y tangible a los suyos. Junto al Padre estaba ya desde su resurrección y con nosotros permanece aún después de subir al Padre. En la Ascensión no se da una partida, que daría lugar a una despedida; es una desaparición, que da lugar a una presencia distinta. Jesús no se va, deja de ser visible. En la Ascensión Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras formas estar presente. «Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos», les dice Jesús a los Apóstoles (Mt 28, 21). Así lo prometió y así lo cumple. Por la Ascensión, Cristo no se va a otro lugar, sino que entra en la plenitud de su Padre como Dios y como hombre. Y precisamente por eso se ha puesto más que nunca en relación con cada uno de nosotros y nos muestra «la esperanza a la que os llama, … la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y … la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos» (Ef 1, 18-19).
La Ascensión no indica pues la ausencia de Jesús, sino que nos dice que Él vive en medio de nosotros de un modo nuevo. Ya no está en un sitio preciso del mundo como lo estaba antes de la Ascensión; ahora está en el señorío de Dios, presente en todo espacio y tiempo, cerca de cada uno de nosotros. En nuestra vida nunca estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros, sale a nuestro encuentro, nos invita a dejarnos encontrar personalmente por él para ser sus discípulos y misioneros para que el Evangelio llegue a todos. Así lo entendió y vivió San Pascual Baylón, que se dejó encontrar por el Señor Resucitado, lo siguió y fue su testigo.
Pascual es un santo que se caracteriza por su gran amor a la Eucaristía, en la que él hizo día a día la experiencia del encuentro personal con Jesucristo vivo: fue una experiencia similar a la que hicieron los Apóstoles en su encuentro con el Señor Resucitado: un encuentro real. Pascual era un gran devoto del santísimo Sacramento: siempre que podía participaba en la Santa Misa, comulgaba y se prostraba en oración ante el Señor, presente realmente en la Sagrario. Ante la Eucaristía se sentía profundamente conmovido. Su corazón se le llenaba de alegría de saber que estaba con Jesucristo, de saber que Jesucristo le amaba, de saber que Jesucristo en este Sacramento se hace compañero, se hace caminante con nosotros, se hace alimento de vida eterna, se hace presencia de amigo que nos acompaña en el camino de la vida. Por intercesión de Pascual pedimos que no nos apartemos de este Sacramento. Jesucristo se ha quedado en la Eucaristía para que estar con nosotros, para unirse con nosotros en la comunión, para darnos su amor, el amor mismo de Dios.
Pascual siguió las huellas de Jesucristo, fue su discípulo, primero como pastorcillo y más tarde como lego franciscano alcantarino. En su vida quiso parecerse a Jesucristo que, siendo Dios, se hizo humilde y pobre. Quien se acerca a Jesucristo, una de las virtudes que aprende es la humildad, la sencillez, como lo hizo Pascual. Hoy celebramos con gozo a Pascual precisamente por su humildad y su sencillez. Una vida humilde y sencilla es camino para el cielo, es camino hacia la santidad, es camino hacia la felicidad y es camino que agrada a Dios y que aprovecha mucho a los hombres.
San Pascual Bailón, precisamente porque se deja amar por Jesucristo en la Eucaristía y le ama con toda su alma, se entrega en el servicio a los pobres. Cuando un corazón es humilde se hace generoso; cuando un corazón esta cerca de Jesucristo, que ha amado hasta entregar su vida en la Cruz, se hace generoso con los demás. No sólo San Pascual; todos los santos son generosos y solidarios al entregarse y al darse. Porque, sabiéndose amados en desmesura por Dios en Cristo, acogen y viven el mandamiento nuevo de Jesús: “Que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 9).
Pascual, en los oficios humildes que tuvo que realizar, vivía alegre y contento. Era la alegría que alimentaba en su encuentro personal con Jesús en la Eucaristía. Su alegría era Jesucristo, que le amaba. Y esa alegría y ese amor se desbordaba en el amor y en el servicio a los pobres y necesitados de entonces. El nos enseña a nosotros a ser generosos y caritativos con los pobres y necesitados de hoy; un amor que hemos de alimentar en el Sacramento de la Eucaristía. “Los pobres los tenéis entre vosotros” nos dice Jesús: pobres de pan, pobres de cultura, pobres de Dios. Estas son las periferias de que nos habla el Papa Francisco, hacia las que ha que salir para llevar el amor misericordioso de Dios. Hoy más que nunca se necesitan corazones generosos como el de Pascual, como el de todo buen cristiano para salir al paso de esas múltiples necesidades.
La fuente más importante de amor, de solidaridad y de generosidad en la humanidad ha sido y es el sacramento de la Eucaristía. Así es históricamente y así tiene que ser en nuestras propias vidas. Jesucristo se nos da en la Eucaristía para amarnos y darnos la fuerza para amar y servir a los demás, para estar atentos a los demás, para compartir, para ser caritativos y solidarios. Cuando nos alejamos de Dios o de Jesucristo, nuestro corazón se hace egoísta, todo se nos hace poco. Por el contrario, cuando nos acercamos a Jesucristo, él nos enseña a vivir en la verdad, a despojarnos de todo, a ser serviciales, fraternos, capaces de atender las necesidades de los hermanos.
Y este es el mensaje que San Pascual nos tramite en el día de su fiesta, especialmente en estos momentos de fuerte crisis económica, social, moral y espiritual. Contemplando las virtudes de San Pascual hemos de afrontar también sus causas, que están en la quiebra de valores morales y espirituales de nuestra sociedad.
Hemos de redoblar nuestra generosidad para paliar la pobreza y el sufrimiento de tantas personas y familias, victimas de la crisis económica. Pero también hemos de recuperar la dignidad de la persona humana, de toda persona humana desde su concepción hasta su muerte natural, y la norma y los valores morales en nuestras relaciones personales y sociales. El respeto, la defensa y la promoción de las personas y de su dignidad inviolable es y debería ser el pilar fundamental para el progreso de la sociedad. La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad, de participación y de solidaridad de los hombres entre sí y el apoyo más firme para un desarrollo económico y social auténticamente humano.
A lo largo de nuestra historia y cultura cristiana los santos, como Pascual, han llenado de esperanza el corazón de muchas personas, que gracias a esta esperanza han trabajado en la construcción de un mundo mejor, más justo, más fraterno y más humano. Los cristianos tenemos mucho que ofrecer a nuestro mundo y a nuestra sociedad en estos momentos de crisis. Jesucristo es el único que puede salvarnos de nuestros pecados que nos esclavizan. Es Jesucristo el que puede darnos el gozo que le dio a San Pascual Bailón, precisamente a través del sacramento de la Eucaristía. Es Jesucristo el que nos hace parecidos a él serviciales y caritativos con nuestros hermanos.
Alegrémonos y gocemos, hermanos, porque hombres como San Pascual nos estimulan en el camino de la vida; gocemos, porque también como él, hoy tenemos en medio de nosotros el Santísimo Sacramento del altar, alimento de vida eterna y fuente inagotable de caridad. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón