Segorbe, S.I.Catedral-Basílica, 28 de marzo de 2024
(Ex 12,1-8.11-14; Sal 115; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15).
Hermanos y hermanas en el Señor:
1. En esta tarde de Jueves Santo traemos a nuestra memoria y a nuestro corazón las palabras y los gestos de Jesús en la Ultima Cena con los Apóstoles en el Cenáculo. Y lo hacemos de una manera gozosa como asamblea reunida por el Señor. Trasladémonos espiritualmente al Cenáculo y contemplemos a Jesús, el Hijo de Dios, que vino a nosotros no para ser servido, sino para servir, que tomó sobre sí los dramas y las esperanzas de los hombres de todos los tiempos, y ofreció su vida al Padre para la salvación de toda la humanidad.
Esta Misa en la Cena del Señor tiene un significado muy denso. Cuatro palabras sintetizan su gran riqueza: pascua, eucaristía, sacerdocio y mandamiento nuevo.
Comienza la Pascua de Jesús
2. En la tarde de Jueves Santo entramos en la celebración de la Pascua de Jesús. Jesús se ha reunido con sus Apóstoles para celebrar con ellos la Pascua “la fiesta en honor del Señor” (Ex 12, 11), que conmemora ‘el paso del Señor’ para liberar a su Pueblo de la esclavitud de Egipto y para establecer la antigua Alianza. Y Jesús “sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús elige la celebración de la Pascua judía para anticipar su Pascua, su paso de este mundo al Padre a través de la muerte para liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado, destruir la muerte y establecer la nueva y definitiva Alianza. Jesús es el ‘verdadero cordero sin defecto’, inmolado para la salvación del mundo, para la liberación definitiva del pecado y de la muerte mediante su muerte y resurrección, mediante su paso de la muerte a la vida: Cristo es nuestra Pascua.
En la Última Cena, Jesús anticipa sacramentalmente lo que iba a ocurrir al día siguiente. Toma el pan, lo bendice, lo parte y luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”; lo mismo hace con el cáliz: “Este cáliz es la nueva alianza sellada en mi sangre” (1 Co 11, 24-25). Aquel pan milagrosamente transformado en el Cuerpo de Cristo y aquel vino convertido en su Sangre son ofrecidos aquella noche, como anuncio y anticipo de la muerte del Señor en la Cruz. Es el testimonio de un amor llevado “hasta el extremo” (Jn 13, 1).
Institución de la Eucaristía
3. Al darles a comer el pan y a beber del cáliz, Jesús dice a sus Apóstoles: “Haced esto en memoria mía” y “haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía” (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, Jesús instituye la Eucaristía, el sacramento que perpetúa su ofrenda y sacrificio en la Cruz por todos los tiempos. Siguiendo el mandato de Jesús, en cada santa Misa actualizamos su sacrificio en la cruz y su resurrección, actualizamos su Pascua. El sacerdote se inclina sobre los dones eucarísticos, para pronunciar las mismas palabras de Jesús “la víspera de su pasión”. Con Él repite sobre el pan: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros” y luego sobre el cáliz: “Este cáliz es la nueva alianza con mi sangre” que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados (cfr. 1 Co 11, 24-25).
Para resaltar que es Jesús mismo quien pronuncia estas palabras a través del sacerdote, en la plegaria eucarística de hoy, el Canon Romano, diremos: “El cual, hoy, la víspera de padecer por nuestra salvación y la de todos los hombres”. La Liturgia del Jueves Santo incluye la palabra ‘hoy’ en el texto de la plegaria para subrayar la dignidad particular de este día. Ha sido ‘hoy’ cuando Jesús lo ha hecho: se nos ha entregado para siempre en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Este ‘hoy’ es sobre todo el memorial de la Pascua de entonces. Pero es más aún. Con este ‘hoy’ expresamos que Jesús lo hace ahora. Prestemos gran atención interior al misterio de este día, contemplando al Señor mismo en medio de nosotros (cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en la Cena del Señor, 2009).
Desde aquel primer Jueves Santo, la Iglesia actualiza en cada Eucaristía sacramental, pero realmente el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo para el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. La Eucaristía es así manantial permanente de comunión con Dios y fuente de comunión con los hermanos. Desde aquel Jueves Santo, la Iglesia, que nace del misterio pascual de Cristo, vive de la Eucaristía y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Por ello, después de la consagración nos unimos a la aclamación del sacerdote: ‘Este es el Misterio de nuestra fe’, con las palabras: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!’.
La Eucaristía es el centro y la fuente de la vida de la Iglesia y de todo cristiano. Es el Sacramento por excelencia que constituye a la Iglesia en su realidad más auténtica: ser signo eficaz de reconciliación y de comunión con Dios y, en él, de todo el género humano (cf. LG 1). Sin Eucaristía no hay Iglesia; sin Eucaristía tampoco hay verdaderos cristianos. “Tomad y comed, tomad y bebed”, nos dice hoy Jesús. Sin participación en la Eucaristía, la fe y la vida del cristiano languidecen y mueren. Comulgando a Cristo-Eucaristía, Jesús nos atrae a sí, nos unimos realmente con Él y, a la vez, con quienes igualmente comulgan el Cuerpo y la Sangre del Señor. Todo cristiano, que quiera permanecer vitalmente unido a Cristo, como el sarmiento a la vid, ha de participar con frecuencia en la Eucaristía y ha de hacerlo plenamente acercándose a la comunión con fe y debidamente preparado, como nos recuerda san Pablo(cf. 1 Cor 11,28). Antes de comulgar es necesario examinarse y reconciliarse con Dios en el sacramento de la Penitencia, si se tiene conciencia de pecado grave. Tenemos que poner mucho empeño en valorar la Eucaristía, participar en ella recibiendo debidamente preparados a Cristo en la comunión.
Don del sacerdocio ordenado
4. En la tarde del Jueves Santo, recordamos y agradecemos también el don del sacerdocio ordenado. La Eucaristía y el sacerdocio ordenado son inseparables. “Haced esto en memoria mía”. Estas palabras de Cristo son dirigidas, como tarea específica, a los Apóstoles y a quienes continúan su ministerio. A ellos, Jesús les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar; es decir, pronunciar en su nombre las palabras que transforman el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Diciendo “haced esto”, instituye el sacerdocio ministerial, sin el cual no puede haber Iglesia. Sin sacerdotes no hay Eucaristía. La Eucaristía, celebrada por los sacerdotes, hace presente siempre y en cualquier rincón de la tierra la Pascua de Jesús. Por desgracia, la escasez de sacerdotes está llevando a que cada vez más comunidades se vean privadas de la Eucaristía dominical. El pueblo creyente comienza a sentir la necesidad de los sacerdotes. Pero sólo una Iglesia verdaderamente agradecida y enamorada de la Eucaristíase preocupará de suscitar, acoger y acompañar las vocaciones sacerdotales. Y lo hará mediante la oración y el testimonio de santidad.
El mandamiento nuevo del amor fraterno
5. Y, finalmente, en esta tarde de Jueves Santo Jesús nos deja en herencia el mandamiento nuevo de amor. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13, 34). A continuación vamos a recordar el gesto que Jesús hizo al comienzo de la Última Cena: el lavatorio de los pies. Al lavar los pies a los Apóstoles, el Maestro les enseña cómo debe ser el amor de sus discípulos y les propone el servicio y el perdón como norma de vida. Lavar los pies era una tarea reservada los esclavos, a los siervos; lavaban los píes para que los comensales quedaran limpios para el banquete. Jesús sirve a sus Apóstoles y les limpia para hacerles dignos de su mesa. “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14). Jesús nos invita a imitarle: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 15).
Jesús establece una íntima relación entre la Eucaristía y el mandamiento del amor. No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de servir, amar y perdonar al prójimo. “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 14). El Señor nos invita a abajarnos, a ser humildes, a la valentía del servicio y del perdón de unos a otros.
Jesús instituye la Eucaristía como manantial inagotable del amor. En ella está escrito el mandamiento nuevo del amor. Es la herencia más hermosa que Jesús nos deja a los cristianos. Su amor hasta el extremo de su entrega en la Cruz, de su servicio humilde y de su perdón, compartido por sus discípulos, es lo que esta tarde se ofrece a la humanidad entera. Jesús nos pide un amor, hecho entrega y servicio desinteresados. “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45). El amor alcanza su cima en el don de la propia persona, sin reservas, a Dios y a los hermanos, como el mismo Señor. El Maestro mismo se ha convertido en un siervo, y nos enseña que el verdadero sentido de la existencia de un cristiano es la entrega desinteresada y el servicio por amor. El amor es el secreto del cristiano para edificar un nuevo mundo, cuya razón de ser no nos puede ser revelada sino por Dios mismo.
Jueves Santo es, por ello, el día del Amor fraterno. Después de ver y oír a Jesús, después de haber comulgado el sacramento del amor, después de habernos unido realmente con Jesús en la comunión, salgamos de esta celebración con el ánimo y las fuerzas renovadas para trabajar por un mundo más fraterno. Esto comienza con el prójimo y con el necesitado, que está nuestro lado. Nuestro mundo está necesitado de amor, del amor que nos viene de Dios por Cristo en la Eucaristía. Necesitamos derrumbar las barreras de la exclusión y de la crispación, del egoísmo y del odio para que triunfe el amor en nuestro mundo. Hoy Jesús nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?” “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13 12.15). Vivamos el mandamiento nuevo del amor, amemos como Jesús nos ha amado. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón