Los Abuelos y los Mayores: bendición para la familia, la sociedad y la Iglesia
Queridos diocesanos y, muy especialmente, queridos abuelos y mayores:
Este domingo, cercana la fiesta de san Joaquín y santa Ana, abuelos de Jesús, el día 26 de julio, celebramos la Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores. Es deseo del papa Francisco que en este día tengamos un recuerdo especial para los abuelos, las abuelas y todos los mayores, y os mostremos nuestro afecto, reconocimiento y agradecimiento. Es un día para mostraros nuestra sincera gratitud por vuestro compromiso con la familia, la sociedad y la Iglesia; un día para dar gracias a Dios por vosotros, por vuestra larga vida y por tantas cosas buenas como nos habéis dado a lo largo de los años.
Esta Jornada, sin embargo, no puede quedar en “flor de un día”. Porque en todo momento hemos de saber estimar y valorar a las personas mayores. Todos estamos llamados a cuidar de ellas y a ayudarlas en sus necesidades humanas y espirituales. En nuestra Iglesia han de ser y sentirse protagonistas, impulsando su papel activo en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. Como nos recuerda el salmista “en la vejez seguirán dando fruto” (Sal 92,15). El papa Francisco en su mensaje para esta Jornada nos dice que estas palabras son “una buena noticia, un verdadero ‘evangelio’, que podemos anunciar al mundo”, aunque vaya contracorriente y ante la actitud resignada de muchos ancianos, que no aguardan nada del futuro. La Escritura nos dice que la ancianidad es un don, una bendición de Dios para el anciano, la familia, la sociedad y la Iglesia, incluso con sus limitaciones físicas, psicológicas y espirituales.
Antes de nada y sobre todo las personas mayores han de ser acogidas, cuidadas y valoradas con amor. En nuestro tiempo parece que los mayores ya no cuentan: con frecuencia son excluidos de la vida social, son ‘aparcados’ en residencias o son considerados como una carga. Para una sociedad que sólo valora la productividad y la eficacia, y que vive del mito de la eterna juventud, la ancianidad parece como una enfermedad contagiosa que hay que evitar y ocultar.
Varios son los retos ante los que nos encontramos, como nos recuerdan los Obispos de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida. Muchas personas mayores sufren el drama de la soledad no deseada, que no consiste en estar solas, sino en sentirse solas, no queridas y abandonadas. Este drama lo sufren alrededor de la décima parte de los mayores. Hemos de trabajar para prevenirlo o tratar de evitar que dure en el tiempo. Esto nos incumbe a todos: a la misma persona mayor y a la familia, a las instituciones sociales y a la Iglesia. Otro reto es favorecer el diálogo y la convivencia entre generaciones. Los mayores destacan por su experiencia y sabiduría acumuladas. Los jóvenes lo aprecian y ven en ellos referentes y modelos para su vida. Frente a la ansiedad, inseguridad o miedo ante el futuro, el testimonio de los ancianos les puede ayudar afrontarlo con confianza y esperanza. Y, finalmente, la pandemia ha puesto de manifiesto que muchas personas mayores han experimentado la necesidad de que la Iglesia se muestre más que nunca como una comunidad sensible y cercana a los que sufren el abandono, la soledad y el descarte. Y, también hay que decir que muchas de estas personas han ayudado con gran generosidad en este tiempo de pandemia.
Es muy importante valorar a los abuelos, las abuelas y las personas mayores y darles el lugar que les corresponde en la familia, la sociedad y por supuesto en la Iglesia. La ancianidad es un tiempo de gracia, que puede ser de especial vitalidad. Nuestra Iglesia diocesana, en sus parroquias y movimientos, hemos de cuidar con esmero la pastoral para las personas mayores; estamos llamados a acompañarlas, escucharlas y educarlas para que sepan vivir esta etapa de la vida como oportunidad para crecer en la fe, en la vida cristiana y en el camino de la santidad. Y también hemos de cuidar la pastoral de las personas mayores con el debido acompañamiento, incluido el espiritual y religioso. Nuestros mayores están ya muy comprometidos con la vida y misión de nuestra Iglesia; participan en la liturgia, la catequesis, la pastoral de la salud o en Cáritas y aportan su fe, su experiencia y su tiempo. Además en muchas familias los abuelos transmiten la fe a sus nietos y les educan en los valores y virtudes cristianas. Hoy también están cuidando y evangelizando a otros mayores. Los ancianos son y han de seguir siendo, por derecho propio, protagonistas en la vida y misión de la Iglesia.
Nuestra Iglesia sigue contando con vosotros y agradece vuestra presencia y perseverancia, vuestra oración y vuestro compromiso pastoral. En este día ruego a Dios y le doy gracias por todos vosotros.
Feliz Día de los Abuelos y los Mayores.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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