Mons. Munilla: «La principal condición para comunicar bien es ser un enamorado»
Mons. José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, participó el pasado 21 de junio en la clausura del ciclo de conferencias organizadas por Jóvenes en el Corazón de Cristo por María (JECCXM) sobre sexualidad y amor humano. Durante la entrevista habla rápido, tanto que a veces es difícil transcribir todo lo que dice. Se nota que habla con pasión, y esto, a su juicio, es lo esencial para comunicar la Buena Noticia del Evangelio.
- Usted es de esos obispos que conectan con la juventud. ¿Cuál es el secreto?
- Todos estamos llamados a vivir, dentro de nuestro ministerio, una atención especial a la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, porque es uno de los grandes retos en la Iglesia. Incluso diría que ese puede ser el reto principal en este momento, porque es verdad que hay una dificultad muy especial para que el mensaje de Jesús resulte significativo para ellas. En mi caso concreto, la verdad es que el ejercicio del ministerio episcopal empalma con tu historia, y como sacerdote, de manera bastante natural, creo que hubo cosas que eran muy configuradoras en mi vida como las tandas de ejercicios espirituales para jóvenes, los campamento o las peregrinaciones a las JMJ que hacía siendo párroco de los 24 a 44 años. Los 10 primeros años de sacerdocio configuran tu vida, y el acompañamiento de jóvenes, en mi caso, configuraron mi vida y corazón sacerdotal, y le doy gracias a Dios por ello.
- En los últimos años parece que el abismo que separa a muchos jóvenes de la Iglesia sea mayor.
- Reconozco que los sacerdotes jóvenes que inician su ministerio en este momento lo tienen más complicado porque es verdad que es más difícil ser atractivo, significativo, en las propuestas que hacemos; supone mucha mayor implicación, estar mucho más cerca de los jóvenes para atraerlos. No vale con poner un cartel anunciando: La parroquia convoca; Tienes que tomar muchos cafés con la gente, interesarte uno por uno, y eso supone un trabajo de calle muy potente, dedicando mucho tiempo a los encuentros personales para que las propuestas que hacemos sean significativas, para quitar miedo y prejuicios, y tener un efecto real. Estamos en una generación poco racional, en la que lo afectivo es determinante; por eso tenemos que ser afectivos, pasar por el corazón para llegar a la mente. Hoy, el camino más directo a la mente pasa por el corazón.
- ¿Qué cambios ha impulsado en la pastoral juvenil el sínodo sobre los jóvenes del 2018?
- Me parece, precisamente, que en el paso de una pastoral de grupos a una pastoral mucho más de acompañamientos. Como he dicho, esto exige e implica mucho más al sujeto pastoral. Somos conscientes que el café para todos en este momento no sirve, y hay que hacer un tipo de propuestas mucho más personalizadas. Por otra parte, también está el tema de la revolución digital. Creo que la Iglesia no ha llegado tarde: estamos presentes, pero tenemos unos sectores de juventud y adolescencia muy atrapados por ese mundo digital hasta el punto que es preocupante la existencia de esclavitudes, jóvenes que viven en burbujas aislados de la realidad. Y entonces, ¿cómo llegar a ellos? Por esta razón creo que la Iglesia tiene que hacer una labor subsidiaria para ser educadora en las nuevas tecnologías, no solo sobre los contenidos, sino también sobre los modos de utilizarlas. Es un signo de los tiempos para evangelizar, aunque también se tenga que purificar la forma de estar presente ahí.
- ¿Qué estrategia corresponde a la comunicación de la Buena Noticia y, por tanto, de la Iglesia?
- La Iglesia no se caracteriza por las estrategias; yo creo que si creemos en la fuerza de la Palabra en sí misma, sería un error copiar las campañas estratégicas comunicativas de otras instituciones. Observo que existen por ahí campañas de comunicación con una calidad técnica impresionante pero vendiendo humo… Claro que debemos que tener calidad en los medios, pero sin poner nuestro acento en la calidad. Hay una diferencia esencial entre la comunicación de la Iglesia y otros márketings de comunicación: nosotros creemos en la fuerza de la Palabra de Jesús, porque somos altavoces, no la Palabra. Esto es muy importante porque podríamos caer en el error de pensar que no tenemos los medios suficientemente profesionalizados, como si la clave estuviese en los medios.
- Entonces, ¿cuál es la clave?
- Sobre todo hay que convencerse que solo los enamorados enamoran, y que la principal condición para transmitir y comunicar bien es ser un enamorado. Me acuerdo que San Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, dijo que la Iglesia tenía que llevar adelante la Nueva Evangelización con un renovado ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones; pero yo siempre digo que lo primero es el «renovado ardor», porque de poco serviría que fuésemos cuidadores de las expresiones si el corazón no está enamorado. Esa es la clave. Por eso ha habido abuelas que no han sabido mucho de métodos de comunicación pero han sido enamoradas, han tenido un cariño a sus nietos, y esos nietos dicen luego que les gustaría ser como ella. Eso es ser comunicativo. Nuestro gran compromiso para sabernos comunicadores es la santidad, es el corazón enamorado. Y cuando el corazón está enamorado, entonces suele ser creativo, porque sufre por no llegar, busca de qué manera lo diría, si no entro aquí, entro por la ventana… ¡o por la chimenea! Es importante escuchar esto, porque a veces pensamos que la clave está en conseguir la última tecnología, pero solo funcionará su parto de lo primero.
- ¿Dónde se debe situar la Iglesia como actor en la sociedad actual?
- Hoy en día existe un postulado previo de partida – es erróneo pero es el que hay – por el que se entiende que el hecho religioso no debe tener presencia pública, sino que forma parte de la intimidad de la conciencia o opción interior de cada uno. Y eso hace que determinadas instituciones entienden que la Iglesia no debe ser un interlocutor directo. Evidentemente es un error, porque el hecho religioso tiene claramente unas consecuencia en el mundo público. Pero teniendo en cuenta que está el prejuicio de punto de partida, creo que es muy importante que exista un tríada de iglesia, familia y escuela cristiana. Esas tres. Es una tríada desde la que tenemos que hacernos presentes en la vida pública, porque cuando la familia o la escuela se presentan con la especificidad de ser cristianas, queriendo vivir bajo la inspiración cristiana, son encarnaciones concretas, sociales, del hecho cristiano. Entonces la interlocución con la Iglesia es insoslayable. También habría que añadir la existencia de medios de comunicación católicos que es un cuarto elemento también. Estos actores muestran que el fenómeno religioso no es algo meramente del ámbito interno de la conciencia y que, por el contrario, está presente en la sociedad.
- A inicio del año que viene, 2020, se celebrará un Congreso Nacional Seglar. ¿Sigue habiendo tensión entre clericalismo y laicado?
- Yo soy de la opinión de que las distintas vocaciones en el seno de la Iglesia no crecen o decrecen la una en detrimento o en favor del resto: todas crecen o se debilitan conjuntamente. Eso de que la esperanza está en el laicado, o que se hable del diaconado permanente ante la crisis de vocaciones sacerdotales, como si un estado concreto de vida pudiera compensar las carencias de otro, es un error. La experiencia me muestra que nos fortalecemos o decrecemos todos conjuntamente. La crisis del laicado, por ejemplo, es similar en incidencia a la sacerdotal. Por tanto sobre todo lo que tenemos que creer es en la propia identidad y vocación, y creer que las vocaciones se estimulan mutuamente. Para los sacerdotes, ver matrimonios con deseo de santidad es el mejor de retiro ejercicio sacerdotal: son un acicate para tu santidad. Ves eso y difícilmente después irás a tu parroquia para decir que el despacho es de 8 a 9h. Creo de verdad en el estímulo mutuo de las vocaciones. No hay mejor acicate que para un sacerdote que una familia santa, y para una familia, un sacerdote que entrega su vida. Por eso creo que es importante verlo desde esta clave. ¿Clericalismo o laicado? Creo que es una clave superada y que la respuesta es que entre todos hacemos uno y somos un estímulo mutuo en esta casa común.
- ¿Qué necesitan los laicos para que sean santificadores de sus ambientes?
- El laico obviamente tiene que tener sus pies puestos en su vocación bautismal; ese es el peso fuerte de su vocación, donde tiene que tener puesto lo esencial en la santificación de su estado de vida. Al mismo tiempo también creo que la vocación laica no la encontramos en estado químicamente puro en un vitrina: Nos la encontramos totalmente fundida con los carismas. Por eso tiene que haber la conciencia de que se expresa en una gran diversidad, que es algo característico de la Iglesia católica. Aquí te das cuenta que una de las mayores maravillas es la sinfonía de los carismas, y generalmente nos encontramos la espiritualidad del laicado impregnada de carismas.
- Sin embargo, ahí puede haber una fuente de tensión.
- Hemos avanzado mucho. Recuerdo que en los años 80 y 90 podía haber una relación un poco tensa entre carismas, pero en este momento la necesidad, el reto tan grande de la secularización, ha tenido un efecto positivo: dejarnos de tonterías y afanes de protagonismo y reunirnos en lo esencial, siendo capaces de disfrutar de los carismas de los demás. Hay muchas realidades compartidas por muchísimos carismas, como por ejemplo los retiros Emaus, donde se encuentran gente de carismas muy distintos. Los retos unen porque vamos madurando. La sinfonía entre los carismas, el enriquecimiento mutuo es muy superior al que había en las últimas décadas del siglo pasado, superando departamentos estancos. Por la gracia de Dios se ha superado en gran medida, y es uno de los temas que tienen que expresarse en ese gran Congreso del laicado.
- Otro de los temas de ese congreso será la mujer ¿Qué papel y presencia le corresponde?
- Tenemos que redescubrir Mulieris dignitatem, carta apostólica de San Juan Pablo II de 1988. En aquel momento el movimiento feminista no tenía la fuerza de ahora y es curioso cómo pasó desapercibida. Pero me alegro mucho que el genio de San Juan Pablo II fuera capaz de adelantarse a este momento en el que parece que toca posicionarse desde el punto de vista cultura. El Papa insistía mucho en cómo la feminidad y la masculinidad configuran los carismas, se traducen en un tipo de dones que uno puede recibir de Dios para la evangelización. Creemos en la fuerza de la feminidad, en la gran capacidad de sus dones y carismas, igual que creo que está por descubrir la figura de san José para rescatar la figura de la masculinidad. Por tanto, apostamos por redescubrir los dones de la feminidad y la masculinidad saliendo de una lucha de poder que es absurda. Mulieris dignitatem, precisamente, apuesta por los dones que Dios da y que tienen la capacidad de reunirse en el don de la comunión, que es donde nos jugamos la felicidad: en la comunión de la familia, del trabajo, de la Iglesia. La comunión es la vocación última de la feminidad y la masculinidad, y es el matiz que el mundo quizás no subraya suficientemente. Se insiste en la reivindicación legítima de los derechos de la mujer, pero falta llegar a que la dignificación de la mujer y hombre no tienen otra meta que la comunión. Y creo que tenemos que insistir más en esto que en la pugna del poder.
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