Navidad también en tiempos de pandemia
Queridos diocesanos:
Navidad está a las puertas. Y muchos se preguntan cómo será este año la Navidad a causa de la pandemia del Covid-19. Porque sigue habiendo muchas personas contagiadas y fallecidas a causa del virus en todo el mundo; el futuro económico, social y político en nuestro país es incierto y provoca en muchos miedo y desesperanza; vivimos en estado de alarma y de restricción de movimientos; hemos de usar mascarillas, mantener la distancia social y esmerar la higiene; está limitado el número en las reuniones familiares y sociales. Todo esto hará que cambien también muchas cosas que han proliferado y desfigurado la auténtica Navidad, como el consumo desmesurado, las fiestas, las comilonas o las cabalgatas despilfarradoras en muchos casos.
Seguro que nuestra forma de vivir, celebrar y festejar la Navidad será distinta este año. Pero lo que no cambiará es el misterio de fe, que celebramos cada año en Navidad. Siempre, también este año, habrá Navidad. Y la situación causada por el Covid-19 nos puede ayudar a centrarnos en lo fundamental.
En Navidad resuena el anuncio del ángel a los pastores. “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Este es el centro y esta es la buena noticia de la Navidad, la razón más profunda de nuestra alegría navideña, que es motivo de nuestra esperanza, siempre y en estos momentos de obscuridad. Como los pastores, los creyentes escuchamos con estupor este anuncio y acudimos con gozo al belén a contemplar este misterio de salvación: el Hijo de Dios se hace carne y acampa entre nosotros. Dios mismo se hace uno de los nuestros y se queda con nosotros, porque este Niño es el Emmanuel, Dios-con-nosotros. Dios se hace hombre para hacernos partícipes de su misma vida divina y de su gloria eterna.
Ese Niño, que yace humilde y pobre en el portal, es el Mesías esperado, es la luz para el pueblo que camina en tinieblas (cf. Is 9, 1). Al pueblo oprimido y doliente se le apareció “una gran luz”. Es la luz de la nueva creación. En el Niño de Belén, la luz originaria vuelve a resplandecer para la humanidad y despeja las tinieblas del mal, del pecado y de la muerte. La luz radiante de Dios aparece en el horizonte de la historia para proponer a los hombres un nuevo futuro de vida y de esperanza, de amor y de fraternidad universal, basado en el perdón, la reconciliación y la solidaridad. Es la luz divina que da valor, dignidad y sentido a la vida de todo ser humano y a toda la creación; sin ella todo estaría desolado; nada tendría sentido.
El Niño-Dios no es una idea o una invención humana, sino que es el mismo Dios que por amor se hace presente entre nosotros. El viene para alumbrar nuestra noche, para orientar nuestros caminos y para llevarnos por la senda de la verdad y del bien. Él viene para sanar nuestras dolencias y perdonar nuestros pecados, para darnos la vida misma de Dios. En medio de la noche fría y oscura, nace Dios. También en estos momentos de pandemia, nace Dios, hay Navidad. Dios nunca nos abandona.
Este es el mensaje y la realidad que emanan del portal de Belén, que nos introduce en el misterio del Emmanuel, el Dios-con-nosotros, despertando nuestra capacidad de asombro y llamándonos a la caridad, la generosidad, la solidaridad con los más desfavorecidos, que sufren, que viven en el abandono y el desconsuelo, y los efectos del Covid-19. El Niño-Dios nos invita con fuerza a contemplar y acoger en Él el amor de Dios, a dejarnos transformar por él y amar a nuestros hermanos como Él. Muchos dicen que no necesitan de Dios y se empecinan en vivir de espaldas a Él. Pero el ser humano, pese a todos los cambios y progresos, permanece siempre el mismo; sufre porque le falta amor; necesita amar y ser amado, ser perdonado y perdonar; todo hombre y toda mujer reclaman consuelo en su sufrimiento y en su soledad, y piden solidaridad en la necesidad material y espiritual.
En Navidad, Dios sale a nuestro encuentro porque nos ama sin condiciones. Es preciso dejarse encontrar y amar por Él. El Amor misericordioso de Dios, que cura, sana y salva, ha venido en Jesús al mundo. Algo ha cambiado definitivamente desde entonces. Y algo puede y debe cambiar en nuestra vida, si contemplamos, adoramos y acogemos al Niño-Dios: las desgracias se tornarán en gracia, la muerte en vida, el sufrimiento en gloria, la tristeza en alegría, el odio en amor, la esclavitud en libertad, los llantos en alegría, y los rencores en fraternidad.
Os deseo a todos feliz y santa Navidad.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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