Peregrinos y sembradores de esperanza
Queridos diocesanos:
Este Domingo, dos de febrero, es la fiesta de la Presentación del Señor o de las Candelas. Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José para ser ofrecido y consagrado a Dios. El cumplimiento de la ley mosaica se convirtió en el encuentro de Jesús con el pueblo creyente y gozoso. Jesús se manifestó así como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel. En la Misa de este día iremos con candelas al encuentro de Jesús, para tomar de Él la luz que ilumina nuestra vida.
Recordando la consagración de Jesús en el Templo celebramos en este día la Jornada Mundial de la vida consagrada. Las monjas y los monjes de vida contemplativa, los religiosos y las religiosas de vida activa, las vírgenes y todas las personas consagradas que viven en el mundo, todos ellos han escuchado y acogido la llamada amorosa de Dios a seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto en el carisma propio de su instituto, han consagrado su persona a Dios y han entregado su vida al servicio de la misión de la Iglesia para el bien de la humanidad. La vida consagrada es un don de Dios. En los monasterios de vida contemplativa, en la enseñanza, en la atención de las personas mayores y más desfavorecidas o en las parroquias son signo visible de la presencia de Dios en medio de nosotros. Su testimonio en la Iglesia y en el mundo sigue siendo muy necesario para sentir la cercanía del amor de Dios en medio de nosotros. Hoy damos gracias a Dios por este don, rezamos por todos ellos y pedimos a Dios que no nos falten vocaciones a la vida consagrada.
En sintonía con el Año Jubilar, el lema para este año es “Peregrinos y sembradores de esperanza”. Se pide a las personas consagradas caminar con esperanza y sembrar esperanza. Las dificultades actuales de la vida consagrada como la falta de vocaciones, el envejecimiento, el cierre de conventos y de obras educativas, caritativas y apostólicas, el rechazo o la irrelevancia social podrían llevar a la tristeza, al desaliento o la desesperanza de cara al futuro. Es precisamente en esta situación donde hemos de escuchar la llamada a caminar con esperanza, que brota de la fe confiada en el Señor de la historia. Jesús nos sigue diciendo “No tengáis miedo. Confiad en mi”. El Papa Francisco nos pide permanecer despiertos y vigilantes para no caer en la desesperanza.
De otro lado, con frecuencia encontramos a personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo. Hay quienes han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, encarcelados desesperanzados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida y sedientos de lo divino. En estas situaciones, las personas consagradas están llamadas a sembrar esperanza, a poner signos tangibles de la esperanza que no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Es una esperanza que tiene como fundamento a Cristo Jesús, nuestra esperanza, en quien hemos puesto nuestra confianza. Él es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, conscientes de que nos asiste el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros.
Vivir como consagrados, unidos a Cristo y con Cristo en su Iglesia, implica la misión de llevar esperanza a quienes la han perdido o mantenerla viva en donde se apaga. Llevar la esperanza hasta las fronteras, donde no llega nadie. Llevarla con libertad y disponibilidad, con amor y con ternura, con paciencia y perseverancia. Ser signo de esperanza es también crear relaciones de fraternidad en la propia comunidad o instituto, y vivirlas día a día, siendo fermento de fraternidad en medio de una sociedad fracturada y de un mundo individualista y egoísta.
Queridas monjas de clausura, religiosos y religiosas de vida activa, y consagradas todas que vivís en el mundo. Nuestra Iglesia diocesana se une hoy a vuestra acción de gracias al Señor por vuestra vocación y consagración. Sabéis bien que estáis en el corazón y en la oración de esta Iglesia diocesana. Vivid con radicalidad y con alegría vuestra consagración a Dios y vuestra vida de fraternidad. No os canséis de ser testigos visibles de esperanza. Que nunca os falte la fuerza del amor a Cristo que se hace entrega a los hermanos. Nuestra Iglesia ora por vosotros para que vuestra presencia y testimonio no se apague y para que surjan entre nosotros nuevas vocaciones a la vida consagrada.
Con mi afecto y bendición.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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