Sacerdotes, apóstoles para los jóvenes
Queridos diocesanos:
En torno a la festividad de San José, el día 19 de marzo, celebramos el Día del Seminario. En todos estos días y sobre todo en esta Jornada, nuestros Seminarios Mayores Mater Dei y Remdemptoris Mater y nuestro Seminario Menor Mater Dei, están en el primer plano de nuestra atención.
El seminario es la comunidad donde viven, disciernen y se preparan juntos aquellos que han sentido la llamada al sacerdocio, están en búsqueda o presentan signos de esta llamada. La vocación es siempre personal, pero no se vive en solitario sino en comunidad. Todos necesitamos la ayuda de hermanos que nos escuchen, en ocasiones nos corrijan y que nos ayuden a discernir la voluntad de Dios. Los responsables de acompañar este proceso no son sólo el obispo y los formadores; lo son también la familia y las parroquias; y, sobre todo, es responsable de su propia formación el seminarista. Cada uno, desde el lugar que le corresponde, ora y trabaja, para que aquellos que son llamados por el Señor a ocuparse de su viña respondan con generosidad y se preparen debidamente para el ministerio sacerdotal.
El seminario es el corazón de nuestra Iglesia diocesana. Como ocurre en el cuerpo humano con el corazón, también el estado de nuestros seminarios por el número de los seminaristas y la calidad de su formación son un termómetro del estado de salud de nuestra Iglesia diocesana en nuestras comunidades y familias. De nuestros seminarios depende en gran medida el futuro de la fe y la vida cristiana de fieles, familias y comunidades cristianas; en ellos se forman los futuros apóstoles y pastores de nuestros jóvenes y de nuestras comunidades. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, y sin Eucaristía no hay Iglesia; ni tampoco servidores del resto de los cristianos para que vivan según su propia vocación y carisma.
Todos los diocesanos deberíamos sentir nuestros seminarios como algo muy nuestro, conocerlos, amarlos, acercarnos a ellos y apoyarlos en todos los sentidos: humana, espiritual y económicamente. Nuestros sacerdotes gozan en general de buena estima en las comunidades cristianas. Rara es la comunidad parroquial que no muestra estar contenta con su sacerdote o que no pide más sacerdotes y, a ser posible, que sean jóvenes. No obstante, atender estas peticiones y el renuevo de los sacerdotes mayores es cada día más difícil por la enorme escasez de vocaciones sacerdotales que sufrimos.
Esta situación nos tiene que interpelar y llevar a una implicación activa y gozosa de todos en la pastoral vocacional: del Obispo y los sacerdotes, en primer lugar; pero también los cristianos y las familias, los catequistas y otros educadores cristianos, las comunidades parroquiales y eclesiales deberíamos comprometernos activamente con las vocaciones al sacerdocio ordenado. No nos refugiemos en falsas disculpas para justificar nuestra indiferencia e inacción en la pastoral vocacional. Ayudar a un niño, a un adolescente o a un joven a descubrir la llamada de Dios para ser feliz en su vida y si ésta es al sacerdocio es lo más grande que le podemos ofrecer.
Ante todo es necesaria una oración personal y comunitaria más intensa a Dios, ‘el Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies’. Sabemos que toda vocación es una gracia de Dios: Él es quien llama y elige. No elegimos nosotros, somos elegidos. La vocación sacerdotal es un don de Dios para su Iglesia, para el que recibe la llamada, para su familia y para la humanidad; un don que hemos de saber pedir con humildad pero con insistencia. Nuestra oración por las vocaciones sacerdotales se hace más intensa estos días en torno al Día del Seminario; pero es algo que no puede faltar a lo largo del año en nuestra oración personal, familiar y comunitaria.
Nuestra oración por las vocaciones debe ir acompañada de obras. Entre todos hemos de crear un clima vocacional en el que pueda ser escuchada, acogida y respondida la llamada de Dios al sacerdocio ordenado. Esto comienza por una buena iniciación cristiana basada en el encuentro personal con Jesús en la oración y la vida sacramental y el acompañamiento personal de niños, adolescentes y jóvenes. Como todo bautizado, ellos están llamados a dejarse encontrar y transformar por el Señor, a seguir su llamada y a dejarse enviar a la misión. Hemos de presentarles sin miedo la llamada al sacerdocio como una posibilidad real y concreta, a la que Jesús les llama o les puede llamar a cada uno de ellos. Ser sacerdotes por gracia de Dios para ser apóstoles de Cristo es lo más hermoso que les puede ocurrir en su vida.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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