Tiempo de descanso y renovación espiritual
Queridos diocesanos:
En estos meses de verano, muchos podrán disfrutar de vacaciones. Unos lo harán en la playa o en la montaña; otros visitarán otros pueblos y culturas; y otros muchos se quedarán en casa o regresarán a nuestros pueblos. No olvidemos a quienes no podrán tener vacaciones por razones económicas o laborales o porque están enfermos.
En vacaciones se dispone de mucho tiempo. Se puede simplemente dejar pasar el tiempo, o, por el contrario, aprovecharlo de forma enriquecedora. En estos días se busca ante todo descansar, que no es lo mismo que no hacer nada. Las vacaciones son un tiempo privilegiado para favorecer el descanso físico y psíquico; ofrecen mucho tiempo para la lectura, para la reflexión, para la convivencia y para el encuentro con nosotros mismos, con la familia, con los amigos, con otras culturas, con la naturaleza y con Dios.
Los días de vacaciones son una oportunidad para encontrarse consigo mismo. Las ocupaciones y las prisas a lo largo del año dejan poco espacio para el silencio y para la reflexión. No sólo necesitamos el descanso físico; también nuestro espíritu pide una renovación permanente. No puede haber verdadero descanso sin cuidar el espíritu, sin cuidar nuestro interior.
No hay duda que el vacío interior atenaza hoy a muchas personas. La sociedad moderna dispone de tal cantidad de medios de publicidad, que pueden cautivar y esclavizar a las personas. Con frecuencia, muchos quedan absorbidos por proyectos y expectativas, que no surgen de sí mismos ni elevan a una vida más humana, noble y digna. El estilo de vida que se propone aparta de lo esencial, e impide descubrir y cultivar lo que somos y podemos llegar a ser; no nos deja llegar a ser nosotros mismos, bloquea el desarrollo libre y pleno de nuestro ser desde la verdad, el bien y la belleza del ser humano.
El hombre contemporáneo parece cada vez más indiferente a ‘lo importante’ de la vida, a las grandes cuestiones de la existencia. Poco a poco se va convirtiendo en un ser superficial e individualista, cerrado en sí mismo y movido por la moda y el sentimiento del momento. Lo que se lleva es disfrutar de la vida y sacarle el máximo jugo. Es bueno –así se dice- lo que me gusta y apetece, y malo lo que no me gusta. Los grandes objetivos y los ideales mayores pertenecerían al pasado. Lo importante sería tener, pasárselo bien y vivir el momento presente.
Surge así un ser humano perfectamente adaptado a los patrones de vida impuestos desde fuera, pero incapaz de enfrentarse a su propia existencia desde dentro, desde su raíz, desde su libertad responsable: un ‘hombre pasivo’ que participa dócilmente en un plan de vida que le trazan otros; un individuo productor, consumidor, espectador televisivo y esclavo de las redes sociales, que sobrevive sin saber lo que es vivir desde la raíz. La vida se va vaciando de su verdadero contenido. El individuo se queda sin horizonte, sin metas, sin referencias, sin vida interior, sin Dios y sin más allá. Las personas tienen cada vez más fachada exterior y menos consistencia interior. Los valores humanos y el bien común son sustituidos por los intereses de cada cual. Pero este tipo de ser humano se siente insatisfecho en su interior y víctima de su propio vacío. Es un ser sin rumbo, que corre el riesgo de caer en el tedio y perder hasta el gusto mismo de vivir; surge la amargura, el aislamiento y la falta de esperanza.
Las vacaciones ofrecen una oportunidad preciosa para mirar a nuestro interior. Es un tiempo propicio para la reflexión y la búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes de nuestra existencia: ¿quién soy, de dónde vengo, por qué existo y para qué estoy en esta vida? Para ello hemos de propiciar los momentos de silencio exterior e interior, y buscar momentos para la reflexión y la oración. Es ahí donde uno se encuentra consigo mismo y se llega a percibir la voz de Dios, capaz de orientar nuestra vida. La oración nos centra en el ‘recuerdo de Dios’ como dicen los maestros del espíritu. Nuestro corazón está inquieto y no puede descansar hasta que descubre a Dios y descansa en Él. Todos buscamos la felicidad. Pero esta no se puede conseguir si no se va a la fuente de donde mana, que no es otra sino Dios mismo. Dios es Amor, nos ama y nos invita a dejarnos amar por Él para siempre.
¿Por qué no dedicar en vacaciones algún tiempo para reflexionar sobre los grandes interrogantes de la existencia, sobre nuestro rumbo en la vida, sobre nuestra vida interior, sobre nuestra relación con Dios y con los demás?
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón