«La primera cúpula diocesana»
«La primera cúpula diocesana: Martín de Orinda y el secuestro de los planos. La historia de otra disputa entre el Cabildo Catedral de Segorbe y los Cartujos»
Las páginas del pasado están, a menudo, repletas de historias aparentemente irrelevantes que han pasado inadvertidas, pese a haber sido objeto de estudios concretos en un momento dado. Tal es el caso de la Catedral de Segorbe en tiempos del clasicismo (ss. XVI y XVII) [Montolío, 2013]. Un edificio actualmente inexistente, sustituido por completo con la renovación ilustrada iniciada en 1791 que, sin duda, marcó toda una época por sus incorporaciones estéticas y estructurales, propiciadas por la labor y presencia de grandes maestros de su época.
La Iglesia segobricense, entre los siglos XVI y XVII, vivía una especial edad dorada coincidente con la «contrarreforma» emanada del Concilio de Trento (1545-1563), una vez recuperada de la desmembración de la parte de Albarracín de su primitivo territorio (1577) y a pesar de los problemas organizativos originados ante la creación de nuevas parroquias y la expulsión de los moriscos de organización (1609).
Poco a poco, las ideas conciliares, de San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, y sus «lnstructionum fabricae et suppellectilis ecclesiasticae», iban calando de la mano de los obispos reformistas, los denominados prelados riberistas que, sucesivamente, rigieron los caminos diocesanos, en la línea marcada por el arzobispo de Valencia, el Patriarca Juan de Ribera (1569-1611) y su sucesor Isidoro Aliaga (1612-1648) en sus «Advertencias para los edificios y fábricas de los Templos y para diversas cosas de las que en ellos sirven al culto divino y a otros ministerios» (1631).
Como resultado de todo este pensamiento y disposiciones, la mitra segorbina y su Cabildo Catedral comenzaron a concretar, a nivel organizativo, el espacio de los templos, adaptándolos a las contemporáneas necesidades del ritual y a la especial importancia de la veneración de la Eucaristía, de gran arraigo tradicional en nuestras tierras en la festividad del Corpus y en los retablos y manifestadores, que necesitaba de la generación o desarrollo de nuevos espacios, como los expositores o tabernáculos, trasagrarios o capillas de Comunión. Una aportación fervorosa y exaltadora, en gran medida, de especial acento valenciano, tras los ataques del protestantismo
En nuestra diócesis, el primer intento de Capilla de Comunión (1635-1637) [Montolío-Olucha, 2002], como edificio de entidad propia a la manera de templete tabernáculo, aconteció en el primer templo diocesano, el de la Seo, ubicando el sagrario en el centro de una arquitectura monumental para su culto especial y singularización y grandeza del misterio. Fue el prelado Ginés de Casanova (1610-1635), gran mecenas del arte, discípulo del Patriarca, el promotor del proyecto, respaldando también otras obras en su tiempo, como la primitiva iglesia de Sot de Ferrer, la parroquial de Chelva, el primer convento de Servitas de Montán o la singular torre campanario «mudéjar» de Jérica, que ya fue objeto de un pequeño trabajo nuestro poco tiempo atrás, Convento de San Martín de Segorbe, trazada por Pedro Ambuesa y construida por Juan Valero Planes, «architecte de La iglesia de les monjes de Sogorb», con el precedente de su pequeña capilla trasagrario (1625-1630). Un episodio histórico en el que se favoreció y plasmó el asentamiento de diversas órdenes en el territorio, como las Carmelitas y Agustinos en Caudiel y las Agustinas y Jesuitas en Segorbe.
En ese maremágnum histórico, podríamos utilizar el término «barroco», dos núcleos religiosos destacaban y pugnaban especialmente; la Catedral de Segorbe y la Cartuja de Valldecrist. Y, en nuestro caso concreto, ambas instituciones luchaban por construir, en sus respectivas Iglesias mayores, la primera capilla eucarística con su cúpula de la diócesis, la segunda del Reino de Valencia, de nueva planta y diseño, con presencia propia pese a su adosamiento al edificio principal que la acogía. En la Iglesia mayor de la Cartuja, a espaldas del presbiterio, y en la Catedral de Segorbe ubicada junto al presbiterio, a la que se accedía desde la capilla de Santa Catalina, desde el trasagrario o, directamente, desde la calle de San Cristóbal, donde se ubicaba una portada tabernáculo de orden toscano. Aportamos ahora una nueva versión de los dibujos de reconstrucción basados en los realizados en 2002 para el comentado artículo «La capella de Comunió de la Catedral de Sogorb» (BSCC, 2002), en colaboración con J. Sirera.
El autor de los planos de la Capilla de la Comunión de la Catedral fue el reconocido arquitecto Martín de Orinda (ca. 1586-1655) [Arciniega, 2001], uno de los introductores del estilo clasicista romanista en nuestro obispado, maestro de la Catedral de Valencia y activo en obras como la parroquial de Liria (1627), documentado en 1633 en el trabajo de renovación de la Iglesia mayor de la Cartuja de Valldecrist y en el templo y portada del monasterio de San Miguel de los Reyes a partir de 1634, quien cobró 8 Libras por las trazas de un edificio, nuestra Capilla de Comunión, que no acabaría construyendo él. Seguramente tentado por los cartujos y el aumento de su, podríamos decir, «caché», acabó llevándose los planos consigo para ser empleados en la construcción de la capilla sagrario de Valldecrist. Denunciado por el Cabildo Catedral y reclamado el material por el Gobernador de Segorbe, fue obligado a devolverlos, firmándose las capitulaciones para su construcción el 31 de diciembre de 1635 con el maestro castellonense Rafael Alcahín. Un maestro que concertaría, una vez afincado en la comarca, la capilla del sagrario de Andilla (1638) o la capilla de la Virgen de la Cueva Santa en Altura (1645), entre otras obras.
A Martín de Orinda, avanzada ya su vida, especializado en el desarrollo de las formas y técnicas de la albañilería y las bóvedas tabicadas, nos lo encontraríamos trabajando después en el aula Capitular de la Cartuja de Portaceli (1640), la Capilla de Comunión de la parroquia de los Santos Juanes de Valencia (1643), el monasterio jerónimo de Santa María de la Murta (1649). Al ser hombre de gran espiritualidad, fue muy bien acogido por cartujos y jerónimos, relacionándose con los monjes arquitectos de su tiempo en el clasicismo imperante de sus obras, como el jesuita Albiniano de Rojas, el cartujo fray Antonio Ortí o el carmelita fray Gaspar de San Martí, además de estar vinculado personalmente con los grandes maestros Pedro Ambuesa y Juan Miguel Orliens.