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Listado de la etiqueta: Jueves Santo

La Diócesis de Segorbe-Castellón inicia el Triduo Pascual con la Misa de la Cena del Señor en la Catedral de Segorbe

18 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

“La Eucaristía es el manantial de vida y de amor de Dios para la humanidad”

En esta tarde del Jueves Santo, la S. I. Catedral de Segorbe ha acogido la solemne Misa de la Cena del Señor, presidida por Mons. Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe-Castellón. Con esta celebración, la Iglesia ha dado comienzo al Triduo Pascual, el corazón del año litúrgico, que culminará con la resurrección de Jesucristo en la Vigilia Pascual.

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Junto al Obispo han concelebrado miembros del Cabildo Catedralicio y sacerdotes de la parroquia de Santa María, acompañados de diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas de distintas comunidades, así como numerosos fieles laicos. Entre los asistentes se encontraban también miembros de las cofradías, con especial representación de la Cofradía de la Verónica, encargada de la organización de esta jornada dentro de la Semana Santa segorbina.

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La celebración ha estado caracterizada por una profunda reverencia y recogimiento, destacando el rito del lavatorio de los pies, signo del amor humilde y servicial de Cristo hacia sus discípulos. Nuestro Obispo ha realizado este humilde gesto con doce fieles cofrades de la Cofradía de la Verónica y Cristo de la Misericordia de Segorbe, en representación de los apóstoles, recordando el gesto de Jesús que, sabiendo que iba a ser entregado, «los amó hasta el extremo», como narra el evangelio de san Juan.

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En su homilía, Mons. López Llorente centró su reflexión en los tres grandes misterios que se celebran en este día santo: la institución de la Eucaristía, del sacerdocio ministerial y del mandamiento nuevo del amor. “En esta celebración se nos invita a ir al Cenáculo y contemplar el amor inmenso de Cristo, que sabiendo que había llegado su hora, amó a los suyos hasta el extremo”, afirmó.

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“El Señor no se limitó a dejar palabras”, continuó el Obispo, “sino que quiso quedarse con nosotros de manera real y permanente en la Eucaristía, que es memorial de su entrega en la cruz, alimento del alma, y sacramento de unidad y caridad”. Subrayó además que la Eucaristía no es simplemente un recuerdo simbólico, sino una actualización sacramental del sacrificio de Cristo, que se ofrece cada vez que se celebra la Santa Misa.

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En este contexto, recordó también el don del sacerdocio ministerial, instituido por Cristo en la Última Cena al encomendar a los apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía”. “Sin sacerdotes no hay Eucaristía”, afirmó con fuerza, animando a los fieles a rezar por las vocaciones sacerdotales, especialmente en nuestra Diócesis, y a apoyar a los seminaristas que se preparan para ese ministerio al servicio del Pueblo de Dios.

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Asimismo, el Obispo destacó el mandamiento nuevo del amor, proclamado y ejemplificado por Jesús al lavar los pies a sus discípulos: “Amar como Cristo nos ha amado implica una vida de entrega, de servicio humilde, de atención al otro, especialmente al más necesitado”. En este sentido, recordó que la comunión eucarística no puede separarse de la comunión fraterna: “No podemos acercarnos al altar si no estamos dispuestos a compartir nuestra vida, nuestro tiempo y nuestros bienes con los demás”.

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La celebración culminó con el traslado solemne del Santísimo Sacramento al Monumento, preparado con esmero por la comunidad parroquial, donde quedó reservado para la adoración de los fieles durante la noche. En un clima de profundo recogimiento, los asistentes permanecieron unos instantes en oración ante el Señor, iniciando así el tiempo de la Hora Santa, en recuerdo de la agonía de Jesús en Getsemaní.

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Así, la Diócesis de Segorbe-Castellón se adentra en el Misterio Pascual, acompañando al Señor en su Pasión, Muerte y Resurrección, fuente de esperanza y salvación para toda la humanidad.

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El 12 de abril, Vila-real vivirá Laqvima Vere, un viaje emocional a través de la Pasión

7 de abril de 2025/0 Comentarios/en Noticias/por obsegorbecastellon

La Plaza Mayor de Vila-real acogerá, el sábado 12 de abril a las 21:00 horas, Laqvima Vere, la representación musical del Jueves Santo. Una obra que se ha convertido en un referente único de la Semana Santa de la ciudad, declarada de Interés Turístico. Este auto sacramental destaca por su innovadora puesta en escena, que fusiona tradición y modernidad, ofreciendo una vivencia emotiva que refleja los sentimientos más profundos de la Pasión de Cristo.

La obra va más allá del relato bíblico y explora temas universales como la duda, la culpa, el dolor y la ambivalencia moral. A través de las voces de los solistas y las piezas musicales, Laqvima Vere invita a la reflexión personal, transportando al público a un viaje emocional donde se cuestionan las experiencias internas del ser humano.

Con esta representación, se pretende acercar a todos los asistentes una parte fundamental de la Semana Santa vila-realense, permitiendo vivir en directo un espectáculo cargado de emoción y significado.

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Nueva Jerusalén celebra su 50 aniversario con una exposición en la Fundación Dávalos-Fletcher

26 de febrero de 2025/0 Comentarios/en Noticias/por obsegorbecastellon

Con motivo de su 50 aniversario, Nueva Jerusalén ha organizado una exposición especial en la Fundación Dávalos-Fletcher de Castellón. La muestra, que podrá visitarse del 28 de febrero al 9 de marzo, invita a los asistentes a hacer un recorrido por la historia de esta celebración única, que ha marcado generaciones de vecinos de Borriol.

Nueva Jerusalén ha sido durante estos 50 años una representación destacada de la Pasión de Cristo en nuestra Diócesis, celebrada cada Jueves Santo en las calles de Borriol. Este evento, declarado Fiesta de Interés Turístico Provincial, atrae todos los años a miles de visitantes gracias a la implicación de más de 250 personas que, con gran ilusión, dan vida a las escenas más conmovedoras de la Pasión de Cristo.

La exposición ofrece una mirada profunda a los recuerdos y momentos que han sido esenciales para el crecimiento de Nueva Jerusalén, mostrando el trabajo conjunto que ha mantenido viva esta tradición. En ella, los asistentes podrán revivir los momentos más emblemáticos de los 50 años de historia.

La muestra estará abierta de lunes a viernes, de 18:00 a 21:00 horas, y los sábados y festivos, de 11:00 a 14:00 horas y de 18:00 a 21:00 horas. Todos los interesados en conocer más sobre esta emblemática celebración pueden acudir a la Fundación Dávalos-Fletcher, ubicada en la calle Isaac Peral, 12, en Castellón, con entrada libre.

Además, los fines de semana previos a la representación, la exposición también podrá ser visitada en Borriol, lo que ofrecerá a los interesados una segunda oportunidad de conocer más sobre la historia de Nueva Jerusalén.

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HOMILÍA DE JUEVES SANTO EN LA MISA «IN COENA DOMINI»

30 de marzo de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2024/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I.Catedral-Basílica, 28 de marzo de 2024

(Ex 12,1-8.11-14; Sal 115; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15).

Hermanos y hermanas en el Señor:

1. En esta tarde de Jueves Santo traemos a nuestra memoria y a nuestro corazón las palabras y los gestos de Jesús en la Ultima Cena con los Apóstoles en el Cenáculo. Y lo hacemos de una manera gozosa como asamblea reunida por el Señor. Trasladémonos espiritualmente al Cenáculo y contemplemos a Jesús, el Hijo de Dios, que vino a nosotros no para ser servido, sino para servir, que tomó sobre sí los dramas y las esperanzas de los hombres de todos los tiempos, y ofreció su vida al Padre para la salvación de toda la humanidad. 

            Esta Misa en la Cena del Señor tiene un significado muy denso. Cuatro palabras sintetizan su gran riqueza: pascua, eucaristía, sacerdocio y mandamiento nuevo.

Comienza la Pascua de Jesús

2. En la tarde de Jueves Santo entramos en la celebración de la Pascua de Jesús. Jesús se ha reunido con sus Apóstoles para celebrar con ellos la Pascua “la fiesta en honor del Señor” (Ex 12, 11), que conmemora ‘el paso del Señor’ para liberar a su Pueblo de la esclavitud de Egipto y para establecer la antigua Alianza. Y Jesús “sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús elige la celebración de la Pascua judía para anticipar su Pascua, su paso de este mundo al Padre a través de la muerte para liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado, destruir la muerte y establecer la nueva y definitiva Alianza. Jesús es el ‘verdadero cordero sin defecto’, inmolado para la salvación del mundo, para la liberación definitiva del pecado y de la muerte mediante su muerte y resurrección, mediante su paso de la muerte a la vida: Cristo es nuestra Pascua.

            En la Última Cena, Jesús anticipa sacramentalmente lo que iba a ocurrir al día siguiente. Toma el pan, lo bendice, lo parte y luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”; lo mismo hace con el cáliz: “Este cáliz es la nueva alianza sellada en mi sangre” (1 Co 11, 24-25). Aquel pan milagrosamente transformado en el Cuerpo de Cristo y aquel vino convertido en su Sangre son ofrecidos aquella noche, como anuncio y anticipo de la muerte del Señor en la Cruz. Es el testimonio de un amor llevado “hasta el extremo” (Jn 13, 1).

Institución de la Eucaristía

3. Al darles a comer el pan y a beber del cáliz, Jesús dice a sus Apóstoles: “Haced esto en memoria mía” y “haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía” (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, Jesús instituye la Eucaristía, el sacramento que perpetúa su ofrenda y sacrificio en la Cruz por todos los tiempos. Siguiendo el mandato de Jesús, en cada santa Misa actualizamos su sacrificio en la cruz y su resurrección, actualizamos su Pascua. El sacerdote se inclina sobre los dones eucarísticos, para pronunciar las mismas palabras de Jesús “la víspera de su pasión”. Con Él repite sobre el pan: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros” y luego sobre el cáliz: “Este cáliz es la nueva alianza con mi sangre” que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados (cfr. 1 Co 11, 24-25).

Para resaltar que es Jesús mismo quien pronuncia estas palabras a través del sacerdote, en la plegaria eucarística de hoy, el Canon Romano, diremos: “El cual, hoy, la víspera de padecer por nuestra salvación y la de todos los hombres”. La Liturgia del Jueves Santo incluye la palabra ‘hoy’ en el texto de la plegaria para subrayar la dignidad particular de este día. Ha sido ‘hoy’ cuando Jesús lo ha hecho: se nos ha entregado para siempre en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Este ‘hoy’ es sobre todo el memorial de la Pascua de entonces. Pero es más aún. Con este ‘hoy’ expresamos que Jesús lo hace ahora. Prestemos gran atención interior al misterio de este día, contemplando al Señor mismo en medio de nosotros (cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en la Cena del Señor, 2009).

Desde aquel primer Jueves Santo, la Iglesia actualiza en cada Eucaristía sacramental, pero realmente el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo para el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. La Eucaristía es así manantial permanente de comunión con Dios y fuente de comunión con los hermanos. Desde aquel Jueves Santo, la Iglesia, que nace del misterio pascual de Cristo, vive de la Eucaristía y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Por ello, después de la consagración nos unimos a la aclamación del sacerdote: ‘Este es el Misterio de nuestra fe’, con las palabras: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!’.

La Eucaristía es el centro y la fuente de la vida de la Iglesia y de todo cristiano. Es el Sacramento por excelencia que constituye a la Iglesia en su realidad más auténtica: ser signo eficaz de reconciliación y de comunión con Dios y, en él, de todo el género humano (cf. LG 1). Sin Eucaristía no hay Iglesia; sin Eucaristía tampoco hay verdaderos cristianos. “Tomad y comed, tomad y bebed”, nos dice hoy Jesús. Sin participación en la Eucaristía, la fe y la vida del cristiano languidecen y mueren. Comulgando a Cristo-Eucaristía, Jesús nos atrae a sí, nos unimos realmente con Él y, a la vez, con quienes igualmente comulgan el Cuerpo y la Sangre del Señor. Todo cristiano, que quiera permanecer vitalmente unido a Cristo, como el sarmiento a la vid, ha de participar con frecuencia en la Eucaristía y ha de hacerlo plenamente acercándose a la comunión con fe y debidamente preparado, como nos recuerda san Pablo(cf. 1 Cor 11,28). Antes de comulgar es necesario examinarse y reconciliarse con Dios en el sacramento de la Penitencia, si se tiene conciencia de pecado grave. Tenemos que poner mucho empeño en valorar la Eucaristía, participar en ella recibiendo debidamente preparados a Cristo en la comunión.

Don del sacerdocio ordenado

4.  En la tarde del Jueves Santo, recordamos y agradecemos también el don del sacerdocio ordenado. La Eucaristía y el sacerdocio ordenado son inseparables. “Haced esto en memoria mía”. Estas palabras de Cristo son dirigidas, como tarea específica, a los Apóstoles y a quienes continúan su ministerio. A ellos, Jesús les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar; es decir, pronunciar en su nombre las palabras que transforman el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Diciendo “haced esto”, instituye el sacerdocio ministerial, sin el cual no puede haber Iglesia. Sin sacerdotes no hay Eucaristía. La Eucaristía, celebrada por los sacerdotes, hace presente siempre y en cualquier rincón de la tierra la Pascua de Jesús. Por desgracia, la escasez de sacerdotes está llevando a que cada vez más comunidades se vean privadas de la Eucaristía dominical. El pueblo creyente comienza a sentir la necesidad de los sacerdotes. Pero sólo una Iglesia verdaderamente agradecida y enamorada de la Eucaristíase preocupará de suscitar, acoger y acompañar las vocaciones sacerdotales. Y lo hará mediante la oración y el testimonio de santidad.

El mandamiento nuevo del amor fraterno

5. Y, finalmente, en esta tarde de Jueves Santo Jesús nos deja en herencia el mandamiento nuevo de amor. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13, 34). A continuación vamos a recordar el gesto que Jesús hizo al comienzo de la Última Cena: el lavatorio de los pies. Al lavar los pies a los Apóstoles, el Maestro les enseña cómo debe ser el amor de sus discípulos y les propone el servicio y el perdón como norma de vida. Lavar los pies era una tarea reservada los esclavos, a los siervos; lavaban los píes para que los comensales quedaran limpios para el banquete. Jesús sirve a sus Apóstoles y les limpia para hacerles dignos de su mesa. “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14). Jesús nos invita a imitarle: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 15).

Jesús establece una íntima relación entre la Eucaristía y el mandamiento del amor. No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de servir, amar y perdonar al prójimo. “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 14). El Señor nos invita a abajarnos, a ser humildes, a la valentía del servicio y del perdón de unos a otros.

Jesús instituye la Eucaristía como manantial inagotable del amor. En ella está escrito el mandamiento nuevo del amor. Es la herencia más hermosa que Jesús nos deja a los cristianos. Su amor hasta el extremo de su entrega en la Cruz, de su servicio humilde y de su perdón, compartido por sus discípulos, es lo que esta tarde se ofrece a la humanidad entera. Jesús nos pide un amor, hecho entrega y servicio desinteresados. “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”  (Mc 10, 45). El amor alcanza su cima en el don de la propia persona, sin reservas, a Dios y a los hermanos, como el mismo Señor. El Maestro mismo se ha convertido en un siervo, y nos enseña que el verdadero sentido de la existencia de un cristiano es la entrega desinteresada y el servicio por amor. El amor es el secreto del cristiano para edificar un nuevo mundo, cuya razón de ser no nos puede ser revelada sino por Dios mismo.

Jueves Santo es, por ello, el día del Amor fraterno. Después de ver y oír a Jesús, después de haber comulgado el sacramento del amor, después de habernos unido realmente con Jesús en la comunión, salgamos de esta celebración con el ánimo y las fuerzas renovadas para trabajar por un mundo más fraterno. Esto comienza con el prójimo y con el necesitado, que está nuestro lado. Nuestro mundo está necesitado de amor, del amor que nos viene de Dios por Cristo en la Eucaristía. Necesitamos derrumbar las barreras de la exclusión y de la crispación, del egoísmo y del odio para que triunfe el amor en nuestro mundo. Hoy Jesús nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?” “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13 12.15). Vivamos el mandamiento nuevo del amor, amemos como Jesús nos ha amado. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

           
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Comienza el Triduo Pascual con la Cena del Señor: “Él nos indica que amar de verdad es servir al prójimo”

29 de marzo de 2024/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

A las 18 h. ha comenzado la celebración de la Cena del Señor de este Jueves Santo, que ha presidido nuestro Obispo D. Casimiro en la S.I. Catedral de Segorbe. Es el primer día del Triduo Pascual, en los que conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo: Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo. Son los días del año litúrgico que concentran los momentos más importantes del cristianismo.

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Jesús nos deja el mandamiento nuevo de amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros”. Es el día de la Caridad, en el que tiene lugar uno de los más grandes símbolos del amor de Dios. Justo en la noche de la traición, Jesús, Dios hecho hombre, en un gesto de absoluta humildad se arrodilla y lava los pies de los apóstoles, porque quiere que conozcan su misericordia, su amor y su perdón, y quiere mostrarles lo que espera que hagan después de que Él se haya ido, un entregarse continuo y total a los demás, viviendo diariamente el amor al prójimo.

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Tras ello se sientan en torno a la mesa para celebrar la Pascua. Jesús parte el pan y dice: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por nosotros”. Y lo mismo con el cáliz: “Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre”. Es la Última Cena en la que instituye la Eucaristía, corazón de la vida cristiana y sacramento que nos alimenta, nos congrega y nos reúne.

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Jesús también les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar y, diciendo “haced esto”, instituye el Sacramento del Orden sacerdotal. Recordemos que sin sacerdotes no hay Eucaristía, y sin Eucaristía no hay Iglesia.

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En la homilía, el Obispo ha resumido esta celebración en cuatro palabras: Pascua, Eucaristía, sacerdocio y mandamiento nuevo del amor. “Jesús se ha reunido con sus apóstoles para celebrar la Pascua”, conmemorando el paso del Señor para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto y establecer una alianza. Elige la celebración de esta fiesta “para anticipar su Pascua, su paso de este mundo al Padre a través de la muerte para liberar a la humanidad del pecado y de la muerte para establecer la nueva y definitiva alianza”.

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En la Cena “Jesús instituye la de Eucaristía, el sacramento que perpetúa su sacrificio y ofrenda en la cruz por todos los tiempos”, ha explicado D. Casimiro. “Desde aquel Jueves Santo, la Iglesia, que nace del misterio pascual de Cristo, vive de la Eucaristía y sigue celebrándola hasta que vuelva el Señor”, ha señalado.

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Hoy “recordamos y agradecemos también al Señor el don del sacerdocio ordenado”, que es inseparable de la Eucaristía. A sus apóstoles les da la tarea de celebrar en su nombre la Eucaristía, de modo que “pronunciando en su nombre las palabras que Él pronuncia en la Última Cena, pueden transformar el pan en su cuerpo y el vino en su sangre”. El Obispo ha exhortado a valorar “el gran don que nos hace el Señor a través de los sacerdotes” y, del mismo modo, ha animado a “suscitar, acoger y acompañar a aquellos que sienten la llamada al sacerdocio ordenado”.

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Finalmente, “esta tarde el Señor los deja en herencia al mandamiento nuevo del amor”. De ahí el gesto del lavatorio de los pies. “Él mismo Dios se abaja, se postra, y asume una tarea propia de esclavos para lavar los pies de sus discípulos”. Con este gesto “el Señor nos indica que amar de verdad es servir al prójimo. Es ponerse de rodillas ante él, es abajarse, es ser humildes, es servir y perdonar”.

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Jueves Santo en la Cena del Señor: “los amó hasta el extremo”

7 de abril de 2023/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

Arrancan las celebraciones del Triduo Pascual con la Cena del Señor

A las 19 h. ha comenzado la celebración de la Cena del Señor de este Jueves Santo, que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro, en la S.I. Catedral de Segorbe. Ha concelebrado el Deán, D. Federico Caudé, el canónigo, D. José Manuel Beltrán, y el Secretario Particular, D. Ángel Cumbicos, asistiendo el diácono permanente D. Alejandro Juan.

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Con ella abrimos el Triduo Pascual, conmemorando el día en que Jesús, durante la Última Cena, instituyó el don de la Eucaristía, el sacerdocio, y el mandamiento sobre la caridad fraterna. Cristo entra en la noche de Getsemaní y comienza la Pascua del Señor.

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«Los amó hasta el extremo»

Jesús reúne a los discípulos para celebrar la Pascua en el Cenáculo, decía el Obispo al comienzo de la homilía, y sabía que había “llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, la hora de morir y ser glorificado”.

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Anticipando sacramentalmente lo que iba a ocurrir al día siguiente, el Jueves Santo es el día en el que “Cristo muestra que no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

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«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía»

“La Eucaristía es el fruto de esa muerte”, ha continuado, porque “amar hasta el extremo significa amar mediante la muerte y más allá de la muerte, es darse a sí mismo en la Eucaristía”, ya que no solo muere por nosotros, sino que se queda con nosotros, ha explicado D. Casimiro.

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Las palabras que Jesús pronuncia sobre el pan y sobre el cáliz “son la revelación del amor a través del cual Jesús se da a sí mismo. Son su cuerpo y su sangre, Vida para el mundo”.

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«También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros»

También, por ello, “no dudó en arrodillarse ante los apóstoles para lavarles los pies”. Del mismo modo hoy “se arrodilla ante nosotros y se hace un esclavo, lava nuestros pies sucios para que podamos ser admitidos a la mesa de la Eucaristía, a la mesa del mismo Dios”.

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Pero con la historia de Judas “se nos hace presente el rechazo del amor”, ha señalado, lo que nos debe hacer reflexionar, pues “el amor de Dios no tiene límites, pero nosotros si que podemos ponerle límites al amor de Dios”.

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Con este acto del lavatorio de los pies, Jesús nos da el regalo del mandamiento nuevo del amor, de hacer lo mismo con los demás mediante “cada obra buena en favor del prójimo, especialmente en favor de los que sufren. El Señor nos invita a bajar, a aprender la humildad y la valentía de la bondad”.

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El rito del lavatorio de los pies se hace tal como hizo el Señor, significando su gran amor por los hombres. El Obispo ha lavado los pies a 12 cofrades de la Cofradía de la Verónica de Segorbe.

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Terminada la Misa se traslada la Eucaristía de forma solemne y es reservada en el monumento para la adoración.

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El Obispo, D. Casimiro, participa en la Procesión Penitencial del Jueves Santo

16 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias, Secretariado Cofradías y Hermandades/por obsegorbecastellon

Tras la celebración de la Misa en la Cena del Señor, las calles de Segorbe acogieron ayer, Jueves Santo, la Procesión Penitencial de las tres cofradías de la ciudad, en la que participó nuestro Obispo, D. Casimiro.

La Cofradía de la Sangre – Cristo de San Marcelo, que portaba la Virgen de la Soledad y el Cristo de San Marcelo, la Cofradía de la Santísima Trinidad, con las imágenes de Jesús Nazareno, la Virgen de la Soledad y Jesús atado a la columna, presidiendo el Santísimo Cristo de las Mercedes. Y la Cofradía de la Verónica, que procesionó portando en su anda la imagen de la Verónica y el Cristo de las Mercedes.

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Homilía del Jueves Santo en la Misa «en la Cena del Señor»

15 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilías 2022/por obsegorbecastellon

Segorbe, S.I. Catedral, 14 de abril de 2022

(Ex 12,1-8.11-14; Sal 115; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15)

En Jueves santo comienza el Triduo Pascual.

1. En la tarde de Jueves Santo conmemoramos la última Cena de Jesús con sus Apóstoles. Nuestra mente y nuestro corazón se trasladan al Cenáculo, donde Jesús se ha reunido con los suyos para celebrar la Pascua.  Jesús “sabiendo que había llegado su hora de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Con estas palabras, san Juan explica años después el significado profundo de todos los hechos ocurridos aquellos días en Jerusalén.

 Jesús sabe que ha llegado su hora, la hora de pasar de este mundo al Padre, el final de su vida terrena. Y como hace un buen padre o una buena madre con sus hijos cuando se siente próximo el final de su vida, Jesús reúne a los suyos para darles su último testamento, los mejores dones; no son los únicos, que hace Jesús, pero sí los más importantes. Son siete y muestran de su amor hasta el extremo. Hoy, Jueves santo, son los regalos de la Eucaristía, del Orden sacerdotal y del mandamiento nuevo del Amor; mañana, Viernes santo, los dones de su sangre, de su madre, la santísima Virgen, María al pie de la Cruz, y de las siete palabras; y el regalo de la vida eterna, de la resurrección, el Sábado de gloria y Domingo de resurrección.

Trasladémonos en espíritu hasta el Cenáculo. Contemplemos los regalos que hoy nos hace de la Eucaristía, el Orden sacerdotal y el mandamiento nuevo del amor. Y  hagámoslo con la actitud debida sabiendo agradecer, disfrutar y cuidar estos dones. Ello nos ayudará a vivir el Jubileo diocesano recién comenzado.  

El don del mayor tesoro: la Eucaristía

2. Jesús se ha reunido con sus Apóstoles para celebrar con ellos “la Pascua (la fiesta) en honor del Señor” (Ex 12, 11), que conmemora ‘el paso del Señor’ para liberar a su Pueblo de la esclavitud de Egipto y establecer la Alianza de Dios con su Pueblo. Jesús elige la celebración de la Pascua judía para establecer la nueva y definitiva Alianza. Él es el ‘verdadero cordero sin defecto’, inmolado por la salvación del mundo, para la liberación definitiva de la esclavitud del pecado y de la muerte mediante su muerte y resurrección. Jesús instituye la nueva Pascua.

En la Cena, Jesús anticipa sacramentalmente lo que iba a ocurrir al día siguiente. Jesús toma pan, lo bendice, lo parte y luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; lo mismo hace con el cáliz: “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre” (1 Co 11, 24-25). Y acto seguido, añade: “Haced esto en memoria mía”  (1 Co 11, 24-25). Con estas palabras, Jesús instituye la Eucaristía, el sacramento que perpetúa para todos los tiempos su amor hasta el extremo en la Cruz. Siguiendo el mandato de Jesús, en cada santa Misa actualizamos de un modo incruento, sacramental pero realmente, su entrega en la cruz y su resurrección. En cada santa Misa se actualiza el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo para el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. La Eucaristía es así manantial permanente de vida y de comunión con Dios y fuente de comunión con los hermanos. Desde aquel Jueves Santo, la Iglesia, que nace del misterio pascual de Cristo, vive de la Eucaristía, se deja renovar y fortalecer por ella, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Por ello, después de la consagración nos unimos a la aclamación del sacerdote: ‘Este es el Misterio de nuestra fe’, con las palabras: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!’.

En cada santa Misa, el sacerdote se inclina sobre los dones eucarísticos, para pronunciar las mismas palabras de Cristo en “la víspera de su pasión”. El pan y el vino quedan transformados en el Cuerpo y Sangre de Cristo. El pan consagrado es Cristo mismo, es su persona, que se da y se queda en la humildad de un pedazo de Pan, lo mismo que antes se había quedado en la humildad de hombre hecho carne en el vientre de Maria.

Por ello, la Eucaristía es el centro y la fuente de la vida de la Iglesia y de todo cristiano, que hemos de saber agradecer, disfrutar y cuidar. La Eucaristía es el Sacramento por excelencia que constituye a nuestra Iglesia diocesana en su realidad más auténtica y profunda: ser signo eficaz de reconciliación y de comunión con Dios y, en él, entre todos los hombres. No lo olvidemos en este Año Jubilar. Sin Eucaristía no hay Iglesia, no hay Iglesia diocesana, ni comunidad cristiana, como tampoco hay verdaderos cristianos. Agradezcamos este gran regalo, el mayor tesoro de nuestra Iglesia, participando en la santa Misa, orando ante el Señor, presente en el Sagrario. De lo contrario, nuestra fe y vida cristiana languidecen y mueren. Comulgando a Cristo-Eucaristía nos unimos realmente a Él y con quienes igualmente comulgan el Cuerpo y la Sangre del Señor. Todo cristiano, que quiera permanecer vitalmente unido a Cristo, como el sarmiento a la vid, ha de participar con frecuencia en la Eucaristía y ha de hacerlo plenamente acercándose a la comunión.

Pero hemos de cuidar la Eucaristía, es nuestro mayor tesoro. El mismo San Pablo nos recuerda la dignidad con que debe ser tratado este sacramento por parte de cuantos se acercan a recibirlo. «Examínese cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su propia condenación’ (1 Cor 11,28). Antes de comulgar es necesario examinarse y reconciliarse con Dios en el sacramento de la Penitencia, si se tiene conciencia de pecado grave. Antes de la Cena, Jesús lava también sus pies a sus mismos Apóstoles, para purificarlos, para que puedan tener parte con Él. Para acercarse a comulgar hay que estar limpios de todo pecado mortal, ha que estar en gracia de Dios. La Eucaristía es Cristo mismo, no es –perdón por la expresión- como un dulce que tomo porque me apetece. ¡Cuánto tenemos que mejorar! Hemos de poner mucho empeño en agradecer la Eucaristía, participar en ella asiduamente, al menos en el día de Señor, y, debidamente preparados, recibir a Cristo en la comunión. Él se queda en el Sagrario y nos espera. No lo abandonemos.

El regalo del sacerdocio ordenado

3.  En la tarde del Jueves santo, recordamos y agradecemos también el don del sacerdocio ordenado. La Eucaristía y el sacerdocio ordenado son inseparables. “Haced esto en memoria mía”. Estas palabras de Cristo están dirigidas a los Apóstoles y a quienes continúan o participan de su ministerio. A ellos, Jesús les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar; es decir, la potestad de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Diciendo “haced esto”, instituye el sacerdocio ordenado, sin el cual no puede haber Iglesia. Porque sin sacerdotes no hay Eucaristía. Y sin la Eucaristía, no podemos existir ni vivir, ni los cristianos ni las comunidades. La escasez de sacerdotes está llevando a que cada vez más comunidades se vean privadas de la Eucaristía dominical. El pueblo creyente comienza a sentir la necesidad de los sacerdotes.

Jueves santo nos llama a agradecer el don de los sacerdotes, a valorar su presencia en nuestras comunidades, y a cuidar de ellos. Sólo una Iglesia verdaderamente agradecida y enamorada de la Eucaristía se preocupará de hacerlo y de suscitar, acoger y acompañar las vocaciones sacerdotales. Y lo hará mediante la oración y el testimonio de santidad.

Don del mandamiento nuevo del amor fraterno

4. Y, finalmente, en esta tarde de Jueves Santo Jesús nos deja en herencia el gran regalo del mandamiento nuevo del amor. “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13, 34).  A continuación repetiremos el gesto de Jesús hizo al comienzo de la Última Cena: el lavatorio de los pies. Al lavar los pies a los Apóstoles, el Maestro les enseña cómo debe ser el amor de sus discípulos y les propone el servicio como norma de vida: “Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14). Jesús nos invita a imitarle: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 15).

Jesús establece una íntima relación entre la Eucaristía y el mandamiento del amor. No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de servir y amar al prójimo. Cada obra buena hecha en favor del prójimo, especialmente en favor de los que sufren, los necesitados, los desfavorecidos, los indefensos… es servicio de amor. El Señor nos invita a bajar, a aprender la humildad y la valentía de la bondad; y también a estar dispuestos a aceptar el rechazo, actuando a pesar de ello con bondad y perseverando en ella.

También hemos de saber agradecer, disfrutar y cuidar este gran don el mandamiento nuevo del amor. No es fácil agradecer este mandamiento en una época proclive a rehuir todo mandamiento, toda orden, toda obligación. Jesús instituye la Eucaristía como manantial inagotable del amor. El amor es la herencia más valiosa que Jesús nos deja a los cristianos. Y porque es un don suyo el mandamiento del amor, debemos agradecerlo: el amor es el único camino que nos lleva a la vida, que nos lleva a la felicidad. Su amor, compartido por sus discípulos, es lo que esta tarde Jesús ofrece a la humanidad entera. Cristo afirma la necesidad del amor, hecho entrega y servicio desinteresados. El amor alcanza su cima en el don de la propia persona, sin reservas, a Dios y a los hermanos, como el mismo Señor. El Maestro mismo se ha convertido en un siervo: y nos enseña que el verdadero sentido de la existencia es la entrega desinteresada por amor. El amor es el secreto del cristiano para edificar un nuevo mundo, cuya razón de ser no nos puede ser revelada sino por Dios mismo.

Jueves Santo es, por ello, el día del Amor fraterno. Después de ver y oír a Jesús, después de haber comulgado el sacramento del amor, después de habernos unido realmente con Él en la comunión, salgamos de esta celebración con el ánimo y las fuerzas renovadas para vivir el mandamiento del amor. Esto comienza con el prójimo y con el necesitado: en nuestra propia familia, entre nuestros vecinos, en el lugar de trabajo, en el pobre, enfermo o necesitado, en el forastero, en el inmigrante o en el refugiado. Eso sí, tendremos que salir de nosotros mismos y traspasar ese círculo en el que nos encierran la comodidad, el egoísmo, la indiferencia o los prejuicios. Si lo hacemos así, seremos discípulos de Cristo, imitaremos al mismo Dios que por amor supo salir de sí mismo para acercarse, entregarse y permanecer con nosotros.

Agradezcamos, disfrutemos y cuidemos los dones de la Eucaristía, del sacerdocio y del mandamiento nuevo del amor. En la Cena que recrea y enamora, encontramos, hermanos, el alimento y la fuerza para salir a los caminos de la vida. Seamos signo de unidad y fermento de fraternidad. Amén

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Jueves Santo de la Cena del Señor: “Jesús nos muestra que nos ama hasta el extremo”

15 de abril de 2022/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon

A las 19 h. ha comenzado la celebración de la Cena del Señor de este Jueves Santo, que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro, en la S.I. Catedral de Segorbe. Ha concelebrado el Deán, D. Federico Caudé, el canónigo, D. José Manuel Beltrán, y el Secretario Particular, D. Ángel Cumbicos, asistiendo Manuel Zarzo, Diácono Permanente.

Cerramos el ciclo cuaresmal y abrimos el triduo Pascual, conmemorando el día en que Jesús, durante la Última Cena, instituyó el don de la Eucaristía, el sacerdocio, y el mandamiento sobre la caridad fraterna. Cristo entra en la noche de Getsemaní y comienza la Pascua del Señor.

Imitamos “aquella memorable cena” que Jesús celebró con sus discípulos antes de padecer, y en la que quiso anticipar sacramentalmente, en los signos del pan y el vino, su entrega total en la cruz, y para perpetuarla instituyó también el misterio sacerdotal. Es el día sacerdotal por excelencia.

«Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor»

(Ex. 12, 14)

“Nos trasladamos al Cenáculo, donde Jesús se ha reunido con los Apóstoles, se ha reunido con los suyos para celebrar la Pascua”, decía D. Casimiro en el inicio de la homilía, en la que los israelitas conmemoraban el paso del Señor para liberarlos de la esclavitud de Egipto y la Alianza de Dios con su Pueblo.

“Sabiendo que había llegado su hora, de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, «los amó hasta el extremo»”, esto es lo que significa esta celebración, “Jesús nos muestra que nos ama hasta el extremo”, ha recalcado. “Jesús hoy nos da tres dones, tres regalos: la Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor”, ha indicado el Obispo.

«Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva»

(1 Cor. 11, 26)

“Jesús nos da el gran regalo, el tesoro más grande que tenemos en nuestra Iglesia, el sacramento de la Eucaristía”, en la que Él “se entrega para liberarnos del pecado y de la muerte”. Y lo hace diciendo: «Haced esto en conmemoración mía». Con este mandato, Jesús instituye la Eucaristía, “el sacramento que perpetúa a lo largo de los siglos esa entrega de Jesús hasta el extremo”.

Teniendo presente la apertura del Año Jubilar, ha indicado que “sin la Eucaristía no habría Iglesia”, sin ella “no haríamos presente a Cristo Jesús, muerto y resucitado para que el mundo tenga vida, y vida eterna”.

Al agradecer el don de la Eucaristía, recordamos y agradecemos también la institución del sacramento del Orden. “Sin sacerdotes no hay Eucaristía”, ha indicado, “y sin Eucaristía no hay Iglesia”. Por ello ha exhortado a acoger y a cuidar a los sacerdotes, “hay que acompañarlos, cuidar de ellos”.

«Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis»

(Jn. 13, 15)

D. Casimiro ha invitado a seguir el ejemplo de Jesús, que “nos muestra que solo entregándose hasta el final se encuentra la vida, solo entregando la propia persona se llega a la felicidad”, “no haciendo lo que me plazca”. “El camino para ser verdaderamente humano es el camino del amor, amor entregado y desinteresado”.

El mandamiento nuevo del amor “es la luz que nos ayuda a caminar hacia la felicidad plena, que está en darse, como Jesús nos muestra”. “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, este es el resumen de los mandamientos”, que debemos vivir con las personas que nos encontramos cada día en nuestro caminar, “porque ahí sale Jesús a nuestro encuentro”.

El rito del lavatorio de los pies se hace tal como hizo el Señor, significando su gran amor por los hombres. El Obispo ha lavado los pies a 12 cofrades de la Cofradía de la Verónica de Segorbe.

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Terminada la Misa se traslada la Eucaristía de forma solemne y es reservada en el monumento para la adoración.

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Homilía de Jueves Santo, Misa “en la Cena del Señor”

1 de abril de 2021/1 Comentario/en Noticias, Homilías, Homilias 2021/por obsegorbecastellon

S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 1 de abril de 2021

(Ex 12,1-8.11-14; Sal 115; 1 Co 11,23-26; Jn 13,1-15).

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor Jesús.

Comienza la Pascua de Jesús.

1. En la tarde del Jueves Santo, toda la Iglesia, también nuestra Iglesia diocesana, vuelve en espíritu al Cenáculo para celebrar la última Cena de Jesus con sus Apóstoles. Trasladémonos en espíritu al Cenáculo para contemplar y traer a nuestra mente y a nuestro corazón los sentimientos y los gestos de Jesús, aquella tarde-noche.

Jesús se ha reunido con sus Apóstoles para celebrar con ellos “la Pascua en honor del Señor” (Ex 12, 11) que conmemora ‘el paso del Señor’ para liberarlo de la esclavitud de Egipto y la Alianza de Dios con su Pueblo. En esta noche, los hijos de Israel comen el cordero, según la prescripción antigua dada por Moisés. Jesús hace lo mismo con los discípulos, fiel a la tradición, que era sólo la “sombra de los bienes futuros” (Heb 10, 1) y la “figura” de la Nueva Alianza. Jesús elige la celebración de la Pascua judía para establecer la nueva y definitiva Alianza. Él es el ‘verdadero cordero sin defecto’, inmolado por la salvación del mundo, para la liberación definitiva del pecado y de la muerte mediante su paso por la muerte a la vida: El es nuestra Pascua

Amor hasta el extremo en la Cruz.

2. Jesús sabe que le ha llegado la “hora” de pasar de este mundo al Padre. Y, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, “los amó hasta el extremo”, nos dice san Juan (13, 1). La última Cena es precisamente el testimonio del amor con que Cristo, el Cordero de Dios, nos ha amado hasta el extremo.

¿Qué significa “los amó hasta el extremo”? Significa hasta el cumplimiento de lo que sucederá al día siguiente. En el Viernes Santo se manifiesta cuánto amó Dios al mundo y cómo es el amor de Dios; es un amor que llega al límite extremo de “dar a su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16). En la Cruz, Cristo ha mostrado que no hay “amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). El amor del Padre por la humanidad se revela en la donación del Hijo mediante la muerte.

La última Cena es el prólogo, la preparación y el anticipo de esta donación. Y en cierto modo lo que ocurre en el Cenáculo va ya más allá de la donación hasta la muerte. El Jueves Santo se manifiesta lo que quiere decir: “Amó hasta el extremo”. Solemos pensar que amar hasta el fin significa hasta la muerte, hasta el último aliento. Sin embargo, la última Cena nos muestra que, para Jesús, “hasta el extremo” significa ir más allá del último aliento en la Cruz: Su amor va más allá de la muerte.

Y en la Eucaristía.

3. Este es precisamente el significado de la institución de la Eucaristía, que tiene lugar en la última Cena. Durante la cena, Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”; lo mismo hace con el cáliz: “Esta es mi sangre”. Aquel pan transformado en el Cuerpo de Cristo, y aquel vino convertido en la sangre de Cristo, son ofrecidos en aquella noche, como anuncio y anticipo de la muerte del Señor en la Cruz.

Pero la muerte en la Cruz no es final, sino el comienzo de la Eucaristía. Por eso Jesús dice a sus Apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía” (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, Jesús instituye la Eucaristía, el sacramento que perpetúa para todos los tiempos su donación hasta el último aliento en la Cruz. En cada santa Misa actualizamos este mandato del Señor, actualizamos su sacrificio en la cruz. Como nos dice San Pablo: “Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga” (1 Cor 11, 26). La Eucaristía es fruto de esta muerte por amor a la humanidad. La recuerda constantemente. La renueva de continuo. La significa siempre y la proclama. La muerte en la Cruz ha venido a ser principio de la nueva venida: de la resurrección a la parusía, “hasta que El venga”. La muerte es ‘sustrato’ de una nueva vida. Amar “hasta el extremo” significa, pues, para Cristo, amar mediante la muerte y más allá de la barrera de la muerte: ¡Amar hasta los extremos de la Eucaristía!

Desde aquel primer Jueves Santo, la Iglesia actualiza sacramental, pero realmente en cada Eucaristía el misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesucristo para el perdón de los pecados y la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. La Eucaristía es así el manantial de vida y de amor con Dios y con los hermanos. Desde aquel Jueves Santo, la Iglesia, que nace del misterio pascual de Cristo, vive de la Eucaristía; se deja revitalizar y fortalecer por ella, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Por ello, después de la consagración nos unimos a la aclamación del sacerdote: “Este es el Misterio de nuestra fe”, con las palabras: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!”.

Don del sacerdocio ordenado

4.  Al recordar y agradecer esta tarde el don de la Eucaristía, recordamos y agradecemos también el don del sacerdocio ordenado y rezamos por todos nuestros sacerdotes. “Haced esto en conmemoración mía”. Estas palabras de Cristo son confiadas, como tarea específica, a los Apóstoles y a quienes continúan su ministerio. A ellos, Jesús les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar, es decir de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Diciendo “haced esto” instituye el sacerdocio ministerial.

La Eucaristía, celebrada por los sacerdotes, hace presente en cada generación y en cualquier rincón de la tierra la obra de Cristo. Nos duele la escasez  de vocaciones al sacerdocio, porque cada vez más comunidades pueden verse privadas de la Eucaristía. Y son Eucaristía no puede haber Iglesia ni comunidad eclesial. Sólo una Iglesia verdaderamente agradecida y enamorada de la Eucaristíase preocupará de suscitar, acoger y acompañar las vocaciones sacerdotales. Y lo hará mediante la oración y el testimonio de santidad.

Amor que se hace servicio en el lavatorio de los pies.

5. Durante la cena, Jesús no dudó en arrodillarse delante de los Apóstoles para lavar sus pies. Cuando Simón Pedro se opone a ello, Él le convence para que le dejara hacer. Era una exigencia particular de la grandeza del momento. Era necesario este lavatorio de los pies, esta purificación en orden a la comunión de la que habrían de participar desde aquel momento.

San Pablo nos recuerda la dignidad con que debe ser tratada la Eucaristía por parte de cuantos se acercan a recibirla. “Examínese cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque el que come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su propia condenación’” (1 Cor 11,28). Antes de comulgar es necesario dejarse lavar los píes, dejar reconciliar por Dios en el sacramento de la Penitencia, si se tiene conciencia de pecado grave. Tenemos que poner mucho empeño en recibir la Eucaristía, y hacerlo en estado de gracia. De lo contrarío, la vida se tornará en muerte.

Al lavarles los pies, el Maestro dice a los Apóstoles: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 13-14). Jesús nos invita a imitarle: “Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 15). No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar y de servir al prójimo. Cada vez que participamos en la Eucaristía, nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, ‘lavar los pies’ de nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta de Aquel que “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo” (Flp 2, 7).

El Señor nos invita a abajarnos, a aprender la humildad y hacer de nuestra vida un servicio a los demás. Lavarnos los pies unos a otros significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil.

En la Eucaristía Jesús se nos da. Es el sacramento de su amor. Por la comunión, se une a nosotros y nos hace capaces de amar como él nos ha amado. Ahí brota y tiene su fuente inagotable el mandamiento nuevo del amor. Por eso hoy celebramos el día del amor fraterno.

Nuestro mundo está necesitado de amor, del amor que nos viene de Dios por Cristo en la Eucaristía. Es el único capaz de renovar nuestro mundo. Necesitamos de este amor para derrumbar las barreras de la exclusión, del egoísmo y del odio. Hoy Jesús nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. Merece la pena seguirle y trabajar por el perdón y la reconciliación, por la justicia, el amor y la paz.

En la Eucaristía, encontramos, hermanos, el alimento y la fuerza para salir a los caminos de la vida. Participemos en esta Eucaristía. Seamos signo de unidad y fermento de fraternidad. Amén.

+ Casimiro López Llorente

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