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HOMILÍA EN EL DÍA DE NAVIDAD 2021

5 de enero de 2022/0 Comentarios/en Homilías, Homilias 2021, Obispo /por obsegorbecastellon

Castellón de la Plana. S.I. Concatedral, 25 de diciembre de 2021

(Is 52,7-10; Sal 97; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18)

1.¡Feliz Navidad’, hermanos, porque “hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). Un año más la liturgia de la Iglesia nos congrega ante el misterio santo de la Navidad; de nuevo nos reunimos ante el portal de Belén para adorar y meditar, para bendecir y alabar, para postrarnos en humilde oración ante el Niño Dios, nacido en Belén.

Pero, ¿quién es este Niño cuyo nacimiento es hoy motivo de alegría universal? ¿Quién es ese Niño a quien anuncian y alaban los ángeles, adoran y bendicen los pastores y rinden homenaje los reyes venidos de oriente? ¿Quién es ese Niño que se distingue de todos los demás niños y ha dividido la Historia en un antes y en un después?

2. “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos dado” (Is 9, 5). Estas palabras del Profeta Isaías encierran la verdad de este gran Día; estas palabras nos ayudan, a la vez, a entrar en su misterio y nos introducen en el gozo de esta fiesta.

Nos ha nacido un Niño, que, en apariencia, es uno de tantos niños. Nos ha nacido un Niño en un establo de Belén: nace y yace humilde y pobre entre los pobres. Pero ese Niño que ha nacido es “el Hijo” por excelencia: es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre, “reflejo de su gloria, impronta de su ser” (Hb 1,3). Anunciado por los profetas, el Hijo de Dios se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de la Inmaculada Virgen María. Cuando, hoy proclamemos en el Credo las palabras “y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre”, todos nos arrodillaremos. Meditaremos brevemente el misterio que hoy se realiza: el Hijo de Dios “se hizo hombre”. Si todavía nos queda capacidad de asombro y gratitud, contemplemos el misterio de la Navidad, adoremos al Niño-Dios. Hoy viene a nosotros el Hijo de Dios y nosotros lo recibimos de rodillas en adoración agradecida.

Poco importa que sea un Niño recién nacido, ni su apariencia pobre, frágil y humilde. Él es el Hijo de Dios que sin dejar de ser Dios se ha hecho hombre de nuestra misma naturaleza; siendo eterno y engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal, con un cuerpo y un alma como los nuestros, formados en las entrañas purísimas de una mujer, la Virgen María.

Hay pues en Él dos naturalezas, una divina y otra humana, que al unirse, en nada cambian y permanecen distintas, por las que es Dios y Hombre pero una sola Persona, la misma que tiene desde toda la eternidad como Hijo de Dios; porque no debe ni puede perderla. Este es el misterio del Niño Dios, el misterio de nuestro Redentor y Salvador, que nació hace 2021 años y que está en medio de nosotros.

3. “Un Hijo se nos ha dado”. La Navidad es don de Dios para toda la humanidad: el mayor de todos los dones posibles, el mejor regalo posible, porque Dios nos da a su propio Hijo por puro amor al ser humano. Jesús, el Hijo que nos ha sido dado, ha querido compartir con nosotros la condición humana para comunicarnos la vida divina. No dejemos distraer por los ruidos exteriores o por los tintes paganos de las celebraciones navideñas en nuestros días. No permitamos que los intentos de silenciar, negar o cambiar el sentido propio de la Navidad nos distraigan también a los cristianos.

Navidad, su raíz más profunda y su razón suprema es que Dios nace a la vida humana, Dios se hace hombre, el Hijo de Dios toma nuestra naturaleza humana para hacernos partícipes de la vida de Dios. Navidad significa que Dios está para siempre con nosotros. Dios no es un ser lejano, que viva al margen de la historia humana. El Dios que hoy se nos muestra en este Niño es el Dios-con-nosotros, que entra en nuestra historia y la comparte, que está a favor de los hombres: El Niño-Dios es el Emmanuel. Si la gloria del hombre es Dios mismo, también “la gloria de Dios es que el hombre viva” (S. Ireneo). Es una tentación y una tragedia permanente del ser humano, desde el origen de la historia humana, pensar que Dios es el adversario del hombre. El Dios, que se manifiesta en el Niño-Dios nacido en Belén, no es un dios celoso del hombre, de su desarrollo o progreso, de su libertad o de su felicidad. Dios, hermanos, no es el opio del pueblo; es decir, una ilusión construida por el hombre con lo mejor de si mismo, que le impida ser él mismo.

No, hermanos. Dios se hace hombre por amor al hombre, para que éste lo sea en verdad y en plenitud, es decir conforme a su condición de ‘imagen de Dios’. Por ello, si el hombre quiere serlo en verdad y conforme a su propia dignidad de ‘imagen de Dios’, no puede silenciar a Dios en su vida, no puede marginarlo en su existencia, no puede intentar liberarse de El declarando su muerte para comenzar así a ser hombre. En Jesucristo y por Jesucristo, Dios ha hecho suya la causa del hombre, ha empeñado su palabra en la salvación del mundo. Sólo en Cristo Jesús encuentra el hombre su identidad, su plenitud y la salvación.

4. “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14), hemos proclamado en el Evangelio. La Palabra, que existía desde siempre, que ya existía desde el principio de todo, cuando Dios creó el cielo y la tierra, esa misma Palabra toma carne en un momento de la historia. Jesús, el Niño-Dios nacido en Belén de la Virgen María, es la Palabra por la que todo fue creado, es la Palabra pronunciada de Dios, la manifestación y revelación definitiva y plena de Dios a los hombres. Dios mismo se revela, manifiesta y se pone a nuestro alcance en este Niño que nace en Belén. Este Niño-Dios es la manifestación definitiva de Dios. “Ahora, en la etapa final, (Dios) nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1,2). No tenemos otro camino para conocer a Dios, para caminar hacia Él y para encontrarnos con El sino el Niño-Dios. Jesús dirá más tarde a uno de sus discípulos: “Felipe, el que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14, 9). Porque la Palabra de Dios se ha hecho carne; no es un fantasma o una ficción retórica, sino un hombre de verdad, de carne y hueso, Jesucristo. No es tampoco un mito de la religión, ni es una leyenda piadosa, sino una persona real de la historia humana.

Si creemos así, hermanos, creeremos también que el nacimiento de Jesús es la epifanía, la manifestación de Dios, la manifestación del Amor de Dios. Su persona, sus gestos y sus palabras nos muestran a Dios que es misericordia. En Jesús y por Jesús, Dios sale al encuentro del hombre. En Jesús y por Jesús, es Dios con nosotros, en medio de nuestro mundo, inserto en nuestra historia, que ya no podemos distorsionar.

Cristo Jesús, la Palabra hecha carne, culmina la plenitud de los tiempos, es el centro de la historia y el cumplimiento de la promesa de Dios, que es promesa de salvación. En el nacimiento de Jesús, Dios pone su tienda entre los hombres, cambia el rumbo de la historia, capacitándonos para el empeño humano de construir la fraternidad universal. Dios se hace nuestro prójimo y el prójimo deviene el punto de mira que nos orienta y conduce a Dios. Por eso, cuando la Navidad alumbra a Dios, se convierte en una fuerza imparable de paz y de fraternidad.

La humanidad, siempre y más que nunca en nuestros días, está necesitada de ese Niño-Dios, “el Príncipe de la paz”, para que acalle el ruido de las armas, para que ponga unión en las familias, para que ilumine con la verdad las tinieblas del error y de la mentira, para que siembre perdón y reconciliación entre las naciones, y gratuidad y amor entregado frente tanto individualismo egoísta.

6. El nacimiento de Jesús significa el encuentro de Dios con los hombres, pero también el encuentro del hombre -de todos los hombres- con Dios. Al venir Dios a este mundo abre definitivamente el camino de los hombres a Dios. De esta suerte se nos da la posibilidad de alcanzar la suprema aspiración del hombre: ser como Dios. Pues dice Juan que a cuantos lo recibieron les dio el poder ser hijos de Dios, no por obra de la raza, sangre o nación, sino por la fe: si creen en su nombre (cf. Jn 1,12).

La Navidad no es un hecho del pasado sino del presente. Y será del presente en la medida en que dejemos que Dios y su Amor lleguen a nosotros. Muchos, hoy como entonces, tampoco se darán cuenta del nacimiento en la carne del Hijo de Dios. Seguirán creyendo que Dios hace tiempo que enmudeció, que dejó de interesarse por el hombre, que se olvidó de nuestra realidad sufriente. O pensarán que el hombre no tiene necesidad de Dios. Pero también hoy, en medio, de tanto colorido anodino y de tanto contrasentido navideño, Dios, por encima de todo, viene y nace. Esa es la gran verdad: ¡Dios nace de nuevo en cada hombre y en cada mujer que esté dispuesto a acogerle en la fe, a dejarle espacio en su vida! 

7. Acerquémonos, pues, al Portal con la sencillez y la alegría de los pastores, con el recogimiento meditativo de María, con una la actitud de adoración, de amor y de fe de José y los Magos de Oriente. Navidad pide de todo cristiano contemplar y adorar el misterio, acogerlo en el corazón y en la vida, y celebrarlo en la liturgia de la Iglesia. No nos avergoncemos de confesar con alegría nuestra fe en el Niño-Dios. Mostremos al Niño-Dios con humildad al mundo para que Cristo ilumine las tinieblas del mundo, para que llegue también a cuentos no lo conocen, no creen en El o lo rechazan. ¡Que el fulgor de su nacimiento ilumine la noche del mundo! ¡Que la fuerza de su mensaje de amor destruya las asechanzas del maligno! ¡Que el don de su vida nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano! ¡Que El Niño-Dios, el Principie de la Paz, nos conceda su Paz, la Paz de Dios, y encienda de nuevo la esperanza en nosotros! Sólo El nos asegura el triunfo del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. ¡Que nuestros deseos de paz en estos días no sean efímeros! ¡Y que la alegría de esta Navidad, se prolongue durante todo el año, como el nacimiento hacia una vida que quiere crecer y madurar en el amor, en la verdad, en la justicia y en la paz!

¡Feliz, santa y cristiana Navidad para todos!

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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HOMILÍA EN LA CLAUSURA DEL II AÑO MARIANO DE NTRA. SRA. DE LA ESPERANZA, PATRONA DE ONDA

5 de enero de 2022/0 Comentarios/en Homilías, Homilias 2021, Obispo /por obsegorbecastellon

Onda, Iglesia parroquial de La Asunción de Nuestra Señora, 19 de diciembre de 2021

IV Domingo de Adviento

(Is 5,1-1a; Sal 79;Hb 10,5-10; Lc 1,39-45)

Muy amados todos en el Señor Jesús!

1. El IV Domingo del Adviento del pasado año abríamos el II Año Mariano dedicado a Nuestra Señora de la Esperanza”, Patrona de esta querida Villa de Onda. También en el IV Domingo de Adviento, el Señor nos convoca para su clausura, que con tanto mimo estaba preparando nuestro querido Mn. Domingo, a quien hace una semana el Señor llamó repentinamente a su presencia.  

Os saludo de corazón a cuantos habéis secundado la llamada de la Madre para la acción de gracias en esta Solemne Eucaristía. Saludo de corazón a los Sres. Párrocos de la Virgen del Carmen y de Artesa. Saludo con afecto a los representantes de Cofradías y Asociaciones de la Villa. Saludo también con respeto a la Ilma. Sra. Alcaldesa y Miembros de la Corporación Municipal de Onda así como al Consejo Rector de Caja Rural de Onda. Sed bienvenidos todos cuantos habéis venido hasta esta iglesia de Asunción, para la clausura de Año Mariano y cuantos nos seguís desde vuestras casas a través de los Medios de Comunicación.

A lo largo de este año Mariano habéis mostrado vuestro gran amor y vuestro cariño filial hacia la Madre y Patrona de Onda, la Virgen de la Esperanza. Al contemplar a la Virgen de la Esperanza en medio de vosotros la habéis rezado y suplicado, la habéis honrado y la habéis cantado “bendita entre todas la mujeres” por ser la Madre del Hijo de Dios, nuestra única esperanza.

Llamados a la acción de gracias por los dones recibidos

2. Esta mañana, de manos de María nuestra mirada se dirige a Dios para darle gracias. Con María le cantamos: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. … porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí’ (Lc 1, 46-47, 49). Sin El, sin su permanente presencia amorosa nada hubiera sido posible. Al Dios, Uno y Trino, fuente y origen de todo bien, alabamos y damos gracias. Él nos ha concedido la gracia de vivir y celebrar este Año mariano; gracias damos a Dios y a la Virgen de la Esperanza, medidora de toda gracia, por todas las obras grandes que, a través de María, Dios ha hecho en todos vosotros. Quizá no lo percibáis, pero este Año dejará sus frutos sin duda alguna: frutos de mayor devoción mariana, frutos de conversión a Dios, a su Hijo y al Evangelio, frutos de fortalecimiento de vuestra fe y vida cristiana, y frutos de renovación de vuestras parroquias, familias, comunidades, asociaciones y grupos.

Mirar al futuro enraizados en Cristo, nuestra esperanza.

3. El Año mariano concluye. Pero ¿cómo continuar lo vivido en este Año para afrontar el futuro con confianza y esperanza? Como María sólo lo podemos hacer desde Dios con una fe viva, con una esperanza firme y con una caridad ardiente. Dios se ha hecho Emmanuel, Dios-con-nosotros. Creemos que el Señor Jesús ha resucitado, y que está por la fuerza de su Espíritu siempre en medio de vosotros, que Él guía nuestros pasos por el camino de la paz, que Él conduce a los creyentes y a su Iglesia, a vuestras familias y vuestras comunidades parroquiales para sean vivas y evangelizadoras.  

Este día contemplamos una vez más a María, Virgen y Madre de la Esperanza. Sí; María es en verdad, la Madre de la Esperanza porque es la Madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, la virgen Madre del Emmanuel, del Dios con nosotros. Jesús, el hijo de María, es el fundamento de nuestra esperanza. O como nos dice San Pablo Cristo Jesús es nuestra esperanza (1 Tim 1,1). Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8), el Pastor supremo (1 P 5,4), que guía a su Iglesia a la plenitud de la verdad y de la vida, hasta el día de su venida gloriosa en la cual se cumplirán todas las promesas y serán colmadas las esperanzas de la humanidad.

Sí, hermanos: Cristo Jesús es el Salvador, que con su encarnación en el seno virginal de María, con su vida, muerte y resurrección ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres y nos emplaza a nuestra fidelidad ‘hasta que El vuelva’. El es nuestra esperanza: una esperanza gozosa y segura, porque arraiga en el amor incondicional de Dios, porque huye de los optimismos frívolos, porque lleva al compromiso y tiende hacia la plenitud del final de los tiempos, el momento definitivo de Dios. El mensaje central de nuestra fe es que Dios ama a nuestro mundo con un amor eterno y fiel. La mayor prueba de este amor es su Hijo entregado por amor hasta la muerte. Y Jesús, con su muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida nueva del hombre en Dios. En él Dios ha realizado su promesa y las esperanzas humanas, de una manera sorprendente, frecuentemente inesperada y escandalosa.

Siguiendo el ejemplo de María

4. ¿Cómo hacerlo? Siguiendo el ejemplo de María. En el Evangelio hemos revivido la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel. Maria, llevando ya a Jesús en su seno, se apresuró a visitar a su pariente Isabel. 

Cuatro palabras sintetizan la actitud y el comportamiento de María: escuchar, creer, acoger y llevar.  La Virgen María escucha a Dios y su Palabra; María cree en Dios y se fía de Él; María acoge a Dios y a su Hijo; y María se pone en camino y lleva a su Hijo a su prima Isabel. Estas actitudes y estos comportamientos de la Virgen nos indican el camino a todos nosotros: el camino que el Señor nos pide seguir en nuestra vocación de bautizados y el camino que hoy pide también a nuestras parroquias y a nuestra Iglesia diocesana.

María escucha a Dios. El gesto de María de ir a visitar a su pariente Isabel nace de una palabra del ángel Gabriel: “También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez” (Lc 1,36). María sabe escuchar a Dios. Escucha con atención la Palabra de Dios, que le habla por medio del ángel. María acoge la Palabra de Dios, está abierta a la novedad de Dios, a la sorpresa de Dios en su vida. Pero María escucha también a Dios en los hechos, es decir lee los acontecimientos de su vida a la luz de la Palabra de Dios. Su pariente Isabel, que es ya anciana, espera un hijo. María lo sabe comprender a la luz de la palabra del Ángel: “porque no hay nada imposible para Dios” (Lc. 1,37).

Esto también vale en nuestra vida: escuchar a Dios que nos habla en su Palabra, Jesucristo, y también escuchar la realidad cotidiana; hemos de prestar atención a las personas y a los hechos, porque el Señor está en la puerta de nuestra vida y llama de muchos modos, pone señales en nuestro camino; de nosotros depende verlos y leerlos desde Dios como María.

María cree a Dios. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Grande fue la fe de la Virgen que creyó el mensaje del ángel Gabriel. María, porque es humilde, está abierta al designio de Dios en vida: escucha a Dios, pregunta y disipa sus dudas, y, finalmente, con un acto de plena libertad se fía de Dios. Ella cree que será la Madre del Salvador sin perder su virginidad; ella, la mujer humilde que se sabe deudora de Dios en todo su ser, cree que será verdadera Madre de Dios; cree que el fruto de su seno es realmente el Hijo del Altísimo. María se adhiere desde el primer instante con toda su persona al plan de Dios sobre ella, que trastorna el orden natural de las cosas: una virgen madre, y una criatura madre del Creador y Redentor. María persevera en la fe: creyó cuando el ángel le habló, y sigue creyendo aún cuando el ángel la deja sola, y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está para ser madre.

Además María avanzó en la peregrinación de la fe. Ni el designio de Dios sobre ella, ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella tuvo que fiarse de la Palabra de Dios. Ella vive apoyándose en la Palabra de Dios. El designio de Dios se le oculta a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarlo de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo necesario, su sufrimiento al pie de la Cruz. María, aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel niño débil e indefenso, era el Hijo de Dios. Creyó y se fió siempre, aun cuando no entendía el misterio.

María acoge a Dios en su seno, en su corazón. María contestó al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Como ninguna otra persona humana vivió la alegría y la libertad de su donación a Dios para realizar con Él lo que va más allá de toda expectativa y de todo sueño humano, para abrir con su gracia el espacio interior de la nueva y eterna alianza, alianza de vida, de amor y de paz. 

El cristiano discípulo necesita acoger a Dios porque sabe que para Dios no hay nada imposible. Desde entonces, en cada una de las circunstancias de su vida, sobre todo en las más difíciles, con María deberíamos creer que  “para Dios no hay nada imposible”, para responder también con ella: «He aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Maria lleva a Dios, es misionera.  La visitación fue la primera acción misionera de María que nos narran los Evangelios. María “se puso en camino y fue aprisa a la montaña” (cf. Lc 1,39). A pesar de las dificultades, parte “aprisa a la montaña”. Va para ayudar a Isabel; sale de su casa, de sí misma, por amor, y lleva cuanto tiene de más precioso: Jesús; lleva a su Hijo.

A veces, nosotros salimos de nosotros mismos “aprisa” hacia los otros para llevarles nuestra ayuda, nuestra comprensión, nuestra caridad; para también llevar nosotros como María, lo que tenemos de más precioso y que hemos recibido, Jesús y su Evangelio, con la palabra y sobre todo con el testimonio concreto de nuestro actuar.

Exhortación y oración final

5. María, mujer de la escucha, abre nuestros oídos; haz que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las mil palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, cada persona que encontramos, especialmente aquella que es pobre, necesitada, o está en dificultad.

María, mujer creyente y discípula, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús, sin titubeos; dónanos el coraje de creer y seguir a tu Hijo, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.

María, mujer misionera, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan “sin demora” hacia los otros, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, en el mundo la luz del Evangelio. Amén

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Virgen

9 de diciembre de 2021/1 Comentario/en Noticias destacadas, Homilías, Homilias 2021 /por obsegorbecastellon

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S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 8 de diciembre de 2021

(Gn 3. 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6.11.12; Lc 1, 26-28)

Amados hermanos todos en el Señor Jesús

1. ¡Alégrate, oh María, llena de gracia! Bendigamos a Dios porque hoy fue concebida, por nosotros y para nuestra salvación, la Estrella de la Mañana, la Aurora de la Redención, Aquella que será la puerta del Cielo, la Madre del Hijo de Dios y de todos nosotros, la Iglesia. El mismo Ángel Gabriel, presentándose a la Virgen, antes de anunciarle el plan divino para Ella, aparece como ‘extasiado’ ante tanta belleza, por tanta pureza, y no puede sino exclamar: ¡Salve, llena de gracia, el Señor está contigo!. Y nosotros, desde hace dos mil años, repetimos las mismas palabras, la misma invocación, con la que comenzó la historia de nuestra salvación.

Contemplando su Inmaculada Concepción, celebramos que María es toda pureza, es decir, libre desde el primer instante de su existencia, de toda mancha de pecado, también de la herida del pecado original, en virtud de los futuros méritos de Cristo. Ella es pre-redimida, porque el Altísimo, que con una sola mirada abarca toda la historia pasada, presente y futura, quiso preparar a su Hijo una morada digna que, al mismo tiempo, fuese la ‘primicia’ de los tesoros que Él nos conquistaría con su Encarnación, Muerte y Resurrección.

Hoy es un día de intenso gozo espiritual. Y con el salmista cantamos “al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas” (Sal 97) en María.

María, concebida sin mancha de pecado original

2. La Inmaculada Concepción de María nos recuerda dos verdades fundamentales de nuestra fe: el pecado original, de una parte, y, por otra, la victoria de Cristo sobre el pecado, victoria que resplandece de modo sublime y anticipado en María Santísima.

Muchos se resisten a creer en el pecado original; lo consideran como una fábula, como una creencia infantil ya superada, como una leyenda propia de tiempos pasados, e impropia del hombre ilustrado y moderno. Pero, por desgracia, “la existencia de lo que la Iglesia llama ‘pecado original’ es de una evidencia aplastante: basta mirar nuestro entorno y sobre todo dentro de nosotros mismos para descubrirla” (Benedicto XVI, Ángelus, 2008). La experiencia del mal y la tendencia al mal es real, consistente y persistente; una experiencia que se impone por sí misma y suscita en nosotros la pregunta: ¿de dónde procede el mal? Para un creyente, el interrogante es aún más profundo: si Dios, que es Bondad absoluta, lo ha creado todo, ¿de dónde viene el mal?

Las primeras páginas de la Sagrada Escritura (Gn 1-3), de la que está tomada la primera lectura de este día, responden precisamente a esta pregunta fundamental, que interpela a cada generación humana. El libro del Génesis comienza con el relato de la creación y de la caída de nuestros primeros padres: Dios creó todo por amor y para que exista en el amor; en particular, Dios creó al hombre a su propia imagen y semejanza, como corona de la creación. Dios no creó la muerte, ni el pecado, ni el odio, ni el rencor, ni la mentira. La muerte entró en el mundo por envidia del diablo (cf. Sb 1, 13-14; 2, 23-24), que, rebelándose contra Dios, engañó también a los hombres; el príncipe del mal les indujo a la rebelión contra Dios y a vivir sus propios caminos al margen de Dios; es decir, a la ilusión de ser dioses sin Dios.

Es el drama de la libertad humana; una libertad que Dios acepta hasta el fondo por amor, incluido el rechazo de su propio amor. Pero el amor de Dios es tan grande, tan profundo, tan radical y fiel, que no abandona al hombre ni tan siquiera cuando éste rechaza su amor. En el preciso instante, en que el hombre rechaza por soberbia el amor de Dios, Dios mismo promete que habrá un hijo de mujer que aplastará la cabeza  de  la  antigua  serpiente (Gn 3, 15).

Desde el principio, María es la Mujer predestinada a ser madre del Redentor, madre de Aquel que se humilló hasta el extremo para devolvernos a nuestra dignidad original. Esta Mujer, a los ojos de Dios, tiene desde siempre un rostro y un nombre: es la “llena de gracia” (Lc 1, 28). María es la nueva Eva, madre del nuevo Adán, destinada a ser madre de todos los redimidos. En la oración colecta de hoy hemos rezado y confesado que Dios “preparó una digna morada para su Hijo y, en previsión de su muerte, la preservó de toda mancha de pecado”. María no sólo no cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre del Redentor.

María, llena de gracia, por su humildad y obediencia

3. El fundamento bíblico de la verdad de fe de la Inmaculada Concepción se encuentra en las palabras del ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). “Llena de gracia” es el nombre más hermoso de María; es el nombre que le dio Dios mismo para indicar que, desde siempre y para siempre, es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso: es decir a Jesús, el Hijo de Dios,

Por qué Dios escogió de entre todas las mujeres a María de Nazaret, es algo que pertenece al misterio insondable de la voluntad divina. Sin embargo, el Evangelio pone de relieve, ante todo, la humildad de la Virgen. Nos lo dice la misma Virgen en el Magníficat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, (…) porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1,46.48). Sí. Dios quedó prendado de la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (cf. Lc 1, 30).

Ciertamente es así: la Virgen vive su existencia desde la verdad de su persona, que es la de toda persona humana. Y esta verdad sólo la descubre en Dios y en su amor. María sabe que ella es nada sin el amor de Dios, que la vida humana sin Dios sólo produce vacío existencial. Ella sabe que el fundamento de su ser no está en sí misma, sino en Dios, que ella está hecha para acoger el amor de Dios y para darse por amor. Por ello vivirá siempre en Dios, desde Dios y para Dios. “He aquí la esclava del Señor”: María estará siempre disponible para Dios. María, la mujer humilde, aceptando su pequeñez ante Dios, dejando que Dios sea grande en ella, se llena de Dios y queda engrandecida. La Virgen se convierte así en madre de la libertad y de la dicha. Dichosa por haber creído, María nos muestra que la fe en Dios es nuestra dicha y nuestra victoria, porque “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23).

María, imagen y modelo de la Iglesia

4. Maria, la Madre de Dios, es por su fe y por su santidad imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla a toda la familia humana. Esta ‘bendición’ es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo ofreció al mundo, siendo la esclava de Dios, la sierva de su Hijo, la servidora de la Iglesia y de la humanidad. Esta es también la vocación y la misión de nuestra Iglesia, de todos los bautizados: acoger de manos de Maria a Cristo en nuestra vida y ofrecerlo a todos “para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 17). Porque el designio de salvación de Dios está destinado a todo ser humano. Él nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales, y nos os ha elegido antes de la creación del mundo para que seamos “santos e inmaculados ante él por el amor’ (Ef 1, 4).

Nuestra Iglesia diocesana, todos nosotros, estamos llamados, a dejarnos renovar para vivir la comunión con Dios y entre nosotros, y salir a la misión de ofrecer a todos a Cristo y su Evangelio. ¿Cómo hacerlo? La Virgen Inmaculada nos ofrece tres pistas, tres palabras: escucha, gracia y alegría.

María, el día en que recibió el anuncio del Ángel, estaba completamente recogida, en oración, a la escucha de Dios. En ella no hay obstáculo, no hay nada que la separe de Dios. Este es el significado de su ser sin pecado original: su relación con Dios está libre de la más mínima fisura; no hay separación, no hay sombra de egoísmo, sino una perfecta sintonía: su pequeño corazón humano está perfectamente “centrado” en el gran corazón de Dios. Venir hoy aquí, nos recuerda ante todo que la voz de Dios no se reconoce en el ruido; que su proyecto sobre nuestra vida personal, comunitaria y eclesial sólo se percibe en el silencio de la oración y la escucha de la Palabra de Dios. Es ahí donde María nos invita a entrar para sintonizarnos con la voz y la acción de Dios.

Hay una segunda cosa, más importante aún, que la Inmaculada nos dice: y es que la salvación del mundo no es obra del hombre, sino que viene de la Gracia. Gracia quiere decir el Amor en su pureza y belleza; es Dios mismo así como se ha revelado en la historia salvífica narrada en la Biblia y enteramente en Jesucristo. María es llamada la «llena de gracia» (Lc 1, 28) y con esta identidad nos recuerda la primacía de Dios en nuestra vida, en nuestra Iglesia y en la historia del mundo; nos recuerda que el poder del amor de Dios es más fuerte que el mal. El aliento apacible de la Gracia puede desvanecer las nubes más sombrías, puede hacer la vida bella y rica de significado hasta en las situaciones más difíciles e inhumanas.

Y de aquí se deriva la tercera cosa que nos dice María Inmaculada: nos habla de la alegría. La Gracia trae la verdadera alegría, la da el saberse siempre amados y nunca abandonados por Dios. La alegría de María es plena, pues en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida: Jesús es la alegría de María y es la alegría de la Iglesia y de todos nosotros en nuestra misión.

Que en este tiempo de Adviento María Inmaculada nos enseñe a escuchar la voz de Dios que habla en el silencio de la oración; a acoger su Gracia, que nos libra del pecado y de todo egoísmo; para gustar así la verdadera alegría. María, llena de gracia, ¡ruega por nosotros! Amén.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la XXI Jornada Diocesana del Apostolado de la Oración

23 de noviembre de 2021/0 Comentarios/en Homilías, Homilias 2021, Noticias destacadas /por obsegorbecastellon

Iglesia de San Jaime de Vila-real, 20 de noviembre de 2021

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(Os11,1b.3-4.8c-9; Salmo: Is 12, 2-3; Ef 3,8-12.14-19; Jn 19, 31-37)

Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor.

1. Os saludo fraternalmente en el Señor a todos cuantos participáis en esta XXI Jornada diocesana del Apostolado de la Oración, bajo el lema: “Danos un corazón semejante al tuyo”.  

            El Evangelio, que hemos proclamado (Jn 19, 31-37), nos lleva al centro de nuestro encuentro. “Al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” vv. 33-34). El corazón traspasado de Jesús nos muestra el amor infinito de Dios por la humanidad; un amor, que culmina en el don de su Hijo Unigénito hasta el extremo; un corazón traspasado destinado a ser fuente del amor infinito de Dios.

            El corazón traspasado de Jesús nos llama a abrirnos al misterio de Dios y de su amor, dejándonos transformar por él. El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que debemos recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo, para experimentar más a fondo su amor, para dejarnos transformar por él y tener un corazón semejante al suyo.

            Como escribió san Juan Pablo II y recordaba Benedicto XVI, «junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del  Corazón de Cristo» (Carta de Juan Pablo II al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986).

            Estas palabras muestran la grandeza de vuestro carisma, de vuestra devoción y de vuestra misión, queridas hijas-cofrades del Sagrado Corazón de Jesús y del Apostolado de la oración. Vuestra devoción viva al Sagrado Corazón de Jesús es una llamada permanente a abrirnos al misterio de Dios y de su amor, para dejarnos amar y transformar por él.

2. El Evangelio de hoy nos habla del Calvario y de la Cruz. Para preservar la pureza ritual en el día grande de la Pascua, los judíos pidieron a Pilatos que acabara con el escenario infame que protagonizaban unos ajusticiados colgados de sus cruces. Había que quebrarles las piernas para que la muerte fuera más rápida. Sin embargo, al llegar a Jesús, los soldados vieron que ya había muerto. La entrega de su vida por amor ya se había consumado. Todo estaba cumplido. Dios mismo se ha entregado en su Hijo Unigénito hasta el final para la salvación del género humano. Cargado con nuestros delitos, Él, que no conoció el pecado, se hizo pecado, y mediante el sacrificio de su vida borró la deuda que nos separaba de Dios y de su amor.

            Dios es Amor y ama a sus creaturas. Dios nos ama siempre, no deja de amarnos, como nos recordaba el profeta Oseas, porque su amor es eterno. Es un amor fiel y lleno de ternura, “con lazos humanos lo atraje, con vínculos de amor” (Os 11,4). Dios nos cuida como un padre o una madre cuida de sus criaturas; con mimo y con paciencia nos atrae hacia sí, nos abraza para protegernos y llevarnos a la Vida. Sin embargo, la respuesta del hombre es la ingratitud, el alejamiento, el desprecio, la falta de correspondencia a su amor. Y Dios en vez de cansarse, de retirarnos el don de su gracia, se conmueve: “Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas” (Os 11,8). Mirar y contemplar la imagen del sagrado Corazón de Jesús con sus brazos abiertos, mostrándonos la hondura de su corazón, -expresión de la grandeza de su amor-, nos lleva hasta sus entrañas mismas. Todos estamos invitados a entrar en las entrañas del Corazón de Cristo, a meternos en su corazón, sede de su bondad, de su grandeza, de su belleza, de su compasión y de su misericordia. Entrar en el corazón de Cristo es entrar en el misterio mismo de Dios.

            El misterio del amor de Dios al hombre se nos muestra en el comportamiento de Jesús “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Jesús tiene una compasión inmensa por todos los sufrimientos y miserias de la humanidad, y dice: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Lo que más oprime el corazón del hombre es el pecado. Para librarlo de este peso Jesús lo tomará sobre sí mismo, lo llevará a la cruz y lo destruirá con su muerte. Por eso no se cansa de ir en busca de pecadores que salvar, de hijos pródigos que devolver al amor del Padre y de mujeres extraviadas que poner de nuevo en el camino del bien. La única condición que Jesús pone para seguirle es creer en él: aceptar su Persona y su mensaje, acoger su obra redentora, fiarse de él  y sustituir el peso oprimente del pecado por el liviano de su ley: “Cargad con mi yugo…, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 29-30). La ley de Cristo es “yugo”, porque exige disciplina de las pasiones y negación del egoísmo, pero es yugo “llevadero y ligero”, porque es ley de amor.

            “El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad”, nos recordaba el Papa Francisco ya al comienzo de su pontificado. Por eso en el Corazón de Jesús, “resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo” (Homilía 03.06.2016). 

            La principal necesidad de toda persona está en encontrar un amor que dé un sentido pleno a su existencia: el ser humano está hecho para amar y para ser amado. En el Corazón de Jesús podemos experimentar el amor misericordioso de Dios: un amor que nunca falla, que sana y llena nuestra afectividad, que endereza nuestra voluntad y nos impulsa a amar a nuestro prójimo como Cristo nos ama.

3. Los soldados al ver que Jesús ya estaba muerto no le quebraron las piernas, pero uno con la lanza le traspasó el costado, “y al punto salió agua y sangre” (Jn 11,34). Es el fruto de la Pascua, de la entrega del Señor hasta el extremo. Del costado abierto de Jesús brota el don Espíritu Santo, de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. De ese Corazón hemos renacido nosotros, renacemos a la Vida de Dios por el agua y la sangre, por el Bautismo y la Eucaristía.

            El costado traspasado del Redentor es la fuente permanente de la salvación. El papa Benedicto nos recuerda que hemos de recurrir siempre a esta fuente para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y para experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás (cf. Benedicto XVI, Carta sobre el culto al Corazón de Jesús al prepósito General de la Compañía de Jesús, de 15.05.2006).

            Aquí se encuentran los rasgos de una verdadera devoción al Corazón de Jesús. Cuatro palabras la sintetizan: conocer, experimentar, vivir y testimoniar.

            En primer lugar hemos de conocer el amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. No hay verdadero conocimiento sin búsqueda y sin deseo. Hemos de buscar cada día a Dios, hemos de desear su amor. Y sólo buscamos conocer lo que de verdad nos interesa. Interesémonos por Cristo, busquémosle con toda nuestra vida, deseemos que su Reino habite en nosotros y en el mundo, y brotará entonces el conocimiento interior, “que trasciende todo conocimiento” (Ef  3,19), un conocimiento que se hace experiencia y vida en nosotros. Volvamos constantemente a la sagrada Escritura para conocer al Señor y experimentar su amor; vayamos a los sacramentos que son fuente de conocimiento y experiencia, pues en ellos se nos da la gracia. Contemplemos el Corazón de Cristo en la adoración de la Eucaristía.

            Lo que otros nos dicen puede ser impactante, pero no es suficiente. Hemos de experimentar personalmente el amor de Dios en el Corazón de Jesús. Y para experimentarlo es fundamental mirar al Señor y dejarnos mirar por Él. Mirar al Señor nos cambia, la mirada de Cristo es transformadora. El Evangelio nos enseña que Jesús mira con amor, y su amor nos cura. Experimentar el amor y la misericordia de Dios es la condición de cualquier conversión y de toda sanación interior.

            Y la experiencia del amor de Dios nos lleva a la vida. Vivir de esa experiencia del amor de Dios. El que experimenta el amor de Dios ya no puede, no sabe vivir sin ese amor. Toda su vida será el amor de Dios, y amar a Dios y al hermano con un corazón semejante al de Jesús: compasivo y misericordioso, tierno y entrañable, paciente, manso y humilde.

            Y, por último, el testimonio. Lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado y vivido, es para llevarlo y anunciarlo a los demás. De lo que está lleno el corazón habla la boca. No es este un tesoro para guardarlo, sino para anunciarlo, para que llegue a todos. El testimonio es condición de crecimiento y signo de fecundidad de la devoción cristiana. Sin anuncio, sin testimonio, la vida cristiana pierde su vigor y la devoción se hace vacía.

            Desde estos rasgos que definen la devoción al Corazón de Jesús, podemos entender la consagración y la reparación, expresiones fundamentales en vuestra devoción y misión. La consagración es la entrega total a Jesucristo, la respuesta de amor a su amor primero: en ella entregamos toda nuestra persona, lo que somos, tenemos y hacemos para que su Reino viva en nosotros y en todos los hombres. Y la reparación es devolver al Señor amor por amor, reparando los olvidos, los desprecios y ultrajes propios y de muchos hermanos. Es reparar el pecado que ofende a Dios y ensucia su imagen en nosotros y en el mundo. Es unirnos a Cristo y a su sufrimiento por los pecados del mundo, en el ofrecimiento de nuestra vida que se une a su propia ofrenda.

4. El corazón de Cristo, su costado traspasado es sobre todo un sacramento de caridad que nos lleva a vivir nosotros esa misma caridad con los demás. “Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas” (Benedicto XVI. Homilía, 19.06.2009).

            Sus heridas nos han curado. Y nosotros estamos llamados a curar también tantas heridas que hay en el corazón del hombre y en las entrañas del mundo. El Corazón de Jesús nos llama a poner amor donde hay odio y división, a poner paz donde hay guerra e incomprensión, a poner justicia en las desigualdades y en la corrupción, a defender la verdad ante tanta mentira, s poner libertad en medio de tantas esclavitudes, a poner alegría donde el corazón se ha instalado en la tristeza por la falta de esperanza, a poner la gracia donde el pecado y la ausencia de Dios ha llevado a una cultura de la muerte.

5. Miremos al Corazón de Cristo: él es fuente inagotable de amor, de consuelo y de salvación. Renovemos nuestra consagración a su corazón; mantened viva vuestra devoción al Sagrado Corazón y vuestro compromiso con el Apostolado de la Oración para que el amor de Dios siga llegando a todos. Amén.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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HOMILIA EN LA APERTURA DE LA FASE DIOCESANA DEL SINODO DE LOS OBISPOS

16 de octubre de 2021/4 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilias 2021, Proceso Sinodal /por obsegorbecastellon

S.I.CONCATEDRAL DE CASTELLÓN, 16 de octubre 2021

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(Hech 2,1-11; Salmo 32; 1 Cor 12,12-26; Mt 28, 16-21)

Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor!

Comienza el proceso sinodal

1. El Señor Jesús nos ha convocado a esta Eucaristía para inaugurar la fase diocesana del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en Roma en octubre de 2023, bajo el título “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. El pasado Domingo lo hacía el Papa Francisco en Roma para toda la Iglesia y este fin de semana se hará en todas las diócesis del mundo. Nuestra Iglesia diocesana se une cordialmente al deseo del Santo Padre. El proceso sinodal que hoy se abre, no hace sino enriquecer y reforzar el camino de oración, reflexión y discernimiento que ya iniciamos en nuestra diócesis en la Jornada de Inicio del presente curso pastoral, el pasado 18 de septiembre. Unidos a la Iglesia universal en este itinerario sinodal, nos queremos preparar para el Año Jubilar diocesano, un año de gracia que Dios nos concede para crecer en comunión y salir a la misión.

Bajo una nueva efusión del Espíritu Santo

2. Antes de nada volvamos esta mañana nuestra mirada al Señor Resucitado, realmente presente en nuestra Asamblea, y pidámosle con fe viva una nueva efusión del Espíritu Santo sobre nosotros y sobre nuestra Iglesia diocesana, para que el Espíritu nos guie e ilumine en este proceso sinodal. Jesús prometió a sus Apóstoles que les enviaría el don del Padre: el Espíritu Santo (cf. Jn 15, 26). Esta promesa la cumplió el día de Pentecostés, cuando el Espíritu descendió sobre los discípulos en el Cenáculo. Aquel día todos “se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hch 2, 4) y salieron por las calles de Jerusalén a proclamar las grandezas de Dios. Cristo Jesús, glorificado a la derecha del Padre, sigue enviando el Espíritu vivificante a quien lo suplica con fe; y el Espíritu sigue derramándose sobre las personas, comunidades y sobre toda nuestra Iglesia.

Abramos nuestros corazones a una nueva efusión del Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo no podremos caminar juntos, en sinodalidad, como Iglesia peregrina del Señor. El Espíritu Santo es como el alma de nuestra Iglesia. Sin Él no podemos hacer nada. Él es el Maestro interior, que nos enseña a orar juntos, a escuchar la voz del Resucitado, a mirar nuestra realidad y nuestra sociedad con los ojos del Señor. Él es la memoria viviente de Jesús en su Iglesia, que nos recuerda todo lo que dijo e hizo, y cómo lo dijo e hizo. El Espíritu Santo nos guía “hasta la verdad plena” (Jn 16, 13) y nos introduce en la verdad y en la belleza del Evangelio.

Si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, Él nos llevará a recorrer este camino sinodal, abiertos a la novedad de Dios que siempre nos sorprende. Cuanto más generosa sea nuestra docilidad al Espíritu, en mayor medida la persona y las palabras de Jesús se harán vida en nosotros en nuestras actitudes, opciones y gestos. El Espíritu Santo nos ayudará a estar con Dios y nos llevará al encuentro con nuestros hermanos y conciudadanos, a escucharlos para conocer sus inquietudes y sufrimientos, sus preguntas y esperanzas. El nos hará ‘canales’ humildes y dóciles de la Palabra de Dios. Llenos del Espíritu de amor, podremos ser signos e instrumentos del amor y de la misericordia de Dios.

El Espíritu Santo renovará y cambiará nuestros corazones. El Espíritu Santo liberará nuestros corazones bloqueados y vencerá nuestra resistencias y mediocridades; también nuestra indiferencia ante el camino sinodal. Él nos empuja a dejar la comodidad, nos despereza en nuestra tibieza y mantiene joven el corazón de todo discípulo del Señor. El Espíritu Santo agranda los corazones para acoger al hermano y a la hermana, por muy diferente que sea o piense. Él nos enseña a acoger al otro como un don de Dios para mí y la comunidad, y a valorar así los carismas, la vocación y el ministerio de los demás. El Espíritu Santo desbloquea la falta de sintonía con caminos y espiritualidades legítimas en nuestra Iglesia, aunque no sean las nuestras. Él crea la unidad en la diversidad y en las distancias. De este modo, el Espíritu Santo hace que renazca en nosotros la alegría de pertenecer a esta Iglesia del Señor, que peregrina en Segorbe-Castellón.

            “Ven, Espíritu Santo, riega nuestra tierra en sequía, sana nuestro corazón enfermo, lava nuestras manchas e infunde calor de vida en nuestro hielo”.

3. Para caminar juntos como Iglesia peregrina

Todos los miembros de nuestra Iglesia diocesana estamos convocados e invitados a implicarnos en este proceso sinodal, a caminar juntos en este proceso de oración y reflexión, dóciles a la Palabra de Dios, a la acción del Espíritu Santo, en el contexto actual y ante la realidad que vivimos.

Todos los bautizados -laicos, consagrados, diáconos, sacerdotes y Obispo-, como miembros del único Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 12,13), compartimos una misma dignidad y una vocación común por el Bautismo. Cada uno tenemos una vocación, un carisma, un ministerio y responsabilidad distinta, pero todos estamos llamados, en virtud de nuestro Bautismo, a caminar juntos en la vida de nuestra la Iglesia: esta debería ser siempre nuestra forma de ser y de actuar. Nada expresa mejor que somos Iglesia peregrina y misionera como el caminar juntos y reunirnos en Asamblea del Pueblo de Dios convocado por el Señor Jesús para vivir en comunión y salir a anunciar el Evangelio.

Por ello, todos estamos convocados a participar en este proceso sinodal inscribiéndonos y participando en los grupos de oración y reflexión. Hoy se pone a disposición de todos, el material de ayuda para este proceso. Pido a Dios para que estos grupos se creen en todas las parroquias, también en las pequeñas, en otras comunidades eclesiales, en los movimientos, en las comunidades religiosas y en los grupos eclesiales. De nosotros, queridos sacerdotes, y de los responsables depende en gran medida que así ocurra. Todos -mujeres y hombres, jóvenes y ancianos-, todos estamos invitados a escucharnos unos a otros, para oír los impulsos del Espíritu Santo. Él guía nuestros esfuerzos humanos, da vida y vitalidad a nuestra Iglesia y nos lleva a una comunión más profunda para nuestra misión en el mundo. Si acogemos con gratitud este momento de gracia de Dios, el proceso sinodal ayudará sin duda alguna a revitalizar nuestra Iglesia, en sus miembros y en sus comunidades.

Para que este proceso sea verdaderamente sinodal, debemos hacer todo lo posible para sabernos escuchar y dialogar con humildad y caridad, con autenticidad y verdad para convertirnos en la Iglesia que Dios nos llama a ser. Como nos dice el Papa Francisco, “hacer sínodo es ponerse en el mismo camino del Verbo hecho hombre, es seguir sus huellas, escuchando su Palabra junto a las palabras de los demás. Es descubrir con asombro que el Espíritu Santo siempre sopla de modo sorprendente, sugiriendo recorridos y lenguajes nuevos. Es un ejercicio lento, quizá fatigoso, para aprender a escucharnos mutuamente -obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, todos, todos los bautizados- evitando respuestas artificiales y superficiales, respuestas prêt-à-porter, no. El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos” (Homilía de apertura del proceso sinodal, 7 de octubre de 2021).

4. Y discernir los caminos que el Señor nos indica para la misión

El proceso sinodal es, ante todo, un proceso espiritual, para discernir los caminos que el Señor nos indica hoy para la misión. No es, pues, un ejercicio de recopilación de datos, ni una serie de reuniones para responder a unas preguntas. No es un debate para ver qué opinión se impone, ni un ajuste de cuentas con quien o con lo que no estoy de acuerdo.

Nuestra escucha sinodal está orientada al discernimiento. A partir de la lectura orante de la Palabra de Dios, nos escucharemos con humildad unos a otros, escucharemos nuestra tradición de fe y los signos de los tiempos, para discernir lo que Dios nos dice a todos. El Papa Francisco clarifica los dos objetivos interrelacionados de este proceso sinodal de escucha y discernimiento: “escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama”.

 La pregunta que nos debe mover es cómo ser hoy una Iglesia evangelizada y misionera; es decir, qué renovación y conversión -personal y comunitaria-, qué conversión pastoral necesitamos, y qué caminos –actitudes, medios, métodos, ámbitos, lenguajes y acciones- hemos de seguir todos como Iglesia diocesana para cumplir hoy con la misión que Jesús ha puesto en nuestras manos. El nos dice hoy una vez más: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”.

No hay respuestas preestablecidas ante las dificultades para evangelizar hoy. Hemos de buscarlas entre todos por el sendero del discernimiento comunitario. Pues todos somos corresponsables, cada uno según su carisma, vocación y ministerio, para llevar juntos a cabo la tarea evangelizadora en la Iglesia y en el mundo. Se trata de ponernos a la escucha del Señor y de los deseos y gemidos de nuestros contemporáneos para descubrir el plan de Dios, su voluntad, los caminos que el Señor nos indica para ser sus discípulos misioneros aquí y ahora.           

Que la Virgen de la Cueva Santa, nuestra patrona, nos enseñe a escuchar, a discernir y a aceptar la voluntad de Dios en este tiempo. Que ella nos guíe y aliente en este proceso sinodal. Que san Pascual Bailón interceda por nosotros para que sepamos acoger este momento de gracia de Dios a nuestra Iglesia diocesana. Amén.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Ordenación Presbiteral de tres Diáconos

9 de octubre de 2021/0 Comentarios/en Noticias destacadas, Homilías, Homilias 2021, Ordenaciones /por obsegorbecastellon

Castellón, S.I. Concatedral de Santa María, 9 de Octubre de 2021

(Jer 1,4-9; Sal 22; 1 Pt 5,1-4; Jn 15,9-17)

Queridos hermanos sacerdotes; Sres. Vicarios y Cabido Concatedral.

Queridos Rectores y formadores de los Seminarios Redemptoris Mater y Mater Dei, equipo de formadores.

Queridos David, Wilson y Albino que hoy recibís el orden sagrado del presbiterado.

Queridos diáconos y seminaristas.

Queridos consagrados y consagradas.

Querido padres, familiares y amigos de los ordenandos.

Hermanas y hermanos todos en el Señor.

Acción de gracias

1.»El Señor es mi Pastor nada me falta» (Sal 22), hemos cantado con el salmista. Sí, el Señor Resucitado, el “Pastor y Guardián de nuestras vidas” (1 Pt 2, 25) y de su Iglesia, no nos abandona nunca, y hoy nos regala tres nuevos sacerdotes. Demos damos gracias al Buen Pastor, por el don de estos nuevos pastores del pueblo santo de Dios.

Sí, queridos hermanos sacerdotes, queridos diáconos que hoy accedéis al presbiterado, querido pueblo de Dios, renovemos nuestro agradecimiento a Dios por el don del sacerdocio, de nuestro sacerdocio. Todo es gracia, dice San Pablo; el sacerdocio es gracia, una gracia renovadora y sacramental de la presencia del Buen Pastor que camina y cuida de su pueblo. Debemos dar gracias a Dios que sigue llamando a hombres a este ministerio. Dios no se cansa de llamar. Que el Señor nos conceda la gracia de hacernos cada día conscientes de este don inmenso que hemos recibido, para no acostumbrarnos a él, para no cansarnos de vivirlo en servicio a nuestros hermanos, para no dejar de pedirle que siga enviando pastores a su pueblo.

Elegidos y amigos del Señor.

2. “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido” (Jn 15,16), os dice Jesús hoy también a vosotros. «Soy yo quien os ha elegido»; y lo ha hecho a pesar de vuestra pobreza y fragilidad. Cada uno tenéis vuestra propia historia vocacional. Quizá andabais despistados como ovejas sin pastor, quizá erais renuentes a la llamada del buen Pastor; pero Él os atrajo hacía sí con sus silbos amorosos, os hizo sus amigos, y os elige para ser en su nombre pastores del Pueblo santo de Dios. No lo olvidéis. No le habéis elegido vosotros a Él; Él es quien os ha elegido a vosotros a través de su Iglesia.

Vuestra elección para el sacerdocio ordenado es un gran regalo del amor del Señor por cada uno de vosotros. No llegáis al sacerdocio por vuestros méritos, sino por  el amor que Jesús os tiene a cada uno de vosotros. En este día de vuestra ordenación, Jesús os dice además: “ya no os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos”.  Si estáis abiertos a la amistad que Cristo os ofrece, esta será la fuente permanente de vuestra alegría sacerdotal para una entrega total de vuestras personas al orden que hoy recibís.

Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo de ser sacerdote: ser amigo de Jesucristo. Tenéis -tenemos- que comprometernos con esta amistad cada día. Amistad significa comunión de pensamiento, de voluntad y de sentimientos. Esto implica conocer a Jesús de una manera cada vez más personal, escuchándole, viviendo junto a Él, estando con Él, dejándoos encontrar personalmente por Él: en la oración, en la Palabra de Dios, en la Eucaristía, en las personas que Él pone en vuestro camino o en los acontecimientos de cada día. Debéis contemplar sus palabras, su manera de ser y de actuar para que calen en vuestro corazón hasta identificaros con Él. Sólo así podemos los desempeñar nuestro servicio sacerdotal, sólo así podemos llevar a Cristo y su Evangelio a los hombres. Nuestro actuar exterior quedará sin fruto y perderá su eficacia si no nace de la comunión íntima con Cristo.

El tiempo que dedicamos a la oración es también actividad pastoral. La verdadera oración, la oración del pastor, no nos aleja de la gente; todo lo contrario: nos lleva a la gente, a sus gozos y sufrimientos, a sus alegrías y a sus penas, a sus dificultades y necesidades, a sus desalientos y a sus esperanzas. El sacerdote tiene que ser sobre todo un hombre de oración. Ser amigo de Jesús, ser sacerdote, significa ser hombre de oración. De este modo aprendemos a vivir, a sufrir y a actuar con Él, por Él y como Él.  

La amistad con Jesús es siempre por antonomasia amar a los suyos, a los hermanos sacerdotes y a todos sus discípulos. “Esto os mando; que os améis unos a  otros” (Jn 15, 17). Sólo podemos ser amigos de Jesús en la comunión con el Cristo total, con la Cabeza y el cuerpo, que es la Iglesia del Señor. La amistad con Jesus os ha de llevar a estar cercanos y amar a vuestro obispo y a los hermanos sacerdotes del presbiterio diocesano, en el que hoy sois recibidos. Sois los principales colaboradores del obispo; nos os alejéis de él, y en los malos momentos llamadlo. Aunque no os guste, el Señor os lo da como vuestro padre. Amaos y estad cercanos entre vosotros, los sacerdotes. No habléis nunca mal de un hermano sacerdote. Si tenéis algo contra otro sacerdote, id y hablad con él. No caigáis en el rencor, en los chismes, en las críticas o en las envidias. Y, finalmente, y  lo más importante, amad y estad cercanos al santo pueblo fiel de Dios.

Recordad siempre la exhortación del Señor: «Como el Padre me amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor» (Jn 15,9). Unidos con Cristo y amando como él nos amó, tenemos la seguridad de que Dios permanece con nosotros.

Para ser consagrados sacerdotes para siempre.
3. Hoy, a través de mis manos, Jesús os va a consagrar para ser sus presbíteros y de su Iglesia. Mediante la imposición de mis manos y la plegaria de consagración, quedaréis convertidos y configurados para siempre para ser imagen visible de Cristo, Cabeza invisible de su Pueblo, para actuar en su nombre y en su persona. Configurados con Cristo, participaréis de su misma misión de Maestro, Sacerdote y Rey, para que cuidéis de su grey mediante el ministerio de la Palabra y de los Sacramentos y como Guías de la comunidad.

En el ejercicio de vuestro ministerio, queridos diáconos, vais a representar a Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Rey. Vais a enseñar en su nombre. Antes de predicar la Palabra de Dios, acogedla en vuestro corazón, creyendo lo que escucháis y viviendo lo que enseñáis. En el anuncio de la Palabra de Dios, no olvidéis nunca la comunión con la Iglesia, pues ella es su depositaria e intérprete. No sois dueños de la Palabra, sino servidores de la Palabra de Dios que nos llega en la tradición de la Iglesia. No olvidéis tampoco el testimonio de vida, pues los discursos más brillantes, sólo estimulan si van acompañados de las obras y el buen ejemplo.

Hoy quedaréis capacitados también para santificar en nombre de Cristo, el sumo y eterno Sacerdote. Ello pide de vosotros una permanente conversión a Él y una identificación profunda con Aquel a quien vais representar. En la administración de los sacramentos, vais a entrar en la esfera de la santidad de Dios. Ello pide de vosotros una vida santa, inspirada en el radicalismo evangélico: una vida, como la de Jesús, pobre, casta, humilde y obediente, edificada y recreada cada día en la oración. Que Él lo sea todo para vosotros. En la oración y en la celebración diaria de la Eucaristía, descubriréis el gozo y el valor de vuestra propia vida. A la vera del Señor encontrarás la alegría, la fortaleza y la seguridad necesarias para la exigente tarea que os espera.

En el ejercicio de vuestro sacerdocio, por fin, vais a ser, en nombre de Cristo, rectores y guías de la comunidad. Que Jesucristo, el Buen Pastor, os conceda crecer cada día en caridad pastoral y en amor a los fieles; que los améis con entrañas de padre. Que los acompañéis y dirijáis con auténtico espíritu de servicio. Que descubráis cada día su presencia en los más pobres y sencillos, en los enfermos, los ancianos, los niños y los jóvenes, amando y sirviendo a todos, buscando la oveja perdida, perdonando los pecados, consolando a los afligidos, sanando los corazones destrozados, liberando a quienes son víctimas de tantas cadenas (Is 63,1-3). Hacedlo siempre en nombre de Aquel que no vino a ser servido, sino a servir a dar su vida en rescate por todos.

Y enviados para ser pastores del Pueblo de Dios

4. Elegidos y consagrados sois enviados para ser pastores del Pueblo de Dios tras las huellas del Buen Pastor. En la comunidad que se os encomiende, seréis de todos y para todos, sin acepción de personas; además, mirad siempre, con respeto y afecto, a los que están lejos, a los que no vienen; también a ellos sois enviados. Salid e id a su encuentro para llevarlos al Señor y su Evangelio. En el corazón del pastor, como en el corazón de Dios, caben todos. Que los pobres encuentren en vosotros un padre y un hermano que escucha, acoge y comprende; nunca le neguéis una palabra ni un gesto que les haga sentirse personas, y no dejéis que salgan de nuestras comunidades sin conocer un poco más a Dios y su amor.

La exhortación de San Pedro que hemos escuchado en la segunda lectura muestra con sencillez y belleza el modo de obrar de los pastores del pueblo de Dios; es un verdadero programa de vida para vosotros que comenzáis hoy vuestro ministerio como presbíteros. Estáis invitados a pastorear el rebaño de Dios como testigos auténticos. Lo que habéis visto y oído, lo que vivís en vuestro encuentro con el Señor, llevadlo al pueblo que se os encomiende. Es necesario que el sacerdote mire a su comunidad, y la mire de buena gana, es decir, con el mismo amor y entrega de Jesús. El único modo de responder a la misión que se nos ha encomendado es la generosidad de nuestra entrega, sin pensar en la ganancia, el éxito personal o pastoral, el reconocimiento o un futuro brillante.

El apóstol advierte de un peligro que puede aparecer en el ejercicio de nuestro ministerio: el despotismo, la tentación de hacer de nuestro ministerio un instrumento de dominio y no de servicio. Frente a este peligro, hemos de ser modelos del rebaño. Nuestro pueblo de Dos, nuestras comunidades, esperan que seáis y seamos hombres de Dios a imagen de Jesús, el Buen Pastor. La santidad es el modelo que el pueblo necesita y espera de nosotros.

5.  Queridos hermanos, recemos por estos hermanos que hoy reciben la gracia del Orden sacerdotal, recemos por los sacerdotes, recemos por los jóvenes para que sean generosos en la respuesta a la llamada de Dios. Y no olvidemos las palabras de San Agustín: “si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores.”

Que María, la Redemptoris Mater y Mater Dei, os mantenga siempre en el amor a su Hijo, el Buen Pastor,  os proteja y aliente en la nueva etapa de vuestra vida, que ahora va a comenzar con vuestra ordenación sacerdotal. Amén.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la festividad de San Pascual Bailón

17 de mayo de 2021/0 Comentarios/en Obispo, Homilías, Homilias 2021, Noticias /por obsegorbecastellon

Patrono de la Diócesis y de la Ciudad de Villarreal

Iglesia Basílica de San Pascual, Villarreal

(Ecco 2,7-13; Sal 34: 1Pt 3,15-18; Mt 11, 25-30)

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor

1. Os saludo a todos cuantos os habéis unido a esta celebración de la Eucaristía, aquí en la Basílica o a través de la televisión. El Señor Jesús nos ha convocado un año más para recordar y honrar a san Pascual, Patrono de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón y de la Ciudad de Vila-real. La celebración de este año sigue marcada por la pandemia del Covid-19, que tanto sufrimiento está causando en todo el mundo. La crisis sanitaria parece que va remitiendo entre nosotros gracias a la vacuna, pero no ocurre lo mismo con sus consecuencias laborales, económicas y sociales.  

En esta situación, nuestra Iglesia nos ofrece hoy a san Pascual; él es nuestro Patrono, es decir nuestro guía, modelo e intercesor. Los santos siempre tienen algo que decirnos. También la vida y el legado de Pascual nos hablan e interpelan en la crisis actual. Este lego franciscano era una persona sensible y cercana a las personas necesitadas de su tiempo. Pascual era extraordinariamente humano, porque era un hombre de Dios y vivía unido a Jesucristo. Su persona y su vida estaban conformadas por el Evangelio y por el Corazón de Cristo, presente en la Eucaristía. A través de Pascual, Jesús se hacía presente en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo; en Pascual, Jesús muestra la extraordinaria fuerza que brota del Amor de Dios, un amor que se hace cercano al que sufre en el cuerpo o en el espíritu; un amor que da alivio y consuelo al necesitado; un amor que infunde esperanza en todo momento; un amor capaz de renovar y transformar el corazón de cada persona, de las familias, de la sociedad, de los pueblos y las naciones.

2. “Venid a mi todos los que estáis cansados  y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28), hemos proclamado en el Evangelio. Jesús llama a acudir a Él, siemprey de modo especial en la enfermedad y en momentos de tribulación, para encontrar alivio, descanso y esperanza. Sus palabras expresan su solidaridad con una humanidad sufriente, desconcertada y temerosa. ¡Cuántas personas padecen hoy en el cuerpo y en el espíritu! Todos estamos cansados física y anímicamente por la duración de la pandemia, por los contagios y las restricciones. Nos agobian la incertidumbre ante evolución de la pandemia, el miedo a contagiar y ser contagiados, el número creciente de personas sin pan y sin trabajo, la inseguridad del futuro económico, laboral y social; nos preocupa la falta de unión de nuestros gobernantes, el uso de la situación para intereses de poder personales o ideológicos; nos preocupan las consecuencias de esta pandemia en los países más pobres.

En esta situación, Jesús nos invita a acudir a Él para que se transforme nuestra mirada, nuestro corazón y nuestra vida. Jesús nos dice a todos, “venid a mí”, y nos promete alivio y consuelo. Jesús nos pide que aprendamos de Él que es “manso y humilde de corazón”, y nos propone ‘su yugo’: el suave yugo del amor a Dios y al prójimo, y el camino de la sabiduría del Evangelio que no es una mera doctrina o una simple propuesta ética, sino su misma Persona; Él es el Camino, la Verdad y la Vida. El encuentro personal con Cristo Vivo ofrece siempre alivio en el cansancio y la fatiga, pistas para el camino y la certeza de la esperanza.

Esta llamada de Jesús sólo la pueden escuchar y acoger los pequeños, los “pobres en el espíritu”, los sencillos y humildes. Es el camino que nos muestra Pascual: el camino de la sencillez y de la humildad, que es vivir en la verdad. Como él necesitamos mucha humildad, todos y especialmente quienes nos gobiernan, para reconocer que no somos dioses, que no somos señores de la vida de los demás ni dueños de la verdad; necesitamos mucha humildad para reconocer nuestra propia verdad personal: somos frágiles, limitados y mortales. Para acoger la invitación de Jesús es preciso reconocer la necesidad que tenemos de contar con Dios y su amor para construir con los demás nuestra vida personal y familiar, para trabajar entre todos por el bien común, para construir entre todos, la vida social y económica y un futuro con esperanza para la humanidad. Estamos necesitamos de Dios-Padre y del encuentro con su Hijo, Jesucristo, que es fundamento de fraternidad, que busca la unión de todos y supera la exclusión del diferente, que acoge a los más vulnerables y no descarta a nadie.

Pascual nos muestra que el lugar por excelencia de ese encuentro con Cristo es la oración y la Eucaristía, sin la cual él no podía vivir. La oración y la Eucaristía abren nuestra mente y nuestro corazón para recibir el don del amor de Dios.

3. “Dichoso el que espera en el Señor” (Sal 34), hemos aclamado en el Salmo. Es una llamada a confiar y esperar siempre en Dios. Cristo Jesús es nuestra esperanza, la única que no defrauda.

El Señor Resucitado sale hoy de nuevo a nuestro encuentro para despertar y avivar nuestra fe pascual, fundamento de la esperanza cristiana. Cristo ha resucitado verdaderamente; y lo ha hecho para que en Él tengamos Vida. En la muerte y resurrección de Cristo Jesús hemos sido salvados, hemos sido rescatados, y hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. Nada ni nadie –ni la enfermedad, ni la pandemia, ni la tribulación, ni la penuria, ni los poderes de este mundo, ni tan siquiera la muerte- nos podrán ya separar del amor de Dios, manifestado en Cristo, nos recuerda san Pablo (cf. Rom 8, 39). La verdadera esperanza nace del amor de Dios manifestado en Cristo. El fin de la esperanza cristiana es el Reino de Dios, es decir la unión de hombre y mundo con Dios en el amor y la vida para siempre al final de los tiempos. Pero este amor y este poder de Dios nos acompaña ya en nuestra vida diaria y nos socorre allí donde nuestras posibilidades llegan al límite; y a la vez nos indica el camino para nuestro destino final.

“Se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, -son palabras de Benedicto XVI- gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Spes salvi, 1).

El Señor nos invita a dejarnos amar por Él para que se active nuestra esperanza cristiana y dar así sentido a estas horas donde tantas cosas parecen naufragar. La resurrección de Cristo nos permite mirar ese futuro difícil con esperanza. No tengamos miedo. El Señor resucitado está con nosotros en la misma barca. Nuestro patrono, hombre sencillo y humilde, confió y espero siempre en Dios; una esperanza que alimentaba en su fe en la presencia real del Señor resucitado en la Eucaristía, y en su devoción profunda a la Virgen María, Madre de la esperanza. Por ello, aún en la mayor dificultad, Pascual no perdía nunca la alegria ni la esperanza.  

4. San Pedro nos exhorta a estar siempre dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza” (cf. 1 Pt 3, 15). En la situación actual, los creyentes estamos llamados a ser testigos de la esperanza, que no defrauda, con nuestras palabras y sobre todo con nuestro modo de vida. San Pablo nos dice: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza” (1 Ts 4,13). Lo distintivo de los cristianos es saber que, porque Cristo ha resucitado, tenemos un futuro seguro: no conocemos los pormenores de lo que nos espera, pero sabemos que nuestra vida, en conjunto, no acaba en el vacío, sino en Dios. Y “quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (cf. Spe salvi, 2).

Los bautizados en Cristo, hemos sido sepultados con Él, para que una vez muertos al pecado, caminemos en una vida nueva según el Espíritu. Por eso, en este tiempo somos invitados a recomenzar desde Cristo y despojarnos del hombre viejo, de las costumbres, hábitos y pecados; estamos llamados a repensar nuestro estilo de vida que tantas veces nos aliena, nos hace infelices y genera injusticias y muertes. La renovación tan necesaria de nuestra sociedad parte de la renovación del corazón humano operada por el Espíritu Santo. Esto genera una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros; engendra una nueva comprensión del tejido social que posibilita la edificación del Reino de Dios y un cuidado responsable de la casa común que nos hospeda. Un corazón renovado se siente llamado a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a un hermano.

La vida nueva y el amor, recibidos de Cristo, nos impulsan a salir de nosotros mismos para acompañar a tantos que están sufriendo las consecuencias de esta pandemia para que sientan a través de nosotros la cercanía de Jesús, que les ama, conforta y da esperanza. Y nos han de llevar también a ser caritativos y generosos con todos aquellos que sufren y sufrirán las consecuencias humanas, laborales y económicas de esta pandemia.

Pascual amaba a Cristo con toda su alma; este amor le trasformó y le llevó a entregarse al cuidado de hambrientos, sedientos y ‘sin techo’. Cuando un corazón está enamorado de Jesucristo, que nos ha amado hasta entregar su vida en la Cruz, ve a Jesús en el necesitado, y se hace caritativo y solidario con los demás. Se necesitan corazones generosos como el de Pascual para salir al paso de tantas necesidades presentes y futuras; él, limosnero y portero de su convento de Vila-real, nos invita hoy a redoblar nuestra generosidad en este tiempo de pandemia. Es el mensaje de Pascual en el día de su fiesta.

Oremos para que Pascual nos guie e interceda por nosotros en estos momentos de pandemia y de crisis humana, económica y social. Que la Virgen María, Madre del Señor y Madre nuestra, nos consuele, proteja y guie en esta tribulación. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la ordenación de tres diáconos

16 de mayo de 2021/0 Comentarios/en Noticias, Homilías, Homilias 2021, Ordenaciones, Redemptoris Mater /por obsegorbecastellon

(David Vázquez Parente, Wilson González Lluberes, Jae Kang Albino Hong)

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S.I Catedral-Basílica de Segorbe, 15 de mayo de 2021

(Jr 1,4-9; Sal 83; Hechos ó, 1-7b; Mt 20,25b-28)

Amados todos en el Señor

Alabanza y acción de gracias

1. “Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre” (Sal 83). En esta mañana nos unimos a vuestra alegría, queridos Albino, David y Wilson; y con vosotros alabamos al Señor por su gran amor hacia vosotros, y, en vuestras personas, hacia vuestras familias y hacia toda nuestra Iglesia. El Salmista nos invita a la alabanza y a la acción de gracias a Dios: hoy lo hacemos por vuestra vocación sacerdotal y por vuestra ordenación diaconal: son gracias de Dios para vosotros, pero ante todo para su Iglesia. En estos tiempos de escasez vocacional, nos vemos de nuevo agraciados y enriquecidos en vuestras personas; Dios no nos abandona nunca.

Gracias sean dadas a Dios, que os llamado al sacerdocio, que ha cuidado de vosotros a lo largo de estos años de formación en los que habéis sabido acoger, discernir y madurar su llamada. En todo este proceso vuestro no hay aparentemente nada de extraordinario, salvo la acción amorosa y misericordiosa de Dios. Gracias le sean dadas por vuestro corazón disponible y generoso a su llamada; gracias por vuestra fe confiada en el Señor, que os ha ayudado a superar miedos y temores.

Quiero también expresar mi profunda gratitud y felicitación a vuestros padres y familiares, a cuantos han cuidado de vuestra formación: a vuestros catequistas, formadores y a todos los que os han ayudado a madurar la llamada del Señor; y mi agradecimiento también a cuantos, en momentos de crisis, os han animado a corresponder a la llamada con alegría, confianza y generosidad. Estoy seguro de que seguirán cerca de vosotros y así podáis cumplir la misión que el Señor os confía hoy.

La vocación: elección, don y fuerza de Dios

2. En la primera lectura hemos proclamado la llamada del profeta Jeremías: “Antes de formarte en el vientre, te escogí; ante de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles” (Jer 1, 4-5). Jeremías es elegido y llamado por pura gracia de Dios. El Señor le llama no por mérito propio, sino por puro don y gracia. Jeremías, por su parte, se siente indigno ante la grandeza de la elección e incapaz para la difícil misión que Dios le encomienda; tiene miedo ante la misión. Es la elección de Dios, es su llamada y es su fuerza las que hacen de Jeremías profeta del Señor.

Vosotros también, queridos Albino, David y Wilson, habéis ido descubriendo poco a poco –cada uno con su historia personal, con vuestras dudas, resistencias y huídas en algún caso – que Dios os había elegido desde siempre para ser sacerdotes; no por vuestros méritos ciertamente, sino por pura gracia. Vosotros también habéis escuchado la llamada certera del Señor a su seguimiento. El también os dice hoy: “Antes de formarte en el vientre, te escogí”; y, como a los apóstoles, os dice: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15. 17).

Como en el caso de Jeremías puede que os embargue también el miedo: miedo ante vosotros mismos por vuestras limitaciones y debilidades, miedo ante la misión en un mundo secularizado y la debilidad de nuestra iglesia en muchos de sus miembros y comunidades; miedo ante un ambiente cada vez más indiferente ante Dios y hostil frente a su Iglesia. En estas circunstancias resuenan hoy de nuevo las palabras del Señor a Jeremías: “No les tengas miedo, que yo estaré contigo para librarte” (Jer 1, 30). La iniciativa y la fuerza de Dios rompen siempre los débiles razonamientos humanos.

¡No les tengas miedo! os dice el Señor hoy a vosotros. Dios, que os concede el don del ministerio diaconal, os dará también la fuerza para poder vivirlo. Es necesario, sin embargo, acoger y vivir hoy y siempre la vocación y el ministerio con el temor de Dios, para que os sintáis siempre pequeños y pobres ante Dios, para que seáis conscientes hoy y siempre de vuestra flaqueza y debilidad ante la grandeza de Dios y de la misión. Jeremías se ve indigno e incapaz; es la fuerza de Dios lo que le hace superar sus miedos y la que mueve su ministerio.

Consagrados por la imposición de la manos

3. Queridos Wilson, David y Albino: Como lo hicieron los apóstoles con los primeros diáconos, mediante la imposición de mis manos y la oración consagratoria, el Señor va a enviar sobre vosotros su Espíritu Santo y os va a consagrar diáconos. El sacramento, que vais a recibir, es una gracia que no sólo os capacita para una misión, sino que toca vuestro propio ser, haciendo de vosotros un hombre nuevo; es la gracia que os transforma en diáconos, en servidores. Toda vuestra vida será desde hoy servicio. Lo que sois, lo que pensáis, lo que sentís, lo que tenéis, incluso lo que esperáis llegar a ser, ya no es vuestro, es del Señor, y en Él, de los hermanos.

El servicio es entender y vivir la vida como la entendió y la vivió Cristo, nuestro Señor. El modelo de vuestro servicio ha de ser siempre el modelo del Evangelio. Cristo Siervo ha de inspirar cada momento de vuestra vida, cada rincón de vuestra existencia, nada en nosotros escapa del don que hoy recibís en el diaconado. Con el Siervo Jesús lo podréis todo, sin Él no podréis nada.

A partir de vuestra ordenación diaconal, seréis, pues, en la Iglesia y en el mundo signo e instrumento de Cristo, que no vino “para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Hoy quedaréis configurados con Cristo Siervo para siempre. Habréis, pues, de vivir y mostrar en todo momento con vuestra palabra y con vuestra vida esta vuestra condición de signo de Cristo Siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, para la salvación de todos.

Para el servicio de la caridad, la Palabra y la Eucaristía 

4. Los primeros diáconos, según nos cuenta el libro de los Hechos de los apóstoles, fueron instituidos para el servicio de las mesas, es decir, para el servicio de la caridad, de los pobres. Los pobres, queridos hermanos, no os pueden ser ajenos, forman parte de la esencia de vuestra vocación y ministerio diaconal. Ciertamente hoy la pobreza se manifiesta en rostros muy diversos; vuestra misión es descubrir esos rostros y servirlos como lo hace el mismo Señor, servirlos como serviríais a Cristo, con entrega y delicadeza, con tiempo y con paciencia, con acogida y compasión.

Recuerdo unas hermosas palabras del Papa Benedicto XVI en la Catedral de la Almudena, dirigida a los seminaristas: “Pedidle, pues, a Él que os conceda imitarlo en su caridad hasta el extremo con todos, sin rehuir a los alejados y pecadores, de forma que, con vuestra ayuda, se conviertan y vuelva al buen camino. Pedidle que os enseñe a estar muy cerca de los enfermos y de los pobres, con sencillez y generosidad. Afrontad este reto sin complejos ni mediocridad, antes bien como una bella forma de realizar la vida humana en gratuidad y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre, mensajeros de la altísima dignidad de la persona humana, y, por consiguiente, sus defensores incondicionales”.

La primera obra de caridad será mostrar el camino de la fe. Como dijo San Juan Pablo II: “el anuncio de Jesucristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solidaridad” (Mensaje para las migraciones, 2001). Por eso, el ministerio que se os va a encomendar os convierte también en servidores de la Palabra de Dios, que habréis de proclamar de un modo creíble. Cuando os entregue el Evangelio os diré: “convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo y cumple aquello que has enseñado”. Dejaréis que la Palabra pase por vuestros ojos, al leerla; por vuestros oídos, al escucharla; por vuestra inteligencia, al estudiarla; por vuestro corazón, al contemplarla; y por toda vuestra persona, al asimilarla y hacerla vida.

Junto al servicio de la caridad y de la Palabra, se os encomienda la diaconía de la Eucaristía, el servicio del altar. A partir de ahora, acompañaréis al Obispo y a los presbíteros en la celebración eucarística. Colaborando con el Obispo y el sacerdote, sois servidores del “misterio de la fe”, que es misterio de amor y de servicio. La Eucaristía es expresión del amor entregado y servidor de Jesucristo, por eso el servicio cristiano encuentra su fuente en el sacrificio eucarístico. Adorad a Cristo en el servicio eucarístico, que vais a ejercer, y recordad que sólo se adora en el amor.

Con plena disponibilidad

5. “No digas ‘soy un muchacho’, que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás” (Jer 1,7), dice Dios a Jeremías. Conscientes de vuestra debilidad como Jeremías, habéis hecho vuestras las palabras de Jesús Siervo: “Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad”. Es la muestra de vuestra plena disponibilidad, que nos habla de obediencia. Dentro de un instante vais a prometer obediencia a vuestro Obispo. Bien sabéis que no es este un rito sin más, ni un acto de cesión de vuestra libertad; todo lo contrario: es el mayor acto de libertad que quiere quedar rendida a la voluntad de Dios expresada en la comunión de la Iglesia, en el ministerio apostólico del Obispo. Ser obediente no está en las palabras, se lleva en el corazón. Se es obediente en el abandono a la voluntad de Dios, en la aceptación de sus planes que no coinciden con los nuestros, en la renuncia a mis preferencias para afirmar con mi vida y mi actitud la primacía de Dios. El acto de obediencia es unirme a Cristo en la obra de la salvación de los hombres.

Expresión también de esta disponibilidad es el celibato que hoy asumís. El celibato “será para vosotros símbolo, y al mismo tiempo, estímulo de vuestra caridad pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. Movidos por un amor sincero a Jesucristo, el Señor, y viviendo este estado con una total entrega, vuestra consagración a Cristo se renueva de modo más excelente. Por vuestro celibato, en efecto, os resultará más fácil consagraros, sin dividir el corazón, al servicio de Dios y de los hombres, y con mayor facilidad seréis ministros de la obra de la regeneración sobrenatural” (Ritual de la ordenación de los diáconos).

Vuestra vocación al ministerio sagrado es un misterio, una gracia grande dada a nuestra pequeñez, ¿cómo poder responder entonces a esta llamada?, ¿cómo realizar la misión a la que se nos envía? La respuesta, mis queridos hermanos, está en el Evangelio la unión con Cristo, como los sarmientos a la vid. Unidos a Él lo podemos todo, sin Él no podemos nada. Los frutos del ministerio no son el resultado de nuestras cualidades personales, ni del esfuerzo humano, son el don de la presencia del Señor por la fuerza del Espíritu Santo en nuestra vida.

La Iglesia pone también hoy en vuestras manos, queridos hijos, un medio precioso para la unión con el Señor: la Liturgia de las Horas. Vuestra oración diaria, unidos a toda la Iglesia, aunque la hicierais solos, es expresión de intimidad con el Señor y de amor a vuestro pueblo. Rezad cada día con pausa y devoción la oración de la Iglesia, que tiene como centro la Eucaristía, y que consagra a Dios nuestro esfuerzo cotidiano ofreciéndole nuestro tiempo, y en él nuestra vida. Aunque en muchas ocasiones el cansancio os tiente a dejar la oración, no cedáis, dedicad vuestro mejor tiempo al encuentro con el Señor que será también la mejor garantía de fecundidad apostólica, pues sin Él no podemos hacer nada.

 Y mirad siempre a María, la esclava  del Señor, que acompaña nuestro ministerio con el consuelo y la alegría de los que siguen a Cristo. Que ella os acompañe en el camino de servicio que hoy emprendéis. Que ella ruegue siempre por la Iglesia y por cada uno de nosotros. Amén

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Fiesta de San Juan de Ávila

10 de mayo de 2021/1 Comentario/en Homilías, Homilias 2021, Noticias destacadas /por obsegorbecastellon

S.I. Concatedral de Sta. María – Castellón de Plana, 10 de Mayo de 2021

(Hech 13, 46-49; Sal 88;1 Cor 9,16-19.22-23; Jn 21,15-17)

Amados hermanos en el Señor! Saludo a mi hermano en el episcopado, Mons. Toni Vadell, Obispo auxiliar de Barcelona, que nos acompaña en esta Jornada sacerdotal.

Queridos sacerdotes que este año celebráis bodas sacerdotales.

A nuestra alegría pascual por la presencia del Señor resucitado se une hoy el gozo por la Fiesta de San Juan Ávila, nuestro patrono, y por las bodas sacerdotales de algunos hermanos de nuestro presbiterio. Con sincero agradecimiento felicitamos de corazón a nuestros queridos sacerdotes, D. Fco. Javier Iturralde, D. Fernando Moreno y D. Rafael Torres en sus bodas de platino, a D. Miguel Alepuz en sus bodas de oro y a D. José Aparici en sus bodas de plata. Nos unimos a su canto de acción de gracias a Dios por el don recibido y a su oración. A ti querido, Pepe, porque es fecha divisoria para parar, orar, y mirar hacia adelante: queda mucho tiempo para seguir siendo sacerdote de Jesucristo, después de vivir en estos años intensos de entrega al Señor y a su grey. Para quienes celebran bodas de platino o de oro, porque el Señor sigue contando con nosotros. También oramos por los neopresbíteros, César Igual, Jon Solozábal y Jesús Chávez. Y para todos es un día para agradecer a Dios su gran merced para cada uno de nosotros por nuestro sacerdocio.

Hoy, la Iglesia en España, pone ante nuestra mirada al Maestro Ávila, santo y doctor de la Iglesia, patrono del clero secular español. Al recordarlo hoy damos gracias a Dios por el regalo de este santo, que vio la luz el día de Epifanía de 1500 en Almodóvar del Campo y murió en Montilla el 10 de mayo de 1559. Ordenado presbítero, quiso embarcarse para evangelizar el Nuevo Mundo, las Indias. Pero el arzobispo de Sevilla lo retuvo en Andalucía, con las palabras: “Ávila, Andalucía son tus Indias”; pues, después de siglos de islamización, estaba necesitada del anuncio del Evangelio. Demos gracias a Dios por la santidad de vida y el celo apostólico de este Apóstol de Andalucía, por sus escritos tan sugerentes y actuales, y por tantos y tantos dones como Dios derramó y sigue derramando a través de él en su Iglesia.

Juan de Ávila es el Patrono del clero secular español. Patrono quiere decir defensor, intercesor, abogado, guía y modelo. Es modelo de sacerdotes. En Juan de Ávila encontramos un inspirador de una vida sacerdotal santa y de un sacerdote con un celo encendido por las almas, como hemos rezado en la oración colecta: “Oh Dios, que hiciste a San Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo por la santidad de su vida y por su celo apostólico, haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de sus ministros”. Santidad de vida y celo apostólico: ambas cosas van juntas. Quizás es la primera gran enseñanza de nuestro Patrono. No es posible una vida santa que no sea a la vez, una vida decididamente apostólica, entregada, disponible; una vida que sea pro-existencia, totalmente orientada a los demás, descentrada, altruista, que tiene su centro puesto en Dios y en el prójimo. Es lo que ayudará a nuestra Iglesia a su santidad, a su renovación y a su conversión pastoral y misionera, a ser una ‘iglesia en salida’ como nos pide el papa Francisco, el congreso nacional de laicos y nuestra sociedad secularizada y cada vez más indiferente ante el Evangelio.    

La celebración de nuestro patrono ha de suscitar en nosotros, queridos sacerdotes, el deseo de imitarle. Su recia personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para vivir fieles a la vocación, al don y ministerio que hemos recibido de Dios.

Su vida y sus enseñanzas nos ayudan a los sacerdotes y a todos los miembros del Pueblo de Dios en el fiel cumplimiento de nuestra vocación. Los distintos campos y dimensiones de nuestra pastoral y de nuestra misión se ven iluminados y fortalecidos a la luz de los escritos y vida de este santo pastor y evangelizador. En la catequesis, Juan de Ávila es un buen modelo y estímulo para nosotros hoy. Él sabe transmitir con seguridad el núcleo del mensaje cristiano y formar en los misterios centrales de la fe y en su implicación en la vida cristiana; provoca la adhesión a Jesucristo y llama a la conversión. En la pastoral de la educación y de la cultura, de tanta importancia en nuestros días, Juan de Ávila fue un pionero. El fundó una Universidad, dos Colegios Mayores, once Escuelas y tres Convictorios para formación permanente de clérigos. Varias de estas escuelas y colegios eran para niños huérfanos y pobres. Buscaba con ello lo que hoy llamamos la formación integral con una orientación cristiana de la vida.

La memoria de San Juan de Ávila nos recuerda, como he indicado, que no hay santidad de vida sin celo evangelizador ni celo evangelizador sin santidad de vida.

Nuestra santidad de vida y nuestro celo apostólico tienen su fuente permanente en el amor de Cristo, que espera nuestra respuesta de amor entregado a Él y, en El, a quienes nos han sido confiados. Tender a la santidad no es sino tender a la perfección del amor a Cristo y a la grey que Él nos ha confiado. En el evangelio hemos recordado el diálogo de Jesús resucitado con Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?… Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-17). Este es el núcleo y la fuente de nuestra espiritualidad sacerdotal: un amor sin fisuras a Jesús, el Buen Pastor.

“¿Me amas?”, pregunta Jesús; y Pedro responde: “Señor, tu sabes que te quiero”. Es el Señor quien toma la iniciativa y llama a sus discípulos “para que estén con él” (Mc 3,14); el Señor les hace sus amigos amándolos con el amor que recibe del Padre (cf. Jn 15,9-15). Amar a Jesucristo es corresponder a su amor gratuito y precedente. Mal puede amar quien no conoce al Amado, quien no intima con él, quien no se deja conformar su mente y su corazón por él. Es en la intimidad con Jesucristo en la oración prolongada y en la Eucaristía donde se aviva en nosotros la necesidad interior de predicar a Jesucristo, hasta poder decir con San Pablo: “No tengo más remedio y ¡ay de mi si no anuncio el Evangelio” (1 Cor 9, 16). Instados por tantas demandas y preocupados por tantas cosas, queridos sacerdotes, necesitamos cultivar nuestra vida de oración y la celebración de la Eucaristía, para adquirir los mismos sentimientos de Cristo. Ahí encontraremos el secreto para vencer la soledad, el apoyo contra el desaliento, la energía interior que reafirme nuestra fidelidad y nuestro celo pastoral.

Para afrontar los momentos recios, el cambio de época, que nos ha tocado vivir, necesitamos reavivar el don, que hemos recibido por la imposición de las manos, es necesario que nos dejemos configurar existencialmente con Jesucristo, el Buen Pastor, para vivir nuestro ser y nuestro obrar con verdadera y apasionada caridad pastoral. También a Juan de Ávila le toco vivir en tiempos recios, de cambio y de reforma en la sociedad y en la Iglesia. Como entonces, también hoy nuestra Iglesia y nuestro mundo necesitan sacerdotes santos, maestros del espíritu y testigos creyentes que les hablen de Dios, les lleven al encuentro con Jesucristo y que les anuncien su Evangelio. En palabra del papa Francisco, nuestra Iglesia necesita evangelizadores con Espíritu. Nuestras comunidades, nuestros niños, adolescentes y jóvenes, nuestras familias, nuestros laicos, nuestros seminaristas necesitan que nosotros los sacerdotes seamos referentes claros de Jesucristo y de su Evangelio; en una palabra necesitan pastores santos y con ardor apostólico. La urgente renovación interna de nuestra Iglesia, la difusión del evangelio en nuestra sociedad y en todo el mundo y el diálogo con el mundo moderno, piden de todos los sacerdotes que acojamos el amor de Cristo para alcanzar una santidad cada día mayor, que nos haga instrumentos cada vez más aptos al servicio de todo el Pueblo de Dios (cf. PO 12).

Esta es la reforma, la renovación, la conversión que nuestra Iglesia necesita, más que ninguna otra cosa. Reforma in capite et in membris, ahora como entonces. Reforma en la cabeza. No pensemos sólo en la Curia Romana, en los Obispos. Todo sacerdote representa a Cristo Cabeza y Pastor de su Iglesia. Reforma quiere decir adquirir una nueva forma. La nuestra es la de Cristo, Cabeza y Pastor, humilde y entregado servidor del pueblo de Dios.

Queridos hermanos, todos los momentos son buenos para la conversión; nunca es tarde; hoy es el tiempo de gracia que Dios nos da para la renovación. No sabemos si podremos disponer de mañana. Hoy es el tiempo de unos sacerdotes renovados, para unas parroquias renovadas, evangelizadas y evangelizadoras, para una iglesia de discípulos misioneros.

El Señor nos llama a entrar en un proceso de constante conversión al don que hemos recibido. No sólo hemos recibido una vocación ‘al’ sacerdocio, sino ‘en’ el sacerdocio”. “Dicho esto, añadió: ‘Sígueme’ (Jn 21, 17-19), así le dijo Jesús a Pedro después de confiarle sus ovejas. Hay un ‘sígueme’ que acompaña toda la vida y misión del apóstol. Hay un “sígueme” que atestigua la llamada y la exigencia de fidelidad hasta la muerte (cf. Jn 21,22), un ‘sígueme’ que puede significar ‘sequela Christi’ con el don total de sí en el martirio (cf. PDV 70) Hemos de dejarnos encontrar constantemente por el amor de Dios en Cristo, dejarnos abrazar por El e ir cambiando hasta que nuestra persona se identifique con el don que hemos recibido, con el apoyo de la gracia de Dios.

La situación de nuestra Iglesia puede llevarnos al abatimiento. Pero la podemos vivir como ocasión y punto de partida de una renovación de nuestro ministerio. Nada justifica nuestra desesperanza. Los tiempos actuales no son menos favorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos del Maestro Ávila o de nuestra historia pasada. Esta fase de nuestra historia es para nosotros, pese a todo, también un tiempo de gracia.

Confiemos en la presencia del Espíritu en el mundo y en la Iglesia. A veces parece que olvidemos que el Protagonista de la misión y el Guía de la Iglesia es el Espíritu Santo que está activamente presente entre los hilos de la historia y los entresijos de la Iglesia. Por caminos que no conocemos, Él continúa actualizando su salvación. Es necesario que esta convicción de nuestra fe se convierta en persuasión profunda, sentida, capaz de pacificar nuestras alarmas excesivas y de devolvernos la alegría de ser lo que somos. El Espíritu Santo conduce a su Iglesia, espacio y camino para la salvación. Él nos precede. No somos conquistadores ni salvadores, sino sus colaboradores. Reconocer al Espíritu, descubrir los signos de su presencia y discernir con Él con docilidad, fidelidad y humildad es mucho más saludable que agobiarnos.

Queridos hermanos: En este día de fiesta, no olvidemos a los hermanos que el Padre eterno ha llamado a su presencia en el último año: D. Constantino Bou Aparici, D. José Burgos Casares, D. Vicente Mestre Bellés, D. Jose Porcar Ivars y D. Joaquín Dobón. Que el Señor les conceda a todos participar del banquete celestial y la gloria para siempre.

Y que a todos nosotros nos conceda la gracia de ser pastores santos de su Iglesia y de encontrar en la oración y en la Eucaristía el alimento para nuestro camino de perfección y la fuerza para la tarea de la Evangelización. Que la Reina de los Apóstoles y San Juan de Ávila intercedan por nosotros para que en todo momento seamos trasparencia nítida y mediadora del Buen Pastor. Amén.

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Homilía en la Fiesta de María, la Mare de Déu del Lledó

2 de mayo de 2021/0 Comentarios/en Homilias 2021, Homilías, Noticias /por obsegorbecastellon

Basílica de la Mare de Déu de Lledó, 2 de mayo de 2021

Vº Domingo de Pascua (Is 7,10-14; 8,10; Salmo; Hech 1,6-14; Lc 1,39-56)

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Cada año el primer domingo de mayo, también en tiempo de pandemia, el Señor nos convoca a esta solemne Eucaristía para honrar y contemplar a nuestra Reina y Señora, la Mare de Déu del Lledó, la patrona de Castellón. Os saludo de corazón a todos los que habéis podido entrar en la Basílica con un aforo doblemente restriñido para mostrar nuestro amor de hijos a la Madre. Saludo fraternalmente a todos los sacerdotes concelebrantes: al Sr. Prior de esta Basílica y al Sr. Prior de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó y a Sr. Prior emérito; saludo al Presidente, Junta Directiva y Hermanos de la Cofradía, a la Sra. Presidenta y Camareras de la Virgen. Mi saludo también a la Sra. Regidora de Ermitas, al Clavario y al Perot de este año. Mi saludo respetuoso a la Ilma. Sra. Alcaldesa, a los Miembros de la Corporación Municipal de Castellón y al resto de autoridades, así como a las Reinas de las Fiestas.

Un saludo muy especial a cuantos desde vuestros hogares os habéis unido a esta celebración a través de la tv, especialmente a los ancianos, enfermos, impedidos y a todos los afectados por la pandemia. Precisamente en estos duros momentos por el Covid-19 y sus consecuencias económicas, laborales y sociales hemos de mirar con más fe y devoción, si cabe, a nuestra Madre y Señora. Nos duele que muchos no hayáis podido venir hoy a la Basílica; pero la TV os permite a todos los devotos uniros espiritualmente a esta Eucaristía. En esta Misa queremos rezar especialmente por los fallecidos a causa de del Covid-19 y por sus familiares, por los contagiados, los sanitarios, los capellanes y por cuantos los atienden con tanta entrega y calor. Y rezamos también por todos los afectados de un modo u otro por la pandemia.

A todos os deseo la Gracia y la Paz del Señor Resucitado, presente en medio de nosotros. Dios no nos abandona nunca. Nos ha entregado a su Hijo, el Hijo de Maria, que se ha ofrecido en la Cruz y ha resucitado para que en Él tengamos Vida en abundancia; para que en Él tengamos Luz ante tanta obscuridad e incertidumbre; para que en Él tengamos Esperanza en el dolor y la angustia, Jesús nos ha dado también a su Madre, como Madre nuestra, que, viva y gloriosa en cuerpo y alma, desde el cielo nos acompaña y protege en todo momento. Ella es la “morada de Dios para los hombres”.

2. Esta mañana me quiero detener en tres palabras, a la luz de la Palabra de Dios que hemos proclamado. Estas palabras son creer, orar y servir. Tres palabras que expresan lo que se nos pide de modo especial a los cristianos y devotos de la Virgen en el momento actual de crisis sanitaria, económica, laboral, social y política que padecemos.

Creer

En primer lugar, creer. Creer en Dios y a Dios, confiar siempre en Dios, que es compasivo y misericordioso, y nunca abandona nunca a su pueblo ni a la humanidad. Creer y confiar en Dios es lo que Isaías pide en la primera lectura de hoy al rey Acaz ante el peligro de la invasión de Jerusalén por el imperio asirio. Ante el asedio inminente el miedo había invadido el corazón del rey y del pueblo. Dios envía a Isaías para que diga a Acaz que conserve la calma, que no desfallezca su corazón y que crea en Dios. “Si no creéis en Dios, no subsistiréis”, le dice Isaías (7,9). Como prueba de su fe, el profeta le ofrece al rey que pida un signo a Dios. Acaz lo rechaza porque en su lugar prefiere poner su confianza sólo en la ayuda humana, en su alianza con Egipto. No obstante, Isaías le dice: “Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta, y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7,14). María es el signo que Dios nos ha dado para que no dejemos de creer y confiar en Dios, para que en todo momento sintamos su presencia en nuestra vida, en las alegrías y en las penas, en la enfermedad y en la salud. María es la Mare de Déu, la madre del Enmanuel, de Dios-con-nosotros. María nos da, nos ofrece y nos lleva a su hijo, Dios-con-nosotros, que sufre y camina con nosotros. El deseo más ferviente de la Virgen es que abramos nuestra mirada y nuestro corazón a Dios, en especial en estos momentos de pandemia.

La Virgen misma nos señala el camino. Este camino es la humildad, no la prepotencia. En el Magnificat, la Virgen proclama la grandeza del Señor y se alegra en Dios, su Salvador, “porque ha mirado la humildad de su esclava” (Lc 1,48). María es la mujer humilde, que vive en la verdad de su propio ser. Ella sabe que sin Dios nada es. Ella nos enseña a ser humildes, a vivir en la verdad de cada uno de nosotros y de nuestro mundo; y esto sólo se descubre en Dios. A los seres humanos nos cuesta aceptar esta verdad: que somos criaturas de Dios; que sin Dios nada podemos y al margen o en contra Dios todo lo perdemos, comenzando por nuestra dignidad. Nos acecha siempre la tentación de endiosarnos y de querer ser como dioses al margen de Dios. Y ahí comienza nuestro drama. Al no vivir en la verdad, nos creemos dueños y señores, y no administradores y cuidadores de la naturaleza creada, del universo, de la tierra o del ser humano. Nos creíamos –y muchos se siguen creyendo- los señores del mundo. Y, de repente, el coronavirus ha cuestionado todos nuestros proyectos, nuestro bienestar, la sanidad, la economía y el trabajo, y también nuestro futuro. Nos creíamos dioses. Y somos frágiles, vulnerables, limitados y mortales, aunque nos cuesta reconocerlo. ¡Que pronto lo olvidamos!

Miremos a la Mare de Déu. Su humildad nos ayudará vivir en la verdad. En la verdad de nuestras personas, de nuestro origen y de nuestro destino. Lo más grande de nuestra vida es que Dios nos ama, que Dios nos ha creado por amor y para la vida en el amor, en el presente y en la eternidad. El ser humano se hace precisamente grande al abrir su corazón de par en par al amor de Dios en su vida, como nos muestra María. Dios no es un competidor de nuestra libertad, de nuestra felicidad, del progreso verdaderamente humano para todos los pueblos. 

Orar

La segunda palabra es orar. Después de la Ascensión del Señor, los apóstoles y el resto de los discípulos, regresaron a Jerusalén y “todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y sus hermanos” (Hech 1,14). Como entonces, también hoy María reza con nosotros en la angustia, el dolor y el sufrimiento. María intercede por nosotros ante Dios, que nos ama y nunca nos abandona.

Hoy nos acogemos de nuevo a su intercesión y protección: a sus pies podemos acallar nuestras penas, en su regazo encontramos consuelo maternal y, tras sus huellas, encontramos el aliento necesario para seguir creyendo y confiando en Dios, que es un Dios de vivos y no de muertos. Esta mañana a los pies de la Mare de Déu y por su intercesión pedimos a Dios por el fin de la pandemia. El papa Francisco nos invita a todos, a las familias, parroquias y santuarios a unirnos a su incitativa de rezar todos los días de este mes de Mayo el santo Rosario para pedir a Dios por intercesión de la Virgen el fin de la pandemia mundial.    

María nos da y nos lleva a Dios, la Virgen nos enseña a orar. Ella es maestra de oración. Nos dice el evangelio que María “meditaba en su corazón” (cf.  Lc 2,16) los acontecimientos de su vida para descubrir la voluntad de Dios. En esta situación de pandemia nos urge meditar qué nos quiere decir Dios con lo que está ocurriendo. Si lo hacemos con sinceridad y verdad descubriremos que hemos de repensar nuestros modelos vida, personales, familiares, económicos, sociales y políticos, tantas veces marcados por el egoísmo y el materialismo. Pidamos a la Virgen que nos enseñe a ser humildes y a reconocer nuestra finitud y fragilidad, nuestras limitaciones –también las de la ciencia y de la sociedad del bienestar-; y que Ella nos ayude a sentir nuestra necesidad de Dios y de abrir, como ella, nuestro corazón a Dios Creador y Salvador y a su amor universal; un Dios y un amor que son fuente de respeto de la dignidad de toda persona humana desde su concepción hasta su muerte natural, de la acogida del otro también del diferente, de fraternidad  universal y de solidaridad entre las personas y los pueblos, de respeto y cuidado de la creación entera.

Servir

Y la tercera palabra es servir. María, nos dice el evangelio de hoy, “se puso en camino y fue aprisa a la montaña” a acompañar a Isabel, encinta de seis meses (cf. Lc 1,39). A pesar de las dificultades, María no se detuvo ante nada. Cuando tiene claro lo que Dios le pide y la necesidad de Isabel, no se demora, sino que sale “aprisa”. El actuar de María es fruto de su caridad a Dios que se hace servicio ante la necesidad de Isabel. Amar es servir. Ella sale de su casa, de sí misma, para ofrecer a Isabel su cercanía, su ayuda y la alegría por la presencia ya del Hijo de  en su seno. María nos enseña a estar disponibles para servir y amar con obras de verdadera entrega y caridad a los demás. María nos pide hoy servir y ayudar a los que sufren los efectos de la pandemia.

Permaneciendo unidos a Jesús como el Sarmiento a la Vid encontraremos como María la fuerza para salir de nosotros mismos y de nuestras comodidades y para atender las necesidades de los demás con palabras y obras de verdadera entrega y caridad. Este coraje de salir de sí mismos y de adentrarse en las necesidades de los demás, nace de la fe en el Señor Resucitado y de la certeza de que su Espíritu acompaña nuestra historia. Uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es, de hecho, el compromiso de caridad hacia el prójimo, amando a los hermanos con abnegación de sí, hasta las últimas consecuencias, como Jesús nos amó. Él es para nosotros la vida de la que absorbemos la savia, es decir, la “vida” para llevar a la sociedad una forma diferente de vivir y de brindarse, lo que pone en el primer lugar a los últimos y a los más necesitados de pan, de cultura y de Dios.

Acudamos a la Mare de Déu del Lledó, para que abra nuestros corazones a Dios y a los hermanos. A Ella nos encomendamos y le rezamos: “Ayúdanos, Madre, a ser humildes y a mantenernos firmes en la fe, perseverantes y unánimes en la oración y fuertes en el amor a Dios y en el servicio a los hermanos”. Amén.

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Toda la información religiosa de la Diócesis de Segorbe-Castelló
NOTICIAS:
- La Diócesis celebra a su patrono San Pascual Bailón, también patrón de Vila-real
- Mons. Casimiro López preside la Solemne Eucaristía en la Basílica, en Vila-real
- El Asilo de las Hnas. de los Ancianos Desaparados de Castellón, acogé la celebración de la Pascual del Enfermo
- Fiesta del perdón y adoración al Santísimo para preparar a los niños en su Primera Comunión
- La Delegación de Medios inicia una ronda de reuniones con los Arciprestazgos tras el encargo de D. Casimiro para elaborar un Plan de Comunicación
- 50 Hombres participan en el IV Retiro de Emaús
CARTA SEMANAL DEL OBISPO:
D. Casimiro reflexiona respecto a la importancia de la asignatura de Religión Católica ante el inminente periodo de matriculación para el próximo curso escolar.
ENTREVISTA: Charlamos con D. José Miguel sala, Delegado Diocesano para la Infancia y la Juventud ante el fin del curso pastoral y la programación de verano, que se centra en la participación diocesana en la JMJ de Lisboa
La Basílica de Ntra. Sra. del Lledó ha acogido la última Vigilia de Oración de los jóvenes de la Diócesis de Segorbe-Castellón en este Año Jubilar Mariano con motivo del Centenario de la Coronación de la Mare de Déu.
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5 horas atrás

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#VidaContemplativa #VidaConsagrada #JornadaProOrantibus🎇 “Sois faros luminosos en este mundo necesitado de Dios y de esperanza”🙏Con motivo de la Jornada Pro Orantibus, que la Iglesia celebra este domingo, esta mañana se han reunido las monjas contemplativas de las ocho comunidades de la Diócesis de Segorbe-Castellón junto a nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, en la Basílica de Nuestra Señora del Lledó 🙏 ... Ver másVer menos

Las monjas contemplativas celebran la Jornada Pro Orantibus: “sois faros luminosos en este mundo necesitado de Dios y de esperanza” - Obispado Segorbe-Castellón

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Con el lema “Generar esperanza”, la Iglesia celebra mañana, día 4 de junio, la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Jornada Pro Orantibus, dedicada a todas
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#JesucristoSumoyEternoSacerdote #SacerdotesMayores #JesucristoSumoyEternoSacerdote #SacerdotesMayores #sacerdocio 

🙏 El Obispo se ha reunido esta mañana con los presbíteros mayores de la Diócesis para celebrar la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote ✝
#jóvenes #Fútbol #CopaDelObispo ⚽ La @dele.i #jóvenes #Fútbol #CopaDelObispo 

⚽ La @dele.infa.juv_segorbecastellon ha organizado la tercera edición del Campeonato Diocesano de Fútbol 5 “Copa del Obispo”, que tendrá lugar el próximo mes de junio, y en el que ya se han inscrito más de 100 jugadores.

¡Ánimo!

Este año promete 🏆
Los jóvenes de la Diócesis se "ponen en camino" Los jóvenes de la Diócesis se "ponen en camino" 🚶‍♀🚶de la mano de María en la vigilia de oración 🙏
#Pentecostés #Vigilia #ApostoladoSeglar #AcciónC #Pentecostés #Vigilia #ApostoladoSeglar #AcciónCatólica #Laicos #Castellón

🗣️“Juntos anunciamos lo que vivimos" ✝

🔴 La parroquia de Santa Joaquina de Vedruna, acogerá, el sábado 27 de mayo, la celebración de la “Vigilia Diocesana de Pentecostés”, presidia por nuestro Obispo, D. Casimiro.

🗓 27 de mayo
⌚20 h.
⛪ Santa Joaquina de Vedruna, Castellón 
🍽 🎸 Después cena y concierto
#CentenariCoronació #marededeudellledo #AñoJubil #CentenariCoronació #marededeudellledo #AñoJubilarMariano #Castellón

“Acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su Amor”

Ayer, en la Fiesta Mayor de la Mare de Déu del Lledó, se celebró la Misa Estacional en la Basílica, así como la apertura del Año Jubilar de Lledó, que será clausurado el día 5 de mayo de 2024. Por la tarde tuvo el rezo del Santo Rosario y la tradicional Sabatina a la Mare de Déu. Al finalizar se celebró la Procesión General con la imagen de la Patrona de Castellón.
#AñoJubilarDiocesano #pereginación #Roma 

🇮🇹 ⛪ 🇻🇦 La Diócesis de Segorbe-Castellón dará gracias por los dones recibidos durante el Año Jubilar Diocesano peregrinando a Roma, del 18 al 21 de septiembre, y servirá como punto de partida del nuevo curso pastoral.

¡¡Anímate!! ¡¡No te lo puedes perder! 

Tienes toda la información en el link de la bio
#CentenariCoronació #marededeudellledo #AñoJubil #CentenariCoronació #marededeudellledo #AñoJubilarMariano #Castellón 

🙏💐 Castellón iniciará el Año Jubilar de Lledó este domingo, con una solemne Eucaristía en su Basílica, presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente. 

📺 La celebración podrá seguirse en directo por televisión: en @televisiodecastello y @la8mediterraneo
#Vocaciones #VocacionesNativas #JornadaVocaciones #Vocaciones #VocacionesNativas #JornadaVocaciones 

🙏 La Iglesia celebra el 30 de abril la Jornada Mundial de oración por las vocaciones y la Jornada de vocaciones nativas bajo el lema, «Ponte en camino. No esperes más» 👟

@omp_es @mediosconfer @cedis.institutos.seculares
#JornadaDiocesana #Familia 👪El próximo sába #JornadaDiocesana #Familia 

👪El próximo sábado, día 29 de abril, las familias de la Diócesis de Segorbe-Castellón tienen una cita muy importante en el Seminario Mater Dei. 

Organizado por @familiasgcs tendrá lugar la II Jornada Diocesana de la Familia 👫
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque e “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”

✝ 🙏 Con la visita del Nuncio de S.S. en España, Mons. Bernardito C. Auza, a nuestra Diócesis, este fin de semana concluimos el Año Jubilar Diocesano con motivo del 775º aniversario de la creación de la sede episcopal en Segorbe. ⛪ 🚶 🚶 Ha sido un año intenso, un Año de gracia de Dios en el que hemos vivido y celebrado muchos momentos, haciendo “memoria agradecida del pasado para juntos, crecer en comunión y salir a la misión”, como nos exhortaba D. Casimiro.

¡Hoy y siempre, demos gracias a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros y por mostrarnos su gran amor!
#DomingoDeResurreccion #Segorbe #PascuaDeResurrecc #DomingoDeResurreccion #Segorbe #PascuaDeResurrección

“¡Cristo ha resucitado!, ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, Aleluya!”

🕯🙏 Esta mañana se ha celebrado, en la S.I. Catedral de Segorbe, la Misa del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro. Tras ella ha tenido lugar la procesión del Encuentro, en la que han participado las tres cofradías de la ciudad episcopal 🕯🙏
#ViernesSanto #PasiónDeCristo #CruzDeCristo #Sego #ViernesSanto #PasiónDeCristo #CruzDeCristo #Segorbe

“En la Cruz se encuentran la miseria humana y la misericordia divina”

✝🕯 Esta tarde ha tenido lugar la celebración de la Pasión del Señor de este Viernes Santo, que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro, en la Catedral de Segorbe ✝🕯
#JuevesSanto #CenaDelSeñor #Segorbe "Los amó ha #JuevesSanto #CenaDelSeñor #Segorbe

"Los amó hasta el extremo"

🦶 ✝ Esta tarde ha tenido lugar la celebración de la Cena del Señor de este Jueves Santo, que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro, en la S.I. Catedral de Segorbe.
Los pasos de Semana Santa en la Arciprestal San Ja Los pasos de Semana Santa en la Arciprestal San Jaime de Vila-real 

@arciprestal_vilareal

#semanasanta #pasossemanasanta #pasion #procesion #cristoyacente #virgendelosdolores #cofradias #hermandades #castellon #vilareal #santosepulcro #dolorosa #piedad #triana #velas #costaleros #fervor #semanasanta2023 #veronica #crucificcion #resurrección
#FiestaDeLaResurrección #ACdP 👨‍🎤 ✝ L #FiestaDeLaResurrección #ACdP 

👨‍🎤 ✝ La @acdp_es organiza en Madrid “la Fiesta de la Resurrección”, un festival de música gratuito y abierto a todos los públicos que reunirá por primera vez a un plantel de artistas de primera línea para celebrar la gran fiesta de los cristianos.

🗓  sábado 15 de abril
⌚ De 19h. a 21,30h.
📍 Plaza de la Cibeles, Madrid
🚌 Autobús desde #Castellón
#MisaCrismal #PromesasSacerdotales #SantoCrisma #óleos #Castellón

🏺🏺🏺El Obispo a los sacerdotes en la Misa Crismal: “Estamos llamados a ser signo de Dios en este mundo secularizado, ejerciendo un ministerio de amor, de servicio y de entrega a todos”.
#DomingoDeRamos #SemanaSanta #Segorbe

🌿🌿🌿 El Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón preside el Domingo de Ramos en la Catedral: "la Semana Santa nos invita a acoger el mensaje de la cruz" ✝
#DomingoDeRamos #SemanaSanta #Castellón 

🌿🌿🌿 Comienza la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos: “Celebramos el triunfo del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte” ✝
¡Que no decidan por ti!.... Video de la Diócesis ¡Que no decidan por ti!.... Video de la Diócesis para guiarnos en la cumplimentación y registro del Documento de Voluntades Anticipadas
#Caritas #Almassora #EspaiAmbCor @caritassegorbeca #Caritas #Almassora #EspaiAmbCor @caritassegorbecastellon 

👚👖👡 El Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón ha bendecido esta tarde el nuevo "Espai amb cor" de Almassora.
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