En 2007 la Asamblea General de la ONU declaró que el 20 de febrero de cada año se celebrará el Día Mundial de la Justicia Social, con el objetivo de apoyar la labor de la comunidad internacional encaminada a erradicar la pobreza y promover el empleo pleno y el trabajo decente, la igualdad entre el hombre y la mujer y el acceso al bienestar social y la justicia social para todos.
A los católicos nos es imposible hablar de caridad, de justicia y de amor al prójimo sino acudimos a nuestro origen, a nuestra raíz, que es Cristo y nuestra experiencia de Dios, del inmenso amor que nos tiene, y que nos alimenta, por medio del Espíritu Santo, con su Palabra y con los Sacramentos.
Tal y como indica el Vicario de Pastoral, Miguel Abril, en una carta publicada en la sección “Colaboraciones” de la web diocesana, “la justicia consiste, según Santo Tomás de Aquino, en la voluntad constante de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido (CCE 1807). Esta virtud moral cardinal se traduce en la actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona, un reconocimiento que, a pesar de las proclamaciones de propósitos y derechos humanos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener”.
Benedicto XVI nos dice, en la encíclica Deus Caritas Est, que “toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, […] y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres”.
Pero también podemos caer en el error de pensar que Dios no interviene ante la injusticia, ante el sufrimiento y las necesidades del hombre, y que éstas le son indiferentes, sin tener en cuenta que Dios es nuestro Padre, que nos ama y que tiene poder. En el libro del Apocalipsis Juan escribe: «¿Hasta cuándo, tú, el maestro, el santo, el veraz, vas a esperar a hacer justicia y a vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra?» (Ap. 6, 10). Ante ello, Benedicto XVI nos invita a “gritar como Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27, 46). Deberíamos permanecer con esta pregunta ante su rostro, en diálogo orante”.
Programación Pastoral Diocesana
El cuarto objetivo especifico de la PPD es la caridad y la justicia. Con ello, el Señor nos llama y nos anima a “vivir el mandamiento del amor y el compromiso por la justicia como servicio a los más necesitados y testimonio de fe”, en nuestra Iglesia diocesana, en nuestras comunidades y personalmente: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn. 13, 34).
En la carta que nos escribe el Obispo, D. Casimiro, en la PPD, expresa el deseo y la necesidad de llevar “a cabo un discernimiento personal y comunitario para ver cómo es nuestro amor, cómo vivimos la fraternidad, cómo vivimos la comunión de bienes personal y comunitariamente, cómo nos hacemos prójimos de los otros, o cómo vivimos nuestro compromiso por la justicia, para llevar a cabo el mandamiento nuevo del amor”.
Algunos puntos a poner en práctica
Amar y servir a los enfermos y sus familias: en estos tiempos de pandemia que estamos viviendo, la Iglesia nos invita a seguir el ejemplo de Jesús, el buen Samaritano, aportando nuestra oración, nuestra cercanía y nuestro consuelo a aquellos hermanos nuestros que sufren en la enfermedad y a sus familiares, sirviéndoles con amor. Cabe recordar que en todos los hospitales de la Diócesis existe el servicio religioso católico, y que aquellos enfermos o familiares que lo necesiten deben pedirlo.
Defender la vida y la familia: podemos ver cómo la familia está siendo constantemente atacada con leyes, que en vez de fortalecerla la debilitan. Lo mismo ocurre con la vida, con leyes que atentan contra los derechos y la dignidad de las personas por parte de aquellos que deberían velar por su integridad. Pero no solo las leyes están socavando los cimientos de la familia y de la vida, pues son muchos los canales y los líderes de opinión, junto a la sociedad de consumo, los que están minando la fe en Dios y reemplazando a los valores espirituales. En las familias ya no hay tiempo para escuchar, para relacionarse, para comunicarse y para rezar juntos, tampoco lo hay para Dios, pero sí para ver más televisión, para aumentar la carga laboral o para salir con los amigos.
Amar a los pobres, desfavorecidos y excluidos: la Conferencia Episcopal Española, con la instrucción pastoral `Iglesia, servidora de los pobres´, nos invita a mostrarnos solidarios con los necesitados, y a perseverar sin desmayo en la tarea de ayudarles y acompañarles. En ella, la Iglesia nos llama un compromiso social “que sea transformador de las personas y de las causas de las pobrezas, que denuncie la injusticia, que alivie el dolor y el sufrimiento y sea capaz también de ofrecer propuestas concretas que ayuden a poner en práctica el mensaje transformador del Evangelio y asumir las implicaciones políticas de la fe y de la caridad”.
La Fundación FOESSA, en el “Análisis y Perspectiva 2020”, ha lanzado una propuesta de retos para mejorar nuestro modelo de desarrollo social: aislar el debate sobre la salud pública de la crispación del clima político, revisar la atención a la dependencia, visibilizar el pilar de los cuidados sacándolo del debate de círculos reducidos, consolidar el Ingreso Mínimo Vital en el sistema de Garantía de Ingresos en España, reducir la brecha digital con una estrategia coordinada, incrementar la pedagogía fiscal para acometer una reforma en profundidad, y construir puentes en un contexto de fuerte enfrentamiento político-social.
Amar y cuidar la casa común: el Papa Francisco, con la encíclica Laudato si´ nos invita a una “conversión ecológica” y a “renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación”. Nos recuerda que “merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo”. No es posible construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del medio ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.