Queridos diocesanos:
Semana Santa es la semana más importante del año para todo cristiano y para toda la comunidad cristiana. Es ‘santa’ porque ha sido santificada por la pasión, muerte y resurrección del Señor, que celebramos estos días. Estos acontecimientos son la prueba definitiva del amor de Dios a los hombres, manifestado en la entrega total de su Hijo Jesús hasta la muerte en la Cruz para el perdón de nuestros pecados y para hacernos partícipes de la Vida misma de Dios.
El Domingo de Ramos nos introduce en esta venerable semana. Es un día de gloria por la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y un día, a la vez, en el que la liturgia nos anuncia ya su pasión y muerte. La palma del triunfo y la cruz de la pasión no son una paradoja. Son, más bien, el centro del misterio que creemos, proclamamos y actualizamos en la Semana Santa. Jesús se entrega voluntariamente a la pasión, afronta libremente por amor la muerte en la cruz, y en su muerte triunfa la vida. Sabe que ha llegado su “hora”, y la acepta con la obediencia amorosa del Hijo hacia el Padre y con un amor infinito a los hombres: “Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).
Los días siguientes nos irán llevando hasta el Triduo Pascual: desde el Jueves Santo al Domingo de Resurrección. El Jueves Santo se centra en el amor; Jesús celebra la cena pascual con sus discípulos y anticipando su entrega por amor en la cruz, instituye la Eucaristía, sacramento y manantial permanente de su amor, del que brota el mandamiento del amor fraterno, el mandamiento nuevo de Jesús a sus discípulos. El Viernes Santo se centra en la pasión y muerte de Jesús en la Cruz, la expresión suprema del amor entregado hasta el final. Y, después del silencio del Sábado, llega la Vigilia Pascual y el Domingo de Pascua de resurrección, día de triunfo, de acción de gracias y de alegría. El Triduo Pascual es el núcleo de la Semana Santa que culmina en la Vigilia Pascual, la cima a la que todo conduce y la celebración litúrgica más importante de todo el año. Por ello deberíamos esforzarnos por participar en la Vigilia Pascual.
Amar, morir y resucitar son los tres movimientos del Triduo pascual: el amor del Jueves Santo, la muerte del Viernes Santo y la resurrección en la Vigilia del Domingo de Pascua. Tres verbos que expresan también las realidades más decisivas en la vida de todo hombre y mujer.
El ser humano es creado para amar y para ser amado. Está sediento de amor. Es feliz cuando lo da y cuando lo recibe. Pero amar de verdad, amar como Jesús nos amó, no es fácil. Este amor implica entrega y donación gratuita de sí mismo, negación y olvido de sí, servicio y humildad, perdón y reconciliación. Amar como Jesús conlleva considerar de verdad como un hermano o hermana a todo hombre y mujer, incluido al enemigo, y estar dispuesto a servir, perdonar y compartir con ellos la propia vida.
Morir es entregar la vida a Dios por amor filial. Sabemos que somos mortales, pero ¡qué difícil es morir! ¡Qué terrible una muerte sin sentido y sin respuesta, una muerte sin Dios, sin fe y sin esperanza en Dios! ¡Qué cruel sería una muerte sin victoria! No es fácil aprender a morir. Como Cristo debiéramos esforzarnos por dar, a la luz de la muerte en Dios, hondura, sabor cristiano y trascendente a nuestro existir. Hemos de luchar en todo momento por la salud y por la vida ajena y propia; son un don de Dios. Pero nuestra vida terrenal es finita y mortal.
Resucitar es la respuesta del Padre Dios a la muerte entregada de su Hijo, verdadero hombre: es su respuesta a su entrega hasta la muerte: una respuesta de triunfo, de gloria, de alegría. Jesús vence el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora ante la muerte. Su triunfo es nuestro triunfo.
Estos días son los de mayor intensidad litúrgica de todo el año, una intensidad que ha calado hondamente en la religiosidad cristiana de nuestro pueblo. Así lo muestran las procesiones, el ejercicio del Vía Crucis y las representaciones de la Pasión de estos días. Pero todas ellas sólo serán expresión de una fe viva cuando preparan para los actos litúrgicos o parten de ellos.
Vivamos con fe y devoción cristiana la Semana Santa. También nosotros somos destinatarios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Jesús Nazareno padece y muere por nosotros y por nuestros pecados: y resucitando, vence la muerte y nos abre el camino a la vida eterna, a la Vida misma de Dios, fuente y motor de vida y fraternidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón