Queridos diocesanos:
Nuestra Iglesia no puede dejar de cumplir la misión que Jesús le ha confiado. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15), dice Jesús a sus discípulos antes de volver al Padre. La Iglesia existe para evangelizar; ésta es su razón de ser y de existir, su gozo más profundo. A pesar de las dificultades ambientales para el anuncio y vivencia del Evangelio, de la secularización de nuestra sociedad, de los intentos de silenciar la fe cristiana, nuestra Iglesia ha de de seguir llevando el Evangelio a todos, con su palabra y con sus obras.
Para cumplir esta tarea que Jesús le encomendó, nuestra Iglesia cuenta con la asistencia del Espíritu Santo, con la fuerza de la Palabra de Dios y con los Sacramentos, que son el medio para que la buena Noticia y la gracia salvadora de Jesús llegue a quienes acojan la nueva Vida que brota de su muerte y resurrección. Pero nuestra Iglesia necesita también de medios humanos: personales, materiales y económicos, porque sin ser de este mundo está, vive y actúa en este mundo.
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