Vivir con alegría el bautismo
Queridos diocesanos:
El tiempo de Navidad y de la Epifanía se clausura con la fiesta del Bautismo del Señor, este domingo 8 de enero. En esta fiesta recordamos el Bautismo de Jesús a orillas del río Jordán de manos de Juan Bautista. También Jesús se deja bautizar por Juan y transforma el gesto de este bautismo de penitencia en una solemne manifestación de su divinidad. «Apenas se bautizó Jesús, salió del agua y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto» (Mt 13, 17). Son las palabras de Dios-Padre que nos muestra a Jesús como su Hijo unigénito, amado y predilecto, al inicio de su vida pública. Además, el Espíritu en forma de paloma descendió sobre el Señor. Su bautismo significó la inauguración y aceptación de la misión y de la voluntad del Padre.
Jesús es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo. Jesús es el Mesías enviado por Dios para ser portador de justicia, de luz, de vida y de libertad. En el Jordán se abre una nueva era para toda la humanidad. Este hombre, en apariencia igual a todos los demás, es Dios mismo, que viene para liberar del pecado y dar el poder de convertirse «en hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13).
El bautismo de Cristo remite al bautismo cristiano, a nuestro propio bautismo. Por el bautismo hemos renacido por el agua y por el Espíritu Santo a una nueva vida, hemos sido insertados en la vida misma de Dios, participamos ya de su misma vida y de su amistad, somos sus hijos adoptivos en su Hijo unigénito y miembros de la gran familia de los hijos de Dios, la Iglesia. La gracia de Dios ha transformado en germen nuestra persona y existencia, liberándola del pecado y de la muerte eterna. Sí, el bautismo nos inserta en la comunión con Cristo y así nos da vida, la vida de Dios, la vida plena, eterna y feliz. ¡Cómo no dar gracias con verdadera alegría a Dios por este inmenso don! Y, al contrario, ¿no será que no valoramos nuestro propio bautismo cuando se priva a nuestros niños de esta gracia?.
El bautismo es el don de la vida de Dios. Pero este don debe ser acogido y vivido personalmente. Es un don de amistad que implica un ‘sí’ al amigo e implica un ‘no’ a lo que no es compatible con esta amistad, a lo que es incompatible con la vida verdadera en Cristo. Por el bautismo estamos llamados como Jesús a cumplir la voluntad del Padre para ‘vivir una vida nueva’ (Rom 6, 4) (cf. CCE, 537). Dios quiere y espera nuestra respuesta libre; esta respuesta comienza por nuestra fe, con la que, atraída por la gracia de Dios, nos fiamos de Dios y confiamos en Él, nos adherimos de mente y de corazón a su Palabra, le amamos con todo nuestro ser y seguimos sus caminos. Todo bautizado, también los bautizados en la infancia al ser capaces de comprender, debe recorrer personal y libremente un camino espiritual que le lleve a vivir con gratitud y alegría el don recibido en el bautismo.
Pero ¿podrán los niños abrir su corazón a la fe y vivir la vida nueva recibida en el bautismo, si los adultos no les ayudamos? Y ¿cómo podremos hacerlo si no valoramos o vivimos con alegría nuestro propio bautismo? Nuestros niños necesitan que padres, padrinos y toda la comunidad cristiana les ayudemos a conocer a Dios, Padre misericordioso, y a encontrarse personalmente con Cristo para entablar una verdadera amistad con Él. Será a través de la palabra y del testimonio de vida cristiana como padres y padrinos trasmitirán la fe a sus hijos, les ayudarán a vivir la vida nueva del bautismo y a crecer espiritualmente. La comunidad cristiana está llamada a asistir a padres y padrinos para fortalecer la propia fe y la propia vida cristiana, alimentándola con la oración, los sacramentos y la vida en la comunidad. Los padres no podrán dar a sus hijos lo que ellos antes no han recibido y asimilado, y si no lo viven día a día.
La riqueza de la nueva vida bautismal es tan grande que pide de todo bautizado una única tarea: vivir constantemente en el amor a Dios haciendo el bien a todos como Jesús. Es la llamada a seguir a Jesús para ser sus misioneros en la Iglesia y en el mundo.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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