Cristo ha resucitado verdaderamente, por nosotros
Queridos diocesanos:
En el Triduo Pascual hemos celebrado la pasión, muerte y resurrección del Señor. Las tres son inseparables: el mismo Jesús que padeció y murió, ha resucitado y vive para siempre. Jesús ya no está en el lugar de los muertos. Su cuerpo enterrado el Viernes Santo ya no está en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. «El no está aquí: Ha resucitado», les dice el ángel. El Ungido ya perfuma el universo y lo ilumina con nueva luz.
Cristo Jesús vive glorioso. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe pascual. El que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado sobre el pecado y la muerte. Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. Cristo Jesús vive glorioso junto a Dios. Su resurrección no es la vuelta a esta vida para volver a morir, sino el paso a una vida gloriosa e inmortal. Pascua significa precisamente el paso del Señor Jesús a través de la muerte a la vida gloriosa, para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, de la tristeza y del egoísmo, de la indiferencia hacia Dios y hacia el prójimo. Sin resurrección, la pasión y la muerte quedarían incompletas; serían la expresión de un fracaso. Pero Cristo ha resucitado. Es un hecho real, que, sucedido en la historia, traspasa el tiempo y el espacio. No es una invención, fruto de la fantasía de unas mujeres crédulas o de la profunda frustración de sus discípulos. La Resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico y real, que sucede una vez y para siempre. El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado.
La resurrección de Cristo es la clave para interpretar toda su vida y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, nuestra fe estaría vacía de contenido. La resurrección de Cristo es tan importante que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación. Todo ha sucedido por nosotros, por nuestros pecados, para nuestra redención y para nuestra salvación; para que todo el que cree en él tenga vida eterna, la vida misma de Dios, que es fuente de alegría, aliento y esperanza.
Este Jesús, una vez resucitado, salió al encuentro de sus discípulos: se les apareció y se dejó ver por ellos, caminó y comió con ellos. A Tomás, que dudaba de lo que le decían sus compañeros, le invitó Jesús Resucitado a tocar las llagas de sus manos y meter su mano en la hendidura de su costado. Y Tomás creyó que el Resucitado era el mismo que el Crucificado. Los discípulos se encontraron personalmente y en grupo con el Señor resucitado. Fue un encuentro real, con una persona viva, y no una fantasía. Esta experiencia fue tan penetrante que tocó a sus personas en su mismo centro vital: pasaron del miedo a la alegría, de la decepción a la esperanza. Este encuentro transformó su existencia para siempre y los cambió en su comportamiento individual y comunitario: los movilizó e impulsó a contar con temple y aguante lo que han vivido y experimentado. Este encuentro es tan fuerte que hace de ellos la comunidad de discípulos misioneros del Señor, que nada ni nadie podrá ya parar.
Como entonces, el Señor resucitado sale hoy a nuestro encuentro. El nos invita a todos a dejarnos encontrar o reencontrar personalmente por Él para fortalecer o recuperar la alegría de la Pascua: la alegría de sabernos amados personal e infinitamente por Dios en su Hijo, Jesús, crucificado y resucitado, para que en Él tengamos vida. Este encuentro es posible: el Resucitado nos espera especialmente en los pobres, en su Iglesia, en su Palabra, en la Eucaristía y en el sacramento de la Penitencia, en la oración, en la comunidad de su Iglesia.
Nuestra alegría pascual será completa, si nos dejamos encontrar y transformar por el Señor resucitado; sólo así resucitaremos también con Él a una Vida nueva, ya ahora. Es la vida de comunión con Dios y con los demás que lleva a promover la vida y la dignidad de todo ser humano y a vivir con esperanza. Dejemos que el Resucitado entre en nuestra vida y haga de nosotros sus discípulos misioneros.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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