Homilía en la Pascua de Resurrección
S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 4 de abril de 2021
(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)
Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor Resucitado.
Cristo ha resucitado
1. “!Cristo, nuestra Pascua, ha resucitado! Aleluya”. Es la Pascua, “el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Hoy cantamos con toda la Iglesia el aleluya pascual. ¡Cristo ha resucitado!: es un milagro patente. Hoy es el día en que con mayor verdad podemos entonar cantos de victoria. Hoy el Señor nos llama a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa, a superar nuestro miedo e incertidumbre en este tiempo de pandemia. Cristo Resucitado nos invita a confiar en Dios, porque es eterna su misericordia.
Sí, hermanos: Dios Padre ha librado de la corrupción de la muerte a su Hijo Jesús resucitando su cuerpo de entre los muertos a una vida gloriosa. La resurrección no es volver a la forma de existencia anterior, sino el paso a la Vida inmortal y gloriosa de Dios; no es una vuelta a nuestra vida finita y limitada, sino es el paso, la Pascua, a la Vida de Dios poseída ya para siempre. Y no sólo para sí mismo, sino para todos los que creen en Él. Porque la resurrección de Cristo está destinada a todos. Su Pascua cambia la historia, es el centro mismo de la historia. En Cristo resucitado queda restaurada toda la creación, la humanidad y la historia. Cuantos la acogen en fe, participan en su gloria.
Creer en la resurrección del Señor
2. El evangelio de hoy nos invita a dejarnos guiar por la luz de la fe, y creer que Cristo ha resucitado, como lo hicieron aquellas mujeres y los Apóstoles. María Magdalena quedó sorprendida al ver retirada la losa del sepulcro, y corrió enseguida a comunicar la noticia a Pedro y a Juan: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,1-2). Los dos van corriendo al sepulcro y Pedro, entrando en la tumba vio “las vendas en el suelo y el sudario… en un sitio aparte”; después entró Juan, y “vio y creyó” (Jn 20, 6-7). Es el primer acto de fe de la Iglesia naciente en Cristo resucitado, provocado por la solicitud de una mujer y por la señal de las vendas encontradas en el sepulcro vacío. El cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, ya no estaba allí; no porque hubiera sido robado, sino porque había resucitado. El cuerpo de Jesús muerto, sepultado con premura el Viernes Santo, vive porque ha resucitado; en Cristo ha triunfado la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, el amor de Dios sobre el sufrimiento y el dolor.
La resurrección de Cristo es un hecho real, sucedido en nuestra historia; no es la invención de unas mujeres piadosas. María Magdalena encuentra el sepulcro vacío y piensa que han trasladado a otro lugar el cuerpo inerte de Jesús. Tampoco es fruto de la credulidad o del fracaso de los discípulos de Jesús, que, salvo el discípulo amado, tuvieron que encontrarse con el Resucitado para creer. La resurrección de Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios; es su respuesta a la entrega amorosa y obediente del Hijo. En la resurrección de Jesús se revela el rostro de Dios, su amor y su bondad, su poder y su fidelidad: Él nunca abandona a quienes confían en Él.
¡Cristo ha resucitado! Esta Buena noticia resuena en medio de nosotros con nueva fuerza. Nos invita a creer en Dios, Amor y Vida; nos invita a fiarnos de su Palabra, que nos llega en la cadena ininterrumpida de la tradición de los apóstoles en su Iglesia. Este día nos exhorta a acoger esta Palabra de Dios con fe personal y a confesar que Jesús de Nazaret, el hijo de María, muerto y sepultado, ha resucitado de entre los muertos. Avivemos nuestra fe. Porque solo si creemos que Cristo ha resucitado, nuestra alegría pascual será verdadera y completa.
Partícipes de la resurrección por el Bautismo
3. Por nuestro Bautismo participamos ya del Misterio Pascual de la muerte y resurrección del Señor. “Ya habéis resucitado con Cristo” (Col 3, l), nos recuerda San Pablo en su carta a los fieles de Colosas. No dice que vamos a resucitar, sino que ya hemos resucitado con Cristo. Por el bautismo ya nos hemos sumergido en las aguas y hemos salido de ellas, como símbolo de la muerte del hombre viejo, del hombre terreno, al estilo de Adán, y del nacimiento a la vida del hombre nuevo (cfr. Rom 6, 3-4).
Ser bautizados significa pasar con Cristo de la muerte a la vida. Por el bautismo renacimos un día a la nueva vida de los Hijos de Dios: fuimos lavados de todo vínculo de pecado, signo y causa de muerte y de alejamiento de Dios. Dios Padre nos ha acogido amorosamente como a su Hijo y nos hizo partícipes de la nueva vida resucitada de Jesús. Así quedamos vitalmente y para siempre unidos al Padre Dios en su Hijo Jesús por el don del Espíritu Santo, y, a la vez, unidos a la familia de los creyentes, es decir, a la Iglesia. Los bautizados en Cristo hemos quedado unidos a Cristo, y por ello debemos vivir las realidades de arriba (Col 3, l), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.
Para el cristiano, la vida no puede ser un deambular por este mundo con la única preocupación de adquirir calidad de vida en esta tierra. Hemos de cuidar de esta vida, que un don de Dios, de la propia y la ajena. Pero como cristianos hemos de vivir esta vida, también en la enfermedad, el dolor e, incluso la muerte, mirando a la vida futura. Somos ciudadanos del cielo (cf. Ef 2, 6), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre (cf. Ef 1, 20).
Es cristiano de verdad quien cree personalmente en la resurrección de Cristo, se deja encontrar por el Señor resucitado, se deja transformar por la vida nueva recibida en el bautismo para ser un hombre nuevo. Porque por el bautismo toda nuestra persona y nuestra existencia queda afectada y comprometida. Nuestro bautismo pide la respuesta total de nuestra persona, que implica fe y conversión, adhesión plena al Resucitado, acogida de su Palabra y de la acción de su gracia en los sacramentos, para que se dé un cambio radical en la forma de ser, de pensar, de sentir y de actuar.
Testigos del Resucitado
4. Celebrar que Cristo ha resucitado pide vivir como Jesús vivió, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo”. Pide cuidar de los enfermos y de los necesitados, pide cuidar de los contagiados y de los sufren las consecuencias de la pandemia, de los que han perdido el sentido de su vida y no tienen esperanza. Pide cuidar de la familia y de la sociedad. Pide cuidar de la creación. De la fe en la resurrección surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para Él y como Él.
Así es como el bautizado se convierte en testigo de la resurrección del Señor. La fe personal en Cristo resucitado y el encuentro con Él ilumina y transforma su vida, como a los Doce y a Pablo. Esta fe le hace su testigo para proclamar con audacia y firmeza la Buena Noticia: Cristo ha resucitado para que todo el que crea en Él tenga Vida, y Vida en abundancia. Al verdadero creyente, nada ni nadie le podrá impedir el anuncio de Cristo Resucitado, Vida para el mundo, pues a todos está destinado. Nada ni nadie lo podrán impedir: ni los intentos de recluir la fe cristiana al ámbito de la conciencia, ni las amenazas, los insultos o los castigos de las autoridades, ni la increencia, la indiferencia o el desprecio ambiental. Queridos diocesanos: No tengáis miedo. No os avergoncéis de ser testigos del Señor Resucitado.
Testigos de Vida y de Esperanza
5. “¡Resucitó Cristo, nuestra esperanza!”. Pascua es el triunfo de la Vida sobre la muerte, del Amor sobre el pecado, de la Paz sobre el odio. Cristo es luz para el mundo, simbolizado en ese Cirio Pascual. Cristo es luz para el hombre y la mujer de hoy. Cristo abre horizontes siempre. Él nos dice que nuestro destino no es la tumba: Si Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos, como dice S. Pablo (1 Cor 6, 14) y ello fundamenta nuestra esperanza, la esperanza que no defrauda.
La caridad de Cristo nos apremia a dar testimonio del Resucitado, Vida para el mundo, ante una cultura de la muerte que se extiende como una macha de aceite y se alienta desde leyes contrarias a la dignidad de toda vida humana desde su misma concepción hasta la muerte natural. Demos testimonio de la Resurrección de Cristo promoviendo la dignidad de toda vida humana, también la de los enfermos incurables, que no incuidables. Mostrémosles con nuestro cuidado que Dios los ama.
“Paz a vosotros”. Este es el saludo pascual de Cristo resucitado a sus discípulos. Este es también mi saludo en esta Pascua ¡Que la Paz de Cristo resucitado reine en todos los corazones! Seamos testigos y constructores de paz y de reconciliación. La paz pascual nace de un corazón nuevo y renovado, reconciliado y reconciliador, resucitado y resucitador.
La Pascua nos llama a ser promotores de la Vida y de la Paz, del Amor y de la Esperanza. ¡Feliz Pascua a todos! ¡Cristo nuestra Pascua ha resucitado¡ ¡Aleluya!
+ Casimiro Lopez Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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