Acoger la vida humana, signo de esperanza
Queridos diocesanos:
El día 25 de marzo celebramos la fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María por obra del Espíritu Santo. Gracias al sí incondicional de María al amor de Dios hacia ella, Jesús, el Hijo de Dios, comenzó su vida humana. El sí de María para ser madre del Hijo de Dios fue un sí gozoso y agradecido: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”, cantará en el Magníficat.
“El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”, nos dice el Concilio Vaticano II (GS 22), mostrándonos así el bien incomparable de toda vida humana. Ya por la sola razón cualquier hombre o mujer, creyente o no creyente, abierto a la verdad y el bien, puede reconocer el valor de toda vida humana. Si además lo miramos desde la fe, la encarnación del Hijo de Dios nos revela no sólo el amor infinito de Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada vida humana. Jesucristo nos revela, en efecto, el misterio del hombre y de la mujer: todo ser humano es creado por amor, para amar y ser amado; todo ser humano es llamado a la vida por Dios por amor y está destinado a la Vida plena y eterna en el amor y la gloria de Dios. La Iglesia ha de anunciar siempre y en todo lugar esta Buena Noticia, el Evangelio del amor y de la vida.
Por ello, el 25 de marzo celebramos la Jornada por la Vida. Los creyentes en Cristo estamos llamados a acoger, cuidar, defender y promover el don precioso de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, siempre e independientemente de cualquier circunstancia o condición. Es una jornada dedicada a orar para que toda vida humana sea acogida, protegida y respetada por todos; es una jornada para tomar conciencia del valor de toda vida humana e invitar a todos a acoger y cuidar cada vida humana en todas las fases de su existencia: desde su concepción hasta su muerte natural.
En el presente Año jubilar de la Esperanza, el papa Francisco nos exhorta a fijar nuestra mirada en Cristo, nuestra Esperanza, de modo que se reavive en nosotros la esperanza, que no defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor de Dios, mostrado en Cristo. A la vez nos exhorta a poner signos de esperanza en un mundo en el que muchas personas miran el futuro con escepticismo y pesimismo, con falta de esperanza.
Con el papa Francisco hemos de constatar con tristeza que esta falta de esperanza ante el futuro se refleja, entre otras cosas, en la pérdida del deseo de transmitir la vida. En muchos países occidentales, entre ellos España, estamos sufriendo un descenso de la natalidad tan grande y grave que se habla de “invierno demográfico”. Son muchas las posibles causas de este fenómeno. El Papa, en la bula de convocación del Jubileo, señala que este descenso puede producirse “a causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones”. A la muy baja natalidad se une que con la aprobación de la ley del aborto en España desde 1985 hasta 2023 se practicaron más de 2,5 millones de abortos voluntarios; solo en 2023 se registraron 103.097 abortos.
Ante esta triste realidad es una luz y un signo de esperanza el matrimonio cristiano y los hombres y mujeres que siguen creyendo en el amor esperanzado, que sobrepasa el deseo y la comodidad inmediata, que están abiertos a la vida y donde los hijos son una esperanza para el futuro. Como nos recuerdan los Obispos españoles en el Mensaje para esta Jornada “el amor conyugal entre un hombre y una mujer constituye la expresión plena de la vocación al amor según el plan de Dios, quien creó al ser humano a su imagen y semejanza para vivir en comunión y entregarse mutuamente. Este amor es verdadero y auténtico cuando está abierto al don de la vida, reconociendo en cada hijo una bendición divina y un signo concreto de esperanza para la humanidad”.
Esta Jornada nos llama a todos los cristianos y personas de buena voluntad a implicarnos por crear una cultura de la vida en la que toda vida humana sea acogida y cuidada con amor, gratitud y alegría. Trabajemos para que se valore la maternidad, como el gran don de Dios a la mujer, que la dignifica, y como un servicio impagable e impagado a la sociedad. Ofrezcamos los medios que eviten que cualquier mujer embarazada vea en el aborto la solución rápida a sus problemas y sus angustias.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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