Adviento: tiempo para la esperanza
Queridos Diocesanos:
Este domingo comienza el Adviento. En este tiempo, la liturgia nos asegura que Dios “viene”. Adviento no sólo mira al pasado, recordando la primera venida de Dios en la historia que celebramos en la Navidad; y no sólo mira al futuro, cuando Jesús venga como Juez al final de la historia. Adviento nos recuerda ante todo que Dios “viene”. Ya al comienzo de este tiempo rezamos: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, Dios viene, nuestro Salvador”. Se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento Dios viene: Cristo vive porque ha resucitado, Jesús es el Enmanuel, Dios-con-nosotros.
En Jesús, Dios mismo viene a estar y quedarse con nosotros en todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos separan; viene a reconciliarnos con Dios y entre nosotros; viene a salvar y sanar. Viene a la historia de la humanidad, llama a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz.
Por eso el Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza, en el que se nos invita a los creyentes en Cristo a permanecer en una espera vigilante y activa, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor. Ojalá que este tiempo llene nuestro corazón de paz y de esperanza. La esperanza a que me refiero, “es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (Catecismo, n. 1817). Esta esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre y mujer; asume las esperanzas que inspiran nuestras actividades humanas; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; nos protege del desaliento y nos sostiene en todo desfallecimiento; dilata nuestro corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad (cf. Catecismo, n. 1818).
El Adviento nos invita a los cristianos a tomar conciencia de esta verdad y a actuar en consecuencia. Despierta, nos dice; recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. Nuestro Dios, “el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob”, el Dios de nuestro Señor Jesucristo no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios que viene. Es un Padre que nos ama y que nunca deja de pensar en nosotros y que, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros; quiere vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad: Dios viene a salvarnos.
En este tiempo de pandemia, el Papa Francisco nos habla una y otra vez de la esperanza; y nos insta a mirar con nuevos ojos nuestra existencia, especialmente ahora que estamos pasando por una dura prueba, y a mirarla con los ojos de Jesús, “el autor de la esperanza”, para que nos ayude a superar estos momentos difíciles, con la certeza de que las tinieblas se convertirán en luz. La esperanza es la luz que supera la oscuridad. “La esperanza -afirma el Papa Francisco- hace que uno entre en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. La virtud de la esperanza es hermosa; nos da fuerza para caminar en la vida” (Audiencia General, 28.12.2018). Y en este momento tan dramático por los contagios de la Covd-19, Francisco habla de otro contagio: es el contagio de la esperanza: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. No se trata de una fórmula mágica que haga desaparecer los problemas. Es la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no ‘evita’ el sufrimiento y la muerte, sino que los atraviesa transformando el mal en bien: la marca exclusiva del poder de Dios. La Resurrección de Jesús pone en nuestros corazones la certeza de que Dios sabe convertir todo en bien, porque incluso de la tumba saca la vida. Esta esperanza nueva nos impulsa también a cuidar de toda vida humana y de la creación, dones de Dios, y a implicarnos todos y cada uno en la superación de la crisis sanitaria, económica y social que atravesamos.
Que el Adviento nos ayude a comprender que si falta Dios, falla la esperanza, y todo pierde sentido. Como María, acojamos a Dios que viene a nuestra vida.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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