Construir el futuro con los migrantes y los refugiados
Queridos diocesanos
Este domingo, 25 de septiembre, celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Esta Jornada nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el creciente fenómeno de la migración en general y entre nosotros, de orar para que los corazones se abran a la acogida humana y cristiana de migrantes y refugiados y de trabajar para que crezcan en el mundo la justicia y la caridad, columnas para la construcción de una paz auténtica y duradera.
Este día nos invita a revisar nuestras actitudes y nuestros comportamientos ante los emigrantes y refugiados y sus familias para ser fieles al Evangelio. Como creyentes no podemos ser indiferentes ante tantas personas y familias, que con fe y esperanza buscan un futuro mejor entre nosotros, ni ante el trato no acorde a su dignidad de que son objeto con frecuencia. Toda persona tiene derecho a emigrar; es un derecho humano fundamental, que faculta a cada uno a establecerse donde considere más oportuno para una mejor realización de sus capacidades, aspiraciones y proyectos (cf. GS 65).
La mayoría de los emigrantes hacen uso de este derecho sea obligados por la necesidad de buscar oportunidades que no encuentran en su país de origen, sea a causa de las guerras como lo estamos viviendo con la injusta invasión de Ucrania sea por otras causas políticas. Si es cierto que cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias del bien común, esto ha de hacerlo siempre garantizando el respeto de la dignidad de toda persona humana.
La Jornada de este año lleva por lema: “Construir el futuro con los migrantes y los refugiados”. El papa Francisco nos recuerda en su mensaje que se trata de la construcción entre todos del “Reino de Dios inaugurado por Jesucristo, que encontrará su plena realización cuando Él vuelva en su gloria. Su Reino aún no se ha cumplido, pero ya está presente en aquellos que han acogido la salvación”. El Reino de Dios es un reino de santidad y de gracia, de verdad y de justicia, de amor y de paz. Una mirada a la realidad de nuestro mundo y a los dramas de la historia nos recuerda que el Reino de Dios está aún muy lejos de su plena realización. Pero no por eso hemos de desalentarnos. Cristo con su muerte y resurrección ha vencido definitivamente el pecado, el mal y la muerte. Él nos llama a convertirnos a los valores del Reino y a renovar nuestro compromiso para la construcción de un futuro más acorde con el plan de Dios.
De este proyecto de Dios nadie puede ser excluido, tampoco los migrantes y los refugiados. Sin ellos no sería el Reino que Dios quiere. Los cristianos hemos de tener siempre presentes las palabras de Jesús: “Venid benditos de mi Padre porque… fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); en ellas, Jesús se identifica con la persona del emigrante y refugiado, nos llama a su acogida, como si de Él mismo se tratara.
Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa también reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación del futuro. La presencia de los migrantes y refugiados es una ocasión de crecimiento cultural y espiritual para todos. “Gracias a ellos –destaca el Santo Padre- tenemos la oportunidad de conocer mejor el mundo y la belleza de su diversidad. Podemos madurar en humanidad y construir juntos un ‘nosotros’ más grande”. Su trabajo, su capacidad de sacrificio, su juventud y su entusiasmo enriquecen a las comunidades que los acogen. Pero esta aportación podría ser mucho mayor si se valorara y se apoyara mediante programas específicos. Se trata de un enorme potencial, pronto a manifestarse, si se le ofrece la oportunidad.
Es necesario que fomentemos la cultura de la acogida cordial, del encuentro real y del dialogo sincero. Queda mucho por hacer. Por ello, os invito a fortalecer nuestro compromiso cristiano. Nuestra Iglesia diocesana vive y obra inserta en nuestra sociedad y es solidaria con sus aspiraciones y sus problemas; por ello se sabe especialmente llamada a convertir nuestra sociedad en un espacio acogedor en el que se reconozca la dignidad de los emigrantes y refugiados y su aportación a una sociedad más justa, fraterna y solidaria.
Aprendamos a respetarlos y valorarlos en su diferencia, a acogerlos fraternalmente, a ayudarles en sus necesidades y a facilitarles la integración armónica en nuestra sociedad para construir juntos el futuro más acorde con el plan de Dios. Los migrantes y refugiados católicos son además una riqueza y un aire fresco para nuestra Iglesia y sus comunidades.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón