XXV Aniversario de la Consagración y dedicación de la Concatedral de Santa María de la Asunción de Castellón de la Plana (1999 – 2024)
En 2024 celebramos la efeméride aludida en el título, que constituyó para la Iglesia Mayor de la capital de La Plana el esperado inicio de una nueva etapa que quiere mirar al futuro con esperanza. La hoy Concatedral de Castellón inició su andadura en 1939 sobre los cimientos del notable templo del siglo XV derribado tres años antes. Podría pensarse así que su historia es reciente, pero nos daremos cuenta de que no lo es tanto cuando descubramos que comenzó con la primera de las tres iglesias preexistentes en su mismo solar —la segunda inconclusa— cuyo origen hay que buscar en la misma fundación de la villa a mediados del siglo XIII. Sin embargo, Santa María no tiene la suerte de otros monumentos que, por estar situados en lugares más importantes o por haber gozado del mecenazgo de personajes destacados, se distinguen por la magnificencia de su arquitectura y la belleza de las obras de arte que contienen, pues, muy al contrario, debió superar los muchos obstáculos que a lo largo del tiempo han ido modelando su singular identidad.
La más antigua referencia a una iglesia en Castellón aparece en 1289, tan sólo treinta y ocho años tras su fundación, con motivo de la reunión que las autoridades locales y el pueblo hicieron en ella para jurar vasallaje al Monasterio de Poblet, por aquel entonces señor de la villa. Este pequeño templo, de los llamados “de reconquista” y ya bajo la advocación de Santa María de la Asunción, se hallaba más o menos en el lugar donde hoy se encuentra la Concatedral. Orientado de norte a sur, fue construido con mampostería y probablemente constaba de cabecera plana, tres o cuatro tramos separados por arcos diafragmáticos y tejado de madera a dos aguas. Quizá tuviese también una sencilla portada románica. Hacia 1337 —menos de un siglo después de su construcción— el modesto edificio que hemos descrito sufre la primera de la larga lista de desgracias que distinguirán la historia de Santa María, pues un incendio, al parecer causado por una negligencia del párroco, acabó reduciéndolo a cenizas. La noticia llegó hasta Aviñón —residencia de los papas de la época—, desde donde Benedicto XII condenó al descuidado presbítero a que, descontando sólo lo necesario para su subsistencia, pagase de su propio pecunio la reconstrucción de la iglesia. También mandó que se usaran limosnas y recaudaciones de la villa con el mismo propósito. De este modo, se decidió levantar un nuevo templo sobre el solar del anterior, también de pequeñas proporciones y similar al destruido, aunque con una espadaña con tres campanas y una portada gótica. Ésta, orientada hacia el sur, fue labrada en 1382 por Guillem Coll a quien se le pagaron por su trabajo veinte florines de oro.
La erección de este segundo edificio, comenzado en 1341, llevaba un ritmo tan lento que en 1403 —sesenta y dos años después— se propuso abandonar el aún inacabado proyecto para levantar en su lugar una tercera iglesia más grande y mejor construida. El motivo del retraso estuvo en los efectos de un terremoto que en 1373 derribó parte de los muros en ejecución y también en los de un segundo seísmo, en 1396, que causó nuevos destrozos. A ello se sumó que los vecinos, afectados igualmente por tales circunstancias, se llevaran materiales destinados al templo para reparar sus propias casas, a pesar de las medidas disuasorias que implantó el Consell Municipal para evitarlo.
Por aquella época, en 1378, se inició el Cisma de Occidente, uno de cuyos principales protagonistas tuvo que ver con la historia de la iglesia que nos ocupa. En efecto, Benedicto XIII —el famoso Papa Luna, que en 1411 se instalará en Peñíscola y cuatro años después visitará Castellón—, decide, mediante bula fechada en Aviñón en 1397, que Santa María pase a depender de la Cartuja de Valldecrist, monasterio cercano a la localidad de Altura también en construcción por entonces, que llegó a alcanzar gran importancia. Tal decisión fue vivamente protestada por los jurados y el vecindario de la villa al entender que las rentas generadas por su templo no se invertirían en él, mermando así sus posibilidades de engrandecimiento, sino en la mencionada Cartuja, la cual quizá no lo necesitara tanto al disponer ya de cuantiosos bienes. Sea como fuere, lo ocurrido originó numerosos conflictos, incluso con la intervención de varios papas, que no lograron cambiar las cosas. De hecho, desde 1529 la iglesia pasó a estar regida por el abad del monasterio, quien ejercía su función mediante un vicario que vivía en la cercana y hoy reconstruida Casa Abadía —en referencia al citado abad—, sobre cuya pétrea portada se colocó el blasón de la Cartuja que todavía podemos ver. Esta complicada situación no terminó hasta 1835 —más de cuatro siglos después— con la supresión de las órdenes religiosas, lo que supuso para Santa María liberarse de aquella dependencia.
Entretanto, el tercer templo que hubo en el solar de la Concatedral empezó a edificarse en 1410. Se utilizaron materiales de mejor calidad y se cambió la orientación a este-oeste para dotarlo de mayores proporciones aprovechando el espacio que ofrecían las plazuelas colindantes. Esto propició que a medida que avanzaba la construcción se fuesen derribando algunas partes de la iglesia anterior que estaban en uso —cuyas piedras se utilizaron en 1437 para levantar el primer cuerpo de la cercana Torre Campanario—, mientras que otras se conservaron, como fue el caso de la portada de 1382 que de esa forma pasó de ser la principal del templo inconcluso a la lateral sur del tercero. La nueva iglesia se inició por el ábside y fue realizada por Johan Poyo y, sobre todo, por el maestro de obras Miguel García, segorbino que también había trabajado en la Cartuja de Valldecrist. Era un edificio gótico, de una sola nave, con seis capillas a cada lado entre los contrafuertes, y ábside poligonal. En 1420 se concluye la portada norte o de la Plaza de la Hierba —la más interesante— y en 1435 la oeste o principal. Al año siguiente se termina la fachada que contiene esta última portada pero sólo hasta la altura de la nave, ya que su remate se acabó mucho después y en estilo renacentista. Terminadas las obras, quizá aún sin el remate citado, en 1549 Francesc Roures, obispo de la diócesis de Tortosa a la que pertenecía Castellón, celebró la solemne consagración. Se depositaron bajo el Altar reliquias de san Ginés y san Nicasio.
Este templo, Iglesia Mayor de Castellón durante siglos, también fue decorado con destacadas obras de arte salidas de los talleres de algunos de los más reputados artistas de cada época. Probablemente, una de las principales fue el magnífico retablo que en 1495 realizó Paolo de San Leocadio para el Altar Mayor. No en vano, el historiador Rafael Martí de Viciana dijo de él en el siglo XVI que era el mayor del Reino, y en el Museo del Prado se indica que medía quince metros de alto, en referencia a “La Oración en el Huerto”, óleo sobre tabla hoy expuesto allí y que perteneció a aquel retablo. Señalar igualmente la gran cruz procesional renacentista, debida a los orfebres valencianos Francesc Eva y Geroni Camanyes, considerada como la mejor de toda la Comunidad Valenciana de las realizadas en el siglo XVI y que todavía conserva la Concatedral.
La primera reforma importante que se llevó a cabo en el templo que estamos comentando fue la modificación del ábside en 1616 para añadirle la que fue Capilla de la Comunión hasta que en 1670 se edificó otra a los pies de la iglesia, más apropiada para ello, y pasó a hacer las funciones propias del Coro. Esta segunda capilla, de mayor tamaño, era cuadrada por fuera pero de planta de cruz griega por dentro, y estaba cubierta por una cúpula de media naranja con linterna. Además del acceso desde la nave del templo tenía también una portada lateral orientada al este. Mientras tanto, en 1645 se cambió la ornamentación interior del resto del edificio para adecuarla al entonces imperante gusto barroco, redondeando arcos con yeso, añadiendo columnas salomónicas, angelotes, etc., de modo que su primitiva apariencia gótica quedó oculta.
Salvo la cripta construida bajo el presbiterio en la segunda mitad del siglo XVII, que en 1800 se eliminó por los problemas derivados de los enterramientos que en ella se hicieron, Santa María no fue objeto de obras significativas hasta dos centurias después. Así, en 1869, el preclaro arcipreste Juan Cardona Vives acometió una serie de reformas a cargo de su patrimonio personal —utilizado también para levantar otros importantes edificios de la ciudad—, entre las que destacan la modificación del ábside, el cambio del pavimento, la ampliación del Coro y la apertura de huecos en los muros de las capillas para facilitar el paso entre ellas, que fueron dirigidas por los arquitectos Manuel Montesinos y Vicente Martí. De todas estas actuaciones la más notable fue la repristinación que recuperó las formas góticas originales al retirar la decoración barroca añadida tiempo atrás. Dos décadas más tarde, Godofredo Ros de Ursinos adornará la portada principal con un atrio neogótico de piedra con reja de hierro. Todo ello mejoró las condiciones del templo, que en 1894 fue elevado al rango de Arciprestal.
Llegamos así al siglo XX, a principios del cual —en 1906—, y como un presagio de lo que se avecinaba, un vendaval arrancó la cruz-veleta que remataba la cúpula de la pequeña torre situada en lo más alto de la fachada principal. Treinta años después, otro vendaval, esta vez mucho más violento, arrancó igualmente la antigua Iglesia de Santa María del solar en el que estuvo durante cinco siglos. A los seis días de iniciarse la Guerra Civil un incendio provocado, del que sólo se salvaron unas cuantas de las muchas y valiosas obras de arte que atesoraba el templo, dio inicio al peor desastre sufrido por esta iglesia que acabó reducida a escombros, a pesar de haber sido declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1931, al llevarse a efecto una desafortunada decisión del Ayuntamiento. De este despropósito sólo se recuperarán las tres portadas góticas y algunos pocos elementos más de lo que constituyó el logro artístico más importante, admirado y representativo que tuvo Castellón.
Así las cosas, a partir de 1938 empezaron las gestiones para reconstruir el templo derribado, gracias a otro insigne arcipreste como fue Joaquín Balaguer Martinavarro, cuyo entusiasmo por la Iglesia de Santa María —en la que está enterrado— fue el auténtico motor de su recuperación. La oportunidad de levantar un edificio prácticamente de nueva planta impulsó la idea de hacerlo de mayores dimensiones para darle la prestancia y la capacidad que serían necesarias si algún día se alcanzaba la vieja aspiración de que el templo llegara a ser Catedral —cosa solicitada varias veces desde 1600 sin éxito—. Para ello se buscaron distintos emplazamientos que permitiesen esa ampliación, pero por razones históricas se acabó edificando sobre el solar en el que estuvo la antigua iglesia aunque modificando un poco la dirección del eje de la misma para poder ocupar más espacio, lo que, en menor medida y sin pretenderlo, reprodujo lo ocurrido cuando se erigió el templo anterior.
La construcción de la iglesia que vemos hoy, cuya ejecución fue obra de Vicente Traver Tomás —autor del proyecto inicial—, continuada por su hijo Vicente Traver González-Espresati y luego por su nieto Juan Ignacio Traver de Juan, comenzó en 1939, como ya dijimos, por el muro recayente a la plaza de la Hierba al que se incorporó, reconstruida, la portada de 1420. Este muro, para mantener la fisonomía de la citada plaza, es lo único del templo actual que coincide en su ubicación con la de su homólogo en el anterior, porque el resto del edificio se desplazó para ganar sitio, como hemos indicado. Sólo cambia que la portada se halla ahora sobre unos escalones que antes no tenía. Se continuó la edificación por la calle Colón para completar el exterior de la Capilla de los Santos Patronos, de modo que ésta, la hoy Capilla de la Carroza del Corpus y el espacio entre ambas, se convirtieron en el año 1943 en la parte de la iglesia que primero se terminó. Lo dicho supuso que esa zona asumiese el culto hasta 1950, cuando entró en servicio la mitad del templo desde la fachada principal hasta el crucero. Esta fachada y la de la calle Arcipreste Balaguer se completaron, respectivamente, con las portadas de 1435 y 1382, ambas igualmente reconstruidas y sobre escalones, imitando así de manera aproximada sus ubicaciones originales en la iglesia medieval a la que pertenecieron.
Aunque parecía que las cosas estaba yendo como debían ir, lo cierto es que Santa María, al igual que había pasado en varias ocasiones con el templo anterior, también fue objeto de algunos contratiempos. Así, en el año 1947, el obispo de Tortosa —diócesis de la que todavía formaba parte Castellón— dispuso que la mitad de lo recaudado para la reconstrucción, que se estaba financiando por suscripción popular, se destinara al nuevo Seminario Diocesano ubicado en aquella ciudad. Esto enfrió los ánimos de la gente al ver que parte del dinero donado no se empleaba en esa reconstrucción, lo que originó paralizaciones de las obras y que con el tiempo el proyecto inicial, mucho más ambicioso, tuviera que dejar paso a otro más funcional pero de menor prestancia.
En 1953 la recuperación del atrio frente a la portada principal, con la reja de hierro procedente del anterior, dio paso a una etapa sin actuaciones importantes como consecuencia de la referida decisión de aquel obispo. Pero el hecho de que en 1960 la Iglesia de Santa María obtuviese la dignidad catedralicia al crearse la Diócesis de Segorbe-Castellón por parte del papa san Juan XXIII dio un pequeño impulso a las obras, lo que se tradujo en el inicio de la Capilla de la Comunión tres años más tarde. Sin embargo, debido a los problemas económicos que se arrastraban, esta capilla no se finalizó hasta 1968, tras lo cual se entró en otro periodo de poca actividad sólo interrumpido por la construcción de las dependencias parroquiales, cuyos dos edificios —anexos— se acabaron en 1979 y 1984, respectivamente. Así, hemos de llegar al año 1988 para que, con el 75 Aniversario de la Coronación de la Virgen del Lledó en el horizonte, se retomen los trabajos que llevarán a la finalización de la Concatedral, en los que colaboraron diversas instituciones como el Ayuntamiento, la Diputación, la Generalitat y el propio Obispado. En 1994 se concluye el exterior del templo y dos años después empiezan los trabajos en su interior, desde el crucero hasta el ábside, que acabarán en 1998. Al año siguiente, con la construcción de una cripta bajo el citado crucero, la iglesia quedó lista para su inauguración, a falta del claustro y el resto de dependencias que se harán realidad en 2008. De este modo, la nueva Concatedral constaba de tres naves, capillas laterales —entre las que destacan la de la Comunión y la de los Santos Patronos—, crucero, cimborrio, ábside poligonal y cripta. Los detalles de su arquitectura, sin reproducirla de manera exacta, se basan en el derribado templo del siglo XV, especialmente en la disposición de su fachada principal que reproduce la anterior con ligeras modificaciones.
Así pues, el día 4 de mayo de 1999 se celebró la ceremonia de Consagración y Dedicación de la Concatedral de Santa María, que se hizo coincidir con los actos del 75 Aniversario de la Coronación de la Virgen del Lledó, patrona de la ciudad, con lo que la nueva etapa de la Iglesia Mayor de Castellón comenzó en el marco de unos festejos de honda significación para la ciudad. Ese día la Concatedral brilló con luz propia envuelta en la solemnidad de las grandes ocasiones. Acudieron cuatro cardenales, veinte obispos, doscientos sacerdotes, numerosas autoridades, tanto de la Generalitat como provinciales y locales, y unos dos mil fieles de toda la diócesis que llenaron las espaciosas naves de la iglesia. En la contigua Plaza Mayor una pantalla gigante permitió ver lo que acontecía en el interior del templo, gracias a la retransmisión televisiva que ofreció Canal 9 para toda la Comunidad Valenciana. Actuaron la Coral y Orquesta de la Generalitat Valenciana y la Coral “Vicent Ripollés”.
La celebración fue oficiada por el cardenal Darío Castrillón Hoyos, Legado Pontificio Ad Casum, quien definió la Iglesia de Santa María como una Catedral mártir, señalando que murió por decreto, por ser símbolo de la fidelidad de la fe de Castellón a Cristo. Posteriormente, se enterraron bajo el Altar Mayor reliquias de san Pascual Baylón, patrono de la diócesis, san Vicente Ferrer, patrono de la Comunidad Valenciana, san Blas, segundo patrono de la ciudad, san Enrique de Ossó y santa María Rosa Molás. Y se hizo lo mismo con las de los beatos Manuel Domingo y Sol, Recaredo Centelles y Genoveva Torres, nacida en Almenara y desde 2003 primera santa de nuestra diócesis. Todos ellos, excepto san Blas que vivió en el siglo IV, visitaron el templo anterior o celebraron misa en él. Actualmente, dos grandes lápidas a los pies de ambas naves laterales de la iglesia recuerdan el acontecimiento con el que veinticinco años atrás Castellón culminó felizmente la recuperación de su templo más importante.
Y así, la Concatedral de Santa María pasó a ser la heredera de una historia de más de siete siglos cuyos azares no han impedido que, hoy como ayer, la Iglesia Mayor de Castellón siga ocupando en el corazón de la ciudad el mismo suelo sagrado que desde la ya lejana fundación de la villa fue siempre su lugar.