Domingo de Pascua de Resurrección
Segorbe, S.I. Catedral-Basílica, 8 de abril de 2012
(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)
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“¡Cristo, nuestra Pascua, ha resucitado! Aleluya”. Es la Pascua, hermanos y hermanas, amados todos en el Señor. Hoy es “el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Por eso cantamos con toda la Iglesia el aleluya pascual. ¡Cristo ha resucitado!: es un milagro patente. Hoy es el día en que con mayor verdad podemos entonar cantos de victoria. Hoy es el día en que el Señor nos llamó a salir de las tinieblas de la muerte y a entrar en su luz maravillosa. El mismo Cristo Resucitado, vencedor de la muerte, nos invita a la acción de gracias y a la alabanza.
Sí, hermanos: Dios Padre ha librado de la muerte a su Hijo Jesucristo resucitándolo de entre los muertos a una vida gloriosa. En Cristo resucitado se alumbra la Vida de Dios para toda la humanidad. El cuerpo de Cristo Jesús no retorna a la forma de existencia anterior, sino que su cuerpo pasa a la Vida inmortal y gloriosa de Dios y la alumbra para nuestra humanidad; no es, pues, una vuelta a nuestra vida finita y limitada, que se alarga indefinidamente; es el paso -la Pascua- a la Vida de Dios absolutamente poseída. Y no sólo para sí, sino para todos los que creen en Él. Porque la resurrección de Cristo cambia la historia, es el centro mismo de la historia: en Cristo resucitado queda restaurada toda la creación, toda la humanidad y la misma historia. Cuantos la acogen participan de su gloria, una vez restaurada con toda nitidez la imagen primera.
¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran verdad de nuestra fe cristiana, es la Buena Noticia por antonomasia. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente, triunfando sobre el poder del pecado y de la muerte. Ante quienes niegan la resurrección de Cristo o la ponen en duda hay que afirmar con alegría y con fuerza que la resurrección de Cristo es un acontecimiento histórico y real que sucede una sola vez y una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre.
La resurrección de Jesús no es fruto de una especulación o de una experiencia mística, ni una historia piadosa o un mito. María Magdalena encuentra el sepulcro vacío y piensa que han trasladado a otro lugar el cuerpo inerte de Jesús. Los discípulos de Jesús, salvo el discípulo amado, tuvieron que encontrarse con el Resucitado para creer.
La resurrección del Señor es un acontecimiento real e histórico; sobrepasa ciertamente la historia, pero sucede en un momento preciso de nuestra historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien. La resurrección de Jesucristo es obra de Dios todopoderoso, es la manifestación suprema de su amor misericordioso; es su respuesta definitiva a la entrega amorosa del Hijo. En la resurrección de Jesús se revela con infinita claridad el verdadero rostro de Dios, toda su sabiduría y bondad, todo su poder y toda su fidelidad.
¡Cristo ha resucitado! Esta Buena noticia procede de lo alto, procede de Dios. Y hoy resuena en medio de nosotros con nueva fuerza. Nos invita a creer en Dios, Amor y Vida, y nos invita a creer a Dios, a fiarnos de su Palabra, que nos llega en la cadena ininterrumpida de la tradición de los apóstoles y de los creyentes, en la tradición viva de la fe de la Iglesia; esta día nos exhorta a aceptar esta Palabra de Dios con fe personal y a confesar que Jesús de Nazaret, el hijo de Santa María Virgen, muerto y sepultado, ha resucitado de entre los muertos. Avivemos nuestra fe. Porque solo si creemos que Cristo ha resucitado, nuestra alegría pascual será verdadera y completa.
Los cristianos, por nuestro Bautismo, participamos ya del Misterio Pascual de la muerte y resurrección del Señor. “Ya habéis resucitado con Cristo” (Col 3, l), nos recuerda San Pablo en su carta a los fieles de Colosas. No dice que vayamos a resucitar al final de los tiempos. Pablo hace hincapié en que ya ahora hemos resucitado con Cristo. Porque en nuestro bautismo hemos sido sumergidos en las aguas y hemos salido de ellas renacidos a la Vida nueva del resucitado: el ser sumergidos es símbolo de la muerte del hombre viejo, del hombre terreno, al estilo de Adán, y el salir de las aguas es el símbolo del renacimiento a la vida del hombre nuevo (cfr. Rom 6, 3-4).
Ser bautizados significa pasar con Cristo de la muerte a la Vida nueva del Resucitado. Por el bautismo renacimos un día a la nueva Vida de los Hijos de Dios: fuimos lavados de todo vínculo de pecado, signo y causa de muerte y de alejamiento de Dios. Dios Padre nos ha acogido amorosamente como a su Hijo y nos ha hecho partícipes de la nueva Vida resucitada de Jesús. Así hemos quedado vitalmente y para siempre unidos al Padre Dios en su Hijo Jesús por el don del Espíritu Santo, y, a la vez, unidos a la familia de Dios. Los bautizados en Cristo hemos quedado unidos a Cristo, y, por ello, debemos vivir las realidades de arriba (Col 3, l), donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.
Para el cristiano, la vida no puede ser un deambular por este mundo con la única preocupación de adquirir calidad de vida terrena o el bienestar material; el cristiano ha de plantear y vivir su existencia desde la resurrección del Señor, con los criterios propios de la vida futura. Somos ciudadanos del cielo (Ef 2, 6; Flp 3, 20; cf. Col 1, 5; Lc 10, 20; 2 Pe 3, 13), y caminamos hacia el cielo, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre (cf Ef 1, 20; Heb 1,3). De ahí que hayamos de plantear nuestra vida de modo que alcancemos aquella situación de dicha.
Por todo ello: Es verdadero cristiano quien cree personalmente en la resurrección del Señor y se deja transformar por ella para pasar a ser un hombre nuevo. Porque por el bautismo toda nuestra persona y nuestra existencia queda afectada y comprometida. Nuestro bautismo exige la respuesta total de nuestra persona, que implica fe y conversión, es decir, un cambio radical en la forma de pensar, de sentir y de actuar: nuestro bautismo implica seguir a Jesucristo, a su persona y sus caminos, y dejar los caminos de un mundo cada vez más alejado de Dios.
Confesar y celebrar la Resurrección exige vivir como Jesús vivió, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10,38). Confesar y celebrar la resurrección pide vivir como Jesús nos enseñó a vivir. “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”(Jn 15,12). Por eso Pablo nos exhorta: “Ya que habéis resucitado con Cristo (por el Bautismo,… aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2). De la fe en la resurrección del Señor surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para él.
Sólo así el bautizado se convierte en verdadero creyente y testigo de la resurrección. La fe en la resurrección iluminará y transformará su vida, como a los Doce y a Pablo. La fe en la resurrección le hará su testigo para proclamar con audacia, con firmeza y con perseverancia la Buena Noticia de la resurrección. Nada ni nadie podrán impedir al verdadero creyente el anuncio de la resurrección de Cristo, Vida para el mundo, pues a todos está destinado. Nada ni nadie lo podrán impedir: ni las amenazas o castigos de las autoridades, ni la increencia o la indiferencia ambiental, ni la incomprensión de muchos ni la vergüenza de muchos bautizados de confesarse cristianos. Es preciso dar testimonio a todos de la fe que ha llegado a nosotros desde los Apóstoles. No tengamos miedo, no nos avergoncemos de ser cristianos. Cristo ha resucitado y ha sido constituido Señor de la vida: todos estamos llamados a resucitar.
“¡Resucitó Cristo, nuestra esperanza!”. Pascua es el triunfo de la Vida sobre la muerte, del amor misericordioso sobre el pecado, de la paz y del perdón sobre el odio. Cristo es luz para el mundo. Cristo resucitado es la luz: así lo simboliza este cirio pascual, entronizado solemnemente en medio de nosotros en la Vigilia Pascual en la pasada noche. Cristo es la luz para todo hombre (cfr Jn 1,9; 3, 19). Cristo abre horizontes de eternidad al ser humano. Porque Cristo Jesús ha resucitado sabemos que nuestro destino no es la tumba: Si Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos, nos recuerda S. Pablo (1 Cor 6, 14; 2 Cor 4, 14; cf Rom 8,11) y ello fundamenta nuestra esperanza, de modo que vivamos con el gozo del Espíritu.
Quien vive “en el mundo”, debe orientar hacia Dios las realidades terrenas, con alegría y esperanza. Nadie puede considerarse ‘resucitado con Cristo’, si vive para sí mismo (cfr. Rom 14, 7). La caridad de Cristo nos apremia a los bautizados a dar testimonio del Resucitado, Vida para el mundo, ante una cultura de la muerte que se extiende como una macha de aceite en nuestra sociedad. Demos testimonio alegre y esperanzado de la dignidad sagrada de toda persona desde su concepción hasta su muerte natural. Demos testimonio de una vida honesta y sin doblez. A lo largo de dos mil años, los santos han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua. Vivamos también hoy los cristianos con alegría y fidelidad el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora en todas partes. Será el mejor testimonio de nuestra fe en la resurrección de Cristo; será también nuestra mejor contribución a la regeneración profunda que necesita nuestra sociedad, que ha de basarse en una conversión espiritual y moral, si se quiere superar la profunda crisis actual.
“Paz a vosotros”. Este es el saludo pascual de Cristo resucitado a sus discípulos. Este es también mi saludo en esta Pascua ¡Que la Paz de Cristo resucitado sea con todos vosotros! ¡Que la paz y la solidaridad de Cristo reinen entre todos los pueblos de nuestra España! Seamos testigos y constructores de paz y de reconciliación en todos nuestros ambientes. Trabajemos unidos para que nuestra nación supere pronto la crisis económica, moral, social, política y espiritual que la atenaza.
La paz del Cristo resucitado no es como la paz de este mundo. La paz que Él nos ofrece es muy distinta a la obtenida por las armas, por el terrorismo, por la opresión, por la destrucción o por la negación sistemática de que es diferente. La paz de Cristo es la paz que Dios nos ofrece en su Hijo: resucitándolo destruyó el odio, el pecado y la muerte. La paz pascual se basa en el perdón y en la reconciliación de Dios para todos en Cristo resucitado: El es la Vida, la Verdad y el Bien de Dios para todos los hombres y para la humanidad entera. La enemistad, las diferencias y el rencor se vencen con la acogida y el respeto al otro, con el diálogo en la verdad, con la justicia y la libertad, con el perdón y el amor. La paz pascual nace de un corazón nuevo y renovado, de un corazón reconciliado y reconciliador, de un corazón resucitado y resucitador.
Vivamos fielmente nuestra fe en la resurrección, dejémonos transformar por ella, caminemos por el mundo dando a los hombres ‘razón de nuestra fe y de nuestra esperanza’. Con nuestra actitud, con nuestras palabras y con nuestro obrar. Así podremos ser mensajeros de la resurrección de Jesucristo, testigos de esperanza y constructores de su Paz.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón