Apertura del curso académico 2011-2012 en el CEU de Castellón
CAMPUS DEL CEU EN CASTELLÓN
Capilla del Centro en Castellón – 25 de octubre de 2011
(Rom 8,18-25; Sal 125; Lc 13,18-21)
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Hermanos y hermanas, amados todos en el Señor:
Al inicio de un curso académico del Campus Universitario del CEU-Cardenal Herrera en Castellón el Señor nos ha convocado para la celebración de la Eucaristía. Aquí está la cima y la fuente de la vida y misión de nuestra Iglesia, de cada uno de los cristianos. También la Eucaristía es el la cima la fuente de vuestro Centro del CEU, que, por su identidad católica, se inserta en la vida y misión misma de la Iglesia. Y ésta no es otra sino anunciar, ofrecer y hacer presente a Jesucristo y su Evangelio en medio de los hombres y de las actividades cotidianas. En la Eucaristía, Él nos ofrece su Palabra, la Palabra de la verdad; por la Eucaristía quedamos unidos y vinculados estrechamente a Jesucristo: Él es Logos de Dios, la Verdad, sin Él poco o nada podemos hacer en la búsqueda de la verdad y en la educación de las personas desde la verdad. En la Eucaristía y por ella, Él mismo Señor nos une a sí mismo; conocerle a Él es conocer la verdad y la vida eterna. Él se une a nosotros, hace de nosotros un solo cuerpo, una comunidad educativa; nos da el alimento y la fuerza necesaria para la misión diaria.
Como creyentes católicos invocamos al Espíritu Santo, Espíritu de sabiduría y de inteligencia. Pedimos que el Espíritu de Dios guíe vuestras mentes y vuestros corazones, de profesores y alumnos, en la búsqueda constante de la verdad; sin la luz de la sabiduría que procede de Dios no podemos hacer nada de lo que a Él le agrada.
La Palabra de Dios, que hemos proclamado, es lámpara que ilumina nuestros pasos a lo largo de todos los días de nuestra vida, también de vuestra actividad académica, investigadora o docente. Esta palabra arroja luz sobre la vida de todos los aquí presentes, especialmente de los profesores católicos de este Centro cuyo curso inauguramos: profesores llamados a anunciar, testimoniar y hacer presente a Jesucristo y el Evangelio como centro vertebrador de la formación integral de los alumnos de ciencias de la salud, de enfermería o de magisterio, según vuestro propio carisma y vuestra singular vocación, fieles al proyecto educativo del CEU.
En la base de vuestro proyecto educativo habéis puesto la promoción de la formación cristiana, humana y profesional de los futuros médicos, enfermeros y maestros. Queréis hacerlo con exigencia intelectual, con excelencia académica y con una visión trascendente del hombre. Como Obispo diocesano no espero ni pido nada ajeno al propio CEU; vosotros mismos os proponéis como los valores más significativos de vuestros centros educativos la educación católica de los jóvenes desde la búsqueda de la verdad, que se basa en la apertura intelectual, humilde y amorosa hacia ella, en el respeto del otro y en la cercanía humana entre vosotros, profesores, y a los alumnos. La concepción integral del hombre, en la cual la libertad se realiza sólo en la verdad, es la dimensión esencial de vuestro proyecto educativo, basado en el rigor, la exigencia y la excelencia académica de toda la comunidad educativa
El quehacer diario de toda la comunidad educativa –de alumnos, profesores y administrativos-, basado en estos principios y valores, será el mejor servicio que vuestro Centro puede prestar a la sociedad actual y a nuestra Iglesia diocesana. No se trata tan sólo de formar buenos y eficaces profesionales, médicos, enfermeros o maestros; se trata ante todo y antes de nada de formar en el ser médicos, enfermeros o maestros, con una visión trascendente de la vida, con una concepción cristiana de la persona, de la propia y de los futuros pacientes o educandos, con una visión de la dignidad sagrada e inviolable de toda persona desde su concepción hasta su muerte natural.
San Pablo, en la lectura de hoy, nos previene ante una visión inmanente y materialista de la vida y de la persona, ante una comprensión de la existencia cerrada a Dios, a su amor y a su vida, ante la falta de esperanza: “Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios… fue con la esperanza de que creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios… Porque en esperanza fuimos salvados” (Rom 8, 19.24)).
Bien sabemos que el problema central de nuestro tiempo es la ausencia y el olvido de Dios, raíz de la falta de verdadera esperanza. El secularismo, el nihilismo y el laicismo ideológico imperantes conducen a la sociedad actual –sobre todo a la europea– a marginar a Dios de la vida humana. Una de sus graves consecuencias es que arrastran a muchos a la ruptura de la armonía entre fe y razón, y a pensar que sólo es racionalmente válido lo material, lo experimentable y mensurable, o lo susceptible de ser construido sólo por el ser humano.
La concepción antropológica que de aquí se deriva es la de un hombre totalmente autónomo, que se convierte en criterio y norma de la verdad, del bien y del mal; se trata de un hombre cerrado a la Dios, a la trascendencia, de un hombre cerrado en su yo y en su inmanencia. Dios es marginado en la búsqueda de la solución de los problemas del hombre.
Pero el silencio de Dios, de su presencia, de su verdad y de su providencia sabia y amorosa abre el camino a una vida humana sin rumbo, sin sentido y sin esperanza, a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses inmediatos, a idolatrías de distinto tipo. La ausencia de Dios en la vida intelectual, cultural y social trae consigo consecuencias inhumanas, como son la pérdida progresiva del respeto a la dignidad de toda persona humana, o la absolutización de la ley política desvincula de la ley natural, de la naturaleza del ser humano, de todo fundamento pre-jurídico.
Cuando se reduce al hombre a su dimensión material e intramundana, cuando se le expolia de su profundidad espiritual, cuando se elimina su referencia a Dios, se inicia la muerte del hombre. Recuperar por el contrario a Dios en nuestra vida lleva a la defensa del hombre, de su dignidad, de su verdadero ser y de sus derechos, y del primer derecho fundamental, el derecho a la vida y de su derecho a una verdadera educación integral
La Universidad es el lugar de búsqueda de la verdad por excelencia. Sin Dios, como “fundamento de la verdad”, sin Cristo, el Logos encarnado, el Camino, la Verdad y la Vida, los valores y las virtudes, la educación y los derechos fundamentales tienden a convertirse en grandes palabras. El reino de Dios, reino de la verdad y de la vida, ha sido ya instaurado por Cristo y camina hacia su consumación plena.
Por eso, pedimos al Señor y oramos al Espíritu de la Verdad que os ilumine y fortalezca a toda la comunidad educativa y a quienes os dedicáis a la ciencia para ser testigos de una conciencia verdadera y recta, para defender y promover el ‘esplendor de la verdad’, en apoyo del don y del misterio de la vida. En una sociedad a veces ruidosa y violenta, con vuestra cualificación cultural, con la enseñanza y con el ejemplo, podéis contribuir a despertar en muchos corazones la voz elocuente y clara de la conciencia.
Como cristianos somos conscientes de que la luz de Cristo debe brillar en el mundo. Vivimos de la certeza de que el cristiano es, al mismo tiempo, ciudadano del cielo y miembro activo de ciudad terrena. Por ello, el cristiano debe vivir la unidad de vida que el Concilio Vaticano II y el Magisterio Pontificio propone para que seamos los testigos convincentes del Evangelio en aquellos campos propios de la vocación seglar en los que el hombre necesita la luz del discernimiento y la fuerza para trasformarlos según el espíritu del Evangelio.
Fieles al espíritu apostólico de vuestro Patrono, San Pablo, estáis llamados a propagar el Evangelio a cada persona en particular y a todos los ambientes de nuestra sociedad en los que se juega el destino de los hombres. Que sólo os mueva la certeza de que el Evangelio es la Verdad que salva al hombre y le lleva a la plenitud de la felicidad. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe- Castellón