Homilía en la Fiesta de San Juan de Ávila
S.I. Concatedral de Sta. María – Castellón de Plana, 10 de Mayo de 2021
(Hech 13, 46-49; Sal 88;1 Cor 9,16-19.22-23; Jn 21,15-17)
Amados hermanos en el Señor! Saludo a mi hermano en el episcopado, Mons. Toni Vadell, Obispo auxiliar de Barcelona, que nos acompaña en esta Jornada sacerdotal.
Queridos sacerdotes que este año celebráis bodas sacerdotales.
A nuestra alegría pascual por la presencia del Señor resucitado se une hoy el gozo por la Fiesta de San Juan Ávila, nuestro patrono, y por las bodas sacerdotales de algunos hermanos de nuestro presbiterio. Con sincero agradecimiento felicitamos de corazón a nuestros queridos sacerdotes, D. Fco. Javier Iturralde, D. Fernando Moreno y D. Rafael Torres en sus bodas de platino, a D. Miguel Alepuz en sus bodas de oro y a D. José Aparici en sus bodas de plata. Nos unimos a su canto de acción de gracias a Dios por el don recibido y a su oración. A ti querido, Pepe, porque es fecha divisoria para parar, orar, y mirar hacia adelante: queda mucho tiempo para seguir siendo sacerdote de Jesucristo, después de vivir en estos años intensos de entrega al Señor y a su grey. Para quienes celebran bodas de platino o de oro, porque el Señor sigue contando con nosotros. También oramos por los neopresbíteros, César Igual, Jon Solozábal y Jesús Chávez. Y para todos es un día para agradecer a Dios su gran merced para cada uno de nosotros por nuestro sacerdocio.
Hoy, la Iglesia en España, pone ante nuestra mirada al Maestro Ávila, santo y doctor de la Iglesia, patrono del clero secular español. Al recordarlo hoy damos gracias a Dios por el regalo de este santo, que vio la luz el día de Epifanía de 1500 en Almodóvar del Campo y murió en Montilla el 10 de mayo de 1559. Ordenado presbítero, quiso embarcarse para evangelizar el Nuevo Mundo, las Indias. Pero el arzobispo de Sevilla lo retuvo en Andalucía, con las palabras: “Ávila, Andalucía son tus Indias”; pues, después de siglos de islamización, estaba necesitada del anuncio del Evangelio. Demos gracias a Dios por la santidad de vida y el celo apostólico de este Apóstol de Andalucía, por sus escritos tan sugerentes y actuales, y por tantos y tantos dones como Dios derramó y sigue derramando a través de él en su Iglesia.
Juan de Ávila es el Patrono del clero secular español. Patrono quiere decir defensor, intercesor, abogado, guía y modelo. Es modelo de sacerdotes. En Juan de Ávila encontramos un inspirador de una vida sacerdotal santa y de un sacerdote con un celo encendido por las almas, como hemos rezado en la oración colecta: “Oh Dios, que hiciste a San Juan de Ávila un maestro ejemplar para tu pueblo por la santidad de su vida y por su celo apostólico, haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de sus ministros”. Santidad de vida y celo apostólico: ambas cosas van juntas. Quizás es la primera gran enseñanza de nuestro Patrono. No es posible una vida santa que no sea a la vez, una vida decididamente apostólica, entregada, disponible; una vida que sea pro-existencia, totalmente orientada a los demás, descentrada, altruista, que tiene su centro puesto en Dios y en el prójimo. Es lo que ayudará a nuestra Iglesia a su santidad, a su renovación y a su conversión pastoral y misionera, a ser una ‘iglesia en salida’ como nos pide el papa Francisco, el congreso nacional de laicos y nuestra sociedad secularizada y cada vez más indiferente ante el Evangelio.
La celebración de nuestro patrono ha de suscitar en nosotros, queridos sacerdotes, el deseo de imitarle. Su recia personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para vivir fieles a la vocación, al don y ministerio que hemos recibido de Dios.
Su vida y sus enseñanzas nos ayudan a los sacerdotes y a todos los miembros del Pueblo de Dios en el fiel cumplimiento de nuestra vocación. Los distintos campos y dimensiones de nuestra pastoral y de nuestra misión se ven iluminados y fortalecidos a la luz de los escritos y vida de este santo pastor y evangelizador. En la catequesis, Juan de Ávila es un buen modelo y estímulo para nosotros hoy. Él sabe transmitir con seguridad el núcleo del mensaje cristiano y formar en los misterios centrales de la fe y en su implicación en la vida cristiana; provoca la adhesión a Jesucristo y llama a la conversión. En la pastoral de la educación y de la cultura, de tanta importancia en nuestros días, Juan de Ávila fue un pionero. El fundó una Universidad, dos Colegios Mayores, once Escuelas y tres Convictorios para formación permanente de clérigos. Varias de estas escuelas y colegios eran para niños huérfanos y pobres. Buscaba con ello lo que hoy llamamos la formación integral con una orientación cristiana de la vida.
La memoria de San Juan de Ávila nos recuerda, como he indicado, que no hay santidad de vida sin celo evangelizador ni celo evangelizador sin santidad de vida.
Nuestra santidad de vida y nuestro celo apostólico tienen su fuente permanente en el amor de Cristo, que espera nuestra respuesta de amor entregado a Él y, en El, a quienes nos han sido confiados. Tender a la santidad no es sino tender a la perfección del amor a Cristo y a la grey que Él nos ha confiado. En el evangelio hemos recordado el diálogo de Jesús resucitado con Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?… Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-17). Este es el núcleo y la fuente de nuestra espiritualidad sacerdotal: un amor sin fisuras a Jesús, el Buen Pastor.
“¿Me amas?”, pregunta Jesús; y Pedro responde: “Señor, tu sabes que te quiero”. Es el Señor quien toma la iniciativa y llama a sus discípulos “para que estén con él” (Mc 3,14); el Señor les hace sus amigos amándolos con el amor que recibe del Padre (cf. Jn 15,9-15). Amar a Jesucristo es corresponder a su amor gratuito y precedente. Mal puede amar quien no conoce al Amado, quien no intima con él, quien no se deja conformar su mente y su corazón por él. Es en la intimidad con Jesucristo en la oración prolongada y en la Eucaristía donde se aviva en nosotros la necesidad interior de predicar a Jesucristo, hasta poder decir con San Pablo: “No tengo más remedio y ¡ay de mi si no anuncio el Evangelio” (1 Cor 9, 16). Instados por tantas demandas y preocupados por tantas cosas, queridos sacerdotes, necesitamos cultivar nuestra vida de oración y la celebración de la Eucaristía, para adquirir los mismos sentimientos de Cristo. Ahí encontraremos el secreto para vencer la soledad, el apoyo contra el desaliento, la energía interior que reafirme nuestra fidelidad y nuestro celo pastoral.
Para afrontar los momentos recios, el cambio de época, que nos ha tocado vivir, necesitamos reavivar el don, que hemos recibido por la imposición de las manos, es necesario que nos dejemos configurar existencialmente con Jesucristo, el Buen Pastor, para vivir nuestro ser y nuestro obrar con verdadera y apasionada caridad pastoral. También a Juan de Ávila le toco vivir en tiempos recios, de cambio y de reforma en la sociedad y en la Iglesia. Como entonces, también hoy nuestra Iglesia y nuestro mundo necesitan sacerdotes santos, maestros del espíritu y testigos creyentes que les hablen de Dios, les lleven al encuentro con Jesucristo y que les anuncien su Evangelio. En palabra del papa Francisco, nuestra Iglesia necesita evangelizadores con Espíritu. Nuestras comunidades, nuestros niños, adolescentes y jóvenes, nuestras familias, nuestros laicos, nuestros seminaristas necesitan que nosotros los sacerdotes seamos referentes claros de Jesucristo y de su Evangelio; en una palabra necesitan pastores santos y con ardor apostólico. La urgente renovación interna de nuestra Iglesia, la difusión del evangelio en nuestra sociedad y en todo el mundo y el diálogo con el mundo moderno, piden de todos los sacerdotes que acojamos el amor de Cristo para alcanzar una santidad cada día mayor, que nos haga instrumentos cada vez más aptos al servicio de todo el Pueblo de Dios (cf. PO 12).
Esta es la reforma, la renovación, la conversión que nuestra Iglesia necesita, más que ninguna otra cosa. Reforma in capite et in membris, ahora como entonces. Reforma en la cabeza. No pensemos sólo en la Curia Romana, en los Obispos. Todo sacerdote representa a Cristo Cabeza y Pastor de su Iglesia. Reforma quiere decir adquirir una nueva forma. La nuestra es la de Cristo, Cabeza y Pastor, humilde y entregado servidor del pueblo de Dios.
Queridos hermanos, todos los momentos son buenos para la conversión; nunca es tarde; hoy es el tiempo de gracia que Dios nos da para la renovación. No sabemos si podremos disponer de mañana. Hoy es el tiempo de unos sacerdotes renovados, para unas parroquias renovadas, evangelizadas y evangelizadoras, para una iglesia de discípulos misioneros.
El Señor nos llama a entrar en un proceso de constante conversión al don que hemos recibido. No sólo hemos recibido una vocación ‘al’ sacerdocio, sino ‘en’ el sacerdocio”. “Dicho esto, añadió: ‘Sígueme’ (Jn 21, 17-19), así le dijo Jesús a Pedro después de confiarle sus ovejas. Hay un ‘sígueme’ que acompaña toda la vida y misión del apóstol. Hay un “sígueme” que atestigua la llamada y la exigencia de fidelidad hasta la muerte (cf. Jn 21,22), un ‘sígueme’ que puede significar ‘sequela Christi’ con el don total de sí en el martirio (cf. PDV 70) Hemos de dejarnos encontrar constantemente por el amor de Dios en Cristo, dejarnos abrazar por El e ir cambiando hasta que nuestra persona se identifique con el don que hemos recibido, con el apoyo de la gracia de Dios.
La situación de nuestra Iglesia puede llevarnos al abatimiento. Pero la podemos vivir como ocasión y punto de partida de una renovación de nuestro ministerio. Nada justifica nuestra desesperanza. Los tiempos actuales no son menos favorables para el anuncio del Evangelio que los tiempos del Maestro Ávila o de nuestra historia pasada. Esta fase de nuestra historia es para nosotros, pese a todo, también un tiempo de gracia.
Confiemos en la presencia del Espíritu en el mundo y en la Iglesia. A veces parece que olvidemos que el Protagonista de la misión y el Guía de la Iglesia es el Espíritu Santo que está activamente presente entre los hilos de la historia y los entresijos de la Iglesia. Por caminos que no conocemos, Él continúa actualizando su salvación. Es necesario que esta convicción de nuestra fe se convierta en persuasión profunda, sentida, capaz de pacificar nuestras alarmas excesivas y de devolvernos la alegría de ser lo que somos. El Espíritu Santo conduce a su Iglesia, espacio y camino para la salvación. Él nos precede. No somos conquistadores ni salvadores, sino sus colaboradores. Reconocer al Espíritu, descubrir los signos de su presencia y discernir con Él con docilidad, fidelidad y humildad es mucho más saludable que agobiarnos.
Queridos hermanos: En este día de fiesta, no olvidemos a los hermanos que el Padre eterno ha llamado a su presencia en el último año: D. Constantino Bou Aparici, D. José Burgos Casares, D. Vicente Mestre Bellés, D. Jose Porcar Ivars y D. Joaquín Dobón. Que el Señor les conceda a todos participar del banquete celestial y la gloria para siempre.
Y que a todos nosotros nos conceda la gracia de ser pastores santos de su Iglesia y de encontrar en la oración y en la Eucaristía el alimento para nuestro camino de perfección y la fuerza para la tarea de la Evangelización. Que la Reina de los Apóstoles y San Juan de Ávila intercedan por nosotros para que en todo momento seamos trasparencia nítida y mediadora del Buen Pastor. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón